¡Hola! Estuve dudando mucho si subir o no este fanfic, sobre todo porque no he visto ningún AU en el fandom de All Out, pero al final decidí correr el riesgo. Espero que les guste, no todo será tan malo como pueda parecerlo al principio, así que por favor denle una oportunidad, y no duden en dejar sus comentarios para saber si les gustó. Serán varios capítulos, aunque no creo que sean demasiado largos, además, es mi segundo fic de esta pareja, así que espero no hacer muy OOC a los personajes.
Como todos los fics que escriba de este fandom, está dedicado a Izuspp, espero que te guste, te prometo que no será tan malo y tendrá su buena dosis de fluff.
Disclaimer: Los personajes no me perteneces, hago esto sin fines de lucro.
La lista B
Las vacaciones de invierno eran sin duda la época favorita del año de Mutsumi. Eran los días en que no tenía que ir a la escuela, pero podía reunirse con los otros chicos de su clase en la calle para jugar en la nieve; en esos días, su padre llegaba temprano a casa, y su madre preparaba comida deliciosa para todos. Algunos días, como ese en particular, él se encargaba de sus dos hermanos menores, los despertaba y ayudaba a vestirse mientras su madre hacía el desayuno y su padre se encargaba se mantener la calefacción funcionando, pues se había tomado unos días en el trabajo.
Su hermana mayor acababa de irse el día anterior a casa de sus abuelos, por lo que Mutsumi estaba a cargo en ese momento. A sus nueve años recién cumplidos, la responsabilidad de cuidar de sus hermanos menores y de su madre le hacía sentir como una parte importante de la familia, propiciando su independencia y su confianza en sí mismo.
Mientras ayudaba a su hermana a peinarse y vigilaba a su hermano, que lavaba sus dientes, una amplia sonrisa se formó en su rostro. Esa tarde, su padre había prometido llevarlos a jugar en la nieve con el viejo trineo que guardaban desde hacía ya demasiados años; si tenía suerte, la nieve habría formado montículos del tamaño suficiente para hacerlos saltar varios centímetros sobre el sueño. Sería la tarde perfecta, al igual que el día anterior.
En realidad, los últimos días bien podrían haber sido los mejores de su corta vida. Su padre se había tomado unas pequeñas vacaciones para estar en casa con su familia debido al invierno, ya que le nieve les dificultaba salir de casa, por lo que había tenido tiempo de jugar con ellos toda la semana. Apenas un par de días atrás, él y su padre habían salido a comprar algunas verduras para la cena, pero justo cuando volvían a casa, blancos copos de nieve habían comenzado a caer sobre ellos.
Para Mutsumi aquello parecía un problema, pues si la nevaba empeoraba tendrían que resguardarse en algún comercio a esperar que parara; sin embargo, su padre tenía otros planes y, tomando la mano de su hijo y sosteniendo las bolsas de las compras con fuerza, comenzó a correr de vuelta a casa. El pequeño Mutsumi no estaba seguro de lo que pasaba por la mente de su padre en ese momento, y estaba seguro de que su madre los regañaría por llegar cubiertos de nieve y mojar el suelo, pero en ese momento no le importó, se estaba divirtiendo con su padre, y era poco el tiempo que podía compartir con él.
Tal como había predicho, su madre se había molestado y los había obligado a bañarse de inmediato para evitar que se resfriaran, pero, para ahorrar tiempo, ambos habían entrado al baño al mismo tiempo, lo que terminó en risas escandalosas y más diversión para ellos. Sin duda había sido un gran día…
—¡Mutsumi! ¡Abre la puerta!
La voz de su madre resonó desde el piso inferior, haciéndole saltar por la sorpresa y volver a la realidad. Seguramente llevaba ya un rato llamándolo, pues su voz sonaba un tanto desesperada, podía notarlo a pesar de estar tan lejos.
—¡Ya voy! —Respondió tan fuerte como le fue posible, sacando a los niños del baño a prisa antes de bajar las escaleras corriendo, saltando dos peldaños a la vez y ganándose un regaño por parte de su madre, que sostenía un humeante sartén en el que ya se cocinaban un par de huevos y despedía un aroma irresistible para él. Apenas atendiera a quien fuera que estuviera llamando a la puerta, terminaría de supervisar a los niños y, finalmente, podrían sentarse a desayunar en familia.
—Buenos… —Abrió la puerta con una amplia sonrisa, que se esfumó en cuanto vio a los dos hombres, mucho más altos que él, parados frente a su puerta para bloquearla con sus enormes cuerpos.
A simple vista, parecían personas completamente normales, sin embargo, las insignias en su pecho, justo sobre el corazón, revelaban su verdadera identidad pese a que no portaban su usual uniforme. Mutsumi se quedó inmóvil por el miedo, incapaz de articular palabra alguna hacia los visitantes, aunque era totalmente comprensible, era la primera vez en su vida que veía a los Agentes de las Listas; y, lo peor de todo, era que estaban en su casa.
Uno de ellos, el más alto, dirigió sus penetrantes ojos negros hacia el niño, mirándolo en silencio como si lo estuviera estudiando y haciéndole sentí r como si pudiera ver a través de él. El otro, sin embargo, usaba lentes oscuros que le impedían ver su rostro completamente, aunque no eran suficientes para ocultar la marca oscura que rodeaba su ojo izquierdo. A simple vista, Mutsumi era incapaz de decir cuál de los dos lo asustaba más.
—Mutsumi, ¿quién… —Su madre, al notar el inusual silencio que había caído de pronto en su hogar, había decidido mirar por ella misma lo que estaba pasando, sorprendiéndose de igual forma al notar de lo que se trataba. Reponiéndose de la sorpresa y cubriendo a su hijo con su cuerpo, la mujer se dirigió a ambos agentes. —¿Qué sucede?
Su madre, a diferencia de él, había tenido que armarse de valor para averiguar las intenciones de esos hombres y transmitirle seguridad a su pequeño, así como al resto de sus hijos, que se encontraban observando todo desde las escaleras detrás de ellos. Esa visita debía ser un error. Rogaba con todas sus fuerzas que así fuera.
—Buscamos al señor Hachioji. —Habló con firmeza uno de ellos, el de los lentes oscuros.
Los ojos de ambos se abrieron con horror al escuchar sus palabras.
—Es mi esposo…
Mutsumi, que hasta entonces se ocultaba tras la falda de su madre, salió de su escondite apenas lo suficiente para hacerse notar, intentando en vano parecer el "hombre de la casa" delante de los desconocidos. En su infantil mente, quiso creer que aquello debía tratarse de un error. Seguro estaba en la puerta equivocada.
—Su esposo se encuentra en la Lista B. —Respondió el otro agente, soltando aquellas palabras con tal naturalidad, que Mutsumi sintió su piel erizarse mientras un escalofrío recorría su espalda. Tenían que estar equivocados; tenía que ser una broma de mal gusto.
—Eso no… ¡No puede ser verdad! ¡Él tiene un trabajo, uno humilde, pero paga sus cuotas a tiempo! Él no puede…
Su madre, desesperada, intentaba poner en orden sus ideas, sin embargo, el terror no le permitía dar argumentos válidos para refutar esa afirmación. Desde hacía más de quince años, su esposo había trabajado en una pequeña herrería en el centro de la ciudad; no era un trabajo que le hiciera ganar mucho dinero, pero al menos era lo suficiente para vivir bien. Sus cuatro hijos iban a la escuela, nunca faltaba comida en la mesa y, además, nunca había fallado en el pago de sus cuotas al estado, por lo que era imposible que su nombre estuviera en la Lista B.
—Hace dos meses que perdió su trabajo. No ha sido capaz de encontrar otro y no responde a los comunicados del estado. Tiene que venir con nosotros.
—Aquí estoy.
Detrás de ellos, ante la atónita mirada de Mutsumi, su padre caminó directamente hacia los agentes, con una expresión tan tranquila para era imposible creer que estuviera caminando hacia la muerte. Por su mente pasaban miles de imágenes del pasado, en particular, recuerdos de esos últimos días que habían pasado juntos, esas últimas vacaciones… en ese momento, algo en su mente hizo clic, y supo que todo tenía sentido.
Su padre no había tomado vacaciones, en realidad, hacía exactamente dos meses que había comenzado a llegar temprano a casa, tomaba descansos los fines de semana y esas largas vacaciones que se habían prolongado por ya casi dos semanas; lo que los agentes decían tenía que ser verdad, su padre había perdido su empleo. Y ahora, su vida.
—Tiene que acompañarnos. —Respondió el hombre con los lentes antes de alejarse de la puerta, seguido de cerca por su compañero.
Ese debía ser el famoso procedimiento de rutina, que, en situaciones normales, consistía en darle unos minutos a la persona de despedirse de su familia en la privacidad de su hogar antes de llevar al complejo, donde se llevaban a cabo las ejecuciones en privado. Los cuerpos eran incinerados y las cenizas devueltas a los familiares un par de días después. Así era en la mayoría de los casos, aunque también estaban aquellos que pensaban que podían escapar de los Agentes de las Listas, y eran abatidos antes de que pudieran alejarse de ellos.
Nadie escapaba a los agentes, lo mejor era aceptarlo y resignarse.
Los recuerdos posteriores a ese momento eran borrosos, aunque Mutsumi recordaba a la perfección la sonrisa en el rostro de su padre, el llanto de sus hermanos y el calor de los brazos de su madre luego de su padre saliera por la puerta para nunca regresar.
"Ahora tú eres el hombre de la casa", le había dicho su madre después de aquello, y él se prometió a sí mismo que protegería a su familia a partir de ese momento para que no tuvieran que volver a pasar por algo así.
De aquello ya habían pasado siete años, y Mutsumi había crecido hasta convertirse en un joven inteligente y amable. Pese a todo lo que había vivido y lo duros que fueron los años posteriores a la muerte de su padre, había tomado la decisión de no permitir que aquel triste recuerdo de su pasado le afectara demasiado. Su madre y su hermana trabajaban todos los días para que él y sus hermanos estuvieran bien, y él mismo trabajaba durante las vacaciones para ayudarles con los gastos, por lo que no habían tenido problemas. Claro que no vivían tan desahogadamente como antes, pero nunca les faltaba lo esencial para sobrevivir.
Por otro lado, había tenido la oportunidad de integrarse al equipo de rugby de la secundaria, lo que había ayudado a canalizar el dolor de su pérdida en la energía que necesitaba para jugar, convirtiéndolo al mismo tiempo en un elemento valioso para el equipo y propiciando un ambiente donde podía relajarse y ser él mismo, olvidándose de todo mientras jugaba. Y no negaba que era divertido, por lo que su vida no era tan complicada.
Al menos hasta que comenzó el colegio y, con ello, los nuevos retos para Mutsumi. A pesar de que antes había experimentado las burlas de sus compañeros a causa de aquel suceso con su padre, nunca imaginó que en el colegio volvería a suceder.
Justo el primer día de clases, fue capaz de escuchar a dos chicas hablando a menos de dos metros de él, sin molestarse en disimular lo que estaban conversando.
—Dicen que su padre estaba en la Lista B. —Comentó una de ellas, mirándolo directamente, con burla.
—¿La Lista B? ¡Qué horror!
Mutsumi desvió la mirada, cansado de tener que escuchar esas cosas una vez más, y aburrido, pues ya sabía a la perfección todas y cada una de las palabras que vendrían.
—No las escuches, sólo tratan de molestarte. —Un chico a su lado le sonrió, avergonzado por la conducta de las chicas que, al parecer, eran amigas suyas. No le interesaba que sintieran lástima por él.
—No importa, ya no me afecta. —Respondió, y era verdad, luego de siete años, estaba más que acostumbrado a que las personas, incluso los adultos, hablaran de su padre a sus espaldas.
Por suerte, el profesor llegó en ese momento y el aula quedó en silencio. Mutsumi, agradecido, dejó escapar un suspiro acompañado de una sonrisa resignada; tan sólo deseaba que el resto de su estancia ahí no fuera tan incómoda. Aunque era de esperarse, después de todo, no muchas personas llegaban a la Lista B, y las pocas que lo hacían eran motivo de burla y desprecio.
La Lista B, la lista de los desempleados y las personas que no pagan a tiempo sus cuotas al estado. La segunda de las Listas de la Muerte.
—¿Está ocupado?
Preguntó una voz a su lado, y Mutsumi tuvo que obligarse a mirarlo a pesar de que deseaba evitar más enfrentamientos por ese día, o al menos por el resto de la clase. Sin embargo, de pie, a su lado, se encontró con un peculiar chico de cabello rojo que le miraba con aburrimiento.
—¿Disculpa…? —Insistió al no obtener respuesta, ganándose un sonrojo en las redondas mejillas de Mutsumi.
—Lo lamento, está disponible.
El chico asintió a modo de agradecimiento y se sentó en el lugar junto a él. Mutsumi dio una rápida mirada al resto del salón, notando que había bastantes lugares disponibles, por lo que le pareció sospechoso que eligiera precisamente ese cuando, normalmente, las personas que no lo conocían preferían evitarlo.
—Si de algo sirve —habló de nuevo el pelirrojo, mirándolo directamente a los ojos—, no creo que tenga nada de gracia burlarse de algo así.
Y, tras aquellas palabras, una vez más el color cubrió sus mejillas por la sorpresa. Esa sin duda había sido la primera muestra de amabilidad que había recibido en mucho tiempo; tanto, que no recordaba que se sintiera tan bien.
Continuará…
