Fascinación.
1. De profesores y aurores.
Doce años son mucho tiempo. Doce años en total soledad parecen aún más cuando se suman a dos de vivir casi en la indigencia, once de relativa estabilidad, cinco de vivir aislado y con miedo, y seis que suponía felices pero que no podía recordar. Eso era casi una eternidad, o por lo menos, pesaba como tal.
Con su eternidad encima, Remus Lupin había aprendido a valorar la soledad, ya que lo mejor en su vida se lo había dado la amistad, y la soledad había sido su amiga más fiel y constante. En general huía del ruido y buscaba la compañía de pocas personas. Sirius, Dumbledore, Arthur y Molly, si ésta última no estaba con humor belicoso. No rechazaba a los demás, pero prefería disfrutar del resto de la gente viéndolos interactuar de lejos, como simple espectador, sobre todo si se trataba de personas ruidosas. Nymphadora Tonks la extravagante y escandalosa prima punk de Sirius, definitivamente entraba en esta categoría de personas, pero toda regla debe ser confirmada por una excepción y ella era, sin lugar a dudas, su excepción.
Había algo en su estruendosa risa y en la forma tan peculiar en que arrugaba la nariz cada vez que se tropezaba o escuchaba el ruido de la cerámica al romperse cerca de ella; era dulce en una forma casi salvaje. Era una especie de imán de ruido y personas, y para su sorpresa, Remus había resultado no ser inmune a su efecto. A los pocos días de conocerla se encontró disfrutando de su compañía. Era inteligente y desde su primer comentario en una de las reuniones de la orden, él había aprendido a valorar su opinión. Su breve experiencia como profesor le había enseñado a identificar ciertas miradas y poses y con ellos descubrir quien estaba asimilando la información que recibía y quien únicamente mantenía los ojos abiertos mirando fijamente al orador sin entender ni una palabra de lo que se decía. Ella asimilaba y procesaba la información a una velocidad increíble y él casi podía jurar que antes de parpadear ya había obtenido una conclusión lógica y sensata. A pesar de su apariencia, Nymphadora Tonks era una jovencita inteligente y madura y le gustaba. Le gustaba, claro está, en una sana relación de admiración hacia una compañera de trabajo que era casi década y media más joven que él.
Tonks —porque debía recordar que odiaba su nombre y que se lo había demostrado la primera vez que la llamó así, con un no muy leve puñetazo en el pecho— le agradaba, lo hacía reír, disfrutaba verla interactuar con los demás, escuchar sus risas y como la gente a su alrededor se animaba y parecía divertida y despreocupada. Había una rara chispa de ingenuidad en los ojos de la muchacha, que de alguna forma lograba rejuvenecerlo.
Aún lo hacía sonreír la forma en que se había referido a ellos en su primer encuentro:
—¡Vaya grupo! —Exclamó ella mirando a Sirius, Mundungus, a él mismo y a Ojoloco Moody, que estaban sentados alrededor de la mesa, después de la reunión—. Un sarcástico profesional, un traficante de todo aquello con lo que se pueda traficar, un profesor que le aúlla a la luna llena y un retirado paranoico —dijo señalando a cada uno alternativamente.
Ojoloco la había mirado fijamente con ambos ojos, y por un segundo todos esperaron ver a Tonks convertida en un perfecto hurón de color rosa, pero lejos de eso el hombre soltó una estruendosa carcajada mientras su ojo mágico giraba enloquecidamente al compás de su risa.
—Supongo que nos hacía falta un camaleón rebelde —declaró Sirius. Tonks se encogió de hombros sonriendo.
Para Tonks su licantropía no representaba mayor inconveniente que la desagradable habilidad de Sirius con el sarcasmo o la desesperante desconfianza de Moody.
Por años, Remus había sobrevivido a cada luna llena con total independencia, independencia que había pagado con su salud, ya que por lo general pasaba el día posterior a la luna llena sin probar alimento; se sentía afortunado si reunía las fuerzas necesarias para vestirse y servirse un poco de agua, porque frecuentemente, agua era todo lo que tenía para alimentarse. Pasaba el día en la cama tratando de recuperar con descanso la energía que no podía conseguir con alimento.
Aquella mañana no era distinta. Despertó aturdido como siempre, con dolor de cabeza, con las extremidades entumidas, una náusea casi incontrolable y una no muy ligera fiebre. La única diferencia era que se encontraba en una habitación en el último piso de Grimmauld Place y no en su casa. Sus dientes empezaron a temblar y no dejaron de hacerlo hasta que se metió a la cama y las mantas con las que se cubrió alcanzaron la temperatura adecuada.
Alguien llamó a la puerta obligándolo a salir de su somnolencia. Un minuto más tarde escuchó ruidos, supuso que era la perilla de la puerta, seguramente el mismo alguien estaba tratando de abrir. Aunque había hechizado la habitación para que no se escucharan en el exterior los ruidos de dentro, él si podía oír lo que pasaba fuera.
No iban a abrir esa puerta hasta que él no quitara el hechizo que había puesto para cerrarla, con la casa tan llena de gente no deseaba correr riesgos. Buscó su varita y la encontró en el suelo, a varios metros de la cama. Después de suspirar trató de ponerse de pie, aún estaba atando el nudo de su raída bata, cuando escuchó una suave explosión y la puerta se abrió de golpe. Lo que parecía ser una cabeza cubierta de púas rosas estaba a medio metro del suelo y se alzaba lentamente con una charola en las manos.
—¡Hola! —Lo saludó Tonks con naturalidad—. Molly está ocupada y me pidió que te trajera el desayuno antes de ir a trabajar —colocó la bandeja en el buró antes de dirigirle una mirada de estudio—. Te ves horrible, te apuesto lo que quieras a que te lo han dicho ya —declaró, ayudándolo a acostarse nuevamente. Cuando Remus notó el gesto amistoso de la jovencita entendió que no había porque ofenderse, sobre todo porque lo que acababa de decir no era más que la verdad.
—Muchas veces Tonks, pero nunca de forma tan directa —sonrió. Ella le colocó la charola sobre las piernas y le robó media tostada.
—No seas bobo. Generalmente te ves bastante bien —por alguna razón la muchacha se sonrojó y trató de reponerse después de una breve pausa—. Toma jugo, es de manzana —dijo, señalando el vaso.
—Gracias —dio un trago—, pero lo prefiero de naranja.
—Le pedí a Molly que te lo hiciera de manzana. La naranja es demasiado fuerte para tu estómago el día de hoy.
Él la había observado con las cejas elevadas, pero su sorpresa no fue tanta como cuando segundos después, la vio tomar el vaso en el que él acababa de beber para llevárselo a los labios con toda naturalidad.
—Además, el de manzana es más rico. Bueno —suspiró, inclinándose sobre la charola para tomar un poco de fruta—, tengo que irme a trabajar —dijo con un trozo de sandía en la boca.
La mano con la que se apoyaba en la orilla del colchón se resbaló y de repente sus labios quedaron a escasos centímetros de los de él, el aroma a sandía se hizo tan intenso que inconscientemente, Remus entreabrió la boca antes de que ella se pusiera tan roja como la fruta en cuestión y se alejara de un salto.
—Me tengo que ir —repitió tragando saliva y salió precipitadamente.
Remus sonrió, aquella contradicción que era la persona de Nymphadora Tonks le gustaba. El choque de su agresiva apariencia con su ingenua forma de sonrojarse le parecía enternecedor. Aquel día empezó a sentir cariño por ella. La incomodidad que siguió por varios días a ese incidente no hizo más que incrementar ese cariño.
OoOoO
Los hombres mayores no se fijan en jovencitas.
O por lo menos, los hombres mayores, que alguna vez fueron profesores y son serios, callados y licántropos no se fijan en jovencitas que son aurores, extrovertidas, escandalosas y metamorfomagas. Es una ley, no escrita, pero ley. Nymphadora Tonks siempre había encontrado que las leyes eran justas, aún las no escritas, por algo ella era Auror y se encargaba de que los demás las cumplieran. Pero ante esa ley sentía deseos de rebelarse porque era terriblemente injusta. No lo había sido siempre claro, solamente desde que al formar parte de la Orden del Fénix, conoció a cierto hombre lobo que se paseaba por la cuarta década de su vida con una sonrisa amable y un adictivo aroma a libros viejos y chocolate. Aquello sobre los opuestos que se atraen, nunca le había parecido tan cruelmente cierto como en ese momento y lo único que deseaba era que funcionara en ambos sentidos.
Nunca había tenido suerte con los hombres, su único novio por tres semanas la había dejado por una —señorita-perfecta-con-ojos-azules-y-sonrisa-de-comercial-de-dentífrico; ella había llorado pero al cabo de unas semanas se había recuperado con el tiempo suficiente para concentrar toda su energía en la prueba de admisión para aurores. Después de ser aceptada no hubo mucho tiempo para romances, y aún cuando el tiempo no hubiera sido un problema estaba el hecho de que para tener un romance necesitaba de un hombre que se tomara la molestia de averiguar cual de entre todos los colores que usaba, era su color, y ese hombre nunca había aparecido. No hasta que se topó con Remus John Lupin. Él la escuchaba con atención, totalmente seguro de que el color violeta o rosa de su cabello no tenía nada que ver con la madurez y sensatez de sus pensamientos; él entendía que para ella, el color era simplemente una expresión.
Su primera impresión de él fue agradable, le había cedido el asiento antes de que fueran presentados y le sonrió con amabilidad, sin fruncir el ceño ni fijar la mirada en su cabello rosa peinado de puntas. A diferencia de los demás que habían salido corriendo para no quedarse sin cenar, él se había quedado para ayudarla a levantarse cuando había tropezado antes de llegar al comedor, incluso, había tenido la gentileza de reparar el florero que ella había roto. Además, era atractivo, de una forma misteriosa y reservada, pero le parecía atractivo.
Una vez hechas las presentaciones, la opinión que ella se formó de él coincidió tan perfectamente con la que el resto de las personas tenían, que se sorprendió de que alguien pudiera despertar tan agradables comentarios en todas las personas que lo conocían y de cuyo buen juicio ella misma tenía tan buen concepto.
Así, pasó de la simpatía a la atracción, de la atracción al respeto y la admiración, y luego se encontró con algo a lo que no quería ponerle nombre por miedo. Y ese miedo la ponía nerviosa, y los nervios la hacían reír más fuerte de lo usual siempre que él estaba cerca y la hacían tropezar más fácilmente, sobre todo si él podía darle la mano para levantarla o poner su mano alrededor de su cintura para que no cayera. Él la miraba con aire condescendiente y un gesto amable y ella identificaba esa mirada con la que sus padres o maestros le daban cuando finalmente entendían que su torpeza era irremediable. Suspiraba y se mordía el labio cuando la certeza de que él nunca la miraría como mujer se apoderaba de ella.
Siempre que estaba en Grimmauld Place, Remus pasaba las tardes encerrado en una pequeña biblioteca con una taza de café o té, un libro de páginas amarillentas en las manos y con el viejo fonógrafo tocando irremediablemente Fascinación. Ella lo observaba a través de la puerta entreabierta y pasaba el resto de la tarde tarareando los suaves acordes de la canción que ya se había metido tan dentro de su cabeza, como Remus Lupin lo había hecho dentro de su corazón y ambos la acompañaban incluso en sueños.
En una ocasión, Remus la había descubierto canturreando un trozo de la canción y le había sonreído con curiosidad cuando ella se sonrojó al notar su interés. Sin mirarlo a los ojos le confesó que había notado que él la escuchaba frecuentemente y había llegado a gustarle después de un par de veces. «Fue la primera canción que bailaron mis padres y mi madre siempre la escuchaba cuando yo era niño. De algún modo, cuando la escuchó nuevamente, me siento en casa» le había confesado. Ella había sonreído y aquella noche había soñado con él por primera vez.
Se sentía de quince años cuando él estaba cerca; se sentía de quince años y lo odiaba porque quería parecer segura y madura. Afortunadamente él parecía no notar lo torpe que se volvía cuando ella notaba su presencia, o tal vez lo hacía y lo tomaba como algo normal, después de todo, ella ya era torpe por naturaleza. También parecía ignorar lo feliz que se ponía en cuanto lo miraba y lo mucho que elevaba la voz, como muestra inconsciente de su felicidad. Aunque en parte se sentía agradecida por el hecho de que Remus fuera tan poco observador, también se lamentaba, pensando, que de sospechar algo, ya sabría por su reacción, que podía esperar de él. Su actitud con ella era tan amistosa y desinteresadamente romántica, como lo era con Mundungus.
Apenas unos días después de que los chicos regresaran a Hogwarts, Tonks se encontró suspirando cuando Remus dejó la cocina después de tomar un café al finalizar una de las reuniones de la Orden. Aquella calurosa noche de septiembre, cumplía dos meses y una semana de haberlo conocido, sesenta días de pensar en él constantemente, cuatro semanas de buscar la ocasión de encontrase con él accidentalmente, cinco días de suspirar en cuanto él se marchaba y setenta y dos horas de soñar con él despierta. Demasiados él, para la conveniencia de su salud mental. Una estruendosa carcajada la hizo volver a la realidad y se encontró con un par de lágrimas que escurrían por el enrojecido rostro de Sirius Black.
—¿Qué? —le preguntó ella con el ceño fruncido.
Pasaron un par de minutos antes de que él pudiera recuperarse lo suficiente para contestar.
—No lo puedo creer —dijo aún entre risas—. Esto es lo más absurdo que he visto en mi vida. Hace tiempo que lo había notado, pero necesitaba convencerme. Te gusta, ¿verdad?
Tonks resopló y frunció tanto el ceño que por un momento fue como si solamente tuviera una ceja. Se agachó para amarrar el cordón de su bota, que estaba perfectamente atado, pero que, por mera precaución, Tonks desató y ató nuevamente. Aquello por supuesto, no tenía nada que ver con que sus mejillas hubieran adquirido un escandaloso tono rojo. Realmente odiaba sonrojarse, odiaba suspirar, odiaba portarse como la enamorada princesita de algún cuento. Odiaba a Remus Lupin… bueno, no lo odiaba precisamente, simplemente odiaba que le resultara tan inquietante.
—No sé de que hablas —dijo, comprobando si los dos extremos de las agujetas tenían la misma longitud.
—Había escuchado eso de que los opuestos se atraen, pero esto es el colmo. Tú eres tan explosiva, tan escandalosa y él es tan… aburrido y formal.
—Remus no es aburrido —exclamó Tonks ofendida, levantando la cabeza con energía.
—¡Por las barbas de Merlín! ¡Vaya que te gusta! —afirmó con gesto divertido.
Ella dio un bufido y azotó los codos contra la mesa mientras dejaba caer la cabeza sobre sus manos con gesto de derrota. Se atrevió a mirar a los ojos a Sirius, pero al instante se arrepintió de haberlo hecho. La mirada divertida del hombre duró unos segundos más, y luego se puso repentinamente serio antes de parecer más bien preocupado.
—Tonks, me gustas —le dijo con sinceridad.
—Sirius yo… —empezó a decir con mucha incomodidad.
—No seas ridícula. Me gustas para él, y eso tal vez es una prueba inequívoca de lo mucho que me enloqueció Azkaban —le explicó levantando las cejas. Ella había empezado a sonreír cuando él continuó con un tono más serio—. Pero…
—¿Pero? Nunca se fijaría en alguien como yo —suspiró, subiendo la bota militar recién amarrada al asiento de la silla y abrazando su rodilla que se asomaba a través de la rasgadura de sus jeans. Se mordió el labio derrotada.
—Él nunca ha tenido una relación formal Tonks. No me mires así, no es que sea del tipo aventurero, nada más lejos de la realidad. Hace años tuvo una relación en la que él iba muy en serio, pero las cosas no funcionaron, ella no resistió su pequeño problema peludo por mucho tiempo, y desde entonces Remus se dio por vencido. De modo que ahora la forma más rápida de alejarlo es mostrándole demasiado interés.
—¿Quieres decir que él no me hará caso? —preguntó temerosa en voz muy baja. Sirius gruñó.
—Quiero decir que no debes mostrarle demasiado interés. Que no se dé cuenta de que buscas algo serio. Si es que buscas algo más que pasar el rato —dijo poniéndose de pie y sacando una cerveza de mantequilla del refrigerador—. Usa la cabeza para algo más que cambiar el color de tu cabello, niña —le dijo con superioridad antes de salir.
Ya en el pasillo lo escuchó murmurar «vaya pareja» entre risas y contuvo los deseos de alcanzarlo y arrojarle la taza a la cabeza.
Tonks subió la otra bota al asiento de la silla y se abrazó las dos rodillas recargando la cabeza en ellas. No mostrarle interés. Por alguna razón aquello le sonó tan sencillo como convencer a Snape de jugar a las escondidas con ella.
Aunque claro, ya que el mostrar interés, aun sin intención, no le había servido de mucho; tal vez esforzarse en fingir indiferencia daría mejores resultados.
