Nota de la Traductora: Hola a todos, como siempre voy a comenzar diciendo que esta historia no me pertenece, la autora se llama Tempestt, yo solo traduje su novela Laboratorio mono, espero que la disfruten tanto como yo.

Nota de Tempestt: Exención de responsabilidad: No soy dueña de DBZ ni de Vegeta, creo que todos sabemos lo que haría con él si lo fuera.


Laboratorio mono

(Lab Monkey)

Autora: Tempestt

Capítulo uno

Encarcelado

Él alzó una mirada indiferente al techo. Veinte y cuatro mil seiscientos setenta y dos, ese era el número de diminutos agujeros que había en los paneles distribuidos alrededor de un único tubo de halógeno. La celda medía exactamente ocho y medio pasos de ancho y diez pasos de largo. Se paseaba todos los días solo para estar seguro de que no se transformara en algo más pequeño por arte de magia, aunque su razón clamara lo contrario. Las paredes eran de acero pulido, estas albergaban un sólido catre de resortes con un colchón firme, un inodoro y un lavabo; nada más, nada menos. Si volvía la cabeza hacia la derecha podía ver su reflejo oscurecido, una sombra de penetrantes ojos negro azabache y odio cocido a fuego lento, pero si volvía la cabeza hacia la izquierda...

Toda esa pared no era más que un campo de fuerza de amortiguación de ki. Aunque invisible, su presencia solo se daba a conocer por el sutil zumbido que podía ser confundido con la energía de la electricidad en los filamentos de la iluminación. Sin embargo, parecía como si pudiera pasar a través de este hacia los brazos de la libertad. Por supuesto que era ilusorio, estaba debidamente enjaulado, una bestia atrapada detrás de las rejas.

Se abalanzó sobre la aparente inexistente pared varias veces los primeros días de su encarcelamiento, pero la fuerza lo empujó hacia atrás y lo único que ganó como recompensa a sus esfuerzos fue el olor a cabello chamuscado. Había gritado, había maldecido, había amenazado y aun así se mantuvo detrás de la frágil pared de su cordura.

Ser esclavizado por Frízer era de lejos un destino mejor que este. Mientras estaba bajo el mando del tirano podía caminar con toda libertad, tenía la posibilidad de viajar a otros planetas y desahogar su frustración y furia en las razas inocentes que fue enviado a aniquilar. Quizá no sería nada más que un asesino de masas que mataba todo lo que le ordenaba su amo, pero al menos disponía de espacio para moverse, para respirar.

Más allá de la pared se situaba otro mundo lleno de actividad y excitación. La gente entraba y salía todo el tiempo, podía ver las batas blancas que usaban balanceándose a sus espaldas, como si se burlaran de él con sus salidas fáciles. Ellos estaban casi a su alcance, tomando notas en portapapeles mientras murmuraban palabras ininteligibles en voz baja antes de marcharse. Al principio le habían tenido miedo, incluso con la barrera en el lugar, sin embargo, a medida que las semanas pasaban ese miedo disminuyó.

Una vez que se hizo evidente que no podía escapar luchando de este nuevo agujero del infierno, intentó escapar hablando improperios. Después de enviar a varias personas huyendo entre lágrimas, una nueva ley había sido emitida de que no se le hablara directamente. Continuó acosando y aterrorizando, pero pronto sus comentarios hirientes se deslizaron de los científicos como el aceite sobre el agua. Nadie le habló, nadie ni siquiera se atrevió a mirarlo, excepto ella.

Al descubrir que sus palabras vacías ya no asustaban a nadie, se quedó callado y solo salía de su ensimismamiento cuando ella entraba en la habitación. Luego comenzó a caer en una profunda depresión. Podía verlo dentro de sí mismo, creciendo cada día que pasaba. Era una sombra que amenazaba con tragárselo. Un saiyayín no estaba destinado a estar enjaulado, todo lo contrario, debían ser libres para vagar, luchar, comer y conquistar.

Ella era la única que levantaba el peso de su desesperación, pero no era luz lo que traía a su mundo estéril, sino algo mucho más siniestro que el hastío. Consigo traía el nauseabundo hedor del odio. Ella era la razón por la que estaba encarcelado, ella era la razón por la que se pudría en esta celda día tras día, ella era quien ordenó las pruebas y exigió que se le sometiera a sus ojos curiosos. Él la odiaba y ella lo odiaba.

Estuvo tan cerca ese día, hace tantas semanas. Al apretar el frágil cuerpo de Kakaroto con sus manos, sintió que su sangre se filtraba a través de sus bestiales dedos. Rugió a los cielos y sus colmillos brillaron bajo el caliente sol del desierto. Podía sentir el poder de la forma ozaru corriendo por sus venas y el embriagador delirio del deseo por matar llenándolo.

Agarró al único otro saiyayín restante, ese fenómeno hibrido excluido y había inhalado el olor a sudor y sangre. Un traidor a su pueblo, al trono y a sí mismo, el tercera clase debería estar muy honrado de ser asesinado por su príncipe. Una vez que terminara de deshacerse de la suciedad que se atrevía a llamarse humano, renegando de su herencia saiyayín, planeaba arrasar las ciudades de la Tierra, destruyéndolo todo a su paso.

La victoria estuvo en la palma de su mano, literalmente, pero entonces ella llegó. Ni siquiera supo lo que pasó hasta días más tarde cuando se despertó en esta celda del infierno. Había sentido un ligero pinchazo en la piel y luego una disminución de su poder. Este se disipó con rapidez hasta que no quedó nada, haciendo caso omiso de sus intentos aterrorizados por tratar de recuperarlos. Cayó en la inconsciencia mientras su cuerpo volvía a la forma humanoide y su fuerza solo fue un recuerdo desvaneciéndose.

Se enteró más tarde de que cometió un error al matar al monstruo verde, lo que le negó el placer de formular un deseo. Él no era consciente de la ironía. Había venido a este abandonado planeta con el fin de obtener su libertad de un despiadado tirano solo para encontrarse en el más férreo agarre de una bruja sin corazón.

Ella afirmó ser una genio y luego procedió a demostrarlo. Incautó la nave de Nappa y la suya junto con los restos de la nave de Raditz para crear una más grande usando las partes rescatadas. Después envió a sus amigos a otro mundo, a un planeta llamado Namekusei. Buscarían al inventor original de las esferas del dragón y pedirían sus deseos. Obtendrían lo que querían mientras él estaba sentado aquí, a la espera de su siguiente decreto tortuoso.

La puerta hacia el mundo exterior se abrió para revelar al demonio de cabello azul. Sus penetrantes ojos se estrecharon al seguirla por toda la habitación. En tanto ella estuviera dentro de su visión nunca le permitía escapar de su intensa mirada furiosa; se guisaba en los jugos de sus propios justificados deseos de venganza y se recreaba imaginándola gritar cuando la castigara por todos sus crímenes contra él, el príncipe saiyayín.

Ella podía sentir su gélida mirada fija y tuvo que reprimir la necesidad de estremecerse. Había aprendido con bastante rapidez que mostrar cualquier signo de debilidad frente al guerrero era una invitación al desastre. Sus comentarios mordaces podían derribar a la persona más segura y su comportamiento despiadado era suficiente para infundir terror en la mayoría de los corazones. La clave para sobrevivir a esa hostilidad era ignorar sus comentarios mientras te ocupabas de tus asuntos. Por desgracia, descubrió que era más fácil decirlo que hacerlo. Ese bastardo sabía exactamente que botones presionar y lo hacía con sádico deleite.

Se le ocurrió por primera vez la idea de la tecnología ki cuando observó lo fuerte que Gokú se había vuelto. Siempre supo que algo era diferente en él y la aparición de su hermano, Raditz, un año atrás lo probó. En consecuencia, ni bien los guerreros Z huyeron hacia sus respectivos escondites para entrenar debido a la próxima pelea, ella pasó incontables horas en su laboratorio, perfeccionando la idea que quedó suelta en su cabeza durante muchos años.

Ver a su mejor amigo con un agujero en el corazón la motivó como ninguna otra cosa en el pasado. El eco de los gritos de negación de su viuda la despertaban abruptamente por la noche, hasta que se rindió a lo inevitable y puso una cama en su oficina de manera que solo tuviera que volver a la casa principal cuando fuera necesario. Su exagerado fervor finalmente tuvo éxito. Su orgullo y alegría era un suero que llamó el factor x. Una vez inyectado en el torrente sanguíneo de un atacante, neutralizaba su ki de forma muy similar a un antibiótico curando una infección. Este absorbía cada ápice de energía que tenían hasta que no quedaba nada, dejándolos inconscientes e indefensos a su voluntad.

A través de la bola de cristal de Uranai Baba había visto estupefacta por el horror como su amor, Yamcha, era asesinado por los invasores. Se sentó mirando atónita con la boca abierta mientras ellos hacían a un lado las balas del ejército y traspasaban a sus amigos, uno por uno, hasta que solo quedaron Krilin, Gohan y Gokú. Al final, el pequeño fue el único que siguió en pie, pero él contenía más poder en su cuerpo compacto que todos sus amigos juntos. En el instante en que se transformó en un mono gigante, supo que ya no podía quedarse de brazos cruzados y dejarlos sin ayuda.

Abrió la cápsula de su aerojet, voló al desierto y aterrizó justo a tiempo para ver al monstruo aplastar a Gokú. El sudor la invadió de repente y sus manos temblaron cuando levantó el rifle y ajustó la mira. Recordó la extraña sensación de calma que se había apoderado de ella mientras se dirigía a su enemigo. Sus manos se hicieron firmes y sus respiraciones uniformes. Sin una pizca de remordimiento apretó el gatillo con mucha lentitud e ignoró despiadadamente la pequeña voz en su interior que disfrutaba de los gritos de dolor al verlo encogerse a su tamaño normal.

Recogieron su cuerpo a toda prisa para transportarlo a uno de los laboratorios en la Corporación Cápsula. Ya tenía diseñada su celda y por fortuna continuó inconsciente el tiempo suficiente para construirla. Había sentido el aleteo de la incertidumbre ni bien él se despertó por primera vez, pero su arte manual soportó la prueba y permaneció prisionero.

Sus ojos parpadearon sobre la celda y su delicada frente se frunció ante la vista. Cuando él llegó por primera vez al laboratorio estaba pletórico de vida y lanzaba golpes a la pared casi tan rápido como lanzaba amenazas a su entorno. Una vez que se dio cuenta de que no podía destrozar el magnífico invento, se puso a caminar de un lado al otro como una pantera enjaulada, irradiando poder y virilidad. A medida que pasaron las semanas vio esa energía agotarse hasta que solo quedó un apático extraño.

Él apenas hacía nada más que yacer en la cama, mirando al techo. Solo cuando ella entraba se despertaba al momento. Se encontró tratando de entablar una conversación que lo incitara a una pelea, solo para ver la chispa en sus ojos oscuros una vez más. La gris aura sin brillo que crecía a su alrededor comenzó a molestarla y empezó a temer por su bienestar. Si él moría bajo su cuidado, sería la única culpable. Una pequeña parte suya le susurró que no debería ser tan afortunado de escapar a la muerte mientras ella tenía que permanecer aquí sin su amor.

Todo lo que podía ver cuando lo miraba era su malvada sonrisa de satisfacción en el momento en que observaba a Yamcha ser asesinado. Él era la razón de que le doliera el corazón, él era la razón de que estuviera sola. Lo odiaba con una venganza tal que la dejaba físicamente enferma. Mediante un gesto de la cabeza él le robó su alegría y ella sintió un innegable deleite ante la idea de que le robó algo de su felicidad a cambio.

Gokú se opuso al encarcelamiento del príncipe. Le dijo que no tenía derecho a enjaularlo. Ella lo contrarrestó usando el argumento de que era un asesino a sangre fría. ¿Qué la haría hacer con él?, ¿dejarlo libre y darle una palmadita en la cabeza como a un buen cachorro? Si alguna vez se escapaba de la jaula, destruiría al mundo entero y nadie sería lo suficientemente fuerte para detenerlo. Se estremeció ante el pensamiento de su risa maníaca mientras destruía una ciudad tras otra en venganza.

Ella le echo un vistazo rápido antes de mirar de nuevo a su papeleo y vio el brillo en sus ojos cuando lo hizo. Si alguna vez escapaba de la celda, sería la primera persona a quien él buscaría. No viviría para escuchar su risa, ella ya estaría enfriándose en un charco de su propia sangre.

Ahora que Gokú, Krilin y Gohan se habían ido a Namekusei, se sentía vulnerable. No quedaban combatientes en la Tierra que la defendieran si algo atroz llegara a suceder. Había deseado con desesperación ir con ellos para experimentar un viaje interestelar de primera mano, pero sus responsabilidades la mantenían aquí. Era la única lo suficientemente valiente para cuidar del príncipe oscuro. Lo capturó y ahora tenía que mantenerlo en custodia, ya sea que lo quisiera o no.

Incapaz de seguir ignorándolo, levantó la cabeza de nuevo. Esta vez sus ojos de zafiro se inmovilizaron ante la inflexible mirada fija y sintió que su aliento hacía un nudo en su garganta. El tiempo dejó de moverse e invisibles tentáculos insidiosos atrajeron a la pareja, atándolos indisolublemente con cada momento que pasaba.

El amor y el odio están divididos por una línea muy fina llamada lujuria.