Los Jóvenes Titanes no son de mi propiedad.
Raven siempre había apreciado a Starfire de una manera que sobrepasaba los límites conocidos por el humano. Posiblemente era por la alegría que la alienígena transmitía. O por la relación que ambas llevaban. Quizá fuera por el apoyo de la chica hacia la mitad demonio. Raven no lo sabía.
Fuera cual fuese la razón, Raven sabía que no podía pensar mal de Starfire en ningún aspecto.
Star siempre fue la chispa de alegría que inundaba al equipo, por apática no podía culparla. La chica siempre se mostraba comprensiva y generosa, por fría tampoco.
Pero había una sola cosa, un pensamiento que yacía en lo más profundo de la mente de Raven. Un pensamiento que, por más que trataba de quitárselo, siempre estaba ahí.
Y era que Raven estaba celosa de Starfire.
Estaba celosa que fuera tan alegre y viva. Celosa de su belleza natural y de que todos la encontraran hermosa y resplandeciente. Estaba celosa de lo que Starfire era capaz de causar en las personas con tan solo sonreírles.
Y se sentía un monstruo por pensar así de su amiga.
Odiaba estar celosa de ella. Odiaba que fuera tan perfecta y tan refinada. Odiaba que las personas pudieran amarla a ella, y asustarse con la presencia de la hechicera. Odiaba que todos prefirieran a Starfire en lugar de a ella.
Odiaba sentirse rechazada.
Y es que Raven sentía que tenía el encanto del carbón. Y la belleza de las cenizas. Mientras que Starfire parecía brillar más que un encendido rubí. Raven no podía evitar sentirse de esa manera.
Lo que Raven no recordaba es que, del negro y monótono carbón, sale un pulcro diamante.
