Dance Mon Aisha
Hoy hace buen tiempo, sin embargo no me gusta el aspecto de esas nubes que se aproximan, debí coger mi abrigo antes de salir...,es que vamos con mucha prisa. Son solo las ocho y media de la mañana, deberíamos haber estado entrando ya en la Opera Garnier. Anteriormente yo hubiera estado emocionada con este pequeño viaje a la Ópera, nunca la he visto, puesto que solo hace dos meses que me presentaron en sociedad y no he tenido tiempo de ver todo...pero sí el bastante para que mi madre me prometiera a un desconocido...
Mi padre murió en el 20 de Mayo de este año del 1881 y nos vimos en la ruina, ya que toda nuestra fortuna estaba situada en mi padre y él no había dejado herencia. Ay papá, siempre fuiste tan despistado, tú que tanto disfrutabas de la vida y jamás pensaste en la llegada de la muerte que vino tan pronto a tu lecho, debemos dar gracias a la tía Sophíe que nos acogió en su casa y no le molestó nuestra presencia...pobre Sophíe, lloró tanto cuando nos fuimos de su casa, ella me quiere igual que a una hija, no le gustaba alejarse de mí, y menos lo que está pasando conmigo en estos momentos...
¿En qué piensas, Aisha? – Como detesto que interrumpan mis pensamientos.
En nada, madre. – Susurré mirando afuera en la ventana, sintiendo la llegada de una pequeña discusión.
No mientas, conozco esa expresión en tu cara -
No puedo cambiar mi cara, madre – No debí decir eso, era una de las cosas que no podía evitar: responder a mi madre.
¿Qué forma es esa de contestarme, espero que no muestres ese comportamiento cuando estemos delante de Monsieur Firmín, evita mostrarte mordaz, camina con pasos ligeros y no pienses - Yo la miré sorprendida, ¿qué no pensara, ¿cómo una persona puede evitar que piense?. Me enfurecí.
Ya habéis echo bastante obligándome a contraer este matrimonio y a ponerme estos zapatos incómodos para que ahora me ordenéis que no piense. – Mi madre me miró con sus grandes ojos surcados por las ojeras de la vejez, abriéndolos de par en par...conocía esa forma de mirar, ese ere el instante en que yo debía mantener mi boca cerrada y no pronunciar palabra alguna y escuchar el mismo drama que mi madre me repetía cada día.
¿Acaso quieres vernos en la calle, ¿quieres vernos trabajar de costureras...o algo peor? –
¡¡Madre! -
¿Qué, ¿para que mentirnos, si no es por la ayuda que nos ha prestado Monsieur Firmín ahora tu y yo estaríamos entre la escoria -
Eso no es verdad, seguiríamos con tía Sophíe... – murmuré bajando los ojos hasta mis manos enguantadas.
Sophíe nos quiere, pero su fortuna no es del todo suficiente para mantener a tres – Odiaba cuando mi madre tenía razón, ¿no cuentan mis sentimientos acaso, ¡que se fuera ella y se casara con el Monsieur Firmín si tanto lo idolatraba, ¡que me dejara a mí junto a tía Sophíe!.
No es tan duro un matrimonio con Monsieur Firmín – Continuó madre, ¡qué ganas de taparme los oídos y no oír nada de lo que iba a decir, lo detestaba!.
Lo sé. – Le dije intentando callarla educadamente. – Ya lo has dicho. –
Él es un hombre... – Siguió ignorando mis palabras. – de negocios...muy inteligente, con cultura, y con fortuna que es lo importante...sí, es un hombre muy...maduro para ti, no obstante eso no quiere decir que no podáis tener una relación estable, con hijos adorables, ya tengo ganas de tener algún nieto, mi juventud se esta esfumando...-
Se ha esfumado, diréis...- No me arrepentí de lo que le dije, a veces no parecíamos madre e hija, sino una jovencita y una vieja pesada que se fastidiaban de vez en cuando.
Haré como que no te he oído. – Dijo mi madre a regañadientes y conseguí que por fin se callara. Yo hice igual y desvié la mirada a la ventana. El mercado estaba empezando a instalarse, el frutero, el pescadero, el carnicero, los gitanos...¿los gitanos, ¿tan pronto, que vida tan casual la de ellos. Los gitanos, para mí, son los seres mas envidados del universo. No se avergüenzan de lo que hacen, son libres, van de un sitio a otro conociendo tierras lejanas, y bailan...bailar, sí, bailar, no me importaría ponerme una de esas faldas de colores que llevaban las gitanas y bailar todo lo que quisiera, con una pandereta y que todos me contemplaran.
Una vez quise ser bailarina pero madre me lo impidió diciendo que la danza era para gente de la baja sociedad y no pertenecía a jovencitas refinadas. Luego se lo comenté a mi padre y más suavemente me dijo que me olvidara de esa idea. Que desconsuelo sentí, solo me conformaba bailando sola en mi habitación...hubo un momento en que yo había olvidado cerrar la puerta de mi cuarto y mi madre me vio bailar, dando vueltas sobre mi misma al compás de una canción imaginaria. Al ver a madre me detuve bruscamente helada por el miedo, solo reaccioné cuando me dio una fuerte bofetada, haciendo que soltara unas buenas lagrimas:
¡Las damas no bailan, ¿entendido, si vuelvo a verte hacer esto te aseguro que te trasladaré a una habitación donde yo pueda mantenerte vigilada. – Naturalmente, no se atrevió a hacer aquello, aunque si se atrevió a tener una de las copias de la llave de mi habitación y tenerme a su merced. A decir verdad ella me había tenido a su merced desde el día en que nací, me trataba como una especie de muñeca a la que se puede manejar. A los siete años me exigió que me lavara las manos por lo menos cinco veces al día y que me cepillara el cabello hasta tenerlo brillante, a los once años me prohibió jugar con muñecas y las tiró, a los quince ya me ordenó a utilizar corsé y ahora...me vendía a un hombre...eso me hacía sentir igual que un caballo, un caballo que el granjero cuida y trata desde su nacimiento para que llegue el día en que lo venda a un rico comerciante.
Desde niña me habían inculcado el cuento de que un día un príncipe encantador llegaría a mi casa y besándome la mano me pediría que fuera su esposa, yo encantada accedería y le suplicaría que me salvara de las garras de mi madre. Era un sueño en el que yo podía sumergirme todas las noches, y olvidar las exigencias de la vida. Y ahora, ese príncipe se había ido, ya no estaba, mi madre había matado al príncipe de mis sueños poniendo en su lugar a Monsieur Richard Firmín. Cuando lo vi por primera vez en retrato hice un mueca de horror, ¡él no se parecía en nada al príncipe de mis sueños, para nada, ¡esa expresión de codicia en sus ojos, esa altanería, esa vejez...esa calvicie, ¡No, por el amor de Dios, ¿Para ese hombre me habían criado mis padres, ¿tanto sufrimiento para acabar en las manos de aquel...señor?.
¡Aisha, estas distraída, ¡el carro ya ha parado!. – La voz de mi madre me devolvió a la realidad. Me puse de pie y acepté la mano que me ofrecía el chofer para bajar del carruaje. Ya estábamos delante casi a las puertas de la Ópera. Todo eso era un comienzo, un gran y brusco comienzo para mi vida...
OOO
Qué gran comienzo será para mi querida Christine esta noche, la gran soprano Miss Christine Daee sustituiría a Madame Carlotta. Oh sí, lo estoy viendo...La pobre y magistral Madame Carlotta ha superado los límites de la naturaleza humana...inesperadamente croará igual que una rana, y yo estaré cómodamente sentado en mi palco para verlo. No tengo la culpa de nada, yo les he avisado y no me han hecho caso, así pues no me ha quedado más remedio que tomar mis propias medidas. A veces es cansado esto de la venganza, sobre todo a mi edad.
Es cierto que "la venganza es un plato que se degusta mejor frío", pero a mí a veces la comida fría no me sienta bien, no se si me hago entender...Y esa es una de las razones por las que adoro a Christine, ella calma la sed de venganza que hay dentro de mí, todos mis pensamientos se centraban en ella solamente...hasta que apareció "el otro", el jovencito.
Monsieur Raoul de Chagny, el hombre que toda mujer que podría desear, joven, hermoso, con título... – Me dije mientras caminaba por el oscuro pasillo, no estando seguro de si era confusión o burla lo que ocultaban mis palabras. – Y por si fuera poco, me está arrebatando a mi musa, ¿por qué, él que no sabe apreciar la belleza interior, ¿qué mas te va a dar él, Christine, ¿acaso su amor es mas valioso que el mío, ¿por qué me mientes de esa forma, sé muy bien que sientes algo por ese hombre...
¡Eh¡, ¡Ven, ven! - Me sobresalté precipitadamente temiendo haber sido descubierto. Veloz igual que un rayo me oculté camuflándome en la oscuridad, hasta que me di cuenta de que la voz no se dirigía a mí. Suspiré.
¿Qué pasa, Antoniette?. – Era la voz de la pequeña Meg hablando con otra bailarina. Más cotilleos. Es increíble como una simple noticia podía llegar a convertirse en el chisme mas escandaloso que podía haber en todo París, pasando de boca en boca de la gente y la noticia se mutaba más y más. Me avergüenzo de admitir que a veces me interesan, sobre todo si tiene que ver con la Ópera o algo relacionado con Christine. Me asomé un poco para oír la pequeña conversación de las bailarinas.
¿La has visto, Meg? –
Sí, llegó hace unos minutos. –
Ah...¿y cómo es? dime, ¿qué aspecto tiene,¿es bonita, ¿es verdad que Monsieur Richard se va a casar, ¿se va a casar con la chica, ¿cómo se llama, ¿quién es, ¿la conocemos?... – Ya estaba adivinando de donde la pequeña Meg aprendía a tener ese pico de oro.
No, es una chica joven y bonita, así...no, un poco más de mi tamaño, no es muy alta, de tu estatura Antoniette. – Yo sofoqué una risa porque noté que a la bailarina no le agradó el comentario. Estaba a punto de irme, y por una extraña razón me quedé escuchando algo más.
¿Me estas llamando bajita, mira quien fue a hablar. –
No, no, no, quería decir que tenía una estatura normal...tiene el pelo largo y parece una niña, dudo que tenga dieciséis...¿o eran diecisiete, dieciocho..., no sé, ¿cuántos? Es que tiene una cara muy...-
¡Yo quiero saber que pasó, ¿es cierto que es la prometida de Monsieur Richard?. – Yo agrandé los ojos. ¿Un hombre tan mayor con una chiquilla de dieciséis años, vaya, la familia debería de estar bastante arruinada para aceptar un matrimonio de esa categoría. Pobrecita, seguramente no sabrá en donde se mete, el necio que le toca por marido.
Me encogí de hombros y me alejé de allí en busca de Christine. ¿Qué me iba a importar a mí los problemas de los demás, yo solo debía de preocuparme de mí, primero yo, luego yo y por ultimo yo, siempre había sido de esa forma desde que nací, yo era la única persona por quien debía preocuparme...No, tampoco, Christine era la causa que ocupaba mi mente.
Mi dulce Christine, estaba tan triste estos últimos días. La culpa era mía...no, no, no solo mía, el señorito Raoul Y Madame Carlotta llevaban parte de culpa. Los insultos que Carlotta colmaba sobre Christine se los haría tragar yo con un duro escarmiento esa noche. Me froté las manos con satisfacción y sonreí. ¿Por qué me estaba quejando yo antes de la venganza, sí era lo mejor que había. Ay, desdichada Prima Donna, esta noche te convertirás en rana y no creo que haya príncipe suficientemente valiente para darte un beso. Ese pensamiento me hizo reír y no tuve miedo de que las bailarinas me pudieran escuchar.
