Disclaimer: El universo de Har Potter pertenece a J. K. Rowling y a la Warner (Bros). La trama es mía, no robes ni publiques en otro sitio sin mi permiso expreso. No escribo con ánimo de lucro.

N/A: Esto serán cuatro viñetas de menos de quinientas palabras en respuesta al "Reto cuatro elementos" de "crack and roll" (comunidad LJ) siempre con la misma pareja. Y sí, por si alguien lo dudaba, estoy loca. Muchos besos a todos.

EDIT: De puta madre, gente, se me acaba de borrar toda la historia a santo de yo qué sé qué. Joder, estoy que aún no me lo creo. Y me callo para no destrozaros los ojos de la de blasfemias que podría soltar ahora mismo, pero os lo juro, es que... AGH.

TIERRA

Cuando Ron se levanta de madrugada -y esta vez no es una exageración-, se frota los ojos y decide no ducharse y pasar directamente a vestirse, descubre que uno de sus calcetines tiene un agujero en la punta. Uno por el que salen dos de sus dedos y se mueven impunemente. Pero nada, se los cambia y listos.

Cuando Ron baja las escaleras, da veinticinco pasos que resuenan en las paredes del castillo casi vacío y llega a las puertas del Gran Comedor, descubre que estas están cerradas. Es demasiado temprano. Pese a todo, no se molesta mucho. Da un giro de noventa grados y se dirige hacia las cocinas, los elfos siempre están encantados de recibirle.

Cuando Ron llega a la cabaña de Hagrid con los zapatos mojados por el rocío que hay en las hojas de las plantas que cubren el suelo, la nariz roja por el frío y los ojos aguantando abiertos de puro milagro se encuentra con que Hagrid sí que se está en casa, en contra de todo pronóstico.

Le abre la puerta, sonriente, y le confiesa con una sonrisa en los labios que

-no esperaba que te acordaras de venir, Ron.

-Yo tampoco, Hagrid -murmura él antes de entrar, recibir una vaharada de aire caliente en la cara y dejarse caer en uno de esos sillones enormes.

Hagrid está lleno de entusiasmo, pero no consigue contagiarle ni una mínima parte de él al pelirrojo. Después de despertarle -se había quedado dormido en el sillón- con un par de sacudidas de esas suyas, mortales, le da una masa informe de piel que pretende ser un abrigo, le ayuda a ponérselo y le saca de nuevo al frío invernal.

Tres horas después, cubierto de tierra y con demasiado trabajo por delante, Ron se acuerda amargamente de todos los ancestros de Draco Malfoy -sin excepción alguna-. Uno por cada palada de tierra que saca del huerto de calabzas de Hagrid.

¿Quién coño le mandó al rubiales tener un fetiche con la Sala de Trofeos de Hogwarts?

Y lo que es peor.

¿Quién coño le mandó a él hacerle caso, colarse hace un par de noches y besarle hasta la extenuación contra la vitrina que guarda el premio que le dieron al padre de Harry, meterle las manos debajo de la camisa y separarse a los diez segundos, tenso como un alambre, al oír las pisadas de Filch?

Por lo menos -algo es algo y la esperanza se saca de debajo de las piedras-, todo el mundo pensó que se estaban batiendo en duelo.

(Salvo la Sra. Norris, quién fue la única que se percató de la considerable erección que llevaban ambos encima, pero como lo único que fue capaz de hacer fue maullar desesperada y frotarse insistentemente contra las piernas de su amo, el percance no pasó a mayores).