Esta nueva historia es una adaptación de un escrito propio mio que aún no ha visto la luz (Y creo que permanecerá mucho tiempo más dentro del cajón donde estaba criando telarañas) pero que me ha parecido muy apropiado para adaptarlo al mundo Potter y, sobre todo, a mi amado y adorado Draco Malfoy.
Como bien he marcado en el resumen, este fic participa en el reto anual "Long Story" del foro la Noble y Ancestral Casa de los Black. Os animo a todos a pasaros por dicho foro, pues las historias que se presentan son realmente buenas. Y como tenemos de plazo hasta el año que viene… jajaja. Para que os vaya entrando el gusanillo de la lectura con mi historia, os dejo el resumen completo aquí. Espero cumplir todas las expectativas.
"¿Qué harías si un día despiertas en una cama de un hospital muggle, sin saber cómo has llegado allí?
¿Y si los muggles te confunden con uno de los asesinos en serie más sanguinarios de su mundo?
Esas son las preguntas que Draco Malfoy se hace cuando se encuentra en esa situación. Con una laguna mental de meses y siendo perseguido también por el Ministerio de Magia y los aurores, sólo tiene una salida: buscar a la única persona capaz de adentrarse en su mente y encontrar la verdad. Aunque esa persona sea su enemiga. Hermione Granger"
DISCLAIMER: Todo lo reconocible pertenece a la maravillosa J.K.R. El resto de. Locuras solo son mias.
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¿DÓNDE DIABLOS ESTOY?
Oscuridad. Todo es oscuridad a su alrededor. Ni un ápice de luz que le indique el lugar dónde se encuentra. Tampoco hay ruido. Ni un murmullo, ni un golpe, nada. ¿Podría ser aquello la Muerte? Maldijo entre dientes. Si estaba muerto, era una putada. Y una de las grandes. Ahora que su vida había tomado el rumbo correcto…
Intentó moverse, pero no sentía su cuerpo. Sí. Definitivamente debía estar muerto. Esperó el ataque de pánico propio de esa situación, pero no llegó. Soltó un bufido, molesto. Si aquello era la muerte, menuda decepción. Desde pequeño había pensado que, cuando le llegara la hora de estirar la pata, acabaría en uno de los dos posibles lugares: el Infierno o el Paraíso. Secretamente siempre deseo acabar en el Paraíso. Pero con el pasar de los años y, siendo sincero consigo mismo por primera vez en su vida (o muerte, dada la situación), el haber sido un cabrón despiadado, insoportable niñito de papá, caprichoso, embustero… y unos cuántos epítetos más que no tenía ganas de repetirse, dudaba mucho de poder disfrutar de una vida en el Más Allá placentera. Por lo que, descartado el Paraíso, debía estar en el Infierno. Pero algo no le cuadraba. ¿No debía estar aquello lleno de fuego, azufre y miles de demonios haciendo la vida imposible a las almas condenadas al tormento eterno?
-Debo estar en la sala de espera –rezongó entre dientes. Se resignó a esperar en aquella oscuridad que, después de un rato, no resultaba tan molesta. Siguió analizando su situación. ¿A quién encontraría en aquel maldito lugar? A todos sus conocidos. Eso sin duda.- Joder. Aún no he entrado y ya estoy sintiendo el martirio.
Porque, después de la Guerra, se había esforzado en cambiar su vida. Y en cambiar él mismo. Se había dado cuenta de lo equivocado que había sido el camino que le habían trazado y que él, como un borrego bien adiestrado, siguió sin abrir la boca y sin quejarse. Y encontrarse allí, esperando a conocer cuál sería el castigo del que disfrutaría eternamente, le ponía los pelos de punta (en caso de conservar aún su cuerpo, claro está).
-Lo que me jodería el tener que pasar el resto de la Eternidad en compañía del cabrón de mi padre y del desgraciado mestizo embustero y psicópata de Voldemort. Ese sí que es un gran castigo.
Sí, sería gracioso (entre comillas) el pasar siglos y siglos en compañía del Indeseable número uno y del Indeseable número dos (su padre y el loco mestizo). Si eso llegaba a ocurrir, la Muerte demostraría que carecía de sentido del humor.
-O quizá esa zorra de la guadaña tenga el sentido del humor más negro y retorcido de la Creación –murmuró. Dejó la mente en blanco. Si iba a pasar mucho tiempo allí, lo mejor era no pensar en nada. Así no se volvería loco antes de tiempo.
Cuando volvió a reconectar las sinopsis de sus neuronas, no logró discernir cuánto llevaba en aquella oscuridad. ¿Horas, minutos, días, meses, años, siglos? No es que le importase mucho pero, dada su naturaleza curiosa, le molestaba un poco. Sí, vale, era un picajoso con todo lo relativo al conocimiento, pero se aburría. Decidió dar un "vistazo" metafórico a su alrededor. Y se quedó estático. Había un pequeño punto de luz, muy pequeño, pero que llamaba poderosamente la atención en medio de aquella lóbrega nada. Sintiéndose inusitadamente feliz, caminó hacia la luz.
La alcanzó demasiado rápido, teniendo en cuenta que estaba bastante lejos de ella.
-Será cosa de este lugar.
Cuando se encontró frente al punto de luz, pudo sentir también otras cosas. Podía percibir olores. No eran los más agradables pero mejor eso que nada. Aspiró con fuerza y casi deseó morir de nuevo. ¿Qué bicho se había muerto para desprender semejante pestazo? Aquel olor era similar a algunos de los ingredientes que Snape utilizaba para sus pociones más fuertes. Intentó ignorar el maldito olor y se centró en otra cosa. También podía sentir algo sobre su piel (Definitivamente tenía su cuerpo. Se acababa de dar cuenta de ello). Era algo tosco, rugoso, que le envolvía por completo. ¿Una mortaja? Seguro.
-Entonces, el bicho que suelta ese pestazo debo ser yo, descomponiéndome. Qué asco –en ese momento agradecía su cínico sentido del humor. Otro, en aquella situación, estaría dando alaridos mientras corría en círculos, perdiendo la poca razón que conservara.
Pero un murmullo le sacó de aquellos pensamientos tan tontos. ¿Voces? Sí, eran voces. Tres tipos distintos de voces. Se centró en ellas, contento por poder hacer algo más que pensar en musarañas y en aquel maldito olor que le estaba mareando. Eran dos hombres y una mujer. No le eran conocidos (modestia aparte, podía alardear de tener una memoria fotográfica y auditiva de la leche. Y aquellas tres voces no estaban dentro de su archivo mental de "gente conocida"). Decidió escuchar lo que estaban diciendo. Quizá así aclararía dónde demonios estaba.
-¿Sigue sin despertar? –voz masculina uno.
-Hace unos minutos el monitor que controla su actividad cerebral mostró un pico muy intenso. –Voz masculina dos.- Hay clara actividad cerebral, pero no tan intensa como hace unos minutos.
-Podría despertar –voz femenina. Le agradaba aquella voz. Suave, aterciopelada, como si estuviese entrenada para calmar el espíritu.
-¿Hay algún dato nuevo sobre su identidad?
-No. Ni carnet, ni pasaporte… ni siquiera sus huellas están archivadas… He mandado su foto a todas las agencias internacionales. Podría tratarse de alguien importante. ¿Os disteis cuenta de su ropa? –número uno parecía emocionarse por segundos.
-Sí, era de calidad. –número dos se mostraba un poquito más apático.
-Espero que despierte. Lleva tanto tiempo aquí, solo, sin recibir visitas… me da pena –la mujer se movió. Estaban desplazándose a su alrededor.-Dejemos que siga descansando. Yo controlaré los monitores, por si hay algún cambio.
-Vale. Si despierta, ten cuidado. No sabemos nada de él. Podría ser peligroso o estar como una cabra –número uno sonó algo preocupado.
-Tranquilo. Sé cuidar de mí misma.
El silencio volvió a rodearle. Ahora entendía dos cosas: no estaba muerto y alguien estaba cuidando de él. Muerto de la curiosidad, se acercó aún más a la luz. Un fogonazo de luz lo envolvió por completo, dejándolo aturdido. Cuando aquella sensación pasó, supo que ya no estaba en la oscuridad. Se sentía pesado, aletargado. Tenía algo en los brazos. Y algo estaba obstruyendo su tráquea. Gimió, intentando llamar la atención de la mujer. Luego, perdió la consciencia de todo lo que le rodeaba.
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Cuidar de aquel desconocido era algo que le resultaba relajante. Anne era enfermera desde hacía treinta años. Y desde el primer día que vistió el uniforme, no había sentido ni un ápice de desilusión en su ánimo. Observó al "Durmiente", como lo habían llamado. Era un hombre joven. No tendría más de veinte años. Sus rasgos eran muy masculinos, armónicos. Llamaba mucho la atención el color de su piel y cabello. Cuando lo encontraron, achacaron aquella palidez a sus heridas y su mal estado. Pero, con el pasar de los días, se dieron cuenta de que era así de pálido por naturaleza. Aquella peculiaridad no le restaba belleza al chico. Todo lo contrario. Las enfermeras más jóvenes se pasaban por aquella habitación muy a menudo para observarlo y suspirar como idiotas. Anne reconocía que jamás había visto a ningún hombre, joven o maduro, que desprendiera aquella aura que atraía a las mujeres como la miel a las moscas. ¡Y estaba en coma! No quería pensar qué pasaría si llegaba a despertar.
También resultaba raro su color de pelo. Era de un rubio tan claro que parecía casi blanco. Pero se había dado cuenta, día a día, que el color varía según la luz: blanco plateado bajo el sol, dorado muy pálido al atardecer, un poco más oscuro cuando lo mojaban… Aquel chico era todo un misterio. A veces se preguntaba cuál sería su nombre, de dónde venía, qué le había llevado a estar postrado en aquella cama, durmiendo el falso sueño de los que están en coma… Y se preguntaba por el color de sus ojos. Alguien con aquella presencia no podía tener unos ojos de un color tan común como el castaño o el negro. Quizá eran verdes, de ese verde intenso que sólo ves en algunas plantas. O quizá tenían el color del cielo despejado de verano, o el color del mar del Caribe… O un imposible color plateado.
-¿Plateado? –Anne sacudió la cabeza. ¿De dónde demonios había sacado la absurda idea de que aquel chico tenía los ojos color plata?- Ningún humano puede tener ese color de ojos.
Entonces cayó en la cuenta de que había mantenido la vista fija en el rostro del chico. Y que el dichoso chico la estaba mirando fijamente. Y que aquellos ojos que la taladraban de manera implacable, eran plateados. ¡El Durmiente había despertado! Anne se levantó bruscamente, dejando caer la silla y pegó su rostro al del chico, analizando aquellos iris que la miraban con un reflejo parecido al mercurio líquido.
-Es… imposible. Ese color de ojos… no es natural… -cerró la boca al darse cuenta de otro detalle. Un pequeño detalle que había estado bailando al límite de su razón y que había estado ignorando, centrada en resolver el misterio de aquellos ojos sobrenaturales.- ¡Estás despierto!
-"Joder. Por fin se dio cuenta" –Llevaba despierto, contemplando a aquella mujer con pinta de matrona, desde hacía diez minutos largos. Ella parecía estar en su mundo, mirándolo pero sin verlo realmente, hasta que algo llamó su atención. Cuando la tuvo pegada a su rostro, pudo entender sus palabras.- "Bien, bien. En vez de preocuparte por mí, que estoy vete tú a saber dónde, con algo en mi garganta que me impide hablar, con agujas y cosas que no tengo ni puta idea de lo que son en mis brazos y cabeza, te dedicas a balbucear no sé que mierda sobre mis ojos. Vale, sí. Son plateados. Ningún humano vivo tiene este color de ojos. Sólo yo. Ahora… por favor, hazme el favor de quitarme esta cosa".
Anne cogió aire y se tranquilizó. Ya aclararía más tarde lo de los ojos. Ahora tenía que quitarle la intubación al chico. Se le veía incómodo y desesperado por poder hablar.
-Quiero que te relajes. Esto es muy molesto. Lo sé. Pero te lo quitaré en menos de un segundo. Sentirás ganas de vomitar. Pero aguanta. –El chico asintió y se dejó hacer. Cuando la entubación estuvo retirada, le vio tomar aire como un desesperado.- Respira profundamente, con tranquilidad. En unos minutos pasará esa sensación de tener un palo en la garganta. ¿Sabes tu nombre?
-Draco… Draco Malfoy –su voz era lo más parecido a un graznido.
-Un nombre muy curioso. ¿Sabes por qué estás aquí?
-¿Dónde es aquí? –Draco la miró con el ceño fruncido. No le gustaba el no saber dónde estaba.
-Estás en una pequeña clínica privada, en Nueva Orleans.
-¿Cómo? –Aquello sí que no se lo esperaba. Su último recuerdo claro se centraba en Londres, en el Callejón Diagon. Iba a la tienda de escobas a comprar productos de mantenimiento. Su siguiente recuerdo era el de encontrarse en medio de la oscuridad, debatiendo si estaba muerto o no.
-¿No lo recuerdas? –al ver la negativa del chico, sonrió maternalmente- Te encontraron cerca del pantano, más muerto que vivo. Como no llevabas identificación alguna, pero parecías de buena familia, te trajeron aquí.
-¿Cuándo? –fue la única pregunta. Anne se estremeció al ver la frialdad de aquellos ojos plateados. Había algo en él que empezó a darle miedo. Su expresión, su postura, la tensión que manaba de su cuerpo… todo ello gritaba "Peligro".
-Hace dos años y un mes.
