¿Qué te parece si somos felices juntos?
Capítulo 1.
— Ella no me gusta. Ella no es más que una hija de papi y mami.
Dijo en todo burlesco un chico alto, cabellos azabaches, tez tan blanca como la nieve y orbes tan negras como el petróleo hablándole a su mejor amigo mientras tomaban el almuerzo en un restaurante de sushi.
— Vamos, ella es hermosa, de seguro, al igual que las demás, ella muere por ti.
— Si así fuese, igual no me interesa, odio a las engreídas.
Al otro lado de la ciudad se podía observar a un grupo de personas reunidas en el cementerio Heaven; todos vestían ropas negras, mujeres lloraban y sus esposos las abrazaban, mientras los pequeños solo veían con preocupación e inocencia a sus madres, ni siquiera preguntándose lo que ocurría. El ambiente se sentía pesado, y entre todos los llantos de las mujeres, podía escucharse uno en un tono más alto y lleno de desesperación. Frente al hueco hecho en la tierra con los ataúdes en su interior se encontraban un par de hermanos. Él la abrazaba con la mirada apagada y perdida mientras su hermana lloraba a mares en un intento desesperado de lanzarse a aquel orificio con las falsas esperanzas de devolverlos a la vida.
— ¡Regresen! ¡No nos dejen solos! ¡No… Por favor!
Gritó con todas sus fuerzas con la voz ahogada antes de caer arrodillada en el césped y golpear con fuerza la tierra, como reclamando el por qué se llevó a aquellos que ellos más amaban.
— Mamá… Papá…
Sollozó ya sin aliento.
— Ya es la hora de descender para enterrarlos. — Dijo el vocero de la ceremonia viendo con lástima a los hermanos.
El chico de cabellos grises solo asintió mientras abrazaba fuertemente a su hermana viendo como aquel anciano terminaba la triste despedida. En un acto involuntario ambos cerraron los ojos, «Esto es una cruel pesadilla. Que termine ya, por favor» pensaron ambos mientras las lágrimas volvían a rodar por sus mejillas.
—
Tres años, tres largos y desconsolados años.
Ambos habían abandonado los estudios con el fin de unirse más como hermanos y volver a reconstruir sus vidas. Al terminar el sepulcro y volver a casa, ambos llegaron a la decisión de que lo mejor iba a ser alejarse lo más posible de ese ambiente para volver a comenzar.
Decidieron mudarse, irse a vivir lejos; a otro país.
Después de ese tiempo, decidieron que era tiempo de volver a su antiguo hogar, volver a retomar sus vidas donde las dejaron estancada, volver a retomar los estudios como era debido, después de todo, habían podido sanar las heridas y aquel vacío que dejaron sus padres. Quizá no sellar por completo el dolor, pero al menos ya podían sonreír nuevamente.
La chica de cabellos rosa sacó las viejas llaves de su bolso y la introdujo en el cerrojo de la gran puerta, con lentitud la giró, deleitándose con el sonido que producían las tuercas desgastadas de la cerradura al abrir la puerta. No tenían prisa, estaban disfrutando de la paz que aún se sentía al caminar por el camino de rosas, ya algo marchito por el tiempo, pero no tanto. Al parecer alguien se tomó la amabilidad de venir a regarlas a diario por un tiempo.
La abrió.
Al entrar pudieron notar que todo seguía intacto, incluso podía sentirse la calidez del hogar todavía.
— Hidan, es hermoso estar de vuelta. — Sus ojos jades brillaban y una sonrisa se dibujó en su rostro, miró a su hermano y lo abrazó, realmente estaba feliz de estar de vuelta.
— Ya lo creo, hermana. Pero nos costará unos días quitar todo el polvo. — Dejó escapar una risa divertida al pasar su dedo por la mesa del teléfono que se encontraba en la sala.
— Ellos estarían muy felices de vernos sonreír después de tanto. — Dijo ella en un tono más serio pero aún con la pequeña sonrisa plasmada en sus labios pintados con lipstick rojo cereza.
Dejaron las maletas en el portón y cuan niños ambos corrieron recorriendo cada rincón de la mansión. La cocina, los baños, cada salón, cada cuarto, dejando de último el de sus difuntos padres.
— Sólo limpiaremos lo necesario. Será como un santuario, ¿entendido? — Miró de reojo a su hermana que solo asintió con la cabeza mientras miraba la puerta marrón fijamente.
Abrieron la puerta y recorrieron con la mirada todo en la habitación, las mesas, el closet que estaba entreabierto desde la última vez que alguien entró al cuarto, el espejo bañado en polvo y por último la cama King que estaba en todo el centro. Se quedaron estáticos durante unos minutos, recordando todo lo que vivieron en este cuarto.
Flashback.
Eran pasadas las doce la medianoche, no debieron ver esa maratón de películas de miedo, a pesar de los 13 y 14 años de ambos, los dos eran un par de miedosos. Después de apagar la televisión de la sala, corrieron como alma que lleva el diablo hasta la habitación al final del pasillo en el segundo piso, abrieron la puerta del cuarto de sus padres con brusquedad y saltaron a la cama en medio de sus padres acomodándose dentro de las sabanas. La señora de alrededor de 30 años de edad, cabellos rosados pálidos y el señor de unos 32 años, cabellos blancos como la nieve se despertaron al sentir la incomodidad y poco espacio de movilidad en la cama. Al abrir bien los ojos y prender una de las lámparas de las mesas de noche pudieron notar dos bultos en el medio de ambos.
— Sakura, Hidan, ¿qué hacen aquí? — habló con pesadez su padre restregándose los ojos y poniéndose los anteojos para ver mejor.
— ¿Se quedaron viendo aquel maratón en la televisión verdad? — Cuestionó ahora su madre ya sabiendo la respuesta. — Creí haberles dicho que fueran a dormir a las ocho en punto. — Continuó con reproche sin dejar que los pequeños si quiera abrieran la boca para defenderse.
— ¿Podemos dormir con ustedes? — Dijo el mayor mientras miraba a su madre con ojos cuan gato abandonado.
— No lo volveremos a hacer. — habló la pequeña de ojos jade mientras se aferraba a su papá.
— Está bien. — Dijeron al unísono ambos mientras se acomodaban para que sus pequeños pudiesen dormir cómodamente con ellos.
Fin del flashback.
Ambos sonrieron al terminar de recordar.
— Fueron buenos tiempos.
Dijo con desdén el chico de ojos rojo vino con una sonrisa triste. Quizá recordar aún no era una buena opción.
— Vamos, no te pongas así. — Dijo su hermana menor abrazándolo y sonriéndole.
— Sólo tú sabes animarme, gracias, cerezo. —Dijo besando la frente de la chica.
— Vamos, cambiémonos y busquemos las cosas para empezar a limpiar.
Bajaron las largas escaleras hasta el piso principal donde habían dejado sus maletas, las tomaron y subieron a sus respectivas habitaciones. Al cabo de unos minutos ambos salieron ya cambiados, ella con un short negro y una camiseta de tirantes color rojo, se había amarrado una bandana en el cabello para que el flequillo no le estorbara a la hora de limpiar. El con unos bermudas grises y una playera azul, recogiéndose una pequeñísima cola de caballo para sentirse cómodo y no estresarse cuando comenzara a sudar.
Comenzaron por la habitación de sus padres. Ella limpiaba el closet, mientras su hermano limpiaba las mesas de noche y el tocador. Al terminar colocaron unas velas aromáticas para devolverle la vida a la habitación. Pasaron a los baños, seguido de las escaleras y la pequeña biblioteca que poseía su padre, limpiaron hasta el último libro. Ya habían pasado alrededor de las horas y media mientras limpiaban y aún no llevaban ni la mitad. Así siguieron limpiando la sala de estar, la cocina, y las otras muchas habitaciones que había en la gran casa. Era un lugar hermoso y divertido, pero muy tedioso mantenerlo todo limpio.
7:30 PM.
— Dios, al fin terminamos… — Suspiró cansada tirándose sobre el sofá más cercano que encontró, sus piernas le dolían y sentía que no podía moverse. — Y tengo hambre. — Miró el techo y cerró los ojos suavemente para descansar unos segundos.
— ¿Quieres que llame y pidamos algo a domicilio? — Preguntó su hermano con una sonrisa ladina.
— Pizza.
— Lo supuse. Ya llamo.
Tomó su móvil que había dejado sobre la mesa central en la sala y marcó el número rogando que este tiempo el restaurante no hubiese cambiado de teléfono. Sonó. Suspiró aliviado, pensó que su hermana no se iba a poner muy feliz si le decía que no contestaban.
Un muchacho en la otra línea respondió la llamada. El peli gris pidió lo favorito de su hermana: pollo y salami. Dio la dirección de la casa y colgó la llamada.
— Dijeron que en media hora estará acá.
— Gracias, brother! — Dijo dejando escapar el acento inglés que se le había contagiado en sus tres años de estancia en Inglaterra.
Ambos soltaron carcajadas. Hace tanto que no reían de tal manera que hasta que algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas de lo tanto que reían sin detenerse.
— Ya verás que en unas semanas se me quitara. — Dijo en tono de burla mientras dejaba de reírse. — Creo que iré a tomar una ducha mientras llega la pizza, un buen baño de agua fría me sentará de maravilla en este momento. — Se levantó del sofá en un salto y miró a su hermano que estaba recostado en el sofá de al frente. — Si quieres ducharte espera a que vuelva, no vaya a ser que llegué el tío de las pizza y no atendamos y termine por irse. — Lo miró amenazante.
— En serio te tomas con seriedad la pizza, ¡eh!
— Por supuesto.
Subió las escaleras hasta su habitación. Cerró la puerta sin trancarla. Buscó una toalla en sus maletas y la tiró en la cama. Comenzó a desvestirse y al estar desnuda se miró en el espejo de cuerpo completo que tenía en un rincón. Sonrió con orgullo al mirar lo mucho que su cuerpo había cambiado (para bien) y lo largo que se encontraba su cabello.
«De verdad que he cambiado en estos tres años», pensó para sí misma con una sonrisa ladina mientras se daba media vuelta y tomaba la toalla y abría una puerta blanca dentro de la habitación. Entró al baño y se sorprendió un poco al ver lo limpio que se encontraba todo, no pareciera como si hubiesen dejado la casa sola.
Tomo una plastilina y se ató una cola de caballo. Abrió la regadera en agua fría dejando que esta bajara por toda su espina dorsal haciendo que se erizara. Disfrutaba mucho de sentir el agua recorriendo su cuerpo. Luego de mojarse, optó por lavarse el cabello así que soltó la cola y dejó que el agua empapara su larga cabellera.
Al cabo de unos minutos salió de la ducha, se secó completamente y usó la toalla para secarse el cabello y salió del cuarto de baño. Se acercó a su ropero y abrió una gaveta para sacar la ropa interior y el pijama. Una camiseta sin mangas color roja, bastante holgada y un short rosa pastel, quería dormir cómoda y como tenía calor no optó por una pijama larga.
Tomó la toalla para seguir secándose el cabello y salió de la habitación para regresar a la sala con su hermano.
Al bajar notó que su hermano no estaba ahí.
— ¡Hidan! ¿¡Dónde demonios te metiste!? — gritó con enojo pensando que su hermano se había ido a duchar y que posiblemente el repartidor había venido y se había ido sin dejar la pizza.
— Cálmate. Estaba buscando algo de agua, tenía sed. — Dijo saliendo de la cocina bebiendo un gran vaso de agua.
— Lo siento. Sabes cómo me pongo cuando tengo hambre. — Rió apenada mirando a su hermano.
Sonó el timbre. «Bendito sea Dios por haber mandado al repartidor tan rápido» pensó la peli rosa que ya sentía como sus ácidos gástricos atacaban las paredes de su estómago. Corrió a abrir la puerta encontrándose cara a cara con el repartidor, muy apuesto por cierto. Que al ver a la muchacha no pudo evitar recorrerla con la mirada de pies a cabeza, ¿y cómo no?, nadie resistiría al ver una diosa del olimpo vestida de tal manera.
— Buenas. — Dijo amable la chica con una sonrisa amigable mientras se recostaba al marco de la puerta
— Bu... Bu... Buenas. — balbuceó nerviosa a lo que la chica de ojos jade respondió con una risita divertida.
— Muchas gracias por traer la pizza, estábamos que moríamos de hambre. — Pronunció.
¿Estábamos? Retumbó varias veces en la mente del repartidor. Había pensado en pedirle una cita, pero ella obviamente iba a rechazarle de cualquier forma.
— ¿Cuánto te debo?
— Doce dólares con cincuenta centavos.
— ¡Hidan, pasa la cartera!
El peli gris se asomó a la puerta mirando cómo el repartidor miraba a su pequeña hermana a lo cual respondió con un bufido y mirando amenazante el muchacho. Le dio la cartera a su hermana y regresó a sentarse al sofá.
— Toma. Muchas gracias de nuevo. — Sonrió a lo que el chico solo respondió con un leve sonrojo.
— No hay de qué. Hasta la próxima.
El joven partió y ella cerró la puerta con delicadeza y cuidado para no dejar caer el preciado alimento. La puso sobre la mesa central de la sala y se sentó en el piso abriendo la caja cuadrada dejando que aquel delicioso aroma inundara todos sus sentidos.
— Buscaré algo de beber, ¿cola o agua? — preguntó el peli gris caminando hacia la cocina parándose en la entrada de ésta esperando que su hermana respondiera.
— Cola.
Al cabo de unos segundos el chico volvió con dos vasos de cola y los puso sobre la mesa al lado de la caja de pizza. Ambos comían como bestias, mínimo no hubiesen comido en años. Pero es que limpiar toda una mansión los dejó agotados y con los estómagos totalmente vacíos.
Entre risas, charlas, bromas, pizza, cola, más pizza, y demás, terminaron de comer hasta quedar satisfechos.
Encendieron la televisión y vieron algunas series mientras reposaban hasta que cierta joven comenzó a bostezar.
— Vamos a dormir, mañana será un día largo. — dijo el mayor mientras tomaba la caja de pizza y los vasos vacíos y comenzaba a caminar a la cocina para tirar las cosas a la basura y fregar lo que habían ensuciado.
— Sí. — habló la menor frotándose los ojos mientras apagaba el televisor y se levantaba del sofá y comenzaba a caminar hacia las escaleras.
Ambos subieron las escaleras y entraron a sus cuartos que se encontraban uno frente al otro.
— Hey…
— ¿Qué?
— Mañana iremos a matricularnos en la secundaria.
— ¿¡Qué!?
— Ya oíste, no quiero quejas. — Sonrió triunfante mientras veía que su hermana hacía un puchero.
— Está bien. Hasta mañana. Descansa.
— Igual.
Cada quien entró a su respectivo cuarto. La chica de cabellos rosa se acostó boca arriba en la cama mirando fijamente el techo, cuando una sonrisa se escapó de sus labios.
— Supongo que volver al colegio no será tan malo.
Cerró los ojos y tras unos minutos imaginando como sería comenzar a estudiar nuevamente dejó que Morfeo la atrapara en sus brazos haciéndola caer en un profundo sueño.
