Es de noche y las luces de Osadía están apagadas, hundiendo a Christina en los espesos y fríos mantos de la oscuridad. Está tumbada en la cama de Will, junto a él, porque se siente incapaz de estar sola en la suya.

Estrecha el cuerpo del chico, se aferra a él del modo en que un náufrago se agarraría a un salvavidas para no hundirse en medio del océano. Christina no quiere quedarse sola, tiene miedo de que el recuerdo de Al la arrastre de nuevo al dolor y la haga ahogarse. Se siente incapaz de enfrentarlo cuando su muerte es tan reciente.

Busca la mano de Will a tientas. La encuentra y la estrecha suavemente. Siente la calidez de su piel cuando el exerudito desliza los dedos, con cierto aire delicado, hasta enredarlos con los suyos.

El aliento de Will choca y se desliza por la coronilla de la chica, cálido y sutil.

—Christina. —Un murmullo en la quietud de la noche.

—Will. —Una exhalación entre las respiraciones de los dormidos iniciados.

Cualquier otra noche habría disfrutado de ese momento con otro sabor más vivo y apasionado, no ahora. No esta noche en la que ninguno podrá desprenderse del recuerdo de Al, preguntándose si tuvieron, de algún modo, la culpa de que saltase; con la agonía de no saber si pudieron haberlo impedido.

Christina abraza a Will con su brazo libre y él desliza el suyo por debajo de ella para abrazarla delicadamente, pero con cierta firmeza, por la cintura.

—Tengo miedo. —Confiesa Christina en un susurro— Al se ha ido y tengo miedo a que nos separen. De no pasar, de perder a Tris, de perderte a ti.

—Yo también, es parte de ser humanos, de estar vivos. —Calla, cesando el discurso filosófico que se está formando en su mente y susurra—: Yo también, estoy aterrado.

Dejan que el silencio invada la estancia, roto solamente por las acompasadas respiraciones del resto de iniciados, una melodía en un armónico adagio que invita a rendirse al sueño.

—Al y yo veníamos de la misma facción. —Musita Christina— Es un poco irónico que no hayamos congeniado hasta ahora que hemos escogido la misma facción.

—Lo importante no es el tiempo que conoces a una persona, sino la intensidad con la que lo haces. —Murmura Will, apoyando la frente en la cabeza de la chica.

Christina ríe con suavidad.

—¿Vale más la intensidad que el tiempo?

El chico se estremece al sentir el aliento de Christina acariciarle el cuello.

Puede que ella no haya nacido en Erudición, pero sabe que hace poco tiempo está floreciendo algo entre los dos. Algo poderoso que los está uniendo. Y se ha dado cuenta, aunque Will no lo esté diciendo directamente, que él también lo sabe. Lo que Christina no ha advertido todavía es que él ya le ha puesto nombre a ese algo. Una palabra. Cuatro letras. Un sentimiento inmenso.

—Bueno, muchas veces intensidad y tiempo suelen ir entrelazados. —Le da un beso en la frente, un impulso que le sorprende a él tanto como a ella—No voy a dejarte sola. Voy a estar contigo hasta el último minuto de mi vida.

Triste epitafio a tanto esplendor, solo es eterno quien nunca existió


Me pareció adecuado terminar citando ese verso de Amaral, de la canción Nadie nos recordará. Lo hice sin pensar, pero sentía —y siento— que debía incluirlo.