La margarita dijo no

Bajo la lluvia y bajo el Sol,
la margarita dijo no.

Bajo la lluvia y bajo el Sol,
la margarita dijo no.

Bajo la lluvia y bajo el Sol,
bellos e inmóviles los dos
se prometieron no crecer.
No sé por qué, me convenció.
Hace tanto de aquello
...

- ¡No lo hagas así!

- ¡¿Por qué no¡Los montículos de arena hay que hacerlos así, con cubos!

- ¡Eso no es cierto¡Hay que hacerlos como antes, sino no vale¡Es trampa!

- Jopé –dijo con fastidio la pequeña–. Me canso de amontonar arena con las manos, Rui-chan.

- Eso es porque no cumples tus objetivos, Miwa-chan.

- ¡Sí que los cumplo! –gritó indignada la pequeña Miwako cruzándose de brazos-. Lo que pasa es que éste no es mi objetivo. ¡Es el tuyo! Yo no quiero jugar a amontonar arena.

- ¿Y a qué hubieras jugado, eh, lista? –dijo Ruichi refunfuñando mientras amontonaba arena para llevarla a la cima del montículo.

- ¡Llevo días pidiéndote que juguemos a ladrones y policías! –gritó aún más indignada la chiquilla. Pero un segundo después notó algo bajo su nariz y juntó los ojos para averiguar qué era.

- Es para ti –dijo el niño sosteniendo una flor de centro amarillo y pétalos blancos debajo de la nariz de Miwako–. Je. Sabía que así te calmarías– añadió ensanchando una sonrisa sinvergüenza.

- ¿Qué es? –preguntó curiosa la niña eludiendo el comentario del chico al separarse unos diez centímetros para ver mejor la flor.

- Se llama margarita –afirmó–. Y te diré un secreto –dijo en tono confidencial. La muchacha acercó su oreja y el chico dijo–: cuando le preguntas algo, ella te dice la verdad...

- ¿Co-cómo lo sabes?

- Mi abuela me contó una vez que si le preguntabas a una margarita si la persona que te gustaba también te quería, ella te decía la verdad.

La chiquilla lo miró perpleja, elevó una ceja, incrédula, y para terminar arrugó el entrecejo diciendo:

- ¡Me estás tomando el pelo¡Las flores no hablan! –Le arrebató la margarita al niño y la cogió con fuerza acercándosela a la boca, como si fuera un micrófono–. A ver, marga-como-te-llames –se dirigió a ella con enfado– ¡dime¿cuántos años tengo?!

La margarita permaneció en silencio mientras el niño fruncía el ceño mirando a su amiga. Se acercó a ella y cogió con delicadeza la flor.

- No es así como se les pregunta –replicó el chico con impaciencia–. Sólo responden preguntas de 'sí' o 'no'. Y dice mi abuela que trasmiten valor a la hora de hacer las cosas.

- ¿De verdad?

- Dice que si no llega a ser por una de esas margaritas, yo no estaría en este mundo –explicó Ruichi–. Cuando mi abuela era joven, le quitó todos y cada uno de los pétalos a una flor de estas cuando ella dudaba entre si el chico era su media naranja o no. La margarita le dio fuerzas para lanzarse y ahora han vivido felices a lo largo de sus vidas.

- ¿De verdad¡Qué historia tan bonita!

- Sí –continuó el niño suavizando la expresión de su cara–. Desde entonces ha estado cuidando margaritas. Antes, en una maceta; ahora, en el jardín de su casa. Me ha dicho que puedo coger todas las que quiera.

- ¿Y tú ya le has hecho alguna pregunta a la margarita? –curioseó la chiquilla.

- Pues la verdad es que no... –dijo el muchacho desconcertado preguntándose por qué no lo habría hecho–. No sé qué preguntarle... –murmuró mirando el suelo–. Por eso quería dártela a ti.

- Muchísimas gracias, Rui-chan– soltó ruborizándose un poco mientras Ruichi volvía a entregarle la flor.

En aquél momento Miwako notó fresco el puente de su nariz, y al alzar su mirada hacia el encapotado cielo, otra gota de agua cayó, esta vez sobre su frente.

- Creo que debería irme ya –anunció Ruichi cubriéndose la cabeza con el cubo que había soltado minutos antes Miwako–. Mamá no quiere que esté afuera si llueve.

- De acuerdo. Nos vemos mañana –dijo alegre la niña.

- Misma hora, mismo lugar¿no? –confirmó el niño sonriéndola y empezando a darse la vuelta para irse. En el suelo comenzaban a verse círculos de arena mojada, cada vez más concentrados.

- ¡Prométeme que no vas a crecer hasta que volvamos a vernos mañana! –dijo Miwako alzando la voz y a la vez su mano derecha.

- ¡Te lo prometo! –gritó el chico, que seguía protegido de la lluvia por el cubo de Miwako, corriendo hacia la salida del solar.

La niña era consciente de que su amigo se llevaba su cubo, pero se alegró de que al menos él pudiera refugiarse bajo él. Esbozó una ligera sonrisa, volviendo a ruborizarse, y el muchacho desapareció al torcer una esquina.

Entonces la niña miró su flor y se arrodilló en la húmeda hierba sin importarle que el vestido quedara manchado. Las gotas de lluvia se posaban aún con lentitud sobre el frío suelo y sobre la muchacha. Levantó la mirada, como si entre las nubes estuviera Ruichi sonriéndole y formuló en su mente la pregunta cuya respuesta deseaba tanto conocer.

Esperanzada, arrancó el primer pétalo, que volteando en el aire se balanceó hasta el suelo; después el segundo, que Miwako posó en la superficie de tierra sin dejarlo volar. Anhelante por desvelar la respuesta de aquella sabia florecilla, arrancó los siguientes cuatro pétalos con rapidez, como si el tiempo en el mundo se estuviera agotando. Finalmente, ansiosa, deshojó el penúltimo pétalo, que el aire se llevó al soltarlo; y su rostro de esperanza se convirtió en horror antes de extirpar la última hojilla. El cielo tronó y a continuación el suelo se mojó por completo. La niña comenzó a llorar mientras la ahora fuerte lluvia se precipitaba hacia el suelo y le empapaba el pelo, haciendo que el agua chorreara por su rostro juntamente con sus lágrimas. Aquél vegetal le había dado una respuesta.

La margarita dijo no...

- ¡Miwako, hija! –gritó de pronto su madre, que sujetaba un paraguas y una bolsa con la compra–. ¡Vamos a casa que te estás empapando!

Al día siguiente, la chiquilla permaneció sentada junto a la ventana de su casa, observando con la mirada perdida cómo se mojaba el jardín y cómo la lluvia golpeaba el cristal. Había colocado la deshojada margarita en un jarroncito junto con otras flores. Aquella bola amarilla sin pétalos le había dado una sabia respuesta. Rui-chan no quería ser amiga de ella. De alguna manera, la florecilla había rebuscado en la mente del chico para sonsacarle la verdad, que Ruichi había estado fingiendo su amistad durante todo aquél tiempo. Frunció el entrecejo, enfadada, mientras las gotas de agua se deslizaban por la superficie vertical de la ventana, pensando en lo estúpida que había sido. Por eso nunca había querido jugar a ladrones y policías. Por eso le gritaba de esa manera. ¡Por eso nunca jugaban a lo que ella quería¡Había sido una completa estúpida!

De ningún modo pensaba acudir al solar a la hora acordada. Él no quería estar con ella. ¡Pues ella tampoco con él¿Qué se había creído?

- Miwako –la llamó su madre–, deberías salir a jugar. –La lluvia había cesado y podían verse brillantes perlas sobre la hierba del jardín de los Sato mientras el sol se asomaba débilmente entre las nubes–. No puedes quedarte todo el día encerrada en casa.

La niña obedeció desganada y tras ponerse la chaqueta y las botas, salió de la casa sin prestar atención a lo que veía a su alrededor. Las calles estaban mojadas, así que mientras se dirigía al solar no dejaba de chapotear los charcos con indiferencia. Cuando llegó casi sin darse cuenta al solar, vio a Rui-chan jugando sólo en el montículo de arena mojada, ensuciándose toda la ropa de barro. Parecía tan feliz chapoteando y sumergiéndose en el lodo, que hasta daba respeto interrumpirlo. Parecía tan feliz sin ella…

La niña estaba tan ensimismada pensando en la verdad que le había revelado la margarita y observando a la vez al niño que le había regalado dicha flor, que ni siquiera se percató de que Ruichi la estaba saludando, sonriente y chorreante de barro.

- ¡Miwa-chan¡Aquí! –indicó el chiquillo, agitando su mugrienta mano, salpicándose el pelo de aquella sucia arena–. ¡Vente a jugar!

- ¡Nunca! –soltó la cría, dolida, incapaz de que por su boca saliera ningún sonido recriminatorio; incapaz de soltarle lo dolida que se sentía; incapaz de echarle en cara que él era tan cobarde que le había encargado a una flor que le dijera la verdad, en vez de ser él quien lo confesase. Una verdad que le dolió como nada en el mundo le había dolido antes. La lesión de una amistad; la pérdida de un ser querido.

La niña, repleta de falso orgullo le lanzó una última pero atronadora mirada a su –antiguo– amigo; dio un paso atrás y, viendo que Ruichi intentaba levantarse para ir tras ella, se dio la vuelta y comenzó a andar con paso firme por las calles mojadas del barrio, aumentando su velocidad, hasta llegar al punto de correr tanto que su mente le gritaba que se detuviera. Pero por nada del mundo iba a dejar que un engaño como aquél la alcanzara… Por nada del mundo…

Pasaron los años y ella se marchitó
deshojando fantasías
El niño se hizo mayor.
No han vuelto a verse en la vida
La margarita dijo no.
La margarita dijo no.

Los aplausos despertaron de su ensimismamiento a la mujer, que sentada en el sofá de una de las salas del karaoke, se había quedado dormida. Instintivamente miró a su compañero de trabajo Wataru Takagi, que bajaba del pequeño escenario rascándose la nuca y sonriendo a sus amigos, que le regalaban halagos, bien merecidos por haber cantado a la perfección aquella canción tan complicada y encima extranjera. Nadie había entendido la letra de aquella canción, pero algo le había hecho recordar aquella vieja historia a Miwako; como si la canción en sí llegara al corazón de las personas si realmente coincidía la situación.

Pero últimamente se había dado cuenta de algo. De algo muy importante. Miró a Takagi mientras éste echaba unas risas con Chiba y sonrió. Se había dado cuenta de que no valía la pena lamentarse por algo ocurrido, porque más adelante llegaría algo mejor. En este caso, gracias a aquella estúpida actitud de romper su amistad con Ruichi, había podido conocer al tremendo Takagi que tenía a unos metros de ella. Quizá hubiese estado tan segura con Ruichi que nunca se hubiese fijado en Wataru. Porque… al fin y al cabo… aquella margarita había elegido el mejor camino para ella…

- ¡Sato, te toca, te toca! –llamó entre risas Takagi mientras la tiraba de los brazos para que se levantara del sofá–. ¡Venga, te toca!

Ella sonrió y subió al escenario, insegura y con una sonrisa tímida. Volvió a mirar a Takagi, que la observaba con expectación. De lo que sí estaba segura era de que nunca jamás en su vida iba a pedirle consejo a una margarita… porque ahora sabía perfectamente con quién deseaba compartir el resto de sus días…


Notas del autor: Hola!! Pues aquí voy a poner los shots que se me vayan ocurriendo. De momento tengo pensado el segundo, pero no va a ser algo cronológico. Esto irá según me venga la inspiración. Mayoritariamente van a ser de Sato y Takagi. Pero también habrá Shots de otros personajes, y no tienen por qué ser de amor; se tratarán otros temas

Bueno, espero que os guste la idea nn