LÁMPARA PARA OTRO SOL
Un recuerdo de Sol
We Tripantü
Podemos ver un atardecer de oro y café. Si se tiene el calendario a mano, un buen calendario, marcaría la fecha del solsticio. Es el Bosque Everfree, terrorífico como nunca antes se había visto, los árboles perennifolios burlándose con sus hojas de las caducifolias ramas desnudas; animales hibernando en madrigueras subterráneas; y la nieve sagrada espumeando de amor sobre las montañas.
Por entre dos montañas abiertas como lanzas entrecruzadas, se puede una pequeña aldea... ¿O es una feria? Una feria que no puede verse con ojos mortales, sosteniéndose en el espacio que hay en medio de una celda de un panal y el lamento de un cuervo.
Hace frío: pero el lugar rebosa de color y actividad.
Pueden verse pequeñas tiendas como botones de mil colores sobre género verde. Muchas máscaras, pieles rituales de animales cubriendo hombros hechos de piedra, el aroma de mil alimentos cocinándose y reposando en los escaparates.
Una llama de color inmaculadamente blanco, apoyado en un bastón azul, se detiene a medio camino. Lleva un chuyo sobre la cabeza, un bolsito tejido, y detrás de él, camina una pegaso amarilla como las hojas de otoño, de ojos del color del mediodía y crin rosada, usando una sencilla manta beige hecha a telar; ella lleva un bastón cilíndrico verde.
—Mira, Fluttershy —la voz reposada de la llama relaja los nervios de la pegaso—. Ya está todo listo para celebrar.
—Um... Huáscar... ¿Qué celebramos? —susurra ella.
La llama se ríe.
—Los huemules de la Meli Witran Mapu lo llaman We Tripantü, la "Nueva salida del sol". Es su equivalente al año nuevo, y es también el año nuevo de nosotros los Lissen. Se celebra que el Sol sigue saliendo, que el mundo ha sido renovado para seguir viviendo. ¿Existirá alguna mejor forma de despedir el año que con un solsticio? Si es que existe, este kallawaya no la conoce.
La pegaso sonríe y camina, ya con más confianza en su corazón.
Manante es un término que engloba a todos los que son capaces de usar el Maná, la energía del Universo, bastante más exacto que la palabra "mago". Lissen es una palabra ancestral usada para nombrar a los Manantes que usan su poder por el bien de los demás. Fluttershy conoció aquel vocabulario en la instrucción que recibió de Huáscar, el kallawaya.
Un año. Un año instruyéndose en la magia, las hierbas y la naturaleza. Había pasado con éxito su prueba y ahora es una kallawaya de pleno derecho. E incluso más... los más altos cargos de la orden querían darle un manto fino con hilos de oro, pero ella prefirió y prefiere la sencilla manta de lana que Huáscar le regaló cuando se conocieron, junto al camino que pasa por su casa.
Fluttershy se sorprende al entrar y ver los puestos con dulces, juegos y máscaras, sobre todo máscaras. De diversos materiales y formas, algunas tan grandes como una cabeza, algunos antifaces emplumados. Algunas hechas de madera, y otras hechas de hueso.
Quien está detrás del escaparate era una hembra de corzo, pintada con líneas azules en su rostro. Trae un manto gris, y una horrenda cicatriz en su garganta. Antes la había visto: su maestro la llamaba Kaley.
—Esto es sin fines de lucro —dice Huáscar, riendo con jovialidad: no parece tener cinco mil años. Kaley sonríe cuando él toma un antifaz blanco, adornado con líneas rojas y plumas de pavo real—. Para nosotros el dinero no sirve. Saca lo que quieras. Diviértete.
Fluttershy quiere contestar, pero le da risa al ver a Huáscar con la máscara, y la ronca risa de Kaley, como el rasgueo de un arpa, la anima a reír más.
—¿Y por qué celebramos esto? —pregunta Rainbow Dash descansando sobre una nube, mientras debajo ve a la pequeña multitud que llena la feria.
Gilda parece más viento que grifo, recostándose cerca de ella en una posición tradicional de la nación gauta. La pegaso la había acompañado a sus glaciares natales, casi en el tejado del mundo, y pudo conocer la provincia natal de Gilda, Gautland.
—Sé que celebramos que el sol continuará saliendo. Aparte de eso no sé nada.
Rainbow sonríe.
—Qué buena maestra eres...
—Mi maestro no me enseñó sobre esto —regaña Gilda con enojo fingido—. Se supone que debes respetarme.
Ambas se ponen a reír.
Un año que gracias a Gilda ella podía seguir viviendo. Un año en el camino de volverse una chamán de fuego. Chamán, aunque a Rainbow le gusta más su traducción al idioma grifo: Völva. Un año, contando desde la primera experiencia paranormal de su vida, hasta que pudo llenar el cielo con estrellas de fuego.
Y todo gracias a Gilda. Ella la llevó a su nación, el Reino Grifo, el Greif Reich, Greifland. La llevó a través de inmensos territorios desolados, salpicados por casas comunales de amplias chimeneas, tierras de jinetes sobre tigres dientes de sable. A través de los glaciares y las costas congeladas donde se sobrevive a fuerza de grasa y carne, y donde se vive y se duerme bajo una penumbra total, pues el sol se olvida de aparecer.
Allí Rainbow conoció cosas otrora vetadas a los ponis. Aunque le costó el doble. Jamás olvidaría el ojo sano de Wotan, aquel que los extranjeros llaman Odín...
—¡Gilda, baja de ahí! ¡Puedes caerte y herir a alguien! —grita un gamo mirándolas. Antes, Rainbow oyó que lo habían llamado Anmergal.
—¡Ya bajamos! —le gritó ella— ¡Deja de quejarte!
El gamo bufa y se aleja, la pegaso puede ver que sus pezuñas no perturban el pasto.
—¿Cómo pueden preparar todo esto si no cobran? —quiere saber Rainbow.
—No sé —contesta Gilda, afirmándose en su cuerpo de grifo y no en el viento.
—Para ser una maestra, no sabes nada —se burla la pegaso, amistosamente.
—Ya verás... —gruñe riendo la grifo.
Una poni rosada salta de aquí para allá probando los dulces. Las criaturas, de todas las razas, miran y se ríen.
—¡Pinkie Pie Pastelito Perdido, cálmate! —grita una cabra cuyos movimientos y gestos faciales presentan claros síntomas de enfermedades mentales— ¡Pastel pasado por pasta preparada por pocos poetas parsimoniosos! ¡Si comes tanto tu estómago crecerá tanto que explotará!
La poni terrestre rosada vacía una fuente rellena con agua de maíz dulce. Alza su cabeza, y sus ojos buscan instintivamente la mente de su maestra.
—¡Aahh! —rezonga Pinkie Pie, como una potranca— ¡Nunca había visto tantos postres! ¡Y son tan diferentes! ¡Parece un carnaval!
—En realidad lo es —dice una hermosa bisonte anaranjada, con el rostro pintado de blanco y verde, y con un tocado de plumas en la cabeza. Por alguna razón, supone que su nombre es Windheart.
—¡Mucho mejor! —grita animada la poni terrestre.
—¡Pasteles de pantano! —grita animada la cabra.
No sólo son diferentes razas, son diferentes mentes, sombras y psicologías. De eso se trata leer las mentes, conocimiento que Insanity le entregó. Aunque Pinkie aún no lo domina bien, y sus mentes parecen difuminadas, como a través de un velo de seda, pero resultan lo suficientemente nítidas como para darse una idea de sus procesos mentales.
—¡Esa es la idea, flor de fresa! —contesta la cabra alzando las patas. Es fácil distinguir su mente: es un vórtice negro rodeado de cientos de tonalidades azules— ¿Y dónde está la música?
La cabra le arrebata una mandolina a un lobo y comienza a tocar una animada tonada. Pinkie comienza a bailar.
La cabra cierra un ojo y va cambiando de ritmo, mientras la poni comienza a bailar de acuerdo a la danza que su loca amiga conjura con sus pezuñas.
Cada vez más rápido y más frenético, hasta que casi parece un episodio de epilepsia. Al final, y sin que nadie pueda ver bien cómo, la cabra está enredada con las cuerdas de mandolina y Pinkie ha girado tanto que está mareada y amenaza con liberar todos los dulces que ha comido.
—Insanity... tenías razón... no debí comer tanto.
Inexplicablemente, Insanity se ha librado de su instrumento. Las dos hembras miran hacia el cielo, extendiendo los brazos. Los transeúntes las rodean.
—Sí, pequeña frutilla del tamarugal. Pero sé de algo que te va a subir el ánimo.
—¿Qué cosa?
—¡Angelitos de tierra!
Pinkie chilla de emoción.
Ambas comienzan a mover sus extremidades con euforia, marcando sus ángeles en el suelo. La aprendiza igual a la maestra.
—Ten, Víctor, come una manzana.
—Comes manzanas todos los días, Applejack. Prueba un dulce de piña.
—¿No preferirían una bergamota? —propone una loba negra con tatuajes en espiral de color blanco, y una túnica roída de un extraño color verde cieno. Antes había hablado con ella, Zursodda.
—¡A nadie le gusta esa fruta! —contesta molesto Víctor. Reacción que Applejack considera normal cuando habla con aquella loba.
—A mí me gusta, y seguro a esta poni igual, ¿No es así? —dijo ella, sonriendo de una forma que siempre le incomodaba.
—Nunca la he probado —dice con sinceridad.
—¡Vete de aquí! —ordena Víctor furioso— ¡Intento decirle algo a mi aprendiz!
La loba se ríe y se aleja mientras habla consigo misma, comportamiento normal en ella pero no menos incómodo.
—Por favor, ignora eso —dice su maestro.
Applejack clava sus ojos de jade en los ojos azul claro de Víctor. Un zíngaro, un gitano, de color ámbar oscuro y crin negra, con una Cutie Mark extraña: la rueda roja de la bandera gitana, y en medio de esta una piña.
También ella fue contactada hace un año. Un año bajo las hojas de los árboles, un año estudiando el andar del viento. Un año desde aquel tenebroso encuentro en un cementerio, hasta el adiestramiento al que la somete Víctor. Y aún le falta mucho por aprender.
—Apple Bloom se divertiría mucho aquí.
—Tal vez —dice Víctor mientras saborea una rodaja de piña—. Pero este festival es sólo para Lissen.
Applejack se arregla el sombrero. Lo más difícil del entrenamiento es mantener el secreto. Nunca se había visto obligada a ocultar algo. Y es que el camino del Manante es solitario e ingrato: sólo aceptó ser entrenada por Víctor para proteger a su familia de los diversos monstruos que invadían la granja por la noche.
Fue la primera vez que había sentido miedo, y ese sentimiento se repitió demasiadas veces para su gusto. Sin embargo, entendió a lo largo de esos meses, que los peores monstruos pueden ser otros ponis.
—Esta noche descansa con calma —dice Víctor, como si supiera lo que pensaba, y Applejack sabe que aquello es muy posible—. Ya este año acabaremos con él.
—Eso espero —dice ella, con un rostro sombrío, y una voz que parece prometer venganza.
El zíngaro unta algo de crema de un pastel en su nariz, distrayéndola completamente de sus pensamientos.
—¿Así planeas recibir el nuevo sol? ¡Eres una vergüenza!
Antes de que ella pudiera contestar, Víctor hunde el pastel en su rostro, manchándola completamente. Ella se quita la crema de los ojos, y logra ver que el zíngaro se encuentra ya en el otro extremo de la feria.
—¡Eres muy lenta! —le grita su maestro.
—¡Ya verás! —grita ella corriendo tras él; pero se ríe.
—Usa el abanico así, Rarity-chan. ¿Olvidas que debes ser perfecta hasta en el más mínimo detalle? —gruñe un mapache tanuki vestido con un kimono de seda negro, adornado con seis kamon de un clan extinto en el pecho. Todo un patriota, diría más de un Lissen, y algunos pocos hasta se reirían.
—Yo no tengo manos —se defiende Rarity, levitando el abanico en la forma que el mapache le mostraba. Ella usa un kimono de color rojo, sin kamon porque según Kyuzo aún no se gana ese derecho.
—¿A quién le hablas? ¿A un perro? ¿Al aire? ¿A un fantasma? No lo sé, Rarity-chan, no sé con quién hablas, pero si me hablases a mí me sentiría muy ofendido, por semejante falta de educación y respeto.
Rarity entorna los ojos mientras reordena su oración. En más de una ocasión, su entrenamiento le ha parecido una pesadilla de la que ha querido despertar. En otras, sin embargo, ha sido completamente satisfactorio; o lo era hasta que su maestro comenzaba a corregirla.
—Yo no tengo manos como las suyas, Kyuzo-sensei.
El mapache asiente. La mejor forma de detener sus críticas es adularlo un poco, como ella por fortuna descubrió. Él se asegura su cinturón de tela y continúa caminando. Rarity se siente fastidiada con el tanuki. Pero también le tiene cierto cariño.
—Es cierto, hermano Kyuzo —le dice una inmensa criatura que los cubre con su sombra. Un oso panda que los observa con una tranquilidad eterna, un monje shaolin llamado Wong Fei Hung que Rarity habría deseado tener por maestro en vez de aquel mapache que es más dragón que mapache.
—¡Vete de aquí, cerdo plantígrado! —reclama Kyuzo. El pequeño maestro parece odiar a todos en el planeta, y a aquel monje más que a nadie.
—Deberías probar el té del león de Fu —aconseja alegre mientras los rodea con cuidado, sin darles la espalda—. Cambiará tu concepción del mundo.
—Mi concepción del mundo es perfecta, cerdo teijin —gruñe el mapache tanuki. A medida que el panda se aleja, dibuja con su abanico en el aire, un símbolo kanji que se remarca en fuego.
Aquello ya no le sorprende. Escribir con fuego en el aire es uno de los trucos más básicos, el primero que ella misma aprendió.
—¿Por qué tuvimos que venir acá? —pregunta ella; él alza una ceja, y la unicornio completa la frase—: Kyuzo-sensei.
—Porque debemos honrar la salida de un nuevo sol. Y porque nuevamente hay quienes logran apreciar dicho evento.
—¿Qué? ¿Quién? ¿A qué te refieres?
El tanuki simplemente la ignora y continúa caminando.
—¡No te contestaré nada, Rarity-chan, a menos de que me nombres con el respeto que me debes!
Ella ahoga un gruñido. Sí, igualmente pudo haber pasado un año, como tres años, o la eternidad en un segundo. Desde que ese mapache más dragón que mapache llegó furioso a su boutique, hasta aquella noche donde incendió el cielo con penachos admirables. Rarity se abanica. Es una dama y una shugenja; elegante y bella. Por lo único que tolera a aquel gruñón mapache es porque apreciaba la belleza y los buenos modales tanto como ella.
Aunque él tuviera una idea muy diferente sobre qué son buenos modales.
Un búho se posa en un poste y comienza a ulular. Una unicornio se le acerca.
—Aldebarán, deja de perder el tiempo. Quiero conocer a todas las Tradiciones mágicas que existen.
—Pfff —gruñe en un sonido poco propio de un búho. Alza el vuelo y se posa detrás de una carpa.
Desde atrás de esa carpa sale caminando un poni terrestre de ojos grises, color marrón y crin chocolate. No tiene Cutie Mark en su costado.
—¡Quién me mandó a traerte acá! ¿Dónde está ese cerebrito de Gabriel? ¡Él podría darte cátedras sobre cada estúpida Tradición Manante!
Gruñe, tratando de parecer serio, pero luego se desencaja de la risa. Twilight usa una capa verde. Debe usarla hasta pasar su Prueba, aunque ella no tiene muy claro cuándo será esa prueba.
Sí, como seguramente ya adivinaron: un año. Aunque ella también tuvo dos maestros. Sin duda Aldebarán nunca quiso enseñarle nada, pero aun así terminó dándole (sin darse) cuenta un par de valiosas lecciones.
Su otro maestro aparece a su lado, aunque ni Twilight ni nadie lo vio llegar. Es un unicornio blanco, de ojos azules, crin verde y una marca de un arcoíris en medio de dos nubes. Sin embargo, un ojo observador se dará cuenta de que ese arcoíris tiene los colores invertidos. Y que esas nubes son grises, no blancas.
—Reina Sparkle —saluda el unicornio, respetuoso. Parece tener la misma edad que ella, sin embargo, Twilight tiene la sospecha de que es tan antiguo como la Princesa Celestia.
Un año atrás habría pensado que eso era estúpido, pero en esos meses se había visto obligada a admitir que la ciencia no explicaba nada. No, no volvería a ser la misma después de ver el kundalini del Universo: Shen Long, el Dios Dragón que los Lissen y Manantes ven una sola vez durante toda su vida.
—Reina Sparkle, Reina Sparkle, Reina de un Reino que desapareció hace cinco mil años —bufa Aldebarán, pero Gabriel le da un golpe con el casco.
—¡Eres tonto o te haces! —le regaña— ¿Es que no oyes lo que dicen los pájaros?
—¡Los pájaros dicen puras estupideces! —gruñe el poni terrestre; sus ojos ya no parecen ojos de poni, pues su pupila se ha vuelto estrecha como la de un gato—. Voy por un burrito. Cuando dejes de hablar estupideces cursis, regresaré.
Twilight tiene que cubrirse la boca con un casco para no reírse. Sus maestros siempre discuten entre ellos, aunque ella sabe que entre los dos se complementan bien... si están en buenos términos.
Un Brujo. Un Maestro Rúnico.
—Cálmate, Aldebarán —dice ella—. No es para tanto.
Todo aquello le parece tan maravilloso.
Un pegaso marrón, de crin gris y ojos negros, contempla el lugar detrás de una máscara gris que representa un zorro. Trae encima de sus alas una capa gris con bordes morados, según su maestro así entraría en sintonía con su animal totémico al usar sus mismos colores. Y aunque su maestro es sumamente irregular en su sabiduría, el pegaso está convencido de que aquello es cierto.
—¡Reaver! —oye que grita un poni terrestre marrón. Lo conoce muy bien: es Aldebarán y desde hace seis meses lo guía por el sendero de un Brujo.
—Maestro —dice con respeto el pegaso.
—Ve a disfrutar de la comida, pero jamás te quites la máscara.
—¿Cómo se supone que voy a comer sin quitármela? —pregunta confundido el pegaso.
—Pues inventa una forma, ¿Acaso tengo yo la clave del universo? ¡Tienes que aprender a investigar por tu cuenta!
Su maestro siempre le encargaba aquello, aunque Reaver no le hallaba mucho sentido. Todo su entrenamiento se basó en que él mismo iba descubriendo lo que Aldebarán quería enseñar.
—Permite que le dé un consejo —dice una cebra que trae varios collares dorados. La conoce muy bien: es Zecora.
—Nada de consejos, Zecora, mi alumno debe aprender que la vida no es una fiesta.
—Contigo guiándolo, no me sorprende que ya lo sepa.
Tiene que hacer un gran esfuerzo para no reír. Ella lo mira y se ríe. Sabe que si esa cebra habla en rimas es porque su magia está activa, y oírla hablar normal lo relaja.
—No es necesario que te pelees con mi maestro —dice Reaver amable—. Algún método encontraré.
—Oh, y vaya que lo harás, porque si te veo sin máscara, un escorpión te picará una pata.
Reaver traga saliva, bastante nervioso. Siempre ha odiado los escorpiones.
El lugar de la fiesta consta de dos amplias canchas y alrededor están los puestos con postres y máscaras. Desde arriba tiene la forma del símbolo del infinito.
Las seis amigas se ponen distintas máscaras —y, en el caso de Pinkie, disfraces— y deambulan por el lugar, maravillándose ante el arte de los Lissen: el cielo con ondas como el agua perturbada por un toque, los ojos de los brujos, cosas abstractas volviéndose concretas en los cascos de algunos, espíritus como niebla alrededor de otros.
Diversas Tradiciones, chamanes, magos, mentalistas, hechiceros, brujos, zahoríes; y esas son las que algunas pueden reconocer. Diversas formas de manejar el Maná, y cada una está siendo educada en una Tradición particular. Esto no es al azar, sin embargo, es la culminación de un plan que se estaba desarrollando desde hace siglos, desde antes que nacieran las Princesas que gobiernan Equestria.
Un unicornio bayo, de ojos verdes y crin gris, contempla desde la altura del glaciar aquella feria. En su costado tiene una marca en forma de bastón. En realidad él no está ahí, sólo su mente se separó de su cuerpo para poder mirar desde más alto.
Está feliz, aunque no lo parezca. Tantos años de sufrimiento finalmente están dando sus frutos, grandes y jugosos frutos, más dulces que cualquier manzana.
Sus compañeros inmortales se han esforzado mucho, han sacrificado sus vidas para poder completar ese plan y salvar toda la Naturaleza y el mundo.
Finalmente, está dando resultado. Traerán un Nuevo Sol.
