Disclaimer: "Golondrina de Invierno" Es una obra original del escritor chileno Victor Domingo Silva. Yo la tomo prestada porque es mi libro favorito y es una pena que sea una obra tan poco conocida. Esta es mi adaptación para mi pareja favorita de la vida: Sakura K. y Shaoran L.

Ademas, Card Captors Sakura y Tsubasa Reservoir Chronicles, sus personajes e historias pertenecen a las Diosas todopoderosas del Shojo, CLAMP. Yo solo los pido prestados para nuestra entretención.


Golondrina de Invierno

Primera Parte: "De Veraneo"

Capitulo 1:

En la vieja casa de campo, refaccionada cada año y embellecida por el cariño de su dueño, había un gran silencio. Era un poco mas de mediodía. Acababa de terminarse el almuerzo, con la apacible familiaridad de costumbre, y los dos hermanos habían salido a tomar el fresco al corredor que daba al patio. Ya no cantaban las chicharras, y el viento era tan suave, que las hojas de los arboles, al moverse, apenas hacían ruido. En su jaula de caña, dos jilgueros dejaban oír, muy de tarde en tarde, sus gorjeos agudos y vibrantes. Kerberus, el galgo zorrero, dormitaba, totalmente echado sobre el piso, levantando a menudo la cabeza para espantar las moscas, y volver en seguida a su inmovilidad. El sol, un sol radiante de febrero, caía como una gloria sobre el paisaje. Entre los pámpanos del parrón envejecido, veíase brillar, en apretados racimos, las uvas ya maduras. Del rosal traía el viento un olor tan penetrante, como cuando en un aposento se derrama un pomo de perfumes. Shaoran hojeaba los diarios llegados por el último correo y Tomoyo, sentada cerca de él, una pierna sobre la otra y las manos cruzadas sobre las rodillas, miraba fijamente a un punto lejano, en actitud meditativa.

- ¿Sabes? – Dijo de pronto Shaoran – Takashi tiene visitas.

- ¿Dice algo el diario? – pregunto Tomoyo, con ese tono de curiosidad inmediata que tienen todas las mujeres para inquirir asuntos de sociedad.

- Si. ¿Quieres ver? –

Y el paso el diario. Tomoyo leyó, en efecto, la noticia de vida social. Al vecino fundo de "Painahuen", de propiedad de don Takashi Yamasaki, había llegado desde la capital, a pasar la temporada de verano, la familia del senador Kinomoto.

- Trabajo para Chiharu – dijo, pensando, como es natural suponerlo, en la dueña de casa.

Siguió un largo silencio. No se oía más que el crujido de los diarios, al pasar entre las manos de Shaoran, y, de cuando en cuando, los gorjeos de los pajarillos en su jaula. El calor se hacía enervante. Las enredaderas de los pilares parecían mustias de fiebre, y, en el suelo, se diría que hasta los guijarros se escapaban chispas. Tomoyo había vuelto a su ensimismamiento soñador. Sus ojos amatistas se clavaban en una lejanía indecisa y plegábanse sus labios como en un recogimiento de oración. Su hermosa cabeza morena azabache, se inclinaba hacia adelante, dejando ver la nuca de un blanco mate limitado por el negro severo de la blusa de luto.

- Me voy – dijo Shaoran – A esos no se les puede dejar solos mucho rato –

- No vaya a hacerte mal el calor – objeto Tomoyo

- ¿A mí? Parece que no me conocieras… Días peores he resistido… -

Se puso de pie y golpeó las manos. Como obedeciendo a una consigna, Kerberus se había incorporado también y miraba a su amo, bostezando largamente. Tomoyo había corrido a traer el sombrero de anchas alas y la manta de colores que usaba Shaoran en sus faenas de campo, mientras él se acercaba a una silla en que se veían las espuelas. Por un lado del corredor apareció un huaso, haciendo, con sus pasos torpes campanear las rodajas, y se llevo las manos a la altura del sombrero.

- Ya está listo el caballo, patrón –

Tomoyo se volvía también, y Shaoran terminaba de calzarse las espuelas y las polainas

- Hasta luego, pequeña – dijo, tendiendo a su hermana las manos gruesas y ásperas, que ella estrecho en las suyas, de una delicadeza de lirios.

- Hasta luego, y vuelve cuanto antes –

- ¿Te sientes mal? –

- No. Es que voy a aburrirme de lo lindo –

Salieron ambos por el pasadizo, hacia el lado de la carretera, a donde daba el frente de la casa. Allí esperaba "Spinel" su caballo, atado al poste rabiando y pateando, molestado por las moscas, que el calor hacia mas hostigosas. Shaoran monto y partió al galope, seguido de Kerberus, y Tomoyo volvió al interior, después de verlo perderse entre la polvareda, en un recodo del camino.

Tenía ella veinte años y era cinco menor que su hermano. No había conocido a su madre, Sonomi, que perdió al nacer, y su vida había sido siempre un poco melancólica. Transcurrieron sus primeros años en casa de unas tías viejas y regañonas, en la capital de la provincia, y apenas cumplidos los diez, la pusieron de interna en el colegio del convento. Allí había permanecido siete años, los mejores de su vida, sin ir a la hacienda, sino durante dos o tres meses del periodo de vacaciones, que le bastaban para reponerse, en su libre contacto con la naturaleza, de las asperezas de la vida claustral. Quiso siempre mucho a su padre y a su hermano; en ellos, que la idolatraban a su vez, puso todo el cariño de su infancia y de su adolescencia. No era fuerte; pero tampoco tenía mala salud. Era sencillamente delicada, como lo fue siempre su madre, de quien había heredado la fina complexión, y la pureza correcta y aristocrática de las líneas.

Dos años antes, cuando, al fin, habían decidido dejarla vivir en el fundo, murió su padre, ya anciano, aunque en la plenitud de su vigor. Una apoplejía violenta se lo llevo en un cuarto de hora. Fue ese el primer dolor de su vida, que hasta entonces había sido algo monótona en su misma regularidad. Lloro mucho, lloro desesperadamente. Tuvo pensamientos de enclaustrarse para siempre, de profesar. Shaoran, con su tino de hombre práctico, se lo impidió, consintiendo solamente, como compensación, en que llevase el luto por tiempo indefinido. Ahora, aquel gran dolor se había amortiguado. Quedabale solo una secreta melancolía, que en ocasiones llegaba hasta a inquietar a Shaoran. Acosabanla crisis de llanto inmotivado, y su hermano, que la espiaba con cariñoso interés, la sorprendía a menudo rezando o besando, entre lágrimas, estampas benditas, traídas del convento.

Shaoran comprendía demasiado bien que aquella soledad y aquel retiro no eran lo más apropiado para combatir semejante estado de ánimo. Pero ¿Qué podía hacer? De buena gana la hubiera llevado a la ciudad, mas se lo impedía la atención necesaria de sus trabajos agrícolas. Ella no quería tampoco moverse, ni mucho menos ir a vivir con sus tías, de las cuales conservaba un recuerdo poco agradable.

Donde le gustaba más pasar, de cuando en cuando algunas horas, era en Painahuen, y Shaoran, que lo sabía, la acompañaba a menudo allí. Takashi y Chiharu eran dos excelentes amigos y hacía tiempo que esta venia instando a los hermanos a que fuesen a pasar una temporada con ellos.

Sola ya, Tomoyo se dirigió al salón y abrió el piano, mudo desde el terrible día en que el padre cerrara los ojos para siempre. Sus dedos torpes insinuaron los primeros compases del Ave María de Gounod. Poco a poco, el encanto grave de aquella música, en la silenciosa soledad del salón, entre los cuadros y los muebles familiares, la fue sobrecogiendo. Durante todo aquel día había estado más soñadora que nunca. Varias veces, en el curso del almuerzo, Shaoran había tenido que llamarle la atención para que no dejara enfriarse su comida. La poderosa virtud evocativa de los sonidos obro en su espíritu, y en un minuto pasaron por su imaginación, en vertiginoso desfile, todas las horas de su vida, hasta el momento fatal en que quedara huérfana. Y de pronto, reclinando la frente en el piano, dejo de tocar y rompió en un sollozo inacabable.


Shaoran volvió la cabeza, con ese instinto de hombre de campo que parece adivinar la presencia de ruidos extraños. Acababa de sentir, hacia la derecha, algo como la sombra de un rumor.

- Es alguien a caballo – pensó

En efecto, minutos después desembocaba en la carretera surgiendo de entre los cercos de zarzamoras, una ruidosa cabalgata: tres, cuatro, seis mujeres, que con la huasca en alto, estimulaban a las bestias en sus briosos galopes, sin cuidarse del viento que les hacia flamear las faldas y el sombrero, ni de los torbellinos de polvo que solevantaban a su paso.

- Veraneantes – dedujo el joven

Y siguió, interesado en la faena que hacía ya buen rato le tenía en mitad del potrero, sobre su caballo marchador. En torno oleaba la alfalfa, de un verde alegre y vivaz, barnizado por el tornasol de la siesta. Un grupo de jinetes no era cosa que le obligase a distraerse.

Hijo y nieto de hacendados con un pasado en la misteriosa y oriental China, Shaoran trabajaba la tierra desde hacía unos cuatro años, con éxito creciente. Resuelto a hacerse un agricultor a la moderna, estudio en el Instituto hasta obtener su título de ingeniero agrónomo. Solo y libre al frente de sus vastas propiedades se consagro desde luego a innovar un poco en los anticuados sistemas de explotación agrícola hasta entonces empleados en ella. De los viejos campesinos, sus abuelos, tenía el entusiasmo tenaz para el trabajo, ese empuje decidido que hacía a nuestros antiguos patrones de campo subirse a su caballo y ayudar personalmente – poniendo el hombro si era necesario – a los carreteros perplejos delante del vehículo atollado. Y de él, propio suyo, contaba con la ciencia practica con que le habían favorecido las aulas, su aspiración al progreso en materia de industrias, su apego a las novedades útiles, a las que siempre resistieran sus antepasados.

Como el ruido le había antes preocupado, ahora el súbito silencio le llamo la atención. Tendió la vista hacia la carretera y vio que la cabalgata se había detenido. Las nubadas de polvo se desvanecían, doradas por el sol. Las mujeres, a las que desde esa distancia veía hermosas y atrayentes, parecían deliberar. El comprendió luego de que se trataba. Habían encontrado el camino obstruido por una puerta de potrero, de grandes varas sin labrar, y no sabían si franquear el obstáculo o volverse para tomar otro camino. Tal vez habrían optado por lo último, si Shaoran no se hubiese apresurado a dirigirse hacia ellas, para preguntarles, sin gran ceremonia, pero con cortesía, si deseaban pasar.

- Si – contesto una de las jóvenes, que parecía la más resuelta – No sospechábamos dar con este inconveniente –

- Es fácil abrirlo – observo él, acercándose más.

Se bajo, corrió los palos y la puerta quedo libre. Impetuosamente se introdujo por allí el grupo. La que había hablado, juzgo oportuno mostrarse agradecida, y se adelanto sola al paso de su cabalgadura.

- ¿No está prohibido el paso por aquí? – preguntó

- ¡Oh, no! De ningún modo… -

- Entonces, debo darle las gracias. Pero ¿A quién se las estoy dando? ¿Al señor administrador? –

Por un sentimiento de coquetería que no supo explicarse, Shaoran oculto su verdadera personalidad.

- Si, señorita – dijo – para servir… el administrador –

El par de grandes esmeraldas que tenía por ojos brillo y enviándole una sonrisa que le permitió lucir su dentadura, volvió bridas, y de un violento galope alcanzo a sus compañeras. El joven hacendado la siguió con la vista como a una sombra. Cerró de nuevo la puerta, monto, y echo a andar pasito a pasito por el potrero verdegueante. Había tal silencio, que se alcanzaba a percibir distintamente el crujir de la montura, y el tintineo de las enormes espuelas.

De temperamento apacible, aunque de inteligencia despejada, y naturalmente despierta, Shaoran no había sabido jamás lo que era estar enamorado. Era un buen muchacho, cuya única ambición, hasta entonces, había sido aprender muy bien lo que le enseñaban los profesores. Poseedor de un cuerpo atlético, fuerte y ágil, se conquisto entre sus camaradas la fama de atleta que fue, durante algún tiempo, su único orgullo. Arrastrado por algunos de ellos, había frecuentado en la capital los teatros de variedades, pero se podía jurar que nunca le había entusiasmado, más que por un rato. A menudo, con su excelente y profunda voz, salía tarareando los aires menos vulgares de la música zarzuela. No sabía lo que eran los enredos amorosos; su juventud se había deslizado como el caudal de una vertiente desconocida, sin que la menor inquietud pasional le perturbara jamás. Los amigos de las haciendas vecinas, entre ellos Takashi Yamasaki, decían de él que era madera de solterón, y el mismo había llegado a convencerse de eso. El problema del matrimonio, que se nos presenta fatalmente, antes o después de los veinticinco años, le tenía sin cuidado.

Aquella tarde, por primera vez en su vida, se le ocurrió a Shaoran pensar en que sus afanes carecían de objetivo.

- Tengo veinticinco años, casi veintiséis – pensaba – Mis campos prosperan, la suerte responde a mi trabajo, voy en camino de ser un hombre de fortuna. ¿Y para qué? ¿Para quién? ¿Tomoyo? Tomoyo de un día a otro se casará…

El caballo, su noble y dócil Spinel, iba a la marcha potrero arriba. El cerraba sus ojos ambarinos y veía, en su imaginación, pasar una cabalgadura adorable, dos grandes ojos esmeralda se fijaban en él, una voz de timbre grato y vibrador le halagaba el oído, volvía él a encantarse ante una sonrisa de suavidad desconocida y dos filas de dientes bonitísimos.

Turbado, más que por aquellas divagaciones por la perplejidad en que le sumía el no poder atinar con su origen, puso su caballo al galope y se entrego a pensamientos más positivos. Recordó que, días atrás, había quedado de tratar la venta de su cosecha de pasto con un comerciante de las cercanías y tomo al punto la dirección conveniente, hundido en uno de esos cálculos que hacen siempre sonreír al hombre de negocios.


Estuvo de vuelta casi al caer la tarde y encontró muy triste a Tomoyo. Esto lo decidió a mostrarse alegre y vivaz, y a gastar una locuacidad poco habitual en él. Tomoyo le desconoció. Y él, siguiendo la broma, le dijo:

- ¿Cómo no he de estar contento con el encuentro que he tenido? –

- ¿Si? –

- Dicen que es de buen augurio toparse en el camino con un curcuncho; pero yo creo que es mejor encontrarse con un puñado de mujeres hermosas –

Y a instancias de Tomoyo, a quien por fin se le había despertado la curiosidad, conto las incidencias del día.

- ¿Serán las visitas de Takashi? – insinuó Tomoyo

- Probablemente –

- Entonces las conoceremos –

A Shaoran, sin saber él mismo porque, le latió violentamente el corazón. Recordó la pregunta que le dirigiera la hermosa desconocida, respecto a su empleo en el fundo, e hizo hincapié en la naturalidad con que había disimulado la verdad. "Sin duda me ha encontrado demasiado joven para propietario – pensó – Y además, la indumentaria que llevo está lejos de corresponder a lo que realmente soy".

En efecto, sus gustos modestos le hacían preferir las ropas menos llamativas. Desde su definitivo alejamiento de la capital, vestía a la usanza del campo: manta de colores, chaqueta corta, pantalones de borlón, y grandes polainas con correones que le cubrían hasta más arriba de las rodillas. ¿Por qué, pues al día siguiente, cuido de vestir su traje de los días festivos, que se encontraba flamante, y porque se alegro cuando Wei, el viejo mayordomo, le dijo que las señoritas, a las que había abierto la puerta del potrero en la tarde de del día anterior, se hallaban veraneando en el fundo de su vecino?


Notas de la Autora: Konishiwa! Aquiii mi nueva historia, bueno no es mia, ya lo deje claro en el disclaimer :D espero que a nadie le moleste que haga esto, no es con mala intencion, solo que creo que este es mi homenaje a la novela romantica que conoci hace aproximadamente diez años y que por lo menos leo nuevamente una vez al año. Espero que les guste tanto como a mi y si tienen alguna duda o alguna palabra o expresion que no entiedan, no duden en consultarme.

Si les gusto, dejen review... sino les gusto, tambien para saber en que me equivoque y como puedo mejorar.

XOXO! Fuyu no tsuba-me