Capitulo 1: Bienvenidos al Infierno
Septiembre de 1942
El desvencijado camión se tambaleaba ante la dura ventisca procedente del norte. En la cabina, un hombre de mediana edad y fino bigote negro sudaba de nervios a la vez que temblaba de frío. En la parte de atrás, protegidos del frío por nada más que una doble puerta de madera, viajaban dos personas. Sus ropas eran imposibles de no reconocer, sobretodos blancos, abrigos de piel, armas blancas y capuchas, delataban para el ojo conocedor su oficio de Asesino. Uno de ellos era una mujer de entre 30 y 40 años, de tez pálida y cabellos negros, con unos ojos del mismo color.
_ Ya estamos cerca_ pronunció en polaco con acento ruso.
Su compañero no respondió. Un hombre de joven de unos 30 años, tez oscura que resaltaba con la piel de la mujer, largos cabellos oscuros atados en la parte posterior de la cabeza por una cinta roja.
_ Erik, ¿me oyes?_ preguntó ella sacudiendo su brazo.
_Si, Nika, te escuche.
_ Bueno, la próxima vez contesta, pensé que te habías congelado_ dijo más tranquila la mujer.
_ ¿Cuánto falta?
_ No mucho, si no hubiera este viento, podríamos verla.
Erik golpeó la madera contra la que estaba apoyado y una ventanita que conectaba la parte de atrás con la cabina se abrió.
_ ¿Sí?_ preguntó el conductor en ruso.
_ ¿Cómo vamos?
_ Bien, camarada, bien.
_ ¿Algún alemán?
_ Ni alemanes ni rojos, camarada.
_ Mantente alerta
La ventanita se cerró. Nika sonrió. Las interminables horas de clases de idiomas que habían pasado por fin daban frutos. "La preparación es crucial" le había dicho su maestro. Un Asesino bien preparado debía dominar, sino todos, al menos los idiomas más importantes del mundo. Además de ruso, su lengua materna, Nika dominaba con fluidez, el alemán, el francés, el español, el inglés, el chino y el polaco. Su alumno, Erik, en cambio solo hablaba alemán, inglés, francés y ruso. Todavía faltaba práctica.
Miró al hombre frente a sí. Desde que lo había rescatado de aquel camión de judíos hace tres años, se había vuelto uno de los mejores Asesinos de la Hermandad. Aún recordaba lo que le había dicho cuando se incorporó: "Me uniré a ti, si me ayudas a encontrar lo que esos cerdos me quitaron". Era una promesa, y Nika debía cumplirla aunque sabía lo improbable que sería. Los nazis no tenían piedad con ningún judío y no había razón para que hagan excepciones.
Erik se encontraba sumido en sus recuerdos. Las memorias de si mismo junto a su familia le nublaban los sentidos. Recuerdos de fugaces momentos de felicidad antes de la guerra. Su padre, una víctima de la Gran Guerra, era un recuerdo lejano que no aparecía con frecuencia. En cambio, su madre y su hermana eran un arma de doble filo. Por un lado, las alegrías que habían vivido, aunque pequeñas y frágiles, le daban vida a su corazón. Por otro, la imagen de su vida luego de la invasión y su desastroso final lo llenaban de angustia. La imagen de esos soldados entrando a su "casa" (si es que a ese lugar que habitaban en el gueto se le podía llamar así) y separándolo de su familia lo perturbaba. Cuando se cruzó con Nika y su gente fue como un rayo de esperanza. La miró. Le debía mucho. Todo el entrenamiento, todas las enseñanzas le servirían para encontrarlas. Y lo haría, no importaba el costo. A pesar de que su mentora le había intentado persuadir miles de veces de desistir, el lo lograría. Sin embargo, su corazón abrigaba sospechas. ¿Y si era cierto? Los nazis dijeron "trabajo". Los polacos dijeron "exterminio". Si tenían razón, ¿Cuánto soportarían allí?
El sonido de las cubiertas que resbalaban en la nieve lo devolvió a la realidad.
_ ¿Qué ocurre?_ preguntó al ver que el camión se había detenido.
_Llegamos_ dijo ella con una mueca de gusto en los labios mientras abría las puertas.
Cuando Erik puso los pies en la tierra cubierta de nieve se tomo un momento para admirar el paisaje. En contraste con el blanco fondo del cielo y la tierra, se dibujaban edificios en ruinas.
"Bienvenido a Stalingrado" murmuró su amiga y mentora cruzándose de brazos.
