Escándalo

Aviso: ya había adaptado esta historia, pero quise hacerlo con los personajes de la fabulosa Stephenie Meyer y con algunos pequeños cambios que permiten entender mejor la trama; espero que les guste.

Historia basada en la novela Lady Escándalo, realizada por la escritora Jo Beverley.

¿Qué está pasando? ¿Bella fingiendo ser un hombre? ¿Por qué estaba arriesgando lo poco que le queda en la vida? Lo único que estaba claro era que Edward Cullen había llegado a desajustar todo lo planeado y seguramente a romperle el corazón.

Capítulo 1

Puedes confiar en mí

Un caballero vestido con un impecable traje azul, viajaba en el interior de un elegante carruaje. Los exquisitos aunque escasos detalles en su vestimenta, daban a entender a cualquier persona que se trataba de alguien de la alta sociedad.

El carruaje era presa del mal estado del camino, los vaivén a los que era sometido el ocupante eran constantes.

El caballero, cuyo nombre era Edward Cullen, pensó que a partir de la última parada hubiera sido mejor conseguir un caballo para continuar su camino, pero estar convaleciente de una enfermedad respiratoria se lo había impedido. Eso y que su hermano mayor, Carlisle Cullen el duque de Kent, se lo hubiera impedido por todos los medios. Su preocupado y entrometido hermano…

En ésos momentos regresaba de la visita que le había hecho a su hermana mayor quien acababa de tener un bebé.

Los gritos y el repentino alto del carruaje distrajeron sus pensamientos… estaban siendo asaltados.

Su primera reacción fue tomar la espada que estaba en el asiento. Sin embargo decidió no hacerlo, no creía que los asaltantes se batieran en duelo, seguramente traían armas que harían inútil su espada. Decidió tomar la pistola, revisando si estaba cargada.

Observó por la ventanilla, había dos ladrones, uno amenazando a sus sirvientes con un par de armas que a simple vista se notaba que tenían la montura de plata. No podía creer que un bandolero común y corriente tuviera unas armas de esa calidad. Además estaba el caballo, era un hermoso ejemplar, de buena raza. El otro ladrón cubría al primero desde un lado del camino portando un mosquetón, montando un caballo similar al de su compañero.

Edward decidió no detener la situación… por el momento. Tal vez esto lo sacara de la rutina en la que se había convertido su vida desde que regreso.

Los dos ladrones iban cubiertos por capas negras y sombreros, los rostros no se podían ver porque estaban ocultos por bufandas.

El bandolero que estaba más cerca ordenó a los sirvientes que bajaran del carruaje y se tiraran sobre la hierba helada, siendo vigilados por el segundo bandolero que ahora se había acercado.

-¡Ahora los de adentro, bajen! – gritó el primer ladrón, pero Edward se percató que su voz era extraña – ¡Ahora! – indicó.

Decidió dejar la pistola al lado de la espada, no podía arriesgarse a que hirieran a las personas que lo acompañaban y que estaban indefensas en ésos momentos.

-¿En qué puedo ayudarlo? – respondió Edward en cuanto bajo del carruaje.

-¡Páseme todos objetos de valor y el dinero!- dijo el ladrón, un tanto desconcertado por la pregunta que le había hecho el pasajero.

-De acuerdo, ¿le parece si bajo el cofre y el baúl para que lo puedan tomar cuando nos hayamos ido? – contestó Edward tratando de mantener la calma, porque a su pequeño ladrón se le había olvidado disfrazar su voz, ahora parecía la de un joven y su manera de hablar dejaba ver que había sido educado, tal vez perteneciera a una buena familia. Esto provocó que su curiosidad aumentara.

-¡No! Lo quiero es que se acueste al lado de sus sirvientes. – intervino el ladrón.

-No creo que pueda complacerlo… la verdad es que no quiero me manchar… - Tras una larga pausa, Edward dudó por un momento si estaba tentando a la suerte.

-¡Bien!, ¡Suba, en el lugar del cochero… voy a llevarme el carruaje y usted "Don Arrogante" vendrá con nosotros.

-No creo que pueda traficar con carruajes robados…

-¡Cállese o ¿prefiere que yo lo calle?

El bandolero estaba perdiendo la paciencia… Edward pensó que sacar de sus casillas a las personas era parte de su personalidad.

-¡Obedezca y, ordene a sus hombres que tarden en buscar alguna ayuda… si alguien nos da alcance el primer disparo será para usted!

-De acuerdo… Vayan al pueblo más cercano, sino tienen noticias en el transcurso del día de mañana, diríjanse a Kent. No se preocupen, esta es una broma de un amigo mío, sólo me apetece integrarme a la diversión – le dijo Edward a sus sirvientes.

Edward subió al pescante y tomó las riendas, el primer ladrón ató su caballo a la parte trasera y subió para sentarse al lado del nuevo cochero apuntándole directamente con una de las pistolas.

-¡Sin trucos…!

-Sin trucos, sólo espero que el gatillo sea seguro, estos caminos están en muy malas condiciones…

-De acuerdo, ¿así te sientes más seguro? - contestó el ladrón una vez que había dejado de apuntarle directamente, pero manteniendo su vigilancia.

-Sí, gracias… ¿A dónde vamos?

-No te importa, yo te diré cuando tengas que cambiar de dirección.

Edward no contestó, no quiso seguir tentando a su suerte. Es más, al contrario, estaba contento de que por fin sus días de monotonía acabaran, estaba harto de que lo mimaran. Tener a sus hermanos revoloteando a su alrededor hubiera sido gratificante si el objeto de sus cuidados hubiera sido haber resultado herido en una acción de guerra, pero no… había sido una simple fiebre. Y ahora ninguno de sus hermanos estaba dispuesto a creer que estaba lo suficientemente recuperado para regresar a su regimiento.

Sus hermanos… no; su hermano Carlisle se había encargado de que lo trasladaran del campo de batalla hasta Kent con las mejores atenciones posibles.

Carlisle se había hecho cargo de sus hermanos adoptivos cuando sus padres murieron y tenía una especial obsesión por proteger al menor de los Cullen, a quien consideraba el más inquieto y aventurado. En total eran seis hermanos, Carlisle, Riley, Tania, Garret, Alice y Edward.

La voz del ladrón lo sacó de sus pensamientos.

-Métete por esta desviación…

Edward hizo que el carruaje tomara la dirección indicada, era un estrecho camino por el que apenas pasaban. Entonces puso más atención en el ladrón, viendo como abría las piernas de manera despreocupada como tratando de aparentar algo que no era, pero con este movimiento lo único que provoco fue que Edward se percatara de que sus piernas eran muy delgadas. Esto aumentó las sospechas que ya tenía.

¿Que llevaba a éste joven a hacer lo que estaba haciendo? ¿Deudas de juego? ¿Una aventura? Como fuera Edward sentía que no corría un gran peligro, recordó como él a los 18 años se escapó para enlistarse en el ejército porque Carlisle se había opuesto tajantemente a dar su consentimiento.

¿En qué lío se había metido este joven para haberse organizado toda la situación en la que ahora se encontraban? Él no se había arrepentido de haber tomado la decisión de enlistarse, no era como otros tantos jóvenes de la alta sociedad.

Dirigió su atención a su joven captor, de inmediato trató de mantener el rictus de sus labios y se concentró en los caballos que guiaba. A juzgar por la unión de sus muslos el asaltante era una mujer. La situación le parecía prometedora y empezó a silbar.

-¡Deja de hacer ese maldito ruido!

Obedeció al instante y observó a su acompañante. Las mujeres no hablaban en el tono en el que ella lo hacía. Observó nuevamente y confirmó sus sospechas.

-¿Cuánto queda?

-Es aquella cabaña que esta al fondo. Los caballos podrán pastar en la parte trasera de la casa y el carruaje estará en el huerto.

Edward estaba impaciente por saber que seguiría en esta aventura. Mientras hacía lo que le habían indicado con el carruaje y los caballos; pudo observar directamente a su ladrón, sus ojos, sus hermosos ojos color café se mostraban duros, seguramente los labios que estaban cubiertos también tenían el mismo gesto.

-¿Qué estas mirando?

-Creo que trato de grabarme su rostro para poder describirlo a las autoridades.

-Eres un idiota. ¿Quién te dice que no te voy a disparar? – dijo, apuntándole directamente a la cara con el arma.

-¿Eres la clase de hombre que le dispara a otro sin motivo alguno?

-Salvar el pellejo podría ser una razón suficiente.

-Ok. Te doy mi palabra que no haré nada para ayudar a las autoridades a atraparte – contesto Edward con una sonrisa en el rostro.

La pistola descendió y ella lo miró fijamente.

-¿Quién rayos eres?

-Edward Cullen, ¿Quién rayos eres tú?

Ella estuvo a punto de caer en la trampa y decir la verdad, pero se detuvo a tiempo.

-Puedes llamarme Charlie. He oído hablar de los Cullen, de Carlisle.

-El duque es mi hermano. Espero que no lo tomes como algo en mi contra.

A nadie le convenía hacer enojar a Carlisle, en ése momento Edward se percató que al enterarse de quien se trataba, ella hubiera preferido dejarlo en el camino. Dejó los caballos y el carruaje en el lugar indicado.

-Vuelve a la casa Rosalie, todo está en orden. Enseguida iremos nosotros.

Edward dirigió su atención a la persona a la que su ladrón le hablaba, sólo alcanzó a ver la silueta entrando en la casa. Todo esto le estaba dejando más preguntas que respuestas.

¿Qué pretendían un par de mujeres que acababan de robar un carruaje? ¿Qué hacían dos personas que aparentemente eran de buena familia?

Al entrar, el ladrón le ordenó recostarse en la cama y fue atado a los cuatro postes de las esquinas y miraba furioso a aquellas mujeres.

-Cuando consiga soltarme los voy a estrangular- no pudo evitar decirles.

-Por eso estás amarrado – contestó la que aun continuaba aparentando ser hombre.

"Charlie" le parecía un enigma andando, se preocupaba por la otra mujer a la que llamaba Rosalie y había una mujer mayor que ayudaba en todo lo que podía. Charlie se había despojado del sombrero, la capa y la bufanda que cubría su rostro; sin embargo había mantenido una especie de pañuelo negro atado a la cabeza, ocultando su cabello, o manteniéndolo en su lugar; eso no lo podía saber. El traje era lo suficientemente holgado para ocultar las curvas de su pecho, aunque estaba seguro que había hecho algo para tratar de ocultarlos, probablemente estaba vendada. Veía que tenía la piel delicada, tal vez de unos 18 años. Sus labios eran encantadores, a pesar de que trataba de mantenerlos apretados.

Rosalie, tenía el pelo largo, sus rasgos totalmente femeninos sin tratar de ocultarlos tras ropa de hombre, tenía una figura exuberante. Su escote dejaba ver unos senos grandes a pesar de que su vestido era propio de una criada.

-¿Cuánto tiempo vamos a tenerlo aquí? – preguntó Rosalie.

-No mucho, sólo lo que tardemos en prepararnos para irnos.

-Pero Be... Charlie, sabes que no tienes permitido salir – dijo la mujer mayor.

Edward se dio cuenta del error que estuvo a punto de cometer la anciana. Iba a llamar a Charlie con otro nombre.

-No importa, regresaré pronto. ¿A qué otro lugar podría ir?

-Te quedarás con Emmet y conmigo – respondió Rosalie.

-Tal vez, pero él va a tener trabajo ocupándose de ti y de Eleazar – se escucho algo en el segundo piso – ahí está otra vez, ésa pequeña bestia tiene hambre, ¿no es así?

Rosalie sonrió y subió rápidamente seguida de la otra mujer, Edward entendía que acababa de ser mamá, por eso tenía su exuberante figura.

La cabaña era una estancia que aparentemente hasta hace poco era usada como una bodega, no había ningún lujo, es más ni siquiera condiciones óptimas para que alguien viviera ahí. ¿Qué pasaba? ¿Por qué se encontraban ahí? ¿Por qué Charlie no podía salir de ahí?

-¿Qué vas a hacer conmigo?- tuvo que preguntarle.

-A lo mejor te dejamos aquí.

-¿Por qué?

-¿Por qué no?

Edward se daba cuenta que ella no confiaba en él.

-¿Por qué no confías en mí? He hecho lo posible para que incluso mis sirvientes no den la voz de alarma a las autoridades…- recordó que le había dicho a sus sirvientes que se trataba de una broma de uno de sus amigos.

-¿Por qué lo has hecho?

-No sé, me pareció que no son personas malas… no me gusta gustaría verlos en la horca, es mas… quisiera ayudarlos.

-¿Por qué dices eso?

-Creo que deben tener una buena razón para hacer lo que hacen… y yo hace tiempo quiero salir de la rutina en la que mi vida ha caído.

-Debes estar loco… tendrías que estar internado en un sanatorio mental.

-No lo creo, sólo le tengo fobia al tedio, el aburrimiento no es una condición de vida que me guste experimentar – contestó Edward tratando de acomodarse en la cama.

-El aburrimiento tiene sus encantos.

-Pues yo no los he encontrado.

-Entonces, considérate afortunado – respondió Bella de manera muy seria.

Por primera vez, Edward se preguntaba si las chicas se encontraban en un verdadero apuro… si no se trataba de una travesura hecha por niñas de buena familia.

-¿Estás en peligro? – ante la falta de respuesta de Bella, Edward continuó – si estas en peligro es una razón de más para confiar en mí y permitir que los ayude.

-No confío… - hizo una pausa, su mirada se perdió en algún punto del cuarto – en la gente.

Él consideró que lo que estuvo a punto de decir fue que no confiaba en los hombres.

-Puedes confiar en mí. Hay una pistola cargada en el carruaje y también hay una espada que decidí no usar contra ustedes. Pude haberlos detenido, herido e incluso haberlos matado. Puedes ir a verificar lo que te digo.

Bella no contestó, salió de la habitación y fue directamente al carruaje donde comprobó lo que su prisionero le decía, si hubiera querido, él las pudo haber detenido… estaba confundida, ¿por qué había llevado con ella a Edward Cullen? Trató de responder argumentando que ella no tenía la suficiente experiencia en el manejo de un carruaje, ni podía confiar en que Rosalie sola hubiera podido disparar si alguien las hubiera descubierto. Ese hombre la sacaba de quicio, era muy arrogante y presumido.

Las dudas empezaron sonar una y otra vez en su mente… ¿sería capaz cumplir la tarea que se había auto impuesto? ¿Salvar a Rosalie ya su sobrino?

Ellos tenían problemas desde meses antes, cuando el esposo de Rosalie, el Conde Eleazar, un hombre de mediana edad había muerto. Ése hecho había desencadenado la lucha por la custodia del menor entre su padre el conde Aro Swan y el tío del menor Lord Jacob.

En primera instancia la custodia había recaído en manos de Jacob y Rosalie inmediatamente supo que la vida de su bebé estaba en peligro. El pequeño Eleazar era el único obstáculo entre el título y la fortuna de su difunto esposo y el hermano de éste. Cuando Jacob mantuvo aislada a Rosalie de cualquier contacto con su familia, decidió huir con su bebé en brazos. No buscó a su padre porque sabía que inmediatamente pensaría en otro matrimonio por conveniencia y era algo que no estaba dispuesta a volver a tolerar. Ella iría a buscar al amor de su vida, el mayor Emmet McCarthy y Bella estaba convencida de ayudar a su hermana a lograrlo.

El problema era que no tenían dinero y Rosalie era perseguida por su padre y su cuñado. Jacob había ido a la cabaña en donde se encontraba viviendo Bella y Carmen pero no tuvieron problema para convencerlo que no sabían dónde se encontraba, porque era verdad, Rosalie aún no había llegado con ellas.

Bella recordó las últimas palabras que Jacob le había dirigido: "Estoy seguro de que se arrepiente de haber rechazado mi propuesta de matrimonio, lamentablemente ahora es repudiada por la sociedad."

Él era la persona que le había destrozado la vida. Por lo tanto no iba a permitir que arruinara la vida de su hermana.

El robar el carruaje no había estado en sus planes, había sido una decisión impulsiva considerándolo como un medio de transporte para Rosalie y principalmente para el bebé. Pero, ¿por qué no había sido alguien desconocido, un mercader, una persona común y corriente?

En un acto de desesperación tomó una piedra y destrozó el escudo de la familia Cullen que estaba impreso en las puertas del carruaje, tenía lágrimas en los ojos; su padre, su hermano y Jacob eran quienes habían provocado su amargura.

Recuperó la cordura a los pocos minutos… guardó la pistola y la espada de Edward. Tomó las riendas de los dos caballos utilizados para asaltar el carruaje y se dirigió a su verdadero hogar. Entró a las caballerizas de la imponente mansión en la que había vivido hasta hace unos meses, dejó los caballos y se dirigió al interior de la mansión. Las pistolas utilizadas en el asalto volvieron al estuche del que habían sido sacadas. Estaba en el despacho de su padre, donde había tratado de obligarla a casarse con Jacob, también había sido la última vez que había visto a su hermano Jasper y recordó el coraje con el que la observaba.

Terminó de acomodar el estuche, no tuvo especial cuidado porque estaba segura que los criados sabían que se encontraba ahí y que preferían hacerse de la vista gorda. Salió inmediatamente de la propiedad para dirigirse nuevamente a la cabaña.

Ahí Carmen se acercó a Edward proporcionándole algo de beber.

-No tiene que preocuparse – le dijo una vez que había terminado de ayudarlo a tomar el té que le había preparado – Sh… Charlie esta inquiero últimamente – dirigió su mirada a un punto aparte, sus ojos reflejaban mucha tristeza – todo ha sido espantoso…

-¿Cómo se llama usted?

-Sólo llámeme Carmen.

-Bien, y ¿Cómo debo llamar a la dama que está en el piso de arriba?

-Oh, eh… Rosalie. Discúlpeme, debo ir a ver la comid a.

Edward no tenía la menor duda, algo importante estaba empujando a éstas mujeres a meterse en tantos líos y, él lo iba a averiguar.

Continuará

Como les comente al principio ya tengo toda la historia escrita, no tardaré en actualizar.

¡BESOS! ;o