Disclaimer lelo: la presente historia carece de valor comercial algo y ni American Horror Story ni sus personajes me pertenecen –de ser así, la serie estaría llena de aún más lesbianas y millones de planos extra de Sarah Paulson, Lily Rabe y Frances Conroy.
Cada vez que Billie Dean había puesto un pie en la propiedad de aquella mansión maldita, el murmullo –una oleada constante de voces más o menos confusas, más o menos potentes pero con seguridad siempre lamentables e infelices– se metía en su cabeza y le era imposible ignorarlo. La peor parte era que las "voces" no se limitaban a expresarse mediante sonidos, sino que también se mostraban en su mente en forma de imágenes que, sentía, se le pegaban a las paredes internas de su cráneo. Con el tiempo y tantas visitas a Constance Langdon que habían acabado en visitar ese lugar, se había habituado a ellas: no se podía decir que habían dejado de molestarle, pero con un poco de práctica había ensordecerse ante las voces más desagradables de todas y así una vez que se marchaba, tras unas cuantas horas volvía a sentirse relativamente normal. Tampoco era como si tuviera derecho a quejarse, en realidad: la mediumnidad era su don y ella lo había convertido en su sustento; tenía que lidiar con ello, sencillamente. Y de hecho, a veces se sorprendía a sí misma casi disfrutando la situación. Era desagradable y hasta morboso de oír y quizás por eso nunca se lo había dicho a nadie, pero aquella casa maldita se había convertido en parte de su vida. Algunas criaturas allí eran verdaderamente monstruosas, tales como el mismo Tate o el Infantata, pero otras no y Billie creía que quizás podría ayudar a algunos de ellos… Y si era por un módico precio aún mejor; ella no estaba haciendo caridad.
Constance continuaba en contacto con ella y en efecto esa tarde como tantas otras la había citado a su casa y allí era hacia donde se dirigía Billie, pero si debía ser sincera lo hacía un poco a su pesar. Constance vivía ahora con aquel bebé al que trataba como suyo, aunque su verdadera naturaleza no la engañaba. Era como Tate, incluso peor quizás. Si bien sus pies ya estaban a sólo una casa de distancia ella pensaba en lo agradable que le sería estar rumbo a cualquier otro lugar, pero absolutamente cualquier otro. Y entonces fue cuando se detuvo, giró su cabeza y sus ojos contemplaron la enorme casa restaurada. Y antes de que se diera cuenta sus pies la dirigían hacia ella, pasando veloces junto al cartel de en venta.
Billie había entrado cientos de veces de manera mas o menos clandestina al lugar, por lo que el camino hacia la entrada trasera no era ningún misterio. Sí lo era, en cambio, la casa en sí: las voces habían cambiado. No todas, no se podía pedir milagros, pero sí algunas. Ahora no todos parecían estar sumidos en una infelicidad eterna; los Harmon habían hecho algo de bien, después de todo. Quizás ella aún no había dado con la manera de liberar a los espíritus de aquella casa, pero quizás habría algún modo de acabar con su maldición desde adentro.
Estaba dispuesta a entrar de una vez, pero entonces sus ojos dieron con la glorieta de madera que el señor Harmon había construido de manera apresurada varios meses atrás. La glorieta en sí no la impresionaba, Billie podría darle un par de consejos en materia de construcción al hombre incluso, pero sus ojos en realidad estaban mirando a la persona que estaba parada dentro de ella, apoyando sus codos sobre el barandal de madera y dándole la espalda. La médium comenzó a caminar hacia allí, curiosa, pero la enorme herida en rubia y arreglada nuca de la mujer le indicaban claramente de quién se trataba. Y eso era lo más extraño de todo en realidad, porque la entidad no parecía tan perturbada como en otras ocasiones –o por lo menos su perturbación actual era de un orden diferente. Nora Montgomery se giró al oír los pasos sobre la madera de la glorieta y como siempre su rostro parecía al borde de las lágrimas, aunque más de ira que de tristeza.
–¿Qué está haciendo en mi casa? –le preguntó autoritariamente la mujer muerta, observando la vestimenta de la médium con cierta reprobación.
Billie Dean captó su mirada y acabó por encogerse de hombros.
–Se podría decir que ésta es mi casa también –le dijo con simpleza. Nora guardó silencio por unos segundos, escudriñándola, hasta que finalmente asintió: muy a su pesar, al parecer compartía su antigua y maltratada casa con muchas otras personas, y sin duda las había con un aspecto peor. No iba a discutir nada; estaba demasiado cansada y de todas formas ya casi nada entendía. Volvió a girarse, dando la espalda a la mujer.
–¿Por qué estás aquí fuera? –le preguntó Billie a la vez que se adentraba en la glorieta y acababa junto a Nora, imitando su postura y dejando caer sus brazos sobre el barandal, mirando también a la nada.
–Oh, esos mentecatos –le respondió Nora, escupiendo sus palabras con rabia–. Me echaron como a una sirvienta de la cocina, dijeron que era una molestia. ¿Puedes creerlo? –y gruñó para luego continuar mascullando– Como una sirvienta…
–¿De la cocina? Qué extraño, pensé que el sótano era tu lugar favorito –musitó la mujer, sin pensar en nada en particular. Finalmente volvió a encogerse de hombros, la segunda vez en todo el día–. Supongo que muchas cosas han cambiado por aquí.
–Indudablemente. Todo por esos Harmon, ellos y su monstruo de llantos incansables –dijo con desdé, provocando que Billie saliera de su ensimismamiento por fin. Miró a la muerta con sorpresa, provocando que la mujer la mirara un tanto sorprendida a su vez, expectante.
–¿Entonces ya no quieres a tu bebé? –inquirió la mujer, sin salir de su asombro. La voz de Nora siempre había sido la más clara de todas para sus oídos, y la única que le había inspirado no solo molestia. Su llanto constante se le había antojado con el tiempo no solo conmovedor, sino incluso bello. Sin embargo, siempre había sido consciente de que la verdadera perdición de la mujer aún después de muerta no había sido el arma con la que se quitó la vida y su consiguiente herida que la había confundido aún más que a los demás muertos, sino aquel mantra suyo. El hecho de que Nora por fin hubiera abandonado esa idea implicaba mucho más de lo que podía parecer a simple vista.
Nora sonrió, o hizo en su lugar una mueca cargada de ironía y nostalgia.
–Nunca olvidaré a mi pequeño Thaddeus –dijo a la vez que negaba suavemente con la cabeza, meciendo sus rizos dorados–. Pero también sé que nunca podré recuperarlo, no al menos al pequeño que era antes de que todo se saliera de control –y luego se mantuvo silenciosa por unos segundos, digiriendo una idea que provocó que sus ojos se humedecieran–. Fue mi culpa, si no le hubiera sugerido al inútil de Charles ese negocio nada de eso habría sucedido y al menos Thaddeus no se habría convertido en un monstruo –y empezó a llorar cerrando fuertemente sus ojos, tal como prácticamente todos los habitaciones de la casa la habían visto hacer alguna vez.
Billie esbozó una expresión compasiva a la vez que alargaba una de sus manos para tocar el hombro de la pobre criatura que temblaba entre sollozos, dándole un apretón reconfortante.
–Nora, si sirve de algo yo creo que Thaddeus no es el monstruo del sótano –le dijo con el tono más seguro que pudo, deseando calmarla–. Sé que Charles hizo algo con sus… partes –dijo haciendo una mueca–, pero él estaba muerto mucho antes y tengo entendido que no fue asesinado en ésta casa. Charles nunca habría podido unir su alma a ningún cuerpo. Así que… Sé que no es un gran consuelo, pero tu pequeño se ha ido hace ya mucho tiempo y ha de estar en paz –y lo correcto habría sido esperar a ver la reacción de la mujer, pero su mano libre empezó a hurgar en su cartera, hasta que finalmente rompió el efecto dramático sacando un paquete de pañuelos descartables de allí–. Vamos, toma uno.
Nora parpadeó desconcertada, deteniendo por fin su llanto. Tomó uno de los pañuelos que le ofrecía su nueva compañía, pero no antes sin mirarlo con algo de recelo. Finalmente se secó las lágrimas con él.
–Es un gran consuelo, en realidad. Uno enorme –le confesó la mujer, soltando una risita algo nerviosa. Billie retiró su mano del hombro de la difunta, pero Nora la atrapó entre sus manos, intentando transmitir su agradecimiento todo lo que pudiera en vista de que las palabras costaban un poco en fluir –. Gracias, uhm… Pero creo que no sé tu nombre.
–Billie Dean Howard –le respondió con una sonrisa. En realidad se sentía bastante satisfecha de traer al menos un poco de paz al alma de Nora, aunque no pudiera obrar en verdad ningún gran cambio en ella. Observó con curiosidad la expresión pensativa de Nora al oír su nombre.
–Entonces, ¿Wilhelmina Howard? –preguntó, provocando que fuera Billie esta vez quien soltaba una risa, aunque no tan nerviosa.
–No, sólo Billie –le dijo entre risas, ante una sorprendida Nora–. Lo siento, sé que puede sonarte algo extraño dadas las circunstancias.
Pero Nora negó, resoplando.
–Ya no hay nada que me resulte extraño, Wil… Billie –dijo por fin, con una expresión tal de resignación que a Billie se le antojó cómica.
Billie estaba observando las manos pálidas que continuaban sosteniendo la suya, pero sus ojos ociosos la llevaron a notar el reloj metálico que llevaba en su muñeca y de pronto recordó su reunión con Constance. ¿Cuánto tiempo habría pasado? No quería ni pensarlo. Suspiró, captando la atención de Nora, quien la observó extrañada.
–Sé que dije que ésta es mi casa también, pero no es donde vivo y ahora mismo tengo asuntos que atender –se excusó Billie, y si bien esperó que Nora soltara su mano aún nada de eso había pasado–. Probablemente lo has notado antes, pero no estoy muerta. Sabes… que estás muerta, ¿verdad? –preguntó la médium de pronto, para cerciorarse: nunca se sabe con alguien que ha muerto por un disparo en la cabeza.
Para su sorpresa Nora suspiró, dejando su mano libre.
–Sí, sé todo eso. Todo está más claro desde hace un tiempo, y también desde hace unos minutos –le dijo tranquilizándola. Nora no estaba del todo tranquila, sin embargo, y Billie podía percibirlo. Por un momento pensó que Nora sencillamente se quedaría en silencio y la ignoraría, pero en lugar de eso la miró a los ojos, provocándole una sensación algo extraña–. ¿Volverías a visitarme? ¿Podrías hacerlo? –le preguntó de pronto, e incluso se podía percibir cierta desesperación en sus palabras; ni hablar del caos que de pronto parecía ser su cabeza.
Esta vez fue Billie quien tomó las manos de Nora entre las suyas, buscando reconfortarla. Asintió silenciosamente, para luego agregar:
–Vendré en cuanto pueda, te lo prometo –y Nora sonrió sin nerviosismo alguno, simplemente en una sonrisa sincera. Billie le había sonreído a su vez, para luego despedirse y caminar hacia la casa de Constance, a sabiendas de que tenía los ojos de la pobre mujer clavados en su chaqueta, en su espalda. Por alguna razón su sonrisa no se borró hasta llegar al umbral de la casa de Constance, en donde tuvo que forzarla a desaparecer.
