NA: Nada, ni siquiera la idea, me pertenece, solo es mi encuentro con historias entrelazadas con trama similar.

Daré esta nota inicial como manera de explicación antes de embarcarse en la lectura. Para aquellos que leyeron la versión que comencé antes, he hecho cambios en la redacción y una modificación entera. Y desde ya les pido disculpas, aunque en realidad pienso que desde el largo tiempo que me ha tomado tener algo, esto ni se ha pasado por su mente.

Mi experiencia con este fic ha sido vergonzosa y decepcionante. Es la primera vez que me encuentro en el verdadero problema de no saber llevar al papel lo que pasa por mi cabeza. La historia estaba perfecta en mi imaginación, de principio a fin. Me ponía a barrer, ejercitarme o cualquier cosa e imaginaba todo lo que pasaba, escenas, diálogos. Me reía, sufría y todo bien. Tenía definido qué quería que pasara. Nada más me sentaba para hacer anotaciones o iba a escribir y no conseguía plasmar mi historia, y si lo lograba, no quedaba satisfecha. Y no podía continuar con mi historia original en el modo que la tenía, porque la cruda verdad es que no puedo con la primera persona después de un capítulo, y queriendo experimentar con él publiqué una historia que no conseguí llevar a su final en ese rumbo.

Así que después de pensarlo mucho, me puse a la tarea de reescribir el comienzo y avanzar a partir de ahí, de un modo más parecido a El impostor, con escenas más esporádicas y menos centradas en plasmar las acciones y más explicadas, porque del otro modo no conseguía continuar, todo me pareció muy soso a la lectura. No estoy del todo convencida con lo que plasmo, porque no me puedo deshacer del todo de la sensación que me provocaba de que no era lo que esperaba, pero quise terminarla como prometí y el resultado se encuentra aquí.

No digo que sea mala, porque ya pasó por una lectura, solo que yo pienso diferente. ¿Me entienden?

Evitando repetir la experiencia anterior, he esperado a tener terminada esta historia y publicarlas en dos extensas partes, que se encuentran a continuación.

Perdonen los errores y todo que parezca inadecuado, mi pequeña beta se ha desaparecido y no creo que vuelva en un tiempo.

Deberían haber muchas notas al pie, pero creí mejor que la persona en particular me mandara un PM, porque al menos buscar bastante para esta idea de fic me dejó conocimientos nuevos a montones.


Encontrados en el tiempo

por MissKaro


Primera parte


El aire pareció detenerse en medio del paraje ausente entre todo el follaje verde que habitaba el lugar. Los animales silvestres callaron y el sonido de las olas a los lejos hizo un silencio profundo, como si se hubiera dado pausa al tiempo y cada figura se tornara inmóvil en el espacio.

De repente, un corillo de voces infantiles, acompañado de risas, comenzó a sonar. El observante externo que por allí pasase, notaría que no provenían de un lugar en particular, así como de la nada surgieron. Sus voces comenzaron lentas y suaves, hasta adquirir mayor sonido.

…con su sonrisa eterna.

Y su mano noble, su frío corazón descongelará.

Las palabras parecieron adquirir sentido, y la música llena de algarabía continuó sin demora.

En Arendelle será amado.

Sí, ¡amado!

Y así de extraño como el comienzo de la melodía, un remolino de colores apareció entre los árboles; las nubes se abrieron y el sol iluminó aquel punto, que atrajo la luz como los girasoles en pleno florecimiento.

Y su mano noble su frío corazón descongelará, en Arendelle será amado.

Ocurrió una explosión de luces, que al desaparecer dio paso a una silueta femenina tendida en el pasto verde, de cabellos casi cenicientos, a pesar de ser rubios, y un cuerpo menudo semicurveado enfundado en un vestido azul brillante, como la atrayente pieza de joyería en su cabeza, una tiara llena de diamantes que centellearon con el sol.

La joven se dio vuelta y con su antebrazo cubrió sus ojos.

¡Felices por siempre vivirán!

Las voces entonaron aquella última frase antes de dejar paso al mismo silencio sepulcral, acabado cuando la joven rubia emitió un bostezo.

Los suaves sonidos del bosque continuaron y entonces la joven agitó su cabeza y frotó sus ojos con sus manos, para poner su cuerpo de lado, ladeando su rostro como si esperara algo. Sin embargo, unos segundos después comenzó a agitarse, su respiración se aceleró y su pecho empezó a moverse, igual que alguien sujeto a la desesperación.

De repente, se sentó de golpe y sus ojos se abrieron sin mesura, dejando paso a unos orbes cerúleos como el cielo sobre su cabeza, pero presos de una emoción que denotaban la maraña de pensamientos asustados que debían cruzar por su cabeza.

Ella contempló sus manos, estas soltaron una pequeña chispa de color que desapareció tan rápido como llegó. Luego miró a todas las direcciones, encontrándose con sólo árboles, pasto reluciente de rocío y algunas flores. No había nada más que verde, aunque se esforzara en buscarlo.

Elsa… Elsa…

Elsa…

Elsa…

Elsa…

Las voces cantantes hicieron eco repitiendo un nombre que provocó el ceño fruncido de la rubia y ningún ápice de reconocimiento en sus ojos, por mucho que prestara atención.

—¡Aaaah!

Soltó un brinco junto al grito ocasionado por un pájaro negro aleteando, para después presionar su mano derecha a su pecho, en la espera de que su corazón galopante se detuviera.

Con una mueca en su rostro, la rubia miró arriba y dirigió una mirada que prometía venganza al animal, que desapareció mucho más pronto de lo que un alma vengativa lo permitiría. —Sólo era un pájara —se dijo en voz alta la joven presionando sus finos labios rosados en una línea, con su mano ascendiendo a su garganta, donde trató de ralentizar su desbocada respiración y latidos, con un ligero brillo azul que podía pasar desapercibido para muchos, si estuviese acompañada.

Un momento pasó, junto a un movimiento de piernas y de esos labios escapó un suspiro, al que acompañó el cambio de postura en el cuerpo, que se puso en pie registrando su alrededor. Cualquier explorador lo habría achacado a la búsqueda de respuestas y formas de huida.

La chica golpeó su cabeza con la palma de su mano y toca su muslo derecho, poco más debajo de su cadera.

—Aunque es probable que si terminé aquí no lo tenga conmi… ¡Aaaah! —Otro grito aterrado escapó de la boca de la joven esa mañana, y sus pasos giraron sobre sí mientras estiraba el vestido de corte imperio de mangas, que acarició cuando deslizó sus dedos sobre la falda de amplia caída.

—¡Ya basta de esta broma! —exclamó la joven con voz firme antes de agitar su cabeza con incredulidad y abrazar su cuerpo en consuelo. —Por favor… —pidió con un toque más tembloroso. —Ya está bien, ¡aprendí mi lección! ¡O lo que sea!

Las voces infantiles volvieron a repetir el nombre de Elsa tres veces y los ojos de la joven adquirieron el brillo de las lágrimas contenidas.

—¿Qué quieren? —cuestionó, sin que las voces respondieran.

Sus hombros se encogieron a la vez que su cabeza se elevó en un aire capaz de rivalizar con la aristocracia, con la frente en alto y los ojos velados.

Elsa… se escuchó de nuevo.

—¿Van a salir? —inquirió con pura ironía en la voz. Una sola lágrima escapó de su ojo derecho, deslizándose por su mejilla, pero fue borrada con el dorso de la mano sin abandonar la expresión de dignidad de su cuerpo.

Las vocecillas no contestaron y la única respuesta que obtuvo fue un relincho a su derecha.

—Vamos Sitron —animó una voz masculina en un idioma similar al que había estado utilizando la joven, que era noruego. No obstante, a pesar de ser danés, ella hizo expresión de comprenderlo, pero frunció el ceño y tragó saliva.

La rubia debió entender que la voz no era dueña del llamado a Elsa en el mismo momento en que un jinete pelirrojo, montado en un equino marrón de crines blancas y negras, surgió entre la maleza azuzando al animal. Ella debió saltar para hacerse a un lado y salvarse de ser arrollada por el jinete de ropas oscuras, que en realidad eran un traje de bastante calidad y pertenecían a alguien de la realeza o de alto rango, por los emblemas e insignias característicos que portaba, junto los detalles con que se notaba fue confeccionado.

En aquel salto por salvar su vida, la joven perdió la tiara brillante de su cabeza, que fue a parar a unos pasos de ella.

El jinete de cabellos rojizos detuvo con palabras suaves a su caballo y desmontó; la rubia se sentó y lo observó acariciar las crines con cariño y sacar una manzana de su alforja para darla a comer a su compañero mamífero, con una sonrisa de agrado que hacía embellecer sus facciones de por sí apuestas.

Los orbes de la rubia seguían hipnotizados los movimientos del pelirrojo, como metidos en un sueño, que aumentó su encanto al girarse por completo el hombre. Poco faltó para que ella soltara un jadeo, por su expresión atónita.

La sonrisa del varón desapareció para entrever un entrecejo fruncido y luego ladear la boca en un gesto de socarronería.

Ella nada más pudo contemplar la cara del pelirrojo, llenándose de sus facciones. Un rostro perfilado y de apariencia aristocrática, tez ligeramente bronceada, dos patillas alargadas, orbes esmeraldas, una nariz respingada y pómulos poco realzados; casi perfecto si unos cuantos detallen no arruinaran el efecto, una cicatriz pequeña en la barbilla, la impresión de que su nariz estaba un poco torcida, como si se la hubiese roto en el pasado, en los veintipocos años de vida que se le calculaban, y la frialdad y misterio impregnados en su mirada.

Él cortó la distancia entre ambos, pero dio un paso atrás cuando ella, instintivamente, elevó sus manos.

En ese instante, ella suspiró.

—No tiene que usar sus poderes en mí, reina Elsa —habló el hombre en el mismo idioma que usara la joven—. Actuaría diferente si quisiera hacerle daño —agregó con evidente sarcasmo y lo que pareció un diminuto cambio en sus ojos, dando muestra de un ligero dolor.

Ella se estremeció y se puso en pie sin apartar una mirada sospechosa del pelirrojo, notando la intriga con que los orbes de él la perseguían.

—¿Reina… Elsa? —musitó en tono angustiado ella, dando un paso atrás—. No…

Ella era consciente de que aquel no era su nombre, porque no respondió antes cuando lo escuchara, pero el otro parecía convencido de que lo era. No lo dijo en voz alta, mucho menos cuando él se inclinó a recoger la tiara que ella no había visto ni sentido de peso en su cabeza.

—¿Reina Elsa? —El hombre utilizó un tono dudoso, aunque ella no se dignó a responder.

Se limitó a correr.

Corrió como si la vida se le fuese en ello, con la respiración acelerada, sin notar que empezaba a escucharse un sonido de olas golpeando contra rocas, en la dirección a la que iba, por lo menos no demasiado rápido como para no ser alcanzada.

Se detuvo un segundo a recuperar su respiración, sin mirar sobre su hombro; entonces alcanzó a distinguir la voz del hombre.

—¡Deténgase! —gritó su perseguidor—. ¿Por qué siempre tiene que huir! —continuó con frustración, sin denotar cansancio, y la joven sonrió de lado, pero gimió, echando a correr de nuevo, con piernas temblorosas.

Dejó escapar un grito y una queja al ser cogida de la muñeca izquierda, impulsada hacia atrás y tener que aterrizar en el pecho del cobrizo, que la abrazó contra su cuerpo, en el que ella pareció enteramente reconfortada, persiguiendo su olor y descansando con el latido acelerado del corazón del otro, tal como el de ella.

La rubia se tensó, y el brazo derecho de él dejó de rodearla, pero su mano gruesa se colocó sobre su hombro izquierdo; se separaron un poco e hicieron contacto visual, ella alcanzando la altura de sus hombros, él sin dejar de ser bastante alto.

—No quiero hacerle daño, Reina Elsa. —Utilizó una voz solemne, como de juramento; pese a ello, ella no dio su brazo a torcer y forcejó para soltarse, aunque él fue más firme en su agarre; luego, le dio vuelta.

Ella jadeó y con rodillas temblorosas, contempló la inmensidad del mar índigo que colindaba con el acantilado sobre el que se encontraban, con filosas rocas a sus pies. Fue sujetada para no caer de la impresión por el hecho de haber estado a punto de morir, y dolorosamente.

Sus manos delgadas adquirieron un brillo azul y una serie de copos de nieve surgieron de entre ellas, acompañadas de un aire gélido que ocasionó en ambos un escalofrío.

—Reina Elsa… —susurró el pelirrojo en su oído, con suavidad y temor. Él acababa de salvarla de la muerte y la estaba regresando a la tierra. —Tranquilícese… por favor —lo último lo pidió entre dientes— Sé que puede dominarlo… No tema.

Ella asintió y los copos desaparecieron, el hombre acababa de revelarle tener conocimiento previo sobre la magia demostrada. —Salgamos de aquí —indicó ella en un murmullo.

Él asintió y le mostró hacia dónde andar; ella abrazó su cuerpo y se dio un pellizco como para salir de esa pesadilla, sin que ocurriera nada.

No era para más, había aparecido en medio de la nada, sido confundida por una reina y estado a punto de morir.

[-]

Ambos jóvenes retornaron al sitio inicial, en silencio, con rostros pensativos, presumiblemente sumidos en lo que pasara por sus cabezas tras los sucesos transcurridos. El verde follaje les fue ajeno en todo el camino, que tampoco apreciaran en la carrera antes realizada.

—¿Dónde estamos? —preguntó ella cuando el caballo dejó de pastar y se acercó al jinete pelirrojo con docilidad.

—En las Islas del Sur, Majestad —le dijo el otro mirándola con detenimiento, quizá preguntándose a qué iba todo eso, o haciéndose sus propias conjeturas.

Ella asintió unos momentos. —¿El condado? —inquirió ladeando la cabeza sutilmente, con el rostro delatando que buscaba averiguar dónde era eso precisamente.

Su interlocutor entornó sus ojos y negó con un movimiento de cabeza.

—El reino —respondió secamente.

Ella movió los ojos un instante, en sorpresa, miró sus manos rápidamente, como si tuviesen la respuesta a sus interrogantes y abrió la boca de nuevo. —¿En qué día nos encontramos?

Aquello le granjeó una mirada de sorpresa del cobrizo. —Veinte de junio.

Tragó. —¿De qué año? —expresó sin un ápice de sentimientos.

—Un mil ochocientos treinta y nueve.

La rubia asintió en agradecimiento sin dejar traslucir los sentimientos y pensamientos asfixiantes que debieron atenazarla con aquella respuesta.

—Reina Elsa… —El cobrizo habló en voz alta, justo cuando las manos de ella comenzaron a temblar, atento a aquel movimiento, como si fuera preocupante.

—No… No soy ninguna reina —replicó con el mismo aire magnánimo que tuvo cuando quiso enfrentar a las voces burlescas de momentos atrás. —Els… —pidió con una ligera sonrisa invitadora.

Els… —Él hizo un movimiento lento probando el nombre. —¿Qué recuerdas? —Tuteó entonces, con una sonrisa ligera y unos ojos oscurecidos de reserva, que ocasionaron un escalofrío en el cuerpo de la rubia.

—¿Quién eres? —repuso ella con un dedo alzado, iluminado por su magia; sin ser demasiado amistosa ni intimidante, más como un recordatorio de que no pretendía ser burlada.

Él alzó sus manos en gesto de paz y ella alargó su sonrisa sin ser pretenciosa. Debía ser lista alrededor de aquel sujeto, ni amigo ni enemigo—por el momento no lo sabía—; era quien podía ofrecerle su ayuda, aun cuando debía cuidarse.

—Hans Westergård, príncipe de las Islas del Sur, su humilde servidor, Elsa de Arendelle. —Realizó una venia. —Els.

—¿De qué nos conocemos? —Els decidió ignorar el que utilizara el Elsa de Arendelle, el nombre que le pidió bien parecía un diminutivo.

—Nos conocimos dos años atrás en tu coronación —explicó el otro vagamente, atento a lo que ella hiciera con la información, por su mirada.

Ella entrecerró los ojos y suspiró, sin saber con exactitud cómo preguntarle por más.

—No recuerdas la coronación, entonces. —Él adquirió una pose pensativa y llevó los dedos de su mano derecha a su barbilla, donde se encontraba la cicatriz. —¿Qué es lo que recuerdas, Els? —En esa ocasión se notaba más familiarizado con el nombre empleado.

La rubia desvió la mirada y contempló al caballo en lo que decidía su proceder. Era claro para ella que no se encontraba en posición de actuar en un entorno desconocido.

Suspiró largamente.

—Ayúdame —susurró mirándolo y haciendo descender su mano.

Él sonrió y asintió, guiándola prontamente hacia su caballo.

Cualquiera podía decir que a ella no le gustaba nada de lo que estaba ocurriendo.


.EPOV.


Las circunstancias no podían parecer más risibles—histéricamente—para Els, mientras era transportada furtivamente en lo que parecía las afueras de la ciudad donde se encontraban, las Islas del Sur, como él había dicho con anterioridad.

El transcurso entre el bosque y el cual fuera el sitio al que se dirigieran habían carecido de conversación, que ella agradecía en sobremanera por cuanto se cruzaba ante sus ojos. Más de una vez la apariencia de aquel "pueblecillo" de casi mitad de siglo habían sido objeto de sorpresa y desasosiego ante el significado de todo ello.

No se habían cruzado, sorpresivamente, con algún alma; el hombre que la acompañaba parecía saber exactamente los caminos más solitarios que tomar, aun en pleno día, a menos que las personas evitaran cruzarse con él y evitaran su presencia de un modo u otro. Todo ello le había hecho sospechar en lo que el otro haría, pero había calmado sus ansias con la simple explicación de que pudo deshacerse de ella desde mucho antes.

La hacía pensar, también, que él estaba acostumbrado de escabullirse y hacer que su persona pasara desapercibida para los ciudadanos de allí. Tal vez el ser príncipe le hubiera hecho tomar medidas con el fin de tener un poco de paz.

Independientemente de ello, más relevante era que todo con lo que se cruzara le proporcionara un toque de histrionismo. Los caminos desproporcionados de tierra, un molino hidráulico en uso, la ausencia de automóviles y edificios a los que estaba acostumbrada, pocas huellas de contaminación. Era demasiado para su cordura. Ya había asentado, con hechos, la fecha proporcionada por Hans.

Fecha que, sin embargo, no era la suya. Ella pertenecía a otro tiempo, 173 años más adelante, y tenía temor por las implicaciones que eso supusieran.

Un atisbo de "magia" en su vida no era novedad.

Todo en su vida era posible, si tomaba en cuenta que desde que tenía uso de razón tenía poderes de hielo. Por eso su reaccionar pasó de la respuesta incrédula inicial, de alocada a serena, primero sus emociones saltaron por lo alto y luego se calmaron como para permitirle pensar.

Finalmente, en lo que parecieron horas, y sacándola de sus reflexiones, el caballo fue detenido frente una pequeña casa, todavía en las afueras de la ciudad.

Él descendió y la ayudó a bajar.

Mientras ataba al caballo junto a un bebedero lleno de agua, al costado de un fardo de paja seca, ella se dedicó a observar el exterior de la casita, preguntándose qué irían a hacer ahí. Tenía el aspecto de una cabaña, completamente de madera, a excepción de la chimenea de piedra que sobresalía por lo alto; las ventanas tenían un aspecto sucio y el porche le dio la sensación de que había visto mejores tiempos, algunos de los escalones que daban a él estaban medio raídos.

No lucía habitable.

Aunque no era nadie para dar una crítica en voz alta a las posibilidades de la persona que vivía ahí, quizá solo a los motivos que llevaban a aquel "príncipe" al lugar.

Eso le dio mala espina.

No era como si el conocimiento de sus poderes—entiéndase que no los suyos precisamente, sino de quien le confundía—, y la supuesta relación del otro con la Reina no hubieran alzado sus sospechas. Le daba el beneficio de la duda por haberla salvado y que no había a quién más recurrir.

Él se colocó a su lado y le ofreció su brazo con una sonrisa apaciguadora, que no tenía nada de ello, pero ella lo ignoró movida por la curiosidad de todo eso. Nadie llevaba a un lugar así a una reina.

Ella le indicó al pelirrojo que le precediera, ganándose un suspiro de su parte. El sentido común le decía que si salía una rata u otra, él debía de enfrentarlo primero.

La puerta crujió cuando el otro la vio y a ella le sobrevino un escalofrío ante la visión frente a sus ojos.

Cualquiera habría admitido que ese lugar no era el sitio adecuado para que una reina, como pensaba él que lo era, estuviera. Además de que no había nadie, estaba lleno de polvo y suciedad, en clara indicación de que nadie vivía en el sitio.

Eso descartaba que fuesen a buscar a alguien.

Él dio un paso adelante y se hizo a un lado invitándola a entrar. Perpleja, Els lo hizo, observando la pequeña habitación, un catre al fondo, lo que parecía una pequeña cocina, una mesa con tres sillas, un sillón amarillento frente a una chimenea y nada más. A un costado del catre había una bañera de metal y una bacinica, y vio una escoba vieja junto a la cocina.

Els respiró y tosió un poco cuando el aroma a viejo llenó sus fosas nasales, pero no dejó traslucir alguna clase de sentimiento en su rostro.

—¿Qué hacemos aquí? —interrogó con la mirada fija en el orinal; queriendo evitar los pensamientos incómodos que acompañaban a un siglo sin mucha constancia de salubridad y post-modernidad.

—Permanecerás aquí hasta que decida qué hacer —manifestó él, y ella podría haber jurado que notaba una especie de burla y satisfacción contenidas.

Sus palabras le cayeron como una patada al estómago y lo miró de reojo, conteniendo las ganas de matarlo. —¿Disculpa?

Daba muestras de ser un príncipe venido a menos si eso era lo mejor que podía ofrecerle.

—Supongo que no es lugar para alguien como tú —comentó con fingida seriedad el otro.

Ella casi puso los ojos en blanco; consiguió contenerse y disimular.

—Hasta hace un par de años, yo tampoco —musitó el cobrizo por lo bajo, que casi ella no pudo captarlo.

Hans Westergård suspiró después de unos segundos; ella permaneció en silencio cuestionándose si más adelante no adquiriría una enfermedad estando en aquel sitio.

—No puedo llevarte al castillo en este momento, Els —le hizo saber el príncipe—. No estamos en las mejores relaciones ahora. Y una dama sin compañía no estaría bien; aquí puedo contratar a alguien, mas haría muchas preguntas y sospecharía de ti. Si no recuerdas mucho, puede que cometas, eh, un error. O podría hacerse ideas equivocadas de ti y de mí.

Asintió, encogiéndose de hombros. Lo más conveniente en ese momento era no meterse en problemas y descubrir cómo salir de ahí y volver de adonde provenía. Tampoco era que pensara pasar mucho tiempo en esa época. Ni muerta.

—Habrá que adecentar un poco este lugar, hacerlo un poco más… acogedor —dijo ella con la suficiente amabilidad que podía ofrecer, resultado del curso de Hostelería que estaba tomando para sus planes futuros, y la contribución de su madre con sus obras de Teatro.

—Sí, me parece bien. Iré al banco por dinero y comida, y lo que puedas necesitar —habló él sin pausa, apresurándose a la puerta que dejó abierta. —Tendrás que esperar aquí. Siéntete como en casa.

Aquel era el eufemismo del año, se imaginó ella cuando él cerró la puerta, dejándola allí abandonada, no ofreciéndole más explicaciones. Se las pagaría cuando no tuviera suficientes motivos para gritar enfurecida, indignada y aterrorizada a los cuatro vientos.

Se ahorró el recorrer los metros cuadrados de "su casa" y acudió a la ventana con manchas que entorpecían ver hacia fuera, colocando, con asco, una mano en las cortinas.

Desconocía qué estaba ocurriendo allí y cómo podía salir, en esos momentos sólo quería desaparecer. Y lo haría si no supiese que no tenía a dónde ir.

Movió su pie derecho en desesperación y el único sonido que escuchó fue el constante golpeteo de la zapatilla contra la madera del suelo. Hasta el momento se encontraba en ese sitio—sin saber a quién acudir por respuestas—, por lo menos debía agradecer no estar a la completa deriva; no acostumbraba a hacerse para atrás ante los retos, y ahí tenía uno grande.

Su mirada se posó en el sofá desgastado y dio un paso hacia él. Debía ponerse manos a la obra si quería que estuviera decente antes de que llegara el atardecer.

Si ella fuese una reina, encontrarse en ese lugar sería espantoso, y que el otro la ubicara allí, imperdonable.

Sin embargo, ella no era la dichosa Reina Elsa.

Ella era Eloísa "Els" Christensen, nacida a finales del siglo XX, con mucha más entereza para enfrentarse a circunstancias como esa. Limpiar no suponía, en sí, tanto problema, como lo era estar 173 años atrás en el tiempo.

Se tragó un grito histérico y observó a su alrededor.

—No es tiempo para ponerte en esas, Els —masculló pensando entre reír o llorar, deseando despertar de esa pesadilla.

Arrugó la nariz pensando en el dichoso príncipe, que le dejó allí, como si nada, prometiendo volver. Si fuese una reina estaría echando humo y ya habría pensado en justificaciones para cortar su cabeza (¿era eso, todavía legal en la época?). Ya podía tener claro que los términos entre el príncipe y la reina no eran muy buenos; el desacuerdo se lo estaba cobrando aquel…

—Hijo de puta —espetó con el coraje acumulado por lo que estaba pasando.

El día de su nacimiento Dios, Thor, Buda, o quien fuera, se había afanado con ella.

Els agitó su cabeza y sonrió, volviendo sus pensamientos al atractivo pelirrojo, que a la vez era un zángano. Para mala suerte de aquel, ella no era ninguna reina. Así que quien se llevaría una sorpresa, sería él.

Le había dejado la tarea de limpiar.

Se sentó resoplando en el sofá, haciendo saltar una nube de polvo.

Tosió innumerables veces.

Una cosa le quedaba completamente clara, los hombres no habían cambiado mucho en los años de diferencia entre su época y la presente: salían corriendo cuando deberes domésticos se trataba.

[-]

Els, con la acostumbra lógica fuera de lugar en su vida, habría pensado que el afamado príncipe no tardaría porque no era tanto lo que tenía que reunir para hacerle su estancia lo más cómoda posible; mas él lo hizo, se demoró demasiado en volver, colmándole de a poco la paciencia, dándole certeza al pensamiento que deseaba cobrarse una rencilla pasada.

Por supuesto, la actual apariencia habitable de la pequeña casa dejaba entrever lo ocupada que había estado durante las horas transcurridas desde la partida del otro—después de refunfuñar contra los hombres y su propia suerte—, que no había dado la cara ni siquiera la hora de la comida, o la que suponía que era, a falta de reloj. Era una desfachatez de parte del príncipe, cuya caballerosidad dejaba mucho que desear, si tenía en cuenta la época en que se hallaba, que supuestamente presumía de los modales en que era educados.

El aspecto de la habitación, no era inmejorable, veía con hastío la falta de un buen detergente y algo de lejía para quitar toda clase de bacteria y suciedad; ignoraba si a esas alturas tenían algún avance en la desinfección, solo había hecho lo que estaba a su alcance con lo que contaba. Una rápida revisión a las dos gavetas de alacena en la diminuta cocina, le había hecho actuar con una pastilla de jabón gastada, que diluyó en una cazuela, con agua que recolectó en un pozo avistado por detrás de la casa, cuyo dueño, si lo tenía, no había salido a reprenderla por emplear propiedad ajena.

Para no rasgar su vestido, demasiado bonito y valioso, había desgarrado una parte de la manta en el catre para dormir, que lavó y utilizó como estropajo para limpiar lo suficiente, después de emplear la escoba. Había salido tan negro el pedazo de tela, que se preguntaba cuánto tiempo llevaba la casa sin una sola mano humana preocupándose por su estado.

Ella no estaba a gusto; por lo menos respiraba mejor que al entrar. Habría evitado hacerlo si no hubiese tenido que estar ahí.

Sin grandes alternativas, tenía problemas.

No tenía dinero, ni ropa, ni idea cómo era la vida en esas Islas del Sur o en ese periodo de la historia en particular. El sentido común, por supuesto, le decía de una época con bastantes enfermedades curables en su época—agradecía, al menos, sus vacunas—, un tiempo donde la voz de la mujer no era oída, faltaba para la liberación femenina o el sufragio; seguramente primaban las injusticias más que en sus días y ni qué decir de todos los avances científicos y tecnológicos con los que contaba en la actualidad. Por todo lo que sabía Els, apenas estaba la Revolución Industrial y la dichosa máquina de vapor.

Eso, por no decir de los avances higiénicos. Tuvo que hacer pis en ese orinal y salir a botar su desecho cerca de una planta, con temor a ser vista haciendo algo inadecuado, pensando en cuando tuviera otras necesidades.

Había ido de acampada, pero era muy distinto a ocultarse detrás de un árbol y echar tierra encima. O, lo que era más incómodo, pasar por su periodo estando allí, con las condiciones actuales.

Como lo hacían en ese tiempo era un misterio, pero esperaba no estar lo suficiente como para tener que arreglárselas. Al menos le quedaban veinticinco días del ciclo.

Si bien pensó mucho en ello, ahora tenía más en cuenta otras cosas—pero sí pensaba en su aseo actual, no tenía espejo, aunque se imaginaba su aspecto—, como el que su estómago necesitaba alimento y requería la llegada del príncipe, que ojalá no le dejara atorada.

Imaginaba que el pelirrojo pudo mentir, mas lo veía algo listo como para hacerlo, suponiendo que en verdad ambos se conocieran con anterioridad, como creía.

Así también, tenía la mirada puesta una cajita extraña en medio de la mesa, que encontró en una de las gavetas y extrajo para analizarla a detalle cuando sus labores acabaran. Dentro había un pequeño metal de acero y una piedra, algo parecido al pasto y otros palitos como las cerillas.

Se creía que era alguna clase de encendedor, pero no había conseguido prender una chispa, y la única vela en la mesa permanecía con el pábilo apagado y la cera sin gastar. Por el momento no era acuciante prender la mecha, solo que al caer la noche le preocupaba no tener fuente de iluminación. Tampoco podría prender la chimenea sin hacer fuego.

—Esto no me puede estar pasando —musitó Els haciendo a un lado los artículos de la mesa, colocando su mejilla sobre ella.

Reparó muy tarde en que el pelirrojo se llevó la tiara y podría haber hecho un cambio beneficioso por ella, lo que le había dado para una habitación en un hostal, al diablo su respetabilidad. No sabía ni dónde no podían timarla o llevarla a la policía, ni un sitio seguro o no había visto a alguien que le pudiera orientar, pero sabía a ciencia exacta lo costosa que sería por los diamantes y era una especie de seguro.

Por supuesto, no era ignorante de los peligros en los que podría verse inmersa, privilegiada como había crecido en su civilización. Ese era un mundo inhóspito porque sus circunstancias la hacían inmune a sus males; en algunos aspectos la humanidad había perdido su utilidad, dándole uso a todas las bondades de la contemporaneidad y desprestigiando el conocimiento cultural de los antepasados.

El sonido de una llave introduciéndose en el cerrojo abstrajo a Els de sus cavilaciones, obligándola a sentarse con rectitud en su silla, para mantener un poco de dignidad y superioridad ante su huésped, al que no pensaba darle el gusto de insultarlo con sus reclamos y caer en su juego.

Se acomodó los cabellos que mantenía en una trenza, a diferencia de lo suelto que lo tenía antes y miró la puerta con una mirada expectante, antes de cambiar su semblante a uno despreocupado. Había sido de verdadero provecho que su difunta madre fuera maestra de teatro, obligándola a tomar parte de sus quehaceres.

Se obligó a no pensar en esas tribulaciones.

La puerta se abrió entonces y Els observó con satisfacción la mandíbula desencajada del príncipe, quien observaba el entorno limpio con incredulidad, hasta componer su reacción al recaer en ella.

—Has tardado —dijo Els sin evitar el reproche, tomando en cuenta sus manos vacías y el cambio de atavío del príncipe, un diferente traje de montar, de color verde oscuro. Mantuvo su serenidad; por lo menos para aparentar ser una reina.

Actuaría con elegancia y distinción, aun cuando sus ropas estaban arrugadas y sucias, y tenía sus cabellos enmarañados. El detalle estaba en su barbilla, su postura y su mirada, cualquiera podía creer que era parte de la realeza, con un aire arrogante que obligaba a los demás a sentirse menos. Al menos, eso era lo que aprendió cuando la hizo de reina.

—Está diferente, Els —respondió el príncipe, ignorando las palabras de ella.

—Así lo noto —le ofreció ella como contestación, en una equitativa muestra de sarcasmo y educación. El recién llegado esbozó una sonrisa ladina que ocasionó el estremecimiento de la piel de su cuerpo, aparentemente inmutable.

Él carraspeó y Els elevó una de sus cejas, divertida en el fondo de todo su enojo contra aquel, agradecida de tener algo con lo que relajarse en todo ese día del infierno.

—Conseguí algunos artículos que te servirán y traje comida preparada —informó el pelirrojo, todavía con la mirada concentrada en su alrededor, aunque su cuerpo se mantenía en dirección a ella. —Me di a la tarea de pensar que será difícil arreglar las comidas, tendré que mandar a alguien…

—Si tengo los ingredientes, puedo prepararme una comida decente —intervino Els sin levantarse todavía de la mesa.

—¿Sabes cocinar? —inquirió el otro con clara incredulidad.

Muy tarde recordó que la alta nobleza era inútil en ese entonces, dependiendo siempre de los criados; limpiar cualquiera podría hacerlo, aunque implicara rebajarse, pero contar con los conocimientos adecuados para preparar los alimentos era harina de otro costal.

—Te sorprendería ver que puedo defenderme, dices que me conociste únicamente en la coronación.

Él se tensó visiblemente y asintió dando vuelta para salir por la puerta; ella le dio mayor importancia a que no haría más preguntas. Regresó al poco tiempo con una caja de cartón que terminó posando en la mesa frente a ella.

Primero que nada, metió su mano en el pantalón y sacó una bolsa marrón, que depositó sobre la palma de su mano en la mesa.

Ella se sonrojó sutilmente y suspiró sintiendo el peso de las monedas dentro de la bolsita. —Solo por estas circunstancias extraordinarias lo acepto —comunicó sintiendo impotencia al tener que aceptar dinero no ganado honradamente.

—Para tu tranquilidad, considéralo un préstamo —repuso el príncipe, ocupando la otra silla, después de sacar un paquete envuelto en una tela, que colocó frente a ella. —Son sándwiches, para que comas. Era lo más sencillo de transportar.

Asintió en agradecimiento, esperando a que continuara. Se moría de hambre, sí, claro que prefería no parecerlo.

—Encontrarás un cuchillo, dos toallas, jabón, yesqueros —no sabía qué era eso— y velas, una cobija, agua perfumada, un peine y un espejo, tres… eh, prendas de vestir —dijo dubitativo— y un par de zapatillas, horquillas, y hojas para té y para los dientes. Espero que sea suficiente.

La expresión del rostro de ella cambió, a la vez que disminuyó su enojo con el príncipe, pues conseguir todos aquellos artículos para que estuviera a gusto en la pequeña morada era todo un detalle. Se sorprendió, igual, de que todo lo transportara allí dentro.

Le ofreció una sonrisa diminuta a su acompañante. —Gracias, Hans —dijo con sinceridad.

—Encenderé el fuego para el té —ofreció él cogiendo los artículos que ella tenía en la mesa, haciéndola saltar de emoción por dentro para imitar sus acciones cuando las tuviera que llevar a cabo.

Lo vio golpear el pedazo de acero contra la piedra y hacer soltar unas chispas que encendieron una flama en unas líneas del pasto, que tiró en la chimenea que las hacía de estufa y calentador.

Els se puso manos a la obra sacando una cazuela recién limpiada y vertiendo un poco del agua recolectada del pozo en una vasija, con la esperanza de hervirla. Hans la colocó por ella en el fuego y volvieron a la mesa, donde ella puso dos de las tres tazas de madera de la casita, con las hojas que él había traído.

—¿Te apetece comer un sándwich? —cuestionó amable, conmocionada todavía por lo que estaba ocurriendo. No creía mucho en los príncipes azules que los cuentos hacían creer los salvadores, pero tenía el leve pensamiento de que él acababa de sacarla del infierno para elevarla, por lo menos, al purgatorio.

No es que le perdonara la limpieza del lugar, solo había enmendado un poco su grosería.

—No, no te molestes. —Él hizo una pausa durante unos instantes, haciendo que el crepitar del fuego fuese el único sonido entre ellos—. Escucha, no puedo estar aquí mucho tiempo, vendré la mayor parte de los días… pero tengo algunas obligaciones de las que no puedo deslindarme. Mientras tanto, buscaré el modo de sacarte de aquí lo más rápido y discreto posible, para que vayas a casa.

Ella asintió, por dentro decepcionada con el mensaje comunicado, porque implicaba la soledad que odiaba y que ese día no podría hacer más. Igual, al saber que el significado de él de casa no era el mismo que el de ella.

De momento, sólo tenía un techo sobre su cabeza y un supuesto aliado. Tendría que ser suficiente. Aunque estaba llena de interrogantes junto a su frustración.

El agua para el té estuvo lista y se dedicó a servirlo para ambos. No se sintió muy cómoda comiendo frente a él, pero su hambre era mayor, y el bocado que dio fue como caer en la gloria.

—No nos conocemos tan bien, ¿cierto? —dijo ella después de masticar, ganándose un asentimiento de su acompañante, que se limitó a permanecer en silencio sin continuar la conversación—. ¿Hemos vuelto a vernos desde la coronación?

Él sorbió de su taza con la mirada puesta en ella, que trataba de ignorar el efecto efervescente que le ocasionaba aquel sujeto; principalmente por las épocas distintas. Él debía de llevar, al menos, un siglo de muerto cuando ella nació, aunque ahora luciera cercano a sus veintiún, casi veintidós, años de edad.

—No, podemos decir que no nos hemos movido en los mismos círculos. Así como que las Islas del Sur y Arendelle no son enteramente amistosas, por parte de tu reino.

Se encogió de hombros con la información, para ella, las Islas del Sur era un condado danés colindante con Noruega, su país de origen, pero ahí aparentemente era un reino. Arendelle, por su parte, era una forma parecida del Arendal de su tiempo, estimaba que el cambio de idioma había modificado la pronunciación, y el reino de Elsa estaba en su nación.

—¿Cuáles son los motivos? ¿Te he atacado con mis poderes? ¿Por eso los temes? —cuestionó queriendo zanjar esa idea loca y hallar una explicación a las reacciones de él ante sus movimientos, y averiguar más sobre la reina con los mismos poderes que ella.

Era la primera persona que compartía su maldición personal.

—Las relaciones de Arendelle han sido controladas los últimos años; y no me has atacado precisamente, pero digamos que lo has manifestado en grande en el pasado.

Eso captó su atención. —¿Qué tan grande?

—Congelaste el reino durante tu coronación.

—¡Vaya! —exclamó impresionada con la habilidad de la Reina Elsa, para nada equiparable con sus poderes, que sólo se manifestaban de forma ligera, no más que unos cuantos copos de nieve y hielo, además de un aire congelante.

No eran la gran cosa, pero no eran normales, y durante su corta infancia supusieron reticencia en el contacto hasta aprender a controlarlos.

—Sí, una demostración incomparable de poder —expresó el otro con clara admiración en la voz.

—¿Y qué pasó después? —preguntó con curiosidad.

—Resumiendo la historia, sumiste al reino en un invierno y luego lo devolviste a la normalidad con ayuda de tu hermana, quienes estuvimos de visita regresamos a nuestros reinos, con la promesa de guardar el secreto.

—¿Qué desató aquello? —murmuró para sí, dando un mordisco al sándwich, que desconocía su fecha de invención, pero agradecía su existencia.

—¿Has dicho algo? —inquirió Hans y ella lo miró y negó, pensando de nuevo en el lugar donde se encontraba, ahora que su estómago había conseguido alimento.

Con él, obviamente, y con nadie, tal vez, no conseguiría explicación, como no la había adquirido nunca de sus poderes; tampoco había nada fuera de lo normal en su sábado. Se preguntaba si tenía que ir a Arendelle para averiguar si ahí había respuestas, pero le daba miedo ir hacia allá si se encontraba con la Reina, a la que era parecida, aunque se moría por hablar con ella y compartir experiencias de sus poderes, incluso cuando le ocasionaba temor eso de que congeló al reino, motivo omitido por Hans.

La principal interrogante era qué hacía allí, no tanto cómo apareció.

A menos que… —¿Tú tienes poderes? —interrogó y él negó con el ceño fruncido.

Se desinfló por dentro.

—Y no he escuchado a nadie, a excepción de ti, que los tenga —agregó Hans después de que pareció meditarlo unos momentos.

También podía ser otra cosa. —¿Eres casado?

La respuesta de Hans le pareció graciosa, el modo en que abrió los ojos le advirtió que por su cabeza no le había pasado eso.

Arrugó la boca, así descartaba la posibilidad de que hubiera pedido una novia y ella hubiera aparecido como por arte de magia en respuesta a sus plegarias. Vale, que había leído muchas historias.

—¿De casualidad has pedido por un hada madrina? —Soltó su ocurrencia en un murmullo bajo y cerró los ojos por su idiotez.

—¿Mi qué? —devolvió con evidente escepticismo Hans.

Ella rió. —Es una frase que he escuchado.

—Seguramente de Anna —masculló Hans.

—¿Quién es Anna? —inquirió inclinando la cabeza, interesada por si utilizara esa clase de palabras.

Hans se atragantó con el té que bebía y supuso que lo había arruinado, pese a la excusa de no recordar. Debía ser alguien sumamente importante como para no tenerla presente. —¿No recuerdas a Anna, tu hermana?

No le quedó más que negar.

—Necesitas ver un doctor —anunció Hans de repente.

—¡No! —gritó tomándolos a los dos por sorpresa. —No —carraspeó—, me refiero a que no me gustan los doctores, y esperaré a llegar a Arendelle para ver al mío… Sí, no me duele nada…

El ceño fruncido de Hans no desapareció y ella se felicitó por hablar de más, debería cuidar lo que decía y con quién. Si solo con él había abierto la boca, no se imaginaba qué haría con alguien más de fuera. Ya se veía confinada a esas cuatro paredes, saliendo para lo indispensable, hasta que él volviera en su auxilio.

Eso ocasionó que retornara a la posibilidad que pasó por su cabeza.

—¿Tienes algún problema que quieras resolver? —inquirió tratando de desviar deliberadamente el asunto, pues qué más podía hacer. Era posible que ella se presentara como una especie de hada madrina para el pelirrojo, que sus conocimientos del futuro fueran para ayudarlo de algún modo.

—¿A qué clase de problemas te refieres?

No era muy educado responder a una pregunta por otra, aunque respondió. —Uno en que necesites mi… ah, ayuda —respondió mordiéndose el interior de su mejilla, deseando cruzar los dedos para que no se entrometiera mucho.

—¿Por qué lo preguntas? —Eso era mucho pedir.

—Me pregunto qué hago aquí y no en Arendelle, y si nos conocemos… puede que sea por eso. —Sí, se inventó con celeridad.

Hans suspiró. —Ni yo mismo entiendo. Y no sé si mis asuntos tengan que ver, pero no puedo explicártelos porque en tu estado actual no los entenderías.

Se tragó un gemido exasperado. Demasiado diplomático de parte de él. No te metas en mis asuntos. —¿Tienes modo de averiguar qué podría hacer yo aquí? —Tal vez la reina tenía algo que hacer allí y no pudo ir y sólo debía reemplazarla para la tarea, así la otra no estaba en dos sitios a la vez.

Aunque sabía a ciencia exacta que no era la mejor opción, sin conocimientos suficientes de nada.

—Eso planeo, pero me llevará tiempo, Els —dijo Hans.

Ella suspiró.

—Ya tengo que irme —comunicó el pelirrojo, poniéndose en pie. —Trataré de venir mañana para traer víveres; si no estoy aquí cuando haya amanecido, al salir, doblando cuando pases cinco calles a la derecha, encontrarás dónde adquirir alimento con el dinero.

—Muy bien.

—¿Estarás bien? —cuestionó el pelirrojo con una extraña expresión, que no era precisamente preocupación—. No quiero que te pase nada.

Esas palabras llegaron, sin proponérselo, al fondo de su alma. Hacía mucho que alguien no se preocupaba así por ella; y él había hecho mucho hasta entonces.

—Anda, Hans. Tengo con qué defenderme. Gracias.

Él asintió, colocó la llave en la mesa y la abandonó en la soledad de esas cuatro paredes, con los pensamientos de ese día rondando continuamente su cabeza.

Y la terrible noción de que, en casa, a nadie, más que a Copito, le importaría su ausencia, pese a que él estaría bien al cuidado de su vecina Hannah.

Cerró los ojos después de sacar todo el contenido de la caja proporcionada por Hans, infiriendo que el yesquero era lo mismo con lo que él encendiera el fuego, por la similitud con lo que había dentro de la cajita.

Tenía pendiente un baño, después de haber visto su rostro con hollín en el espejo, pero la enormidad de su situación le superaba y quitaba todas las ganas de retirar su suciedad.

Temía estar atrapada en esa época, sin pistas de por qué llegó en primer lugar. Su difunto padre diría no sacar conclusiones demasiado apresuradas, pero había pruebas—no contundentes—de que salir de allí era algo difícil. No había punto de partida, Hans no le fue de mucha ayuda en darle información y en asuntos de índole mágica nunca había tenido fuentes de apoyo.

Lo único que deseaba era salir, y volver a su apacible vida, continuar el curso de Hostelería y cumplir su ideal de reformar el pub local que le heredó su padrastro, llegar a conocer a alguien y establecerse, finalmente hacer amigos duraderos de su edad, más que unas buenas migas con los compañeros de edificio pasados de los cuarenta y a los recurrentes visitantes del local que manejaba.

Quería regresar a sus lunes de películas online, a las visitas del café de Clarisse con la tarta de chocolate que le fascinaba, a su extraña lista de canciones que oía cuando hacía la limpieza de su casa, a los paseos para sacar a su perro, y muchas cosas que hacían su día a día, pese a su falta de emoción.

¿Acaso todo eso le había sido arrebatado, como todas las personas que quería en su vida?

Ese era el único consuelo, si no volvía al dos mil doce, no habría alguien a quien en verdad le hiciera falta. Aunque no significaba que se conformaría quedándose en aquella época, se dijo saliendo para buscar agua con la que asearse.

[-]

La primera noche de Els en el siglo XIX pasó relativamente rápida y no trajo un sueño reparador, primero porque el colchón delgado del catre donde durmió era algo incómodo, y segundo, porque una pesadilla bastante extraña acudió a su inconsciente, que plagó sus pensamientos toda la mañana por no poder recordarla después y trajo a sí un día de malhumor, acompañado de no tener una buena taza de café ni ingredientes para hacer un desayuno decente, que se vio en la obligación de conseguir del establecimiento que le indicó Hans, porque claro, él no se apareció.

Fue un sitio bastante rudimentario, pero se dedicó a comprar lo indispensable en silencio, pagar con las monedas que le parecieron indicadas—algo parecidas a sus coronas actuales—y volver a su refugio sin atraer demasiadas miradas. Era como cuando iba al mercado en su propio tiempo, mucha gente queriendo adquirir cosas de calidad y a buen precio, pero no el tamaño al que estaba acostumbrada, ni a los productos que la importación en masa hacia posible, o las básculas electrónicas que hacían todo más fácil, las cajas registradoras, los carros de compra.

Ciertamente era una tienda pequeña donde comprar, aunque para la población debía de ser suficiente, por lo concurrida que la encontró. Lamentablemente, unos granos de café serían un lujo que no se podría dar. Eso fue suficiente para arruinarle más el humor, si descubrir que encontrarse allí—después de una noche de sueño que eliminaba la posibilidad de una pesadilla—no era un incentivo.

Para empeorarlo, tuvo que desayunar gachas, una comida que su padrastro escocés llevó a su casa y que nunca gustó del todo, pero que en sus circunstancias era lo más sencillo y asequible de preparar. Hubiera dado todo por unas rebanadas de pan con paté o queso, que no encontraría en otro sitio que no fuese el supermercado.

Eso era estar en un sitio fuera de toda civilización y le hizo valorar más lo poco que tenía, adquirido con su propio esfuerzo.

Lo único bueno de ahí era que por la noche pudo observar un hermoso cielo estrellado y una hermosa paz nocturna; y tampoco echaba en falta los sonidos de los automóviles.

Els soltó un suspiro y se recostó en el sofá observando el techo de madera sobre su cabeza, con los brazos debajo de su cabeza.

Era su tercer día así y quería acabarlo ya, o hallar en qué distraerse.

Le era tan extraño encontrarse en esas circunstancias, sin qué hacer, porque siempre tenía ocupaciones que llenaran su horario, y estar de vaga no era un hecho que le gustara.

Asistió a clases de ballet desde los siete (cuando controló lo suficiente sus poderes) a los diez años; tras lo cual ocupó sus tardes en hacer compañía a su madre en la escuela (tras un año fallido de fútbol), observando, apoyando y participando en sus obras de teatro, hasta alcanzar los quince años, donde se unió a su padrastro Edwin en el pub que le pertenecía; lo hizo hasta los dieciocho, cuando él y su madre murieron en un accidente automovilístico, que la catapultó a unirse a una ONG y estar dos años en casas de acogida acompañando a menores sin padres ni hogar, lidiando con su solitaria pena en medio de quienes estaban en peores condiciones que ella. Después, volvió a su hogar, adoptó a un perro y se metió de lleno en el pub que heredó de su padrastro, para luego integrarse en un curso de Hostelería que le sirviera en su futuro.

No tener qué hacer era desesperante, incluso si tenía tiempo libre, si no había que limpiar, lo dedicaba a la lectura. Y, hasta el momento, por su falta de ocupación, ya había dado demasiadas vueltas a su situación, sin poder encontrar un hilo discursivo a todo.

—Si pido un mapa a Hans… —Desechó la idea tan pronto como vino a su cabeza; aunque ubicara bien el lugar donde vivía en la actualidad, sin Google no llegaría muy lejos, por no hablar de todo lo que podía salir mal en un sitio extraño.

Junto a la suerte que se cargaba.

Era definitivo, podía volverse loca en medio de ahí. Si al menos tuviera con quien conversar. Era cierto que no se le daban muy bien las amistades sólidas, sí era capaz de entablar charlas con los demás, acostumbrada a tratar con la gente; su problema era que, desde muy chica, perder a su padre y tener que mostrarse reservada cuando no controlaba sus poderes, que brincaban con sus emociones, tuvieron su efecto. Podía ser cordial y amigable, pero insegura para mantener relaciones estables, fuesen amigables o amorosas. No terminaba de confiar lo suficiente en alguien como para decirle su secreto, así que para todos podía ser una persona a la que acudir, agradable al trato, pero ella no era recíproca en la confianza y pronto se perdía el contacto.

—Ese es el detalle con no estar ocupada, te da tiempo para pensar —se dijo Els en voz alta, encontrando la razón a por qué no tenía mucho tiempo libre, le incomodaba reflexionar sobre sí misma y encontrar verdades que no le gustaban. Dar vueltas sobre su miserable vida no le hacía ningún bien, pero a eso se vio obligada, después de que los planes de explicación y escape pasaran.

También había descubierto que era lo bastante buena para huir de los problemas, cuando inicialmente no veía la posibilidad de una solución. Su sentido común la detenía unos momentos y luego venía el escape, a lo que era demasiado buena.

Otra persona estaría fuera y no se quedaría de brazos cruzados como ella, que odiaba estar así, pero continuaba de ese modo porque le era lo más factible.

Escuchó unos pasos en la madera de fuera y se enderezó cuando llamaron a la puerta, reprochándole a su corazón por acelerarse.

—¿Els? —preguntó desde fuera Hans, que hasta entonces no se había dignado a verla.

Ella puso los ojos en blanco; se lo había advertido, pero en el fondo no podía dejar de sentirse dolida por el abandono, pese a que tuviera sus reticencias con él, que igual la hacían sentir culpable, porque se había portado bien con ella.

Corrió a la puerta y abrió, otorgando una sonrisa al recién llegado, que se la devolvió débilmente, haciéndole notar el aspecto cansado que lo acompañaba; el primer día no reparó en él, pero ahora se daba cuenta que sus ojos tenían ligeras bolsas debajo, y su postura general denotaba cansancio.

Le preocupó lo que fuera que le pasara, más porque le dio apoyo y debió atarearlo con su presencia.

Se hizo a un lado dirigiéndolo al sillón; sorprendiéndose que no hiciera grandes reparos en su estado antes de sentarse, cuando ella lo hubo hecho. Pero igual la llevó allí, algo tendría que ver con ese sitio.

—¿Te puedo ofrecer algo? —Él abrió los ojos con incredulidad, mas negó suavemente, colocándose mejor en el extremo del sofá de tres piezas, si hubiera ido con harapos, habría encajado mejor; su ropa fina, una camisa blanca, y saco y pantalones negros, junto a unas botas bien lustradas, no se veían muy bien ahí.

Llamó su atención la lejanía con ella, que se sentó en el sofá con él, bien podía deberse a que en este presente guardaban más las distancias entre hombres y mujeres, no era una experta.

—¿Estás bien? —cuestionó Els pasados unos momentos.

—Yo debería ser quien pregunte eso, dadas las circunstancias —respondió Hans con una sonrisa ligera, que no alcanzó a sus ojos; si bien, ellos no revelaban mucho desde que lo conoció—. Lamento no poder venir antes.

—Me habías advertido eso antes. —Y no había contestado a su pregunta.

—Tampoco he tenido tiempo de indagar sobre ti.

Els soltó un suspiro. —Luces cansado —aseveró obstinada en averiguar sobre él, que imitó su gesto al oírla.

—Sí, me mantengo ocupado.

—¿Es una tarea muy difícil? —cuestionó interesada en hablar de algo, y de conocer más sobre él.

—Más bien, física —manifestó Hans. Eso explicaba su aspecto atlético—. ¿Te importaría si cambio mi posición?

Ella negó y lo vió deslizarse un poco en el asiento y tener la oportunidad de apoyar su cabeza en el respaldo. Cruzó, además, las piernas sobre los empeines, en una actitud relajada.

Sonrió, las formas en esa época eran extrañas. Si supiera a cuantos no veía en peores posturas los fines de semana en el pub; tal vez se escandalizaría.

Él se frotó los ojos. —¿Has… recordado algo? —musitó mirándola de reojo. Ella entornó los ojos para sí, por el titubeo.

—No, y lo último que sé es que desperté en medio del bosque —pronunció esa última verdad esperando desviarle del asunto inicial.

—Es muy extraño.

—Bueno, así es mi vida —dijo con un deje de burla.

—Lidiar con la clase de poderes que tienes debe ser difícil —se limitó a responder su compañero.

—Llegué a acostumbrarme —repuso con una sonrisa por la contención del otro. En parte, era frustrante que no le dijera tanto, porque las personas con las que hablaba comúnmente acostumbraban a hablar sobre sí mismas, y la eludían de tener que comentar sobre ella. Por otro lado, se encontraba con una persona que era buena como ella de no decir mucho, aunque no del modo que ese aristócrata empleaba.

Carraspeó.

—Agradezco que te dieras una vuelta para checarme, aun cuando es visible que estás agotado.

Los ojos de él brillaron por un momento. —Quería saber si te hacía falta algo y ver cómo te encontrabas. —Pareció pensarse sus palabras. —No quiero que tengas motivos para odiarme.

—Has sido bueno conmigo, cuando no es tu obligación. Diría que mis sentimientos están más lejos del odio de lo que crees, aunque digas que los términos entre los dos no son precisamente amistosos —replicó sonriéndole, por dentro preguntándose todavía sobre la verdadera relación entre los dos nobles.

A menos que solo fuera ella haciéndose ideas en la cabeza, y que él reaccionando con reticencia a cuando la amenazó fuera como respuesta al congelamiento de la reina de su reino.

—Me alegra escucharlo; y… no quisiera que mañana despertaras y fuese distinto.

O quizá no se equivocaba; él parecía preocupado porque recordara, pero le frustraba no saber por qué, ya que era obvio que él no le diría nada. Tal vez debía de darle una oportunidad, no era la reina y no tenía una historia con él por la que reprocharle, se tomaba demasiadas molestias con ella y bien pudo matarla en su momento, o hacerlo ahora, pero no lo había hecho. Le venía bien que la falta de memoria de la "reina", así que no haría nada si ella no hacía amago de recordar, y no lo haría nunca, la verdad.

Cuando se fuera, y no si lo hiciera, ya no tendría que preocuparse por la reina y él. Se le hizo triste la idea de no saber en qué terminaba eso.

Agitó su cabeza para apartar la idea que era por él la tristeza. —Disculpa, ¿hay algún modo en que pueda conseguir un libro o alguna actividad con la que entretenerme dentro de aquí en lo que espero? —preguntó, por lo menos para tener qué hacer mientras se resolvía su situación.

Vaya, no se movía mucho para hacerlo, aunque quién podía culparla si no había gran cosa por hacer. Tal vez, misteriosamente, un día de esos apareciese una pista sobre su misión en esa época.

—¿Puedo traer para hacer bordado? —ofreció él. Els se preguntó si lo decía en serio, y pensó que su tono de voz lo afirmaba, esa actividad debía ser estimulante u ocupante para las mujeres de la época; ella no tenía ni una idea de cómo hacerlo y no podía aprender sin ser instruida, además que no le llamaba mucho la atención.

Le pareció un bonito gesto que tratara de reunir los implementos para hacerlo.

—No soy muy buena en eso.

Hans guardó silencio unos instantes.

—Encontraré el modo de que mi hermano Lars no se dé cuenta de la ausencia de los libros de la biblioteca y el castillo, entonces. Es algo quisquilloso en ese aspecto —comentó Hans con una sonrisa ladeada, que ocasionó un burbujeo en el estómago de Els—. Aprovecharé que esta noche hay actividad para desaparecer y traértelos, Els.

Movió la cabeza en un asentimiento agradecido.

[-]

Aquel día comenzó una rutina para las siguientes dos semanas de Els. Poco después de caer el ocaso—extrañaba los relojes de pilas—Hans apareció vestido todo de negro, con tres libros de diferentes géneros, que suponía eran los pensados para poder pasar por los ojos de una mujer, pero que en sí contenían temáticas dirigidas a la fragilidad de la mujer, la importancia de la formación de la mujer para ser una buena esposa y pura sumisión.

Si no supiera que era lo esperado para un hombre que la mujer leyera, le habría dado una buena colleja, sin importarle la época, era completamente machista la posición de él y ni siquiera se clasificaba a sí misma como feminista para considerarlo una lectura que no valía la pena.

Por lo menos, él al día siguiente se acercó, cansado como la vez anterior, para preguntar sobre la elección hecha. Digna de fotografiar fue la cara que puso cuando le dijo que no pensaba leer eso, y que prefería algo más estimulante… como algún tratado de mil hojas sobre lo que fuera.

Sonó bastante caprichosa y se arrepintió después de decirlo por su falta de educación, pero Hans se echó a reír con tanto humor, que se calló la disculpa y rió con él, hasta que lo escuchó decir que le traería algunos que le sorprenderían, evitando siempre los que su antiguo tutor señalaba perfectos para las mujeres.

De ahí, llegó con mejores opciones, tanto como obras de poesía, libros de viaje y subiendo de categoría, sorprendido de lo rápido que ella los devoraba.

Sin nada que hacer, ella se metía de lleno en los libros y podía pasar horas enfrascada en ellos.

Cada dos días Hans llegaba a verla y se veían inmersos en conversaciones sobre los libros que pasaban por su vista, aunque él siempre tenía que irse para descansar, de un agotamiento que aumentaba con los días, en vez de disminuir. Él no hablaba de temas personales, solo se le escapaban pequeñas frases que la hacían sospechar de malos tratos en el castillo, pero no conseguía ganarse su confianza lo suficiente como para invitarle a decirle.

No insistía porque se le hacía un poco hipócrita de su parte, su preocupación era lo que incrementaba.

Así que aquella era su rutina, ocuparse de sus necesidades físicas, dedicarle unos momentos a su problema, pasar leyendo y esperar ansiosa la visita de Hans, con quien platicaba largo rato.

Aburrido, pero por primera vez sentía dentro de ella una ola de emoción, inexistente con su vida en su tiempo.

—Hola Els —dijo Hans cuando ella le abrió la puerta con la cara sorprendida, pues el día anterior había estado ahí.

—¿Pasa algo? —preguntó con verdadera intriga, haciéndose a un lado para dejarlo pasar y dirigirse a su sitio en el sofá, que poco a poco disminuía en la distancia entre los dos.

Ella se sentó para que él lo hiciera.

—¿No puedo aprovechar un rato libre para visitarle, milady? —bromeó Hans con la sonrisa ladina que se instalaba siempre como una mariposa en el estómago de Els, y ella negó, agradeciendo que su rostro no se sonrojara en su presencia. El tono de su voz era ronco y le encantaba oírlo, aunque se sentía como toda una adolescente con su crush.

—Me he pasado indagando todo este tiempo —empezó Hans con voz seria y ella sintió expectación por saber más sobre la posible misión que tenía en esa época, deseosa de volver, pese a estar cómoda esos días teniendo la compañía del pelirrojo. —Y no hay noticias recientes de por qué puede estar la Reina Elsa aquí, ni siquiera que hubiera arribado a las Islas del Sur —informó, hasta le pareció que para él la reina era otra persona, y no la persona con la que había estado hablando.

Aunque eso no podía ser, ¿o sí?

—Además, he averiguado si es posible ir a Arendelle por ahora y no lo es. —Els exhaló, sin decidir todavía si era de alegría o decepción, no sabía si estaba lista para enfrentar a la reina, por mucho que quisiera volver. Estaba dividida por la mitad. —Adentrarse al mar —dijo él con sus ojos brillando durante un instante— es peligroso por ahora, los piratas frecuentan los océanos cuando las aguas están calmas, que es en estos momentos. Y hacer una salida sin naves protegiendo el barco, te pondría en una situación que quiero evitar; pienso en tu seguridad, además de la discreción que quieres, Els.

Ella sonrió agradecida con él y se aproximó a su cuerpo.

—Siempre estaré agradecida por lo que has hecho por mí, Hans —murmuró mirándolo a los ojos, que la contemplaron atentamente.

Sus orbes esmeraldas brillaron otra vez y él esbozó una sonrisa demasiado entusiasta para su gusto. —Más adelante ocurrirá algo que te haga pensar lo contrario.

—No cambiaré de parecer, pase lo que pase —aseguró, certera en que las circunstancias que se presentaran no modificarían su visión de él, en el presente o en el futuro.

—Eso espero —susurró Hans de forma taciturna.

Nuevamente Els se vio pensando en lo que hubiese ocurrido en el pasado entre los dos nobles, frustrándole a su vena curiosa el permanecer en la oscuridad al respecto.

—Es verdad —manifestó contradiciéndole, y de forma casi natural, llevó su mano a su hombro para cambiar su semblante presionándolo de modo amistoso.

Al tiempo que lo hacía, de él salió un siseo y un brinco que hizo una brecha entre ambos.

—Hans —articuló en voz baja, herida por la manera de responderle, alejándose de él con la vista baja. ¿Su contacto era así de desagradable? Solo trataba de darle apoyo y como una bofetada recibía su desprecio.

El rechazo hizo que sus ojos se humedecieran, así que pestañeó y alzó la cabeza para enfrentarlo como si no hubiera pasado nada, que no le hubiese golpeado el corazón con una piedra; tratando de mantener la suficiente dignidad, por lo menos al no tener sitio de escapa. Entonces, al verlo, cayó en la cuenta que él la observaba con dolor y así pudo traer a su mente todas esas veces en que su cansancio era frecuente.

—¿Estás herido? —inquirió acercándose nuevamente a él, con la preocupación nublando sus sentimientos anteriores, justificándose con que Hans no actuó así por ella, sino por lo que fuese que tuviese.

Ella fue objeto de su atenta mirada, como hipnotizada, hasta que el dueño de esos ojos parpadeó y carraspeó, fijándose en el hombro que ella había tocado sin mucho interés; cuando quiso encogerse, sin embargo, el movimiento involuntario de su boca dejó escapar su dolor.

Titubeaba entre tratar de apartar el cuello de la chaqueta de montar con o su permiso, cuando él habló—: No tengo heridas abiertas, si es lo que piensas. Es dolor muscular, por actividad física.

¿Qué clase de actividad física obligaba a estar agotado como lo estaba todos los días? Si incluso era un príncipe y seguro tenía miles de empleados que hacían las cosas por él.

—Els, no quiero hablar de ello —aseveró Hans cuando ella abrió la boca para cuestionarlo.

Sin palabras, asintió y se puso en pie para buscar la tela desgarrada que ocupara para limpiar, ahora limpia. Volvió al sofá y cerró los ojos después de colocar la tela sobre sus muslos. Dio un suspiro y elevó los párpados, concentrándose para lo que iba a hacer.

Casi nunca usaba sus poderes, no veía razón viviendo en un lugar frío la mayor parte del tiempo, pero cuando lo hacía necesitaba calmarse y dejar fluir sus emociones libremente para poder lograr lo que quería, con su mente puesta en lo que quería con exactitud. Incluso enfadada, ansiosa o atemorizaba no era una expresión enorme, pero manejaba sus emociones de modo que evitara mostrar su habilidad.

Así, colocó ambas manos sobre la tela y conjuró la pieza de hielo redonda que imaginó, soltando su preocupación para hacer efectiva su tarea.

Sus manos brillaron de azul celeste y sintió cómo su emoción abandonó su cuerpo, hasta que la idea de su cabeza cobró forma, apareciendo de poco en poco, dejando ver un pedazo de hielo adquiriendo volumen.

Finalmente, consideró suficiente el tamaño del hielo y sonrió, envolviéndolo como un regalo y alzándolo con su mano derecha.

—No repongas —amenazó al pelirrojo que la observaba concentrado, antes de colocar con delicadeza su compresa fría en el cuello tensionado de Hans, que suspiró cuando sintió el frío en su piel.

Él llevó la mano para sujetar la compresa por su cuenta, y la colocó sobre la suya. Durante un instante, ninguno de los dos hizo amago de apartarse, con sus miradas atrapadas. Ella sintió el calor que transmitió su mano y retuvo el aire por dentro, notando que su corazón brincó emocionado.

Sin hablar, Hans abrió los dedos dejándola mover la mano, ocasionándole por dentro un suspiro. Ella se apartó lentamente, sintiendo cómo el pulgar de él se deslizó por el dorso recorriendo delicadamente su piel.

Le miró tragar y su atención recayó en sus labios, que él humedeció con su lengua, dejándolos así separados unos momentos; antes de cerrarlos, mudo, los movió con un silencioso "gracias".

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Els miró a través de la ventana la ligera lluvia cayendo fuera de la casa, comprendiendo la disminución de filósofos conforme avanzaban los inventos científicos y tecnológicos. Tantas horas del día bien servían para pensar y reflexionar sobre la vida y el estado de las cosas, como comprobara en su larga estancia en ese siglo.

Le inundaba la tristeza en ese panorama, pero también se debía a la llegada de su segundo periodo en la época—sorprendida que sin las pastillas anticonceptivas su ciclo estuviera regulado. En esos días que estaba, a veces sus hormonas hacían de las suyas y le afectaban, aunque sea un poco. Como su alimentación había cambiado, no tenía mucha incomodidad, y al casi no salir, solo se preocupaba estando dentro de casa.

Todavía no descubría cómo era que las mujeres hacían en ese entonces sin las toallas femeninas o los tampones, su solución personal había sido casi hacer como pañales, con toallas que consiguió de Hans arguyendo que las dos que tenía no eran suficientes, porque rápido estaban sin uso si debía usarlas de diario. Abochornada, esperaba que él no adivinara sus intenciones. Si lo hacía, al menos era un caballero y no lo mencionaba.

Pero también había en su tiempo quien no lo mencionara, como tema tabú.

El problema era disimular con Hans.

—Oh, Hans —murmuró suspirando sobre el vidrio, que se empañó.

Tenía que hacer uso de su autocontrol para no inclinarse y besarlo, desde aquella vez que miró sus labios. A partir de esa ocasión, de una forma u otra se sentía atraída por la boca de él y se preguntaba cómo era probarla, por muy loco que sonara besar a alguien ya muerto.

Se estremeció.

Desde un comienzo se sintió atraída por él, porque cómo no hacerlo con su atractivo y su carácter, ahora simplemente admitía para sí que le gustaba, y mucho, principalmente al cambiar su relación desde ese día. Sí era antes su compañero, podía pensar que la relación había avanzado a la de amigos.

Había caído en la friendzone, pero tampoco pensaba hacer algo por cambiarlo, mejor estaba prolongar esa atracción hasta que se fuera; ¡él era de otro tiempo!

Si tan solo él viviera en su mundo.

Igual se acobardaría, notaba con acritud; era lo inalcanzable a la palma de su mano lo que le hacía atrayente. No era aventada con el sexo opuesto del que gustaba, solo era buena haciéndose ilusiones. Cuanto le gustó su compañero Olaf en la secundaria y nunca habló con él si no fuese por trabajos escolares.

Tal vez era tiempo de insistir en ir a Arendelle, para alejarse de una vez; en las Islas del Sur no encontraría respuestas, y si continuaba ahí corría el riesgo de enamorarse de Hans.

Suspiró otra vez. Faltaba poco para septiembre, cuando él había dicho que sería prudente viajar.

Temía a lo que ocurriera cuando llegara a las fauces de la leona que podía ser la reina, así como su verdadera misión, y el desenlace de toda su "aventura". Más aun, pensaba en la llegada a su casa en el futuro, ¿alguien la estaría buscando o se habría preocupado de su ausencia? ¿siquiera en el pub?

¿O el tiempo, de alguna forma, se había detenido con su salto al pasado?

Un pensamiento era más terrible, ¿volvería alguna vez?

O, ¿deseaba con el mismo ahínco volver?

Apoyó la frente en la ventana fría, agradeciendo que ese día Hans no tuviese que aparecerse.

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Els caminaba de vuelta a la casa sosteniendo la canasta que hacía unas semanas compró para transportar mejor sus compras; como siempre, tratando de pasar desapercibida a los demás, a pesar de que ellos siempre parecían más interesados en sus propias vidas que en la de ella. Había descubierto que las casas vecinas sí eran habitadas por familias o mujeres de avanzada edad, pero que pasaban el día fuera y volvían cuando no había suficiente luz en el exterior.

En ese lugar solo había una lámpara de gas colgada en lo alto de un poste de madera, que alguien encendía en algún momento para iluminar sutilmente el exterior. De ahí en fuera, los fuegos dentro de las casas, a través de las ventanas con las cortinas abiertas, eran las que guiaban a los paseantes nocturnos, que hasta ahora no había atisbado en sus noches de insomnio, con pesadillas que no conseguía recordar, pero que le robaban la calma una noche entre semana.

No le perturbaba realmente, más que generarle frustración el que su mente se nublara y se negara a mantener consciente sus sueños. Esperaba revivirlos durante el día, sin que ocurriera.

—Cuidado —dijo cuando un chiquillo saltarín se cruzó en su camino, casi haciéndole caer su canasta.

El pequeño, de más o menos siete u ocho años, asintió y rió, cubriendo su boca para no seguir haciéndolo, sin expresión arrepentida.

Ella puso los ojos en blanco; el niño no se movía, nada más la veía.

—¿Acaso tengo algo en la cara? —masculló entre dientes.

Él rió. —Tienes un acento extraño —comentó, haciéndola palidecer. ¿Así de sencillo era notar que era foránea?

El niño moreno le hizo una seña para inclinarse a su nivel.

—¿Eres amiga del príncipe sirviente, verdad? —cuestionó en un murmullo, mirando a ambos lados.

Eso ocasionó que se helara la espina dorsal de Els, aunque algo más concentró su atención.

—¿Sirviente? ¿De qué hablas? —Ahora era una cotilla, pero pensaba que obtendría más información de aquel niño que de Hans.

Además, ¿no decían que los niños y borrachos siempre hablaban con la verdad?

—No lo digas tan alto —pidió el chiquillo con sus ojos azules inundados en pánico—. Mi mamá dice que no debemos decirlo, porque nos castigarán las personas del castillo. Que para las personas es mentira, y solo nosotros lo sabemos porque papá trabaja ahí, mi papá es bueno con los caballos, ¿lo sabías? Usa un uniforme muy bonito…

Els contuvo una inspiración. —¿Tú serás como tu papá algún día? —Él asintió—. Muy bien, ¿y qué más sabes del príncipe sirviente? ¿El de cabellos rojos?

—¡Tonta! Todos los príncipes tienen cabellos rojos.

¿Los trece de ellos? Ese era un dato que Hans no había compartido, entre los muchos que no les dio; si apenas habló de ellos, menos dijo de su apariencia.

—Sí, qué tonta soy. ¿Qué decías del príncipe sirviente? —Volvió a intentar.

—Contigo puedo hablar porque eres su amiga. —Asintió apremiándolo, con la reciente información haciendo trazos en su cabeza—. Pero tú lo sabes.

—Sí. —Una mentira blanca no alcanzaba a todas las que había dicho ya en ese tiempo; y además era por una buena causa—. Pero quiero saber qué sabes tú.

—Bueno. Papá dice que levanta la mierda de los caballos muchas veces y que lo usan para cargar muchos sacos, y que hace las tareas de las mujeres de limpiar. Pero no entiende por qué lo hace —dijo llevando un dedo a su mejilla—. Dice que debió ser algo muy malo para que lo castiguen así, porque es un príncipe y siempre ha sido muy correcto… no sé qué significa eso. ¿Tú sabes qué hizo?

—Es un secreto —susurró llevándose un dedo a los labios. —No te lo puedo decir. Esto que me dices no lo puedes repetir a nadie, ¿de acuerdo? Palabra de boy… de soldado…

Él se llevó la mano a la frente como un soldado y asintió.

—Y no le dirás a nadie que él y yo somos amigos, ¿prometido?

Afirmó otra vez. —El príncipe sirviente fue bueno con mi papá, ¿serás buena con él?

Els se enderezó tomada por sorpresa y miró al horizonte. —Sí —dijo a la nada, porque al mirar hacia abajo el niño había desaparecido.

Buscó en todas las direcciones sin hallar rastro del menor, por lo que se encogió de hombros y retomó su camino, con esa nueva información en su cabeza.

De ahí el cansancio y los músculos tensos y adoloridos de Hans, esa era la extenuante actividad física que realizaba. ¿Qué podía ser lo que le hizo ser encargado de tales tareas?

¿Era cierto que hizo algo malo?

De repente comprendía las veces en que hacía alusión a que su visión de él cambiaría de un momento a otro y cuando cuestionaba reticente si había recordado algo. ¿La realeza sabría o solo la Reina Elsa? ¿Tendría algo que ver ella?

Quizás no era tan grave, pues no le despojaron de su título, y vivía en el palacio. ¿Aunque bajo qué condiciones?

Tampoco tan malas porque tenía un aspecto fuerte, pese a todo. Su alimentación era buena.

Lo más probable es que sí tuviera que ver con la rencilla que pensó en un comienzo, e involucrara el conocimiento de la reina, si conectaba bien los hilos.

De pronto, ir a Arendelle parecía una opción interesante. Antes, tenía que encarar a Hans con la información recibido.

No obstante, recordó que la risa del niño movió un recuerdo en ella que hasta ahora no había cruzado por su mente.

Las risas de niños.

En Arendelle será amado.

Elsa.

Era definitivo, debía ir a Arendelle.