Este pequeñísimo one shot es sobre el personaje que más me ha dolido que muriese, sé que muchos no lo debéis entender, pero es algo que de verdad me ha afectado, y, bueno, quería rendirle un homenaje a mi manera.

Para mí, siempre estará viva.

Por cierto, ninguno de los personajes es mío, todos son de Rowling, sí, es malvada y retorcida bruja, y además es todo un inmenso spoiler, es el final del libro, así que si aún no os habéis leido Deadly Hallows, no lo leáis, estáis advertidos.


IN MEMORIAM

A la memoria de la pequeña y querida Hedwig, que siempre tendrá un lugar en mi corazón.

En la clara luz de un amanecer de primavera, una majestuosa figura alada se recortaba contra el cielo azul. Volaba en círculos y parecía dibujar anillos con sus alas alrededor del sol.

Cuando planeaba sobre el viento, los rayos dorados arrancaban reflejos al plumaje de su lomo, tan blanco como la nieve tardía en las lejanas cumbres del horizonte.

Por fin cambió de dirección y voló hacia él con determinación. A pesar de la distancia, podía distinguir claramente, pues los conocía de memoria, los profundos e inteligentes ojos que parecían hablarle sin palabras, reconfortándole en sus momentos de mayor soledad.

Levantó el brazo delante de su pecho y recibió a la hermosa lechuza blanca, sonriendo al notar el leve peso y la presión de las garras al cerrarse en torno a la manga de su túnica.

Al estirar de nuevo las alas para acomodar el plumaje, Hedwig rozó levemente la mejilla de Harry. Éste respondió a la caricia pasando el dorso de su mano sobre el orgulloso pecho del ave.

Cuando retiró la mano, Hedwig agachó la cabeza y le pellizco un dedo cariñosamente…

Harry abrió los ojos y sollozó al no encontrar más que la negrura de su cama. Aún sentía la presión en el dedo pero se evaporó cuando quiso concentrarse en aquella sensación.

Despacio, se levantó suprimiendo un gemido, aún tenía todo el cuerpo magullado y dolorido, pero agradecía el dolor físico que distraía su mente del dolor que atenazaba su corazón. Se vistió en silencio y bajó del dormitorio, abandonó la sala común y comenzó a vagar por los desiertos y destrozados pasillos de Hogwarts.

Ahora que todo había pasado, las pérdidas de los seres queridos ocupaban un lugar de prioridad en sus pensamientos, pero las más recientes todavía no habían sido asimiladas, y él tenía una deuda pendiente con su fiel lechuza.

Si tan sólo pudiera grabar en su memoria una imagen tan clara como la que había visto en su sueño…

Se preguntó si el Gran Comedor se encontraría aún en el mismo estado que el día anterior. Tal vez, pensó, debería bajar y buscar a aquellos con los que no había podido hablar, para comprobar cuántos de sus otros compañeros habían logrado sobrevivir.

Ya había dado media vuelta y comenzado a desandar parte del camino, cuando le asaltó de nuevo la nostalgia y la tristeza que le había traído el sueño de Hedwig.

Tenía que encontrar la forma de rendirle homenaje a su fiel amiga, había pasado mucho tiempo desde que la perdió y no podía demorarlo más.

Al volverse otra vez y caminar en la dirección que había tomado originalmente, algo volvió a detenerlo, y por un momento, no entendió por qué había sucedido: dónde antes no había nada más que pared, una puerta había surgido de la nada y él sabía que lo había hecho sólo para él.

La Sala del Reclamo¿por qué? Se preguntó que sería lo que la sala podría ofrecerle en ese momento, y como no había otra manera de averiguarlo, agarró el pomo de la puerta, lo giró y entró.

Al cerrar tras de sí se encontró en una habitación circular con una ventana justo en frente de la puerta, y esto le pareció extraño, pues sabía que la habitación no podía dar a ninguna pared exterior. Pero era la Sala del Reclamo, al fin y al cabo.

La sala estaba vacía, salvo por una pequeña mesa, justo debajo de la ventana, cubierta por un mantel de terciopelo rojo, sobre el cual destacaba un pequeño montón de plumas blancas y brillantes como perlas.

Harry se acercó a la mesa, despacio, tomó una de las plumas, y la examinó dándole vueltas entre sus dedos. Era, no cabía duda, una pluma de Hedwig, probablemente, perdida en la lechucería durante su estancia en ella. La dejó en el montoncito y reparó en otro objeto, ésta vez desconocido, justo al lado de las plumas.

Se trataba de un paquete blanco con una etiqueta amarillenta y a punto de despegarse. Harry se agachó y leyó:

"Barro automoldeador. ¿Sueña con crear una escultura digna de un artista¿Le gustaría conquistar a la persona amada con un busto perfecto a su imagen y semejanza? Aquí tiene la solución. El barro automoldeador no necesita las manos de un experto. ¡Ni siquiera mancha! Todo lo que necesita es un cabello de la persona que quiere representar y poner sus manos alrededor de la masa, concentrándose en una imagen mental de esa persona con todas sus fuerzas. ¡Pruébelo y no fallará con su regalo!..."

La etiqueta seguía con el nombre del proveedor y el fabricante, y, además tenía fecha de 1967. Se preguntó si aquel barro no tendría fecha de caducidad, pero si había aparecido ahí, tenía que ser útil.

Sin pensarlo dos veces, Harry se arrodilló frente a la mesa, desgarró el envoltorio y puso la masa sobre el mantel, cogió unas cuantas plumas, las pinchó en el barro, y lo rodeó con las dos manos, presionando firmemente. Cerró los ojos, visualizando la imagen de Hedwig que tan nítidamente había vuelto a ver en su sueño, y notó como la masa se calentaba y empezaba a replegarse y expandirse entre sus manos, como si estuviese viva, pero no se apartó ni dejó de concentrarse, hasta que el barro se quedó quieto y se enfrió rápidamente.

Cuando abrió los ojos, no pudo evitar soltar una exclamación. Parecía estar viendo a Hedwig de nuevo, congelada delante de él. De repente su visión se tornó borrosa, y el aire le faltó en los pulmones, pero en seguida el nudo que se había formado en su garganta se soltó y cálidas lágrimas brotaron de sus ojos, mientras acariciaba las suaves plumas que el barro había imitado a la perfección.

Miró los ojos cristalinos de la estatua, y creyó incluso distinguir algo de el calor maternal con que la lechuza lo había mirado siempre. Sin poder aguantar más apoyó la cabeza sobre la mesa, al lado de las garras de la estatua, y abrazándola dejó salir todo el dolor y toda la tristeza en forma de llanto desgarrado, pues ya no reprimía los sollozos que habían luchado tanto por ahogarle.

Cuando por fin se calmó, la luz que entraba por la ventana tenía la intensidad del sol de mediodía. Harry se levantó, con la estatua entre sus brazos y supo exactamente dónde llevarla.

Salió de la habitación con paso decidido y atravesó pasillos, puertas y tapices, con la imagen de su destino bien definida en su cabeza.

Pasó muy cerca del Gran Comedor, al bajar hacia la puerta principal del castillo, pero ignoró las voces sabiendo que los que le conocían no irían tras él si él no daba muestras de necesitarlos.

Salió a los terrenos de Hogwarts y un paisaje cruel se abrió ante él, sin perder ni un ápice de su desolación a pesar del brillante sol y el cielo despejado.

La sangre, ya seca, los cuerpos de los mortífagos y de otras criaturas que habían participado en la batalla, aún manchaban la que había sido fresca y verde hierba de primavera.

Pero todo esto ahora no afectaba a Harry en absoluto, el tenía una sola meta, y abrazando con más fuerza la figura de Hedwig, se encaminó hacia el lago, ya hacía un punto blanco que crecía conforme se acercaba a él.

Cuando sólo estaba a unos pasos de la tumba, sintió miedo por lo que iba a ver. Pero en seguida advirtió que la tumba no estaba cómo él la había visto a través de otros ojos, ahora cerrados para siempre, y que el destrozo que una mano de largos dedos había causado, estaba ahora completamente reparado, salvo por una pequeña rendija, lo suficientemente larga como para dejar caer por ella una varita.

Por supuesto, la había traído con él, y puesto que lo había prometido, era lo primero que debía hacer. Buscó en su túnica y encontró el tacto frío de la varita de corazón cruel que a tantos hombres había convertido en asesinos y cuya última víctima había sido el mismo Harry.

Sin dudarlo un momento, se acercó a la hendidura en el mármol e introdujo la varita por ella. Harry oyó lo que en otras circunstancias hubiera sido un escalofriante sonido, pero que él le trajo alivio al saber el peligro del que libraba al mundo, el crujir de unos huesos contrayéndose: la varita había regresado al único dueño que la había merecido.

Inmediatamente el mármol se cerró y Harry se apartó, retrocediendo unos pasos para colocarse a los pies de la tumba blanca.

Alzándola ante sus ojos, Harry contempló la estatua de la hermosa lechuza blanca que le había acompañado durante sus primeros años en el mundo mágico, y vio a una amiga, una amiga querida a la que añoraría siempre, y que nunca abandonaría su corazón.

Y eligió que ocupara un lugar en él tan importante cómo el del hombre que yacía bajo el mármol, así que colocó la estatua sobre la tumba y se alejó para contemplarla confundiéndose el blanco de sus plumas con el blanco de la piedra. Y entonces sucedió.

Fue como si la tumba recibiese las garras de la estatua, que se soldaron al mármol, mientras desde el castillo una bola de fuego brillante volaba hacía donde se encontraba Harry, y lo sobrepasaba para ir a situarse justo detrás de la estatua. Y Harry vio como Fawkes abrazaba a Hedwig con sus alas, ocultándola de la vista durante un momento, para después extenderlas, al tiempo que la lechuza hacía lo propio, expandiendo sus blancas alas debajo de las rojas, en posición de despegue y con la fiera y orgullosa mirada clavada en Harry, que no podía moverse.

Finalmente, Fawkes alzó el vuelo grácilmente, y se posó en el hombro de Harry. Ambos contemplaron durante un momento a la lechuza sobre la tumba, y, con una sonrisa en el corazón y sus mejores deseos puestos en todos aquellos que ahora, sabía, ya siempre estarían a su lado, Harry dio media vuelta, y volvió a Hogwarts, al hogar que había logrado salvar y a un futuro en el que por fin podría decir que sobrevivió.


Ahí está, no busco que le guste o le deje de gustar a nadie, es algo que tenía que hacer y ya está. También se me desgarró el corazón por Dobby, y, por supuesto, por Fred, Lupin y Tonks, por el padre de Tonks, y por todas las almas que abandonaron ese mundo de ficción que para todos nosotros lectores de Harry Potter, está tan cerca y es tan real. Por eso creo que entenderéis mi pena y acompañaréis mi sentimiento.

Se ha terminado Harry Potter, pero siempre nos quedará volverlo a leer.

Un saludo a todo el mundo,

Laslu