Through to your soul

Tras un ataque inesperado, sabe que tiene que huir para conseguir ayuda. Pero ¿a dónde ir? Un lugar que es tanto desconocido como odiado. Buscar asilo en un país con solo una pista, no es sencillo si ni siquiera sabe qué buscar. Y mientras descubre nuevas habilidades, las posibilidades de supervivencia parecen menores.

Prólogo


Leyendas, existen muchas. Mitos, fábulas y cuentos nacidos de la imaginación para satisfacer la curiosidad. No obstante, hay hechos escondidos tras todas aquellas palabras. Fenómenos que ciertamente no se han podido explicar de otra manera.

¿Duendes, ninfas, hadas, sirenas, etc., etc...? Nadie sabe. O quienes recordaban, ya no más. Perdidos en la fantasía o demasiado escépticos para creer. ¿Por qué deberían? No hay prueba de su existencia.

¿Y qué pasaría si llegara alguien clamando que ha descubierto una criatura antes desconocida?

Kietd: "Ser nacido de las entrañas de la tierra, de aspecto «semi-demoniaco», capaz de vivir más de cien de años, y engulle almas para alimentarse" Suena trillado. Y sin embargo, es lo que soy: Un monstruo. O algo así.

Difícil de creer, ¿verdad?

Es algo que no entenderían. Por mucho tiempo, se me ha considerado anormal incluso entre los de mi especie. Pero tampoco es común demostrar afecto, ni siquiera entre progenitores, así que lo juzgué normal. Todos han sido independientes y distantes, hasta donde es posible. Nunca he entendido porque siquiera molestarse en permanecer juntos, puesto que lo único que comparten es la «comida».

Sin embargo, conmigo no es indiferencia lo que muestran; más bien, rechazo y repugnancia, los mejores. No me pueden considerar parte del clan, porque parte de mi ascendencia no es lo habitual: humano.

Mi presencia causa problemas porque alimenta apetitos. Todos pueden reconocer ese peculiar aroma, aunque débil, que emiten aquellos poseedores de almas en mí. Y especialmente la de los humanos se les considera una exquisitez —algo que ya no es tan frecuente encontrar donde nos hallamos— así que resulta fácil cruzarme con expresiones de ansiedad y avaricia.

Aun si resulta perturbador, es el mundo que yo conozco. Por lo tanto, encontrarme fuera de ese hábitat, es lo último que yo podría desear. Sobre todo, rodearme de lo mismo que yo he llegado a odiar, porque es lo que me provoca miseria. Tanto, que me rehúso a devorar esas almas, incluso si eso significa inanición.

Y en ese universo, a pesar de las dificultades, existe seguridad para todos. Lejos del exterior, un lugar que la mayoría no conocíamos, que no entendíamos, que sabíamos estaba en constante cambio. No podían encontrarnos, menos desterrarnos.

Siempre hemos estado bastante protegidos, o eso creí.


Bajo el manto terrestre se estaba cálido, no que muchos lo supieran o siquiera apreciaran, pero ésa era la época que ni siquiera el centro del planeta podía alejar el frío que se filtraba hasta el último rincón de su guarida. Era ya otro ciclo. Como cualquier otro.

Despertarse de un prolongado letargo para revisar las condiciones de las viviendas, reconstruir o reparar lo que fuera necesario, y en general asegurar todo el perímetro era el trabajo de los más seniles, que tenían más experiencia en ese tema.

Los segundos al mando debían ocuparse de los nuevos linajes o de aquellos que tuvieran poco de haber nacido, asegurándose que toda la población se encontrara completa y en buenas condiciones, y tras la revisión, mandar a un grupo selecto por los «aperitivos» y algunas reservas. Pasaría un largo período hasta que pudieran traer más provisiones.

Los más pequeños, sin embargo, requerían de cierta preparación.

En tiempos tan difíciles como aquellos, lo que antes se consideraba un honor -y no cualquiera podía alcanzar el nivel de cazador-, ahora era obligatorio para todos. Ya no había suficiente alimento. Y plantas y animales no eran nunca suficientes para satisfacer el hambre.

El arte de cazar se volvía una necesidad. Saber cómo y cuándo llegar a la superficie, escabullirse con sigilo, mezclarse con el ambiente, perseguir a las víctimas sin ser detectado y regresar indemne y exitoso al hogar. Era una labor muy ardua, de la que todos confiaban serían aptos para asegurar la supervivencia de uno de los últimos clanes Kietdes

Una figura, sin embargo, se mantenía apartada del resto. Tratando de observar en silencio el progreso de sus compañeros que ocasionalmente volteaban para burlarse con desdén de su imposibilidad para unirse al resto del clan en las actividades.

"Pero no puedo ni ver con claridad lo que hacen" Pensó con amargura, mientras trataba en vano de forzar los sentidos. Podía sentir que estaban ahí, que se movían con agilidad; oír los pasos o saltos que daban para un determinado ejercicio, el aliento que les ahogaba después de varios intentos y fracasos... Lo cierto es que la oscuridad que rodeaba el recinto a todas horas era uno de los más graves inconvenientes de poseer la visión de un humano, incapaz de acostumbrarse a la penumbra.

-¿Necesitas un poco de luz?- una voz profunda aunque débil proveniente de un rincón se abrió paso entre todo el ruido circundante.

-No necesito nada de ti. Sería mejor que te quedaras quieto. Podré no ver...- dejó la amenaza implícita flotando: "y aún sería capaz de destrozarte". Esa frase la había repetido infinidad de veces, porque la criatura que se encontraba encerrada en una jaula insistía en hablarle cada vez que pasaba cerca.

-Ya entendí. Pero deberías saber que yo necesito aún más que tú la luz. Si tan sólo me dejaran...- fue detenido por un sonido similar a un gruñido.

-Ni siquiera lo intentes, Kerberos- dijo apenas en un murmullo, que no obstante, se oía con mortal claridad.

-Está bien. Es sólo que...- un nuevo ruido se escuchó desde el otro extremo, cortando la frase a la mitad. La criatura, Kerberos, frunció el ceño a pesar de que no podía ser visto- ¿es que alguna vez me van a dejar hablar...?-

Sin embargo, no hubo tiempo de responder. Ruido, como si se tratara de una explosión, se aproximaba. En un momento, los jóvenes que se encontraban en entrenamiento, se quedaron quietos; cualquier actividad que se estuviera realizando fue interrumpida y por un instante todo quedó en silencio.

Y fue cuando se desató el caos.

Alaridos mezclados con explosiones, pasos apresurados que trataban de alejarse de lo que fuera que estaba sucediendo. Un gritó irreconocible resonó en la oscuridad y todo se distorsionó, aunque para entonces todos sabían: Humanos. Al menos un centenar, todos portando objetos largos, o con antorchas que proyectaban sombras en los confines de la caverna, evocando una visión siniestra, como si se tratara de un mal augurio.

Alguien agarró una de sus extremidades, y tras un lapso en el que tuvo que aprender a enfocar, cualquier duda desapareció. Decidió seguir a quien insistía arrastrarle —con bastante dificultad— lejos de aquel lío, sin preocuparle demasiado de quién se trataba. La luz que ahora cegaba a todos los dejaba imposibilitados de saber a dónde ir o qué hacer; solamente sus ojos podían observar con nitidez la destrucción que se estaba llevando a cabo.

-Toma a Kerberos y vete de aquí. Él sabrá qué hacer- conocía esa voz. La única voz en todo el lugar que se mostraba neutral con su situación. La única voz que le aceptaba. El rostro que quería ver y que bajo otras circunstancias habría estado feliz de apreciar.

-¿Qué...? ¡No! Yo puedo ayudar...-

-Si quieres ayudar, debes buscarlo. Sé que si eres tú quien le pide apoyo, vendrá- se detuvieron frente a la gran jaula, y entonces vio por vez primera a la gran bestia de ojos dorados de la que poco y nada había oído hablar-. Kerberos, se te ordenó socorrer en momentos de crisis. Es ahora cuando tus servicios son requeridos. Tu máxima prioridad es mantener su seguridad ¿entiendes? Váyanse y no miren atrás-

Kerberos se limitó a asentir, levantándose para salir de ese encierro en el cual se hallaba. Y atravesó las rejas como si nunca hubieran existido.

Dejando la confusión a un lado, se acercó a la bestia. Entendía que era preciso salir, pero su reluctancia se debía a quién tendría que acudir para poder regresar. Después de haber montado, regresó la mirada al rostro que hasta entonces, no había podido examinar; antes de decir algo, sin embargo, una llave con forma de pájaro fue depositada en su mano. ¿La llave de la jaula...?

-Pero entonces, ¿qué es?-

-Te indicará a donde ir. Es lo que me dijo antes de irse-

Dos grandes alas —que definitivamente no se encontraban antes en el cuerpo de la bestia— se extendieron, preparándose para un viaje que ninguno de los tres sabía con certeza cuánto duraría.

-Volveré pronto. Lo prometo- dijo mientras se elevaban lentamente. No recibió respuesta.

Conforme avanzaban, los humanos comenzaron a señalarlos con evidente asombro. Antes de que pudieran apuntar con sus armas, ya estaban en la salida de la gruta. No sabía que Kerberos podía ir tan rápido, pero la velocidad iba aumentando cada vez más, avanzando por uno de los túneles ascendentes que los llevaría a un mundo desconocido.

-No sé a dónde nos llevara este laberinto. Diablos, ni siquiera sé si será de día o de noche. ¿Sabes? Tanto tiempo que estuve ahí abajo no ayuda precisamente a mantener el sentido de la orientación ni la noción temporal...- dejó que Kerberos continuara con su monologo. ¿Qué relevancia tenía lo que estaba diciendo? Ninguna. No era importante prestar atención.

Suponía mucho esfuerzo no mirar atrás. No era como si nunca más pudiera volver, pensó.

Ahora que pudo visualizar cómo era el lugar donde vivía, incluso si había sido horrible ver lo que le estaban haciendo, tenía que irse. Sabía que no costaría demasiado trabajo arreglar los escombros que dejaban a su paso: era una construcción sorprendente y costaba más que un poquito de luz destruir siglos y siglos de esplendor. Definitivamente no era la primera vez que un ataque similar había acaecido, y cuando volviera, sería incluso más fácil regresar a la normalidad.

No obstante, había algo que no se sentía bien. No podía colocar qué estaba tan mal.

Finalmente llegaron al final del túnel, y Kerberos emergió con gracia hacia el exterior. Aterrizaron inmediatamente en un claro de bosque cubierto de nieve. Hasta entonces no había sentido el frío. Y cuando lo hizo, cayó al suelo, inconsciente.

N.A.: No sabía si subir esta historia, y a pesar de que me gustó la idea, no es muy probable que continúe. Pero quería darle una oportunidad, compartirla con otros lectores, así que aquí está. Tal vez la gramática o la ortografía necesiten mejorar, por eso espero que me dejen sus comentarios, sugerencias, críticas, etc. Si hay alguien que quiera saber cómo se desarrolla la trama, seguiré subiendo capítulos, aunque no sean muy largos ni muy continuos.
BP