Toda la redacción de la revista comenzó a correr como loca por los pasillos, colocando prendas, artículos y fotografías a gusto de la exigente Miranda Priestly: Zapatos de suela plana fuera, por muy cómodos que resultasen, modelos que no fueran de su agrado, escondidos en lo más hondo de los armarios con el fin de retirarlos de su vista.

Andrea Sachs se sentó en su escritorio con total tranquilidad, pese a todo el jaleo. Emily aún no había llegado, algo ciertamente inusual. Seguramente habría recibido algún recado de última hora y estaría corriendo, bolsas en mano, por la ciudad. Andy solo pudo pensar en el repiqueteo de sus tacones contra el asfalto, de aquí para allá, mientras sus párpados se iban cerrando poco a poco.

¡Clack, clack, clack!

El abrigo de piel y el bolso de Miranda golpeando contra su mesa la hicieron volver en sí, consiguiendo que diera un respingo. Casi en el acto e intentando reprimir una sonrisa, murmuró un leve buenos días que le fue correspondido de fingida mala gana.

-Necesito ese par de vestidos de Oscar de la Renta- imperó, antes de traspasar las puertas de su despacho. La sequedad y neutralidad de su tono de voz era ya característica.

Al minuto necesario para tomar el recado apuntándolo en cualquier hoja, el teléfono de Sachs comenzó a sonar. Ya ni siquiera miraba la pantalla, sabía de sobra quién era. No en vano, aquella llamada se había convertido en una especie de tradición a su llegada.

-Esto es un asco –comentó de mala gana. Andrea se levantó y se colocó contra su mesa, apoyada frente a la cristalera que daba acceso a la sala donde, en esos momentos, Miranda estaba reprimiendo una mueca de repulsión. Por suerte, no hacia su persona- creo que en este mundo solo te libras tú de ser lo más falso y lo más plástico que haya recorrido las pasarelas…o bueno, haya escrito sobre ellas.

-¿Estás bien? –preguntó mientras la miraba de reojo por los cristales. Miranda volteó de golpe su silla, dándola la espalda. Emily ya había llegado.

-Estoy, que no es poco –se aclaró la voz- Con total sinceridad, hoy no tengo absolutamente ganas de nada en lo referente a la revista. Pero me apetecería un café ¿Desayunaste?

Cruzó los dedos interiormente a la espera de la respuesta, mientras fingía revisar un par de fotografías.

-No. Iré ahora mismo, señorita Priestly –intentó no sonar forzada y que su tono de voz fuese tan sumiso como el de cualquiera en ese edificio.

-En el Starbucks. Cogeré el coche–colgó de golpe y volvió a dar la vuelta al asiento, pudiendo ver de antemano la sonrisa estúpida que lucía el rostro de Andrea en esos instantes. Pero ella no podía permitirse el lujo en absoluto de sonreír dulcemente, a pesar de querer devolverla el gesto. Hacer cualquier cosa de forma tierna no era muy del estilo de la redactora jefe de Runway. Aquella reputación de mujer fría que ella misma se había forjado a veces la volvía loca.

-No te levantes nunca de tu asiento, solo eso. No habrá pasado tiempo desde que te lo advertí ¿Eh? –ahí estaba Emily, rompiendo el encanto.


-Pensé que lo tomaríamos allí–comentó cuando, al entrar en el coche, Priestly la recibió con un par de cafés y un muffin de arándanos.

-Decidí arriesgarme. Desayunaremos de camino al hotel, tengo algo para ti- a pesar de estar con ella, mantenía ese tono frío. Parecía algo automático.

Andy alargó el brazo, tomando la mano de Miranda entre la suya. Priestly apenas reaccionó, a pesar de que llevaban un par de meses juntas aun la costaba demostrar cariño, no era algo que la saliera solo.

A parte, debía cuidar su imagen frente a la prensa y una relación con una empleada traería de cabeza a quisquillosos de todas partes. Todos aquellos buitres que la rondaban no debían darse cuenta de que la mujer, fría como el hielo a la que fingidamente veneraban, estaba empezando a volverse blanda.

En el fondo, lo que dijesen de ella la importaba entre menos y nada. No era dada a sentirse herida por malos comentarios hacia su persona. Pero no quería arruinar la vida de Andrea. Debían ser recatadas y a pesar de que ello no era plato de buen gusto, más para la joven, no tenían más remedio.

-Come, el viaje es corto y espero que hayas terminado tu desayuno para entonces –apretó con suavidad la fina mano de la joven entre la suya, tenía la sensación de que si lo hacía con más fuerza, la rompería.

-Me gustaría que tomases algo también ¿Quieres? –tomó un pedazo del dulce y lo acercó a los labios de la mayor, que solo supo fruncirlos en señal de negación.

-Cierto, cierto…las tallas treinta y cuatro –murmuró con sorna antes de tomar el primer bocado.