Disclaimer: Los personajes de Los Juegos del Hambre no me pertenecen. Éste fic es para el intercambio "Un obsequio real", del foro El diente de león. Regalo para HikariCaelum.

Espero que disfrutes de tu regalo, Hikari!

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Caja de cristal

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Capítulo Uno

Suerte

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Helios Kane, 14 años. Vigilante en formación. Great Mall.

12° Edición de los Juegos del Hambre.

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Me despierto a horario, igual que todos los días, pero hoy hay algo diferente. No son las cortinas automáticas, ni el sonido de los pasos presurosos del avox que entra a dejar mi uniforme limpio y recién perfumado. Tampoco son las sábanas de seda, que fueron confeccionadas, exclusivamente para la familia Kane, en el Distrito Ocho, y que tienen el logo familiar bordado en hilos de oro. La misma cama, la misma ropa, la misma habitación y los mismos sirvientes. Todo es normal y cotidiano, pero cuando me levanto de la cama me doy cuenta de qué es lo que luce diferente.

Desde el penthouse donde vivo tengo una excelente vista del centro de Great Mall, y aunque todos los días los ventanales me muestran un paisaje maravilloso, los colores de la ciudad hoy brillan más que nunca. Es el resplandor que anuncia el inicio de Los Juegos del Hambre.

Me acerco con cuidado al ventanal, porque siempre he tenido miedo a las alturas, y me recargo contra el vidrio, contemplando a las diminutas y coloridas personas en las calles; a los autos detenidos en cada esquina, los camiones de equipamientos y los trabajadores moviéndose como hormigas obreras, preparándolo todo desde muy temprano para el evento principal.

El inicio de la temporada de los Juegos del Hambre es palpable: calles cortadas, programas especiales a todas horas en televisión, carteleras, propos, cientos de pancartas y avox adecuando toda la ciudad para el gran momento.

Me gusta que el Capitolio se vea así, tan vivo, atareado y alegre desde el alba. La época de inicio de los Juegos siempre es de gran júbilo y festividad. Hace que todos, sin distinción de rango o posición económica, disfruten del espectacular evento, olvidando, aunque sea por unos pocos días, todas sus diferencias y problemas.

También es mi evento favorito del año. Quitando la lucha a muerte, me gusta el ruido de las risas y los cotilleos de las personas que se detienen frente a cada megapantalla de la ciudad, la forma en que contienen el aliento a la espera de algo importante; la manera en que siempre se emocionan o desaniman cuando su tributo favorito cae. Es muy entretenido, y tal vez por eso disfruto mucho ésta época, porque me distrae de la soledad de mi enorme casa vacía, y del silencio que siempre me rodea.

Yo solía tener una familia enorme. Mis padres, mis seis hermanos y yo sobrevivimos a la guerra que azotó al Capitolio cuando yo tenía apenas un año, escondiéndonos en las bóvedas de los casinos de mi madre. Una familia de nueve personas viviendo bajo tierra durante casi un año, sobreviviendo a la peor masacre de la historia sólo para que siete años después casi todos sus integrantes murieran en un accidente aéreo, dentro de la seguridad del mismo Capitolio. Sólo yo sobreviví al fatídico día, y solo porque era lo suficientemente pequeño para poder esconderme dentro de una bóveda anti impactos e incendios, que originalmente había servido para transportar armas en el peligroso campo de batalla.

De ése día sólo conservo una pequeña marca en la cabeza que mi cabello ya ha cubierto. De un accidente que acabó con toda mi vida sólo tengo eso, una marca que ni siquiera veo.

Pero prefiero no pensar en eso, porque hoy es un día muy importante.

Mañana es el Día de la Cosecha, un momento de mucha emoción y excitación, por eso la ciudad está iniciando los festejos, y los noticieros empiezan a cubrir los preparativos en cada distrito; pero hoy hay otro evento igual de importante para mí: mi examen final.

Siempre he sido un alumno aplicado, o un 'prodigio', como solían decirme mis tutores, por eso a los once apliqué para una plaza en la Academia de Vigilantes, donde sólo estudian los promedios más altos de todo el Capitolio, para algún día obtener el codiciado placer de llevar adelante los Juegos. Eso se considera el honor más grande para un capitolino desde el final de los Días Oscuros. Y no ha sido fácil, porque quienes llegan a estudiar allí son siempre adolescentes, mayores de quince, y que un niño de once años los igualara en intelecto (y que a veces, incluso, los superara) no les hacía mucha gracia. Aunque nadie se metía conmigo, quizá porque no me creían relevante o el apellido Kane pesaba sobre ellos; pero tampoco solían ser muy amables, al menos la mayoría de ellos. Por eso me alegra tener la oportunidad de terminar mis estudios con solamente catorce, lo que me convierte automáticamente en el alumno más joven en la historia en dar el examen para convertirse en vigilante, aunque la idea todavía me inquieta un poco. Mi padre fue un héroe de guerra, y cuando él y todos mis hermanos murieron en aquel accidente supongo que muchos dieron por hecho que yo seguiría con su legado, incluso yo mismo. Sé que todavía soy muy joven, y que por eso todavía no sé si ser vigilante es algo que realmente me interesa y lo que quiero hacer por el resto de mi vida, pero me gusta lo que hago. Cuando eres joven, estás solo en el mundo y llevas una gran apellido a cuestas terminas muchas veces haciendo cosas que otros creen que debes hacer, dejando de lado lo que realmente quieres. Luego de la muerte de mi familia yo no podía jugar con otros niños, porque tenía todo los días ocupados entre tutores y clases de etiqueta, equitación, música, finanzas, todo lo que se supone que un heredero debía saber. De repente me vi obligado a crecer de golpe, y poco a poco dejé de ser un niño para convertirme en lo que todos esperaban que fuera a pesar de mi escasa edad. Pero trabajar en la creación de mutos es de las pocas cosas que nadie me impone y en verdad disfruto. Era a lo que mi padre se dedicaba, y ocupar la que alguna vez fue su silla sería aún más honorable para mí que formar parte de los Juegos en sí.

Así que me alejo de la ventana y voy directo al cuarto de baño, donde una avox está terminando de aclimatar mi ducha. Le agradezco con una sonrisa y empiezo a prepararme para el día. Cuando ya estoy vestido y peinado bajo a desayunar, y Ellery, mi albacea, me da los buenos días antes de servirme.

Ellery Thorne es un buen hombre, y ha cuidado de mi familia desde el nacimiento de mi hermano mayor. El día del accidente no había viajado con nosotros porque su hija, que vivía en Lakeside con su madre, había enfermado de gravedad y él tuvo que ir a verla. Si no hubiera sido por eso él también estaría muerto, y quizá yo más solo que ahora.

—Al fin llegó el día, joven Helios— dice mientras me entrega mi mochila al terminar mi desayuno— Espero que la suerte esté de su lado hoy. Sobre todo con el tránsito.

— ¿Tal vez...sólo por hoy, podría tomar el metro como un chico normal?— propongo, y Ellery frunce sus cejas rubias.

—Tú eres un chico normal, Helios. Sólo que no cualquier chico normal— dice, y después aprieta los labios— Todo lo que hacemos es por tu seguridad.

—No creo que nadie me asesine de aquí a la escuela— digo, mirando de reojo a Arkham y Beck, los guardaespaldas que me siguen a todos lados, todo el tiempo—. Por favor, Ellery.

—Tardaremos menos si usamos el metro— me apoya Beck, revisando su tableta— Han cortado la mayoría de las avenidas para marcar la ruta del desfile de tributos.

Asiento y Ellery suspira, viéndose obligado a darnos la razón. Desde una semana antes empiezan los preparativos más importantes, por eso la mayoría de las calles estarán cortadas por el desfile, así que las autoridades aconsejan a los ciudadanos usar el transporte público, que es gratuito durante los Juegos del Hambre. Muy poca gente transitará en sus vehículos personales de aquí hasta que acaben los Juegos, y quienes lo hagan vivirán una verdadera pesadilla.

Así que me salgo con la mía, y veinte minutos después estoy caminado por la calle hacia la estación como una persona normal, sólo que seguido de cerca por mis guardaespaldas, aunque no me molesta, porque podría decirse que estoy acostumbrado, y en realidad así lo prefiero porque nunca, jamás, he estado fuera de casa sin supervisión, y no sé muy bien cómo moverme en la ciudad por mi cuenta.

En el camino veo a mucha gente abarrotando los comercios de la ciudad, aunque el más abarrotado son, sin duda, los centros comerciales. Mañana todo mundo vestirá con sólo lo mejor para las festividades. A pesar de esos no hay casi nadie en la estación, y el tren va casi vacío a ésta hora de la mañana.

El viaje desde la zona céntrica de Great Mall a Capitol Hill, en metro, dura apenas veinte minutos, mientras que en un día como hoy, en coche, tardaría de más de una hora. Es una experiencia agradable el cambio, además de muy práctica. Casi ni me importa que los otros alumnos de la academia que están en el tren me miren como si fuera alguna clase de criatura de dos cabezas por ir acompañado de mis guardaespaldas cuando bajamos en la Estación Central.

— ¡Helios!— estamos a sólo dos calles de la escuela cuando escucho mi nombre, y alzar la vista veo un crisol de colores chillones llamándome con una mano en el aire. Y ése imposible cabello naranja, su vestido lleno de hojas verdes y los zapatos con luces me sacan una sonrisa involuntaria.

—Buenos días— respondo, deteniéndome para esperarla. Callydora Trinket no es mi amiga, pero es la compañera con la que mejor me llevo, o mejor dicho la única con la que tengo alguna clase de confianza. Ella, como todos aquí, es mayor que yo, pero de las pocas personas que me tratan como a un igual.

— ¿Un Chocogoofie?— me ofrece, pero me niego. Nunca he sido muy amigo de los dulces, aunque parece no importarle— Bueno, pondré algunos en tu mochila por si se te antojan luego— dice, abriendo mi mochila para tirar sus dulces dentro— ¿Ustedes quieren?— le ofrece mis guardaespaldas, y ellos niegan, pero igualmente les mete las golosinas en sus bolsillos.

Por eso me agrada Callydora. Ella siempre hace lo que quiere sin importarle los demás.

Después de eso tardamos apenas un minuto en llegar al campus. Dejo a Arkham, y Beck fuera, como es de costumbre, y sigo a mi compañera hacia la academia, pasando a un grupo de chicas que se quedan mirando sus zapatos.

— ¿Cuándo dejarán de seguirte tus gorilas?— pregunta mientras atravesamos el vestíbulo principal. De reojo noto las pantallas, donde Venus Andros sale en un programa especial que siempre se hace antes de la Cosecha, aunque de inmediato regreso mi atención a Cal, levantando los hombros.

—Supongo que cuando sea mayor de edad.

Ella se da un golpecito en la frente con la palma de la mano.

— ¡Es verdad! A veces se me olvida que tienes sólo catorce— ríe, pellizcándome la mejilla— Eres nuestro pequeño niño genio.

—No soy un genio— refuto, deteniéndome frente a una de las computadoras del instituto para consultar nuestro número de aula dejando la conversación en suspenso por un rato—. Solamente presto atención en clase... Nos toca el aula 34— anuncio, y empezamos a caminar hacia los elevadores— Por cierto, ¿estudiaste la cadena genética de los reptiles?

—No. Me desvelé viendo la repetición del Tour de la Victoria de Daniel Amtrak. ¿Sabías que habrá un concurso para conocerlo en persona?

—No.

Cal ríe, llamando al elevador.

—También habrá uno para conocer a Mags Flanagan, con eso de que es la última vencedora, pero Daniel es Daniel.

— ¿Que no hubo un sorteo similar el año pasado, cuando él era la novedad?

—Sí, pero esa vaca sin cerebro de Regilla Gold lo ganó. Seis veces. Obviamente su papi debió sobornar a medio Capitolio sólo para cumplir los caprichos de su hija.

—No estoy muy seguro de cómo sobornar a alguien en un sorteo.

—Lo sé. Es muy confuso. Pero eso no importa. Le pediré un adelanto de mi mesada a mis padres para participar. Aunque no creo que les guste mucho. Papá detesta a la gente de los distritos.

—Si quieres puedo prestarte el dinero— propongo. En realidad no me importa mucho. Mis padres me dejaron una cuantiosa fortuna al morir, y una cadena de casinos que genera más dinero cada día, además no gasto mucho en mí.

— ¿Lo harías? ¡Eres un encanto!— exclama, abrazándome contra su pecho, pero me suelta enseguida— Espero ganar, porque he oído que Regilla también participará, y ya sabes cómo es— suspira, justo cuando el elevador abre sus puertas para nosotros—. Es afortunada, porque sus padres nunca le niegan nada. Y tú también lo eres.

— ¿Porque mis padres están muertos?

—Sí. ¡No! Bueno, tú entiendes...— dice, apresurándose a pulsar el botón de la tercer planta— Lo que quise decir es que tienes todo ése dinero y a nadie que te diga cómo debes gastarlo, ni hermanos con quienes tener que compartirlo. Sin contar que sobreviviste a ése horrible accidente. Tienes mucha suerte.

Suerte.

A veces cambiaría todo sólo por volver a ver a toda mi familia sentada a la mesa. A mi madre con todas sus brillantes y pesadas joyas adornando su largo cabello rubio, a mi padre mirándola con cariño mientras sostiene su mano con la suya, y se peina el bigote con la otra. A mis seis hermanos riendo mientras bajan las escaleras, volviendo locos a los sirvientes y a los avox, tan escandalosos como siempre.

Mucha gente quisiera tener una vida llena de lujos, y en el Capitolio hasta parece algo esencial. La gente siempre dice que la felicidad es proporcional a la cantidad de dinero que tenga uno, pero yo cambiaría todo la fortuna de los Kane sólo por tener de vuelta a mi familia.

Si tuviera suerte, como Cal dice, quizá ellos no estarían muertos.

— ¿Helios?— me llama Cal, y yo muevo la cabeza, deshaciéndome de esos pensamientos a la vez que el elevador abre sus puertas de nuevo.

—Se nos hace tarde— digo, saliendo por el corredor hasta el aula donde seremos evaluados para decidir quien avanza en la academia y quien se quedará atrás.

En realidad es algo sencillo; nos dividen en equipos, aunque no conoces a las otras personas, porque estaremos todos en cuartos separados, haciendo el examen al mismo tiempo. Cada equipo consta de cinco miembros, elegidos por los evaluadores, se le asigna una Arena, y desde ahí cada miembro deberá actuar en consecuencia a su especialidad. La mía y la de Cal es la Ingeniería en Mutaciones.

— ¡Suerte con el examen!— dice antes de que entremos al aula. Sus tacones repiquetean en el suelo de mármol, presurosos mientras se dirige a su puesto, y yo hago lo mismo dirigiéndome al que lleva mi nombre.

Los tableros electrónicos ya están listos y funcionando. Los evaluadores permanecen a cada lado de las cuatro hileras de Estaciones de Creación que ya han sido asignadas a cada alumno, vestidos con sus impecables y estériles ropas grises, esperando que cada uno de los seis aspirantes ocupe su lugar antes de que se cumpla la hora.

La Ingeniería en Mutaciones no es precisamente la especialidad más famosa entre los futuros vigilantes, porque requiere de demasiado estudio, trabajo y a veces muy poco crédito. Todos quieren ser jefes, segundos al mando, divertirse cambiando el clima o liberar su creatividad diseñando la Arena. Yo creo que la creación de mutos tiene un poco de todo eso. Se necesita liderazgo para llevar a cabo un equipo de diseño y creación; como con el clima, debes conocer cada detalle, cada factor que el más mínimo cambio en una creación podría afectar a la misma según su cadena genética, y también necesitas la imaginación y la creatividad de un diseñador para poder visualizar lo que quieres crear y hacer de ello algo funcional pero a la vez vistoso. Por eso me gusta la ingeniería, porque puedes serlo todo al mismo tiempo.

La ansiedad en el ambiente es palpable. Nadie habla, nadie suelta un sólo sonido mientras, tras una breve explicación de cómo será el examen, los evaluadores anuncian que ya podemos empezar.

Pprimero me pongo mis gafas, y después recargo mi mano en la pantalla para que el sistema me identifique y así me dé la información sobre la Arena que tendré que poblar. Me toca un páramo atravesado por aguas heladas y llenas de vida, así que en lo primero en lo que pienso es en animales marinos de piel resistente para el frío, pero que también puedan estar en tierra el suficiente tiempo para ser funcionales, también de depredadores típicos de lo climas helados, así que busco en la base de datos toda la información disponible de criaturas con esas características; deslizo mi rotulador por la pantalla para desplegar los datos genéticos de las especies que elegí; mezclo cadenas de ADN y consigo una criatura perfecta, resistente al frío, letal y anfibia. Logro crear una imagen en tres dimensiones como muestra y escribo mi informe tecleando en la pantalla con una mano mientras que con la otra añado expresiones y características de movimiento a mi criatura. Finalmente, tras veinte minutos de iniciado el examen llamo a un evaluador para mostrarle que terminé. Él asiente, un poco sorprendido al confirmar la hora en su reloj. Controla que haya cumplido con todos los requisitos y accesa una clave en mi tablero para guardar mi trabajo, indicándome con eso que puedo irme.

Ha sido bastante fácil, pero de reojo veo que muchos de mis compañeros todavía están peleando con la elección de especies de acuerdo a sus respectivas Arenas, incluso Callydora, que sólo se dedica a recargarse sobre su tablero, haciendo distintas figuras con cadenas genéticas, sin obtener nada realmente, por lo que decido no esperarla.

Recorro el largo pasillo de cristal de regreso hacia los elevadores y mi vista se pierde en una de las pantallas mientras espero. Están pasando lo mejor de la Décimo Primera Edición de los Juegos, un momento poco antes de que Mags Flanagan se coronara vencedora. Lo recuerdo, porque fue hace un año; el chico del Distrito Uno le arrancó la cabeza a la niña del Doce con su espeda, y como hace un año desvío la mirada, y no la regreso ni siquiera cuando el cañón suena y pasan a otra escena. Entonces la campanilla del elevador me sobresalta, haciéndome olvidar la pantalla.

Recuerdo la primera vez que fui consciente de lo que pasaba en los Juegos. Todavía veo con perfecta claridad el rostro del primer niño que vi morir, aunque nunca supe su nombre; recuerdo también que después no pude dormir durante semanas, por miedo a que alguien se llevara a mis hermanos o a mí a los Juegos. Mi madre siempre me abrazaba e intentaba calmarme diciéndome que estábamos a salvo, pero aún hoy dudo de eso.

Descubrir que mi padre era quien controlaba toda esa masacre fue uno de los momentos más extraños de mi vida, porque para todo mundo estaba bien, porque era un castigo merecido para los distritos, pero a pesar de que siempre repetían eso en la escuela y la televisión, había algo que siempre me pareció incorrecto. Por eso al principio me asustaba la idea de ser vigilante, pero luego entendí que lo que me gusta es crear, poblar mundos que en la realidad serían imposibles, con criaturas que sólo pueden existir en los sueños de las personas. Quizá seré parte de los Juegos, pero no quien ordene asesinar a nadie, por nunca me cuestiono la moralidad de lo que hacemos, si está bien o no. Los Juegos del Hambre es el único lugar donde puedo experimentar y crear esas criaturas que son imposibles en la naturaleza, el resto es sólo algo colateral.

— ¿Cómo te fue?— pregunta un sorprendido Beck cuando me ve salir del edificio, poniéndose de pie. Él y Arkham estaban sentados en una banca, comiendo los Chocogoofies de Callydora, pero se apresuran a tirar los envoltorios y limpiarse las bocas. Yo sonrío y me quito las gafas. Casi nunca las uso fuera del aula.

—Bien. Terminé antes que todo el mundo— digo, empezando a caminar.

— ¿Ya quieres ir a casa?— pregunta de nuevo Beck, peinándose el corto cabello rubio con una mano. Yo me doy la vuelta, empezando caminar de espaldas para mirarlo mientras saco mi reproductor de música.

—Me gustaría pasar al centro comercial a comprar unas cosas. ¿Podemos? Mañana todo estará cerrado.

Él asiente y vamos de vuelta a la estación. Yo voy delante, como siempre, y mis guardaespaldas me siguen de cerca, pero siempre a una distancia prudente para que no me sienta incómodo. Atravesamos la plaza central de Capitol Hill, y tengo que subir el volúmen de mi reproductor de música para dejar de escuchar los gritos de las personas que ya empiezan a reunirse para elegir los lugares que ocuparán cuando todo comience. No es que me moleste su alegría, pero conforme se acerca la hora de mañana no puedo evitar sentirme ansioso, porque después de la Cosecha recibiré los resultados de mi examen.

Escucho el metro a lo lejos y quitándome los audífonos observo mi reloj. El metro es siempre puntual.

—Debemos darnos prisa— dice Beck, y aprieto un poco más el paso cuando veo que el tren está entrando en la estación, y entonces empiezo a correr escaleras arriba, porque si no subo a ése tren tendré que esperar casi media hora por otro. Así que esquivo a un par de personas y de un salto consigo entrar al vagón; sin embargo, cuando me doy la vuelta me sobresalto al notar que mis guardaespaldas todavía están subiendo las escaleras.

— ¡Señor Kane!— grita Beck, pero cuando estoy a punto de bajar del tren las puertas se cierran, y mis guardias se quedan en la estación, llamándome y tratando de abrirlas mientras el tren empieza a avanzar. Entonces empiezo a asustarme. Nunca he estado fuera sin Beck y Arkham, mucho menos he viajado sin ellos. El miedo por todos los posibles peligros que podrían esperarme me acecha, pero intento calmarme, porque tengo catorce y ya no soy un niño.

Mi teléfono suena de inmediato, y es Beck ordenándome que por nada del mundo me mueva de la estación de Great Mall apenas llegue, y la urgencia de su voz vuelve a asustarme, por lo que decido respirar profundamente y sentarme en una esquina, con mi teléfono listo por si algo pasa, observando cómo el paisaje pasa de enormes rascacielos a edificios más pequeños y de diseño para finalmente dar lugar a campo abierto.

Suspiro porque todavía falta mucho para estar en casa, y empiezo a morderme las unas sin darme cuenta, subiendo y bajando mi pierna izquierda. Después de unos minutos saco una de las golosinas de Cal para intentar distraerme, pero no funciona muy bien.

—Hola— escucho que dice alguien, y me sobresalto. Enseguida levanto la vista, notando que hay solamente tres personas en el tren además de mí, dos ancianos y una avox, y que ninguno me está hablando— Aquí— dice la misma voz, tirando de la chaqueta de mi uniforme. Entonces bajo la vista, y frente a mí veo a una niña pequeña, mirándome con sus enormes ojos soñadores— Hola— repite. Miro hacia los lados para asegurarme de que no le habla a nadie más.

—Hola— respondo, un poco incómodo, pues no estoy acostumbrado a lidiar con niños pequeños.

La niña parpadea y mueve la cabeza, mirando el chocolate en mi mano con interés.

— ¿Tienes más dulces?— pregunta, frunciendo el ceño. Reviso mi mochila y saco la bolsa de Chocogoofies que Callydora me dio en la mañana.

— ¿Me das uno?— pregunta la niña, mirando los dulces. Yo me encojo de hombros y le doy la bolsa entera. Y pienso que va a irse, pero en lugar de eso de sujeta de mi rodilla para subirse al asiento a mi lado, pensativa— ¿Cómo te llamas?— pregunta mientras se lleva el primer chocolate a la boca y después saca una tableta electrónica de su pequeña mochila con forma de panda, abriendo una aplicación de dibujo donde hace garabatos con los dedos.

— ¿Y tu madre?

—No sé— responde, encogiéndose de hombros mientras traza una línea azul de lado a lado en su pantalla— Mi avox me cuida— añade, señalando a una mujer joven, de brillante cabello violeta que está al otro lado del vagón, con la cabeza gacha pero sin duda vigilándola— ¿Cómo te llamas?— repite, abriendo sus ojos con curiosidad. No soy experto en niños, pero parece de esos que no se rinden con facilidad, así que si no quiero que moleste tengo que contestar.

—Me llamo Helios.

—Helios— repite, sin dejar de hacer líneas en su aplicación— Me gusta ése nombre. Es como el de un caballero. Yo me llamo Cherise, como el pastel. A mi mami le gustan los pasteles, pero no los unicornios. ¿Te gustan los unicornios, Helios?

Parpadeo. Esa es la pregunta más extraña que alguien me haya hecho alguna vez.

—No lo sé. Ni siquiera exis...

—A mí me gustan— asegura, interrumpiéndome. Deja su tableta sobre el asiento y balancea los pies mientras toma otro chocolate— Mamá y mi hermano dice que no existen, pero yo sé que sí. Los he visto. En mi cabeza. Y los dibujo a veces. Mami dice que soy una artista, pero no sé qué significa eso— dice, pensativa. Resulta graciosa su cara, y no sé si habla en serio, pero no puedo más que reírme, aunque la niña está tan perdida en su propio mundo que parece no importarle.

—Claro que existen. Yo podría crear uno— digo, encogiéndome de hombros, pensando en qué especies podría usar para hacerlo. Pensándolo bien no es tan mala idea.

— ¿De dónde eres? Yo vivo en Lakeside. Mi casa tiene un lago— vuelve a hablar sin mirarme mientras otra vez dibuja líneas en la pantalla.

—Great Mall. Vivo en Great Mall.

—Ah... Me gustan sus tiendas. Mi mami me compró mis lápices favoritos ahí. Mira— deja su tableta de nuevo sobre el asiento y busca en su mochila una caja de lápices de colores; después saca unas cuantas hojas de papel, y usando su tableta como apoyo empieza a dibujar— El otro día soñé que un hada me peinaba el cabello, pero aparecían unos hombres de piedra muy feos que nos perseguían— Cherise aprieta sus diminutos labios— Había una bonita casa de galleta donde nos escondimos, y un largo camino amarillo que nos llevó a lago como el que hay en casa. Y allí había un chico. Y creo que ése chico eras tú, porque él también nos dio chocolates. Por eso me acerqué a ti— dice, y la miro, sin saber muy bien cómo interpretar sus palabras. Pero Cherise cierra los ojos y sonríe, divertida— Eres el chico de mis sueños, Helios. ¿No crees que tengo suerte?— me suelta con total naturalidad, haciendo que el calor se me suba al rostro. ¿Desde cuándo los niños tan pequeños dicen cosas tan extrañas?

Suspiro, intentando sonreír porque después de todo Cherise es sólo eso, una niña pequeña. Pequeña y con una imaginación admirable, eso sí.

—Terminé— anuncia poco antes de que el tren se detenga en mi parada, y antes de que me levante ella me da su hoja de papel, donde hay un montón de garabatos que apenas se entienden a primera vista, pero al mirarlo bien puedo distinguir a dos personas sentadas, una grande o otra pequeña, sonriendo, aunque sus ojos son de diferentes tamaños, y el mayor tiene la cabeza cuadrada— ¡Somos tú y yo! Y comemos chocolate— me sonríe, recogiendo sus lápices y su mochila para levantarse también— ¡Adiós, Helios! ¡Gracias por lo Chocogoofies!— dice, y después corre hacia la avox— ¡Layra, a mi amigo Helios también le gustan los unicornios!— sonríe, y yo sonrío también, saludándola con la mano antes de salir del tren, y saludándola otra vez cuando la máquina vuelve a avanzar y Cherise pega la nariz a la ventana para despedirse por última vez.

— ¡Helios!— me sorprendo cuando veo a Beck y Arkham subiendo las escaleras al andén. Los dos están agitados, y no tengo idea de cómo hicieron para llegar tan rápido, pero lo cierto es que me había olvidado de ellos— ¡¿Estás bien?! ¡¿No te pasó nada?! Lo sentimos mucho. Nunca debimos...

—Estoy bien— aseguro, tratando de calmarlo.

— ¿Seguro?

—Sí. Sólo fue un viaje en tren. No pasó nada.

Beck suspira, y Arkham chasquea la lengua, y me sorprende cuando toma la palabra, porque usualmente no dice nada:

—No hay que decirle al señor Thorne— propone, y todos estamos de acuerdo— Vayamos a casa.

Empezamos a caminar, y mientras hago miro una vez más el dibujo/garabato de Cherise, volviendo a sonreír sin darme cuenta.

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N del A:

Hola, Hikari! Antes que nada, lamento si no es lo que esperabas, y si Cherise no ha quedado bien. Sé que ella es más bien del tipo pensativa y seria, pero casi siempre uno es diferente de niño, por eso la imaginé tan alegre y conversadora, pero sin dejar de lado su parte soñadora. A decir verdad me gustó trabajar con ella.

Helios Kane es uno de los patrocinadores de Mazer. He decidido trabajar con mis personajes por una cuestión de que así seré menos propenso a cometer errores xD

En fin, si llegaron hasta aquí, muchas gracias por leer. Y Hika, espero que te haya gustado el primer capítulo, porque aunque originalmente iban a ser tres historias en un sólo capítulo he decidido separarlos. Iré publicando el resto antes de que acabe el día.

Saludos!

H.S.