Prólogo

Sobre Prontera caía el implacable velo de la noche. El oscuro cielo había sido salpicado con nimios puntos blancuzcos y una gran luna que brindaba una luz albina a las aceras y edificios de la capital.

Por el pavimento caminaba exánime una muchacha, dejando un rastro de líquido escarlata. Su mano apretaba fuertemente su torso jadeante intentando contener una certera estocada que le habían propinado a la altura del estómago. Avanzó dificultosa dentro de un callejón, ahí la luz avasalladora de la luna se colaba tímidamente por entre los edificios convirtiéndose en un tenue fulgor. Se dejó caer y lloró.

Nunca había sentido tanto miedo y angustia, parecía sufrir con cada sollozo, luchando con su respiración entrecortada. Recordaba su primer día de acolyte, las peripecias que tuvo que superar para lograr la aceptación del Padre Mareusis. Escondió su cabeza entre sus piernas. ¿Donde estaban los knights de Prontera en ese instante? Se caviló resignada. Se supone que su institución era el ente encargado de velar por la seguridad de los ciudadanos y he ella ahí, desangrándose al borde del desmayo.

Unos pasos interrumpieron sus pensamientos, levantó la cabeza y miró horrorizada. Sus pupilas se dilataron ante la imagen de un assassin frente a sus ojos. Nunca lo había visto antes, sin embargo le inspiraba un desasosiego inusitado e irracional. Las palmas de la muchacha se constriñeron contra su pecho. El asesino caminó parsimonioso en dirección a la acolyte que yacía en el piso. Dudosa alcanzó el mazo que llevaba en la faja y lo empuñó improvisando una cara de coraje. El assassin se detuvo a menos de un metro de la joven. Una columna de luz le iluminó la mitad de su rostro; surgió entonces

un semblante impertérrito, con un par de ojos azules asomados sobre una gran y gruesa bufanda rojiza.

Como hipnotizada contempló esas canicas azuladas, sentía una extraña fuerza de atracción hacia ellas. Sin que ella se diese cuenta, el joven avanzó, como acostumbraba, lentamente y levantó su brazo. La muchacha despertó del trance para ver acercándose a ella velozmente un destello en la mano del assassin.

El katar dio una acertada estocada en el pecho izquierdo de la mujer, atravesando tejidos y músculos, llegando finalmente a su corazón. El cuerpo cayó inerte al suelo sin hacer ni un sólo ruido.

El joven de los ojos azules desapareció con una sonrisa ufana, mimetizándose con las sombras del crepúsculo.