Esa mañana, cuando Walter le esperó afuera del baño para hablarle, no se imaginó que su tarde terminaría así.

El científico dijo que le había escuchado discutir con Peter la noche anterior y que él sabía una manera para mejorar los ánimos. De todos. Sólo había que aplicar algo de física.

Es cierto que ya llevaba largo tiempo trabajando con él, y ahora viviendo en su casa, pero Walter nunca dejaría de sorprenderle. Así lo demostraba la risa que se le había escapado esa mañana cuando Peter le explicó que lo de las teorías newtonianas se refería a los columpios y que su padre intentaba asegurarse de que, pese a la discusión sin sentido de la noche anterior, fueran a ese parque nuevo al otro lado de la ciudad. Viaje que había estado preparando toda la semana.

Y allí estaban. En el parque.

Walter se columpiaba a escasos metros y de vez en cuando escuchaba su risa. Sintió la mano de Peter en su rostro y abrió los ojos con pereza. Había resultado; no lograba recordar de qué iba la discusión de la noche anterior. Ahora sólo lograba pensar que le gustaría quedarse ahí para siempre. Escuchar a Walter reír, saber que Peter estaba a su lado y al abrir los ojos encontrarle ahí. Sonriéndole.

No podía recordar cómo eran antes sus fines de semana, porque ahora, las tardes de batidos y salidas al parque, le hacían completamente feliz. Y esos días, como este, eran días perfectos.