Holaaaa! Volví! :D
Si estás aquí sin haber leído Chasing Kites pues puede que sea un gran error porque esto es la segunda parte y eso xD
Si eres una vieja lectora: Bienvenida de nuevo! :')
I'll be rooting for you
El taxi avanza veloz. Es curioso, cuando menos prisa tiene, cuando menos desea llegar a su destino, todos los semáforos parecen ponerse de acuerdo para vestirse de verde. Aunque bien visto tampoco sabe qué quiere ahora mismo. Sabe lo que no. No quiere ir a buscarla, mucho menos al sitio en el que se encuentra. Suspira resignada y vuelve a consultar en su móvil el lugar al que va. Un escalofrío la recorre al pensar que deberá entrar. Teme que al hacerlo ella esté en alguna de esas salas, con alguien, pero lo peor, lo que más detesta, es que sabe que será así. Se pellizca el puente de la nariz para tratar de serenarse, un gesto que le vio mil veces, un gesto que ella solía hacer para liberarse de la presión de las gafas. Uno de sus muchos gestos.
Uno de los pocos que aún conserva frescos en su memoria. Poco a poco el tiempo empieza a diluirla, a convertirla en recuerdo y ahora, como siempre que la ve, debe enfrentarse a todo los recuerdos. Plantarse cara a cara ante la fuente de su dolor.
Y, como en una broma cruel del destino, en la emisora de radio que el conductor lleva sintonizada suena una de esas canciones que hace años escuchaba a su lado. Cuesta creer que esa canción que hace trece años ni sonaba en la radio suene precisamente ahora. Sí, su vida ahora parece la broma de otro.
Let winter break / Deja que el invierno cese,
Let it burn till I see you again / deja que arda hasta que te vuelva a ver
I will be here with you / Estaré aquí contigo,
Just like I told you I would / justo como te dije que estaría.
I'd love to always love you / Me encantaría quererte siempre,
But I'm scared of loneliness / pero tengo miedo a la soledad,
When I'm, when I'm alone with you / cuando estoy, cuando estoy a solas contigo.
I know it's hard / Sé que es difícil,
Only you and I / sólo tú y yo,
Is it all for me? / ¿Lo es todo para mí?
Because I know it's all for you / Porque sé que todo es por ti,
And I guess, I guess / y supongo, supongo que lo es.
It is only you are the only thing / Es sólo que tú eres la única cosa
I've ever truly known / que realmente he conocido de verdad.
So, I hesitate / Así que dudo,
If I can't act the same for you / si no puedo hacer lo mismo por ti.
And my darling / Y, cariño mío,
I'll be rooting for you / estaré apoyándote.
And my darling / Y, cariño mío,
I'll be rooting for you / estaré apoyándote.
And where did she go? / ¿Y a dónde fue ella?
No lo soporta más. No soporta el recuerdo de ella cantando esa canción, de dejar que Emma la llevara por todo el comedor danzando. No ahora. No en el momento en que lleva el anillo escondido en ese collar que nadie ve, ese mismo anillo que parece quemarle la piel por el recuerdo.
No lo soporta.
―¿Podría parar la música, por favor?
―Claro ―una sonrisa forzada y una mirada de fastidio.
Pero no le importa. Ahora de las pocas cosas que le importan es él. Él y el evitar que ese agujero negro que es ahora su corazón la consuma por completo. Es duro ver que, finalmente, tras todos los avances, se ha convertido en esa Evil Queen que todos veían. Ya sí que no tiene corazón pero esta vez porque ella lo destruyó.
Fija la vista en el mensaje que Jefferson le envió hace una hora, con la esperanza, con el ardiente deseo, de que un nuevo mensaje le informe de que ya han dejado el sitio. Pero no. Es el mismo mensaje de antes: la ubicación de donde ella se encuentra. Sigue sin entender el porque de llevar siempre a su chofer. Le gustaba conducir, le gustaba ir por libre, que nadie supiera dónde estaba, y ahora Jefferson es su nueva sombra. Cuesta creer lo mucho que cambian las cosas en casi un año. Pero bien visto ya no son las mismas de hace dieciséis años, ya ninguna es aquella que era en el momento en que sus miradas se cruzaron por primera vez.
Aprieta el móvil con fuerza y sus ojos se dirigen a la ventanilla, a ese paisaje que se difumina a su paso. Las luces, la gente, la vida nocturna de Barcelona, todo sigue, todo sigue menos ellas. Hace tiempo que sus fuerzas se agotaron, como un juguete de cuerda del que hace tiempo se perdió la llave que lo activaba. Ahora consigue la mínima energía por él. Desearía poder retroceder el tiempo, detenerlo en aquella mirada, en aquel cruce en el que vio todo tan claro.
Aquel instante… Era un día más, un día más de esa vida que tanto odiaba, de esa vida en la que se obligaba a ser la mejor actriz, en la que las caricias eran frías, los besos vacíos y las miradas esquivas. Entró como siempre lo hacía en el aula, con paso firme, con el sonido de sus tacones acallando todas las voces, precediéndola.
No se molestó en mirar a sus alumnos, esos que parecían atemorizados, tal y como a ella le gustaba. Necesitaba infundir miedo, le gustaba ser la mala, la odiada, porque era así como se sentía. Dejó sus cosas en la mesa y se apoyó en ella, de cara a todos sus nuevos estudiantes, hizo un barrido rápido con la mirada y empezó a hablar. Soltó su discurso, el de cada año, ese tantas veces ensayado, y entonces notó su mirada. Sus verdes ojos. No era la mirada de siempre, no era el miedo y el respeto del resto, no, ella la miraba fascinada y por algún motivo su corazón se saltó unos latidos y su mente pareció calmarse, se sintió en paz. Se imaginó a su lado y fue entonces cuando se odió aún más.
Es tal y como le dijo: en aquel momento ya supo que era ella. Ella. La que podría hacerla feliz. La única con el verdadero poder de destruirla. Y no se equivocó. Ciertamente Emma hizo ambas cosas y es por ello que ahora vive tratando de mantener unidas todas las piezas de su alma destrozada. Es por eso que los ojos que ahora se reflejan en la ventanilla ya no parecen los suyos.
―Ya hemos llegado.
Debe ser la segunda o tercera vez que el conductor lo dice, se nota en su tono. Ella frunce ligeramente el ceño, sus labios una fina linea. Hace un año le habría lanzado su mirada de Evil Queen, pero, es curioso, ahora que es esa Evil Queen ya no tiene ni fuerzas para esbozar esa mirada. Asiente y le paga la cifra astronómica antes de bajar.
Casi ni ha cerrado la puerta cuando el taxista arranca. Suspira resignada y se encoge en su abrigo por el frío. Por un momento se pierde en la visión del vaho que sale de sus labios. Se pierde en cualquier cosa que le permita más tiempo antes de entrar.
―Pensaba que llegaría antes.
Se vuelve para mirar a Jefferson, el mismo que se acerca mientras tira la colilla del cigarrillo que fumaba. Su rostro serio, como siempre. Sus ojos cubiertos por sus gafas de sol, no importa que sean las dos de la madrugada y la calle esté a oscuras. Aún le sorprende que aceptara su propuesta de informarle de a dónde iba ella tanto como el hecho de haberle dicho que hiciera tal cosa.
―He tenido que dejar a Henry con su tía.
El asiente y se coloca mejor sus gafas.
―Estaré en el coche. ¿Volveréis juntas?
―Sí.
―Le costará. ―Su gesto interrogante hace que él deba aclarar―: Es sábado, está drogada. Hoy ha sido cocaína así que la vuelta no será sencilla.
―¿Por qué…? ―las palabras mueren en su garganta. ¿Por qué le has dejado? Iba a decir eso, pero esa pregunta también podría ser para si misma. Él lo sabe, se nota en la forma en que alza una ceja, casi irónico.
¿Por qué todos han dejado que se destrozara así? Esa es la verdadera pregunta.
Resopla resignada, aprieta con fuerza la mandíbula y, antes de avanzar hacia ese local que tanto empieza a detestar, le murmura:
―En seguida salimos.
―Aquí estaré.
Al sonido de sus tacones avanzando hacia la entrada le sigue el de su mechero.
Cuando por fin entra al local, tras una pequeña vacilación en la puerta, le ofrecen una ruta guiada que rechaza mintiendo, fingiendo que no es la primera vez que está ahí. Lo cierto es que espera que esta sea la primera y última. Ignora a las dos preciosas trabajadoras que están en el guardarropa, en lencería de lo más provocativa. Pero siendo realista ignora a todo el mundo, después de ella no hay nadie y ella no podría estar más lejos. Aprieta la mandíbula y se niega a dejar el abrigo, no importa la insistencia de ellas. Avanza con seguridad perfectamente fingida, ya no se siente jamás segura, está desamparada en la vida desde que todo acabó. Aprieta la mandíbula con fuerza mientras baja al segundo piso.
No mira a nadie, ignora las miradas lascivas que recibe, procura que nadie la toque, procura controlar las nauseas de ver a toda ese gente perdida en el placer, en grupos o en parejas, sólo busca su rubia melena.
Y entonces se maldice.
Esa melena ya no existe, el mismo día que todo acabó ella decidió también borrar eso. Se tiñó su cabello de castaño oscuro. Nunca le dijo lo mucho que lo odiaba, era la prueba aún más palpable del final, era como ver siempre esa fatídica fecha.
Se detiene para calmar todas las emociones, todo el dolor, la impotencia y la rabia. Se siente morir a cada paso que da, pero debe buscarla, debe encontrarla. Debe salvarla cuando ahora mismo se siente ella misma perdida y destrozada, debe ayudarla.
Y finalmente la ve. Su piel clara, su nueva melena… Su corazón no es que se salte unos latidos es que directamente muere al verla ahí.
Jamás pensó que un día vería la imagen que se presenta ante sus ojos, esa que trata de negar con todas sus fuerzas, que procura que no la destroce más aún, pero es imposible… Ver su cuerpo, ese que tantas veces contempló, del que recorrió cada rincón, ese cuerpo que era casi un hogar, verlo así, entre ellos dos, la destroza. Pero ahí está ella, meciéndose al ritmo que ellos dos le marcan, en esa inmensa cama, con sus gemidos acallados por la música y el resto de personas que invaden las distintas camas de esa zona.
Ella no la ha visto aún, pero no le extraña, estando como está demasiado ocupada besando a ese hombre que parece dispuesto a dejarse la vida en ella. Procura contener las lágrimas, se abraza a si misma y con todas sus fuerzas se pone su careta, se mete en su faceta de Evil Queen, a veces aún es capaz de serlo. Coge aire, reúne valor y avanza hacia ella.
Se planta al lado de la cama y el joven que tenía a su espalda, acariciando sus pechos, perdiendo sus manos en su centro, la contempla un instante y le sonríe. Casi parece que le invite a participar, ella se muere de ganas de destrozarle, pero todo cuanto hace es hablar con frialdad y con la suficiente fuerza para que los tres la escuchen:
―Vámonos. Vístete.
Y ella la mira. Ese verde, su verde, ya no lo es, mucho menos ahora, con la pupila dilatada y la mirada perdida. Sí, está drogada. Ya no ve su verde. No son sus ojos. Ya no queda nada de ella. Casi es capaz de escuchar como se desvanece todo su ser al ver como ella esboza una sonrisa torcida, cruel y se mueve con ganas sobre él, continuando, ignorando su presencia, dejándose llevar por sus penetraciones firmes y un poco menos seguras que antes. El joven vacila y se aparta de ella pero el hombre sigue, se pierde en sus labios, en su interior y no lo soporta más.
Su mano se ciñe sobre su brazo, el contacto de su piel la desgarra aún más, pero no tanto como el destello de odio en sus ojos mientras parece llegar al clímax.
―Vete.
El tono de voz que emplea, frío, distante, carente de emoción, le lleva a aquel momento en que no fueron nada. Maldice los recuerdos.
―No sin ti ―la voz ronca por las lágrimas que se amontonan en su interior.
―Oye, paramos, ¿no?
Fulmina con la mirada ese hombre, que parece querer alejarse de ella y aún así sigue ahí.
―No.
―Sí.
Sus contestaciones llegan a la vez y él finalmente parece hartarse y con cuidado se aleja de ellas mientras se adecenta y por el camino es llamado al instante por otro grupo en otra cama. El joven no tarda en irse tampoco y ahí se quedan ambas.
Regina fija la vista en el suelo y ella sigue en la cama, desnuda, fulminándola con la mirada.
―¿Qué coño quieres? ―le grita con rabia. Algunas personas empiezan a fijarse en ellas―. ¿Estás gilipollas o qué? ¿Con que puto derecho te crees…?
Pero no deja que termine de hablar, la agarra del brazo, la levanta de la cama y le lanza las prendas que hay en el suelo.
―Vístete. Nos vamos.
―No.
―Si quieres montamos un numerito, nos echan y tú no podrás entrar más, ¿quieres eso? ―No sabe de dónde saca esa seguridad, mucho menos teniéndola ahí, desnuda, contemplando ese cuerpo que tanto quiso, ese cuerpo que podía recorrer a sus anchas. Ella no dice nada, su silencio deja muy claro que no quiero eso, así que Regina sonríe de medio lado con desdén―. Eso pensaba, vamos.
―Me cago en la puta… ―murmura mientras empieza a vestirse. Una vez vestida se planta ante ella y con ironía y rabia dice―: Cuando quiera, Evil Queen.
―No seas idiota ―el odio y el dolor se mezclan de una forma que convierten en veneno sus palabras.
Nota como choca contra ella y la adelante y por un momento, por un breve segundo, todo desaparece y sólo está ella, con su nueva melena, dejándola atrás. La misma sensación de aquella vez. En esa ocasión gritó su nombre y ella no se detuvo. Esta vez no piensa cometer el mismo error. Se seca las lágrimas traicioneras que han abandonado sus ojos y avanza dejando ese lugar atrás y aquellos recuerdos más enterrados aún de lo que ya los creía.
Casi ni es consciente de por dónde avanzan. Intenta ignorarlo todo, hasta a ella. Se pone en modo automático, aunque lo más correcto sería decir que vuelve a él, porque vive así desde aquel día. Cuando llega a la calle el aire gélido de diciembre la golpea con fuerza y se le corta la respiración. Recuerda el último invierno. Aún estaban juntas. Aún eran felices. No eran sombras, no eran recuerdos, eran ellas. Eran Emma y Regina, esa pareja que parecía para siempre y que terminó… El último invierno juntas, cuando ella tenía treinta y siete años y aún así su sonrisa era pura, infantil, dulce, sus mejillas aún se sonrojaban al verla, sus ojo brillaban, vino a buscarla. Su sonrisa iluminaba la noche. Se perdió en el tacto de su mano y se fundió en su calor pese al frío. Le gustaba como siempre cogía su mano nada más tenerla enfrente y como tras eso siempre unía sus labios a los suyos, con la sonrisa dibujada en ellos.
―Hoy nos toca cena en el mejor restaurante de la ciudad. ―Anunció feliz, con una sonrisa pícara―. Te doy media hora para arreglarte.
Y uno de sus besos. Aquellos besos que removían todo a su paso. Esos con los que sueña cada día.
―¿Y Henry?
―Jenn ha dicho que esta noche es suyo.
―Así que tenemos toda la noche para nosotras dos solas, ¿eh?
―Sí, en el mejor hotel ―alzó sus cejas. Sus ojos brillaban.
Estaba ese verde en el que le habría encantado vivir para siempre…
Su mirada la traiciona y mira al cielo, la busca, como cada noche, busca esas estrellas que llevan sus nombres. Tres estrellas que lo fueron todo y ahora están más distantes que nunca. Desearía tanto encontrar esa que lleva su nombre. Verla. Recuperar su sonrisa, su calidez, las sonrisas que le dibujaba y todos esos días en que a pesar de ser malos eran los mejores porque ella estaba ahí, a su lado. Procura detener esa mano traicionera que pretende aferrarse a ese anillo que ahora es colgante. Aquel día…
Ahora todo eso es pasado. Son recuerdos. Son nada. Calidez insulsa en su corazón, casi la visión de una estrella fugaz, no consigue calentar, no consigue llegar de verdad. Su voz, un tanto diferente, hace que fije la vista en ellos.
―Vamos, Jeff.
―Hay que esperarla ―anuncia él, sin emoción, mientras le abre la puerta.
―No me jodas… ―se mete en el coche cerrando de un portazo.
Él se fija en ella, sus ojos tras las gafas de sol, su rostro inexpresivo. Entiende muy bien por que le ha elegido. Con él es fácil no sentir nada. Con él puede llevar esa vida y no ser juzgada. Suspira. Intenta volver a su tamaño real, intenta alejar los recuerdos de nuevo, pero es difícil, ahora es todo cuanto es, ahora es sólo recuerdos y él.
Se arma de valor para entrar en el coche. Jamás habría llegado a pensar que en el frío de la noche sentiría calor, se sentiría bien, que sería su anestesia. Ese frío que se cala en sus huesos consigue calmarlo todo, incluso ese dolor que se aferra a cada fibra de su ser. Nada más sentarse en el asiento trasero la imagen ante sus ojos la llena de ira.
Ella está inclinada y el polvo blanco desaparece en cuanto aspira por su nariz. Cierra la puerta con fuerza. Jefferson arranca. Ella la mira con una sonrisa extasiada, perdida, tanto como su mirada, esa en la que parecía imposible que su pupila se dilatara más hasta que lo hace. Se limpia los restos de cocaína de la nariz y sin saber cómo, su mano, sin entender en qué momento trazó el camino, termina por estamparla en su mejilla.
Sus verdes ojos la atraviesan con rabia mientras se cubre la mejilla. Una sonrisa en la que muestra sus dientes. Se está conteniendo y lo sabe lo que no entiende es cómo es capaz de hacerlo. Tampoco entiende como ha sido capaz de golpearla, de asestarle ese guantazo, en su mano un cosquilleo. Ya hubo una vez en que golpeó ese rostro, hubo otra vez en la que su mano se estampó en su mejilla y aquella fue la vez en que decirle que "no" le dolió más. Lo recuerda bien. Emma apareció en su puerta, destrozada, indignada, llena de rabia y confundida, no entendía porqué habiendo dejado a Robin no volvía con ella. Le gritó que no podía olvidarla y le dio uno de sus besos, recortó la distancia que las separaba y dios… Se sintió morir y renacer en sus labios, casi falló, casi la arrastró por aquel beso, pero era el poder de Emma: sus labios la perdición y la salvación.
Se habría quedado pero no podía hacerlo y sólo se le ocurrió alejarla con un guantazo seco que cruzó su rostro cubierto de lágrimas, las mismas lágrimas que amenazaban ahora con surcar sus propias mejillas. No supo de dónde sacó las fuerzas para susurrarle que se fuera, pero Emma lo hizo, lo hizo tras soltar esas palabras que tanto dolieron. Aquel día fue el peor pero lo preferiría a cualquiera de los que ahora vive.
Lo preferiría antes que volver a ver una mirada como esa que ahora le está lanzando. Lo preferiría a la risotada salvaje y al desprecio con el que le recrimina su acto:
―¿Contenta, Evil Queen?
Pero ambas saben que no. Ya ninguna comprende muy bien lo que es la felicidad. No dicen nada en lo que queda de viaje. Cada una mira por su ventanilla. Regina con las lágrimas surcando sus mejillas y ella con su mano dibujada en su rostro.
El viaje se hace eterno pero finalmente el coche se detiene. Jefferson rompe el silencio sepulcral que reinaba:
―Ya hemos llegado.
―Perfecto, ―se quita el cinturón y sin mirarla siquiera dice―: llévala a su casa.
―No. ―La voz ronca, cansada―. Bajo contigo.
Ella resopla y ríe con desgana mientras abre la puerta a la vez que él también lo hace.
―Haz lo que te de la puta gana. ―Cierra la puerta. La ve tambalearse a través del cristal tintado, ve como trata de mantenerse el pie, demasiado drogada, aún así dibuja una sonrisa eufórica al decirle―: Adiós, Jeff.
―Adiós. La veré el lunes.
―Sí, a no ser que te llame.
Abre la puerta justo cuando algo parecido a la preocupación tiñe la voz de él:
―¿Se encuentra bien?
―Sabes que sí… ―una sonrisa cansada mientras se retira el cabello del rostro. Un gesto clavado al que hacía ella antes. De no ser por el cambio de color sería un calco de todas las veces que lo hizo.
Se despide de nuevo y avanza hacia su lujoso edificio donde el portero la recibe con una reverencia y Regina se afana en seguirla tras decir adiós a Jefferson. Sigue sus pasos. Odia ir tras ella. Odia verla avanzar así, tan mal, tan perdida… Cuando entran en el ascensor procura alejarse lo máximo posible de ella. Como si así todo doliese menos. Suben en silencio durante quince plantas hasta que finalmente, cuando se detiene, le recrimina:
―Deberías dejar de drogarte.
―Y tú de seguirme.
Suspira y la sigue hasta su piso. En cuanto ella cierra la puerta la agarra del brazo, ignorando lo mucho que quema su contacto, lo frío que resulta, el vacío que arrastra, y la empuja hacia el baño, bueno, más bien por todo el inmenso piso hasta dar con el cuarto de baño. Nunca había estado aquí. Es nuevo. Es de después de aquel día. Todo en ella es tras ese día ahora.
Cuando entran le quita el abrigo y procura ni mirarla.
―Venga, vamos.
―Vaya, Regina, ¿tantas ganas tienes de verme desnuda?
―Cállate.
Aprieta la mandíbula, trata de no caer en sus provocaciones, de no ceder a sus burlas, a sus puñaladas. Y en cuanto empieza a levantarle la camiseta ella aparta sus manos de un manotazo y grita:
―¡Déjame! ¡Vete de mi casa! ¡No pintas nada aquí! ―Y en un bramido ensordecedor lanza la gran estocada capaz de partirle aún más el corazón―: ¡YA NO SOMOS NADA! ¡VETE!
Clava la vista en cualquier cosa que no sea ella, mientras que agarrando su brazo impide que se vaya. Ella forcejea y Regina sólo se limita a mirar el baño. Minimalista, negro y blanco y una inmensa ducha. Parece todo tan frío, con tan poca personalidad, no hay nada de ella en ese baño. Procura serenarse, lo intenta de veras, intenta que sus palabras no duelan, pero lo hacen, aún así sigue siendo aquella Evil Queen, aún así sigue siendo capaz de fingir a la perfección:
―Tira a la ducha.
Y su calma parece capaz de despertar aún más su ira:
―¡DEJA DE ACTUAR ASÍ!
―Métete en la ducha. Hueles a ellos. Hueles a alcohol, a sudor… das… ―la mira a los ojos, procura no verla―: Das asco.
―¿Y a ti que más te da? ―su voz rota, pero no sabe si por la ira o la rabia. Pero rota, toda ella parece hecha de pequeños pedazos que intentan mantenerse unidos sin mucho éxito.
―Dúchate, quizá hará que estés menos drogada o ida o algo.
―Para…
―¡Venga!
―¡PARA YA!
Siguen forcejeando. Siguen intentando evitarse. Intentando que nada duela. Pero los intentos de ella ni se notan. No tiene fuerzas y las pocas que tiene las emplea en mantenerse de pie.
―Metete en la ducha.
―¡QUE ME DEJES!
―O te metes tú o te meto yo.
―¡Inténtalo! ¡VENGA!
Y ya no se contiene más, la agarra por los hombros y la empuja hacia adentro de la ducha, con un movimiento rápido que la pilla por sorpresa, aunque viendo lo drogada que esta, los aspavientos que hace para alejarla, totalmente inútiles, no le sorprende lo sencillo que en realidad resulta. Entran las dos en la ducha y sin darle tiempo abre el grifo. Sale fría, muy fría e incluso ella que no está bajo el chorro de agua, acaba recibiendo el impacto helado por culpa de su forecejeo. Nota su cabello pegarse a su rostro mientras ella tirita y con los ojos abiertos de par en par vocifera:
―¡JODER, ESTÁ HELADA! ¡PSICÓPATA!
―¡Para ya! ―La sujeta por los brazos, la retiene bajo el agua, la misma que le hiela las manos, que hace que le ardan de frío.
―¡Para tú! ―su ropa empapada ciñéndose a su cuerpo, su cabello castaño pegado a su rostro―: Déjame salir o…
Y no lo soporta más, está cansada, le duele todo, está empezando a empaparse ella también, está empezando a ser invadida por el frío, por el dolor, y por ello es ella esta vez la que grita con tanta fuerza que le rasga la garganta:
―¡JODER, EMMA!
Hay palabras que duelen cuando salen. Hay palabras que nunca deben decirse. Hay palabras que jamás pensaste que volverías a decir. Regina jamás pensó que diría ese nombre, no así, no a ella. Un gran error. Lo ve en su mirada, en como deja de forcejear, en como se detiene bajo el agua helada. Sólo la mira, totalmente destrozada. Muda. Parece que por fin ha sido capaz de robarle las palabras. Ese verde sí parece el suyo.
No puede más que reprimir el llanto, un gemido de dolor sale de su garganta y las lágrimas inundan sus ojos. Sus manos dejan de sostenerla, de retenerla bajo el agua, se quedan suspendidas en el aire, sin saber qué hacer, a dónde ir. Y entonces ocurre… Jamás pensó que volvería a sentir su tacto, jamás pensó que sus manos la tocarían, esas manos que ya no son suyas, se acercan a su rostro y retiran de su frente su flequillo empapado.
Sus dedos tiemblan. Su tacto helado quema. Alza la vista y a través de las lágrimas la enfoca, sólo ve su boca, entreabierta, una mueca de tristeza. Se muerde el labio con fuerza mientras ella desciende sus dedos por su rostro hasta rozar su barbilla.
El agua las empapa. Oculta las lágrimas de ambas. Su ruido tapa esos corazones que empiezan a detener sus latidos y romperse aún más, a convertirse en polvo porque ya estaba hecho de pedazos. Entonces su mano envuelve su mejilla. No sabe si es consciente de las veces que compartieron ese gesto, la infinidad de veces que ese gesto presidía al mejor de los besos o a aquellos besos que parecían suspiros, roces, simples caricias frágiles y eternas. Cierra los ojos un momento, para borrar eso, para borrar su tacto, pero sigue ahí su mano y el dolor y la nada.
Los abre de nuevo y los fija en los suyos. Su verde… Las pupilas dilatadas pero su verde está ahí. Y por un momento es como volver al pasado. Y ella lo nota, lo sabe, porque aprieta con fuerza la mandíbula, su rostro se tensa, su mano tiembla mientras se separa veloz y al instante se estampa en su pecho para alejarla de un empujón. Regina tropieza con sus propios pies y casi cae pero no lo hace y ella cree que es simplemente porque ya no puede caer más. Sólo la observa volverse, totalmente vestida, con la ropa empapada, temblando, sus hombros convulsionando por el llanto y su voz que es casi un gruñido rompe el silencio del agua:
―Vete, joder… Sé ducharme sola.
Cierra la puerta del baño a su espalda y se derrumba. Se deja caer al suelo y el llanto la invade. No sabe si se lo imagina, o si quiere imaginárselo, pero el suyo también le llega. Ha sido un gran error venir aquí, ha sido un gran error gritarle eso… Desde aquel día todo parece un error, porque desde aquel día las cosas no parecen tener sentido.
Se alza tras lo que le parece una eternidad hecha un ovillo en el suelo y avanza por el piso. Blanco y negro. Sin detalles. Si personalidad. No es ella. Este piso no es nadie y eso es lo triste, que en un sitio así, sin personalidad ni recuerdos, se siente cómoda. Comprende porqué vive aquí. Avanza hacia el comedor y busca el minibar, sabe que habrá uno, está claro, y lo encuentra en seguida. Sólo quedan tres botellas, una de ellas casi vacía. La coge y la termina de un trago.
El alcohol bajando por su garganta arde, arrastra el nudo que la atenazaba. Nada más terminarla empieza otra. La agarra con firmeza, vacila un momento y termina por coger la otra también, va a acabar con ellas, lo sabe, y mientras se sienta en el suelo, apoyando su espalda en el sofá empieza a vaciarla. Cada trago que da es un recuerdo que intenta olvidar. Quiere olvidar sobre todo el tacto que aún permanece en su mejilla. Quiere borrar sus dedos, pero no es sencillo.
No sabe cuanto rato paso así, parecen horas y segundos, pero escucha sus pasos y decir:
―La próxima vez no acabes con el alcohol.
Su voz, impersonal, derrotada, hace que alce su rostro. La vista un poco borrosa, pero viendo que ya casi no queda nada en la botella, más que un par de tragos, no le extraña. Agradece estar borracha para no tener que enfrentarse sobria a su cuerpo enfundado en ese albornoz ceñido, a sus piernas desnudas, a su cabello mojado peinado hacía un lado. No es justo que la mire así pero no puede evitarlo ya que es la única forma de tenerla cerca, mirarla y recordar todo lo que fueron. Su mayor error, seguir buscándola.
―Te he hecho un favor, no necesitas beber más.
―No eres quien para decidir que necesito o no.
No es cierto. Aunque ella insista en ello, no lo es. Siguen siendo algo. Siempre lo serán. La mira fijamente mientras se sienta a su lado en el suelo, parece tan pequeña, tan perdida, y le asusta pensar que ese debe ser su propio aspecto. Ella entierra su rostro en sus manos mientras se lleva las rodillas al pecho, ahora sólo ve su cabello. No parece ella.
―Odio tu pelo.
―Qué pena… ―su voz ahogada.
Se lleva la mano al anillo que pende del colgante y lo lamenta al ver que justo en ese momento ella clava sus verdes ojos en su mano. Una sonrisa irónica y la amenaza del llanto brillando en su mirada, y lo sabe, sabe lo que viene ahora, sus palabras envenenadas, pero esta vez van cargadas de lástima y resulta peor:
―Deberías quitarte ya ese estúpido anillo. Se acabó. Hace casi un puto año que todo se acabó. Deja de preocuparte por mí, de fingir que te importo, deja de fingir que aún somos algo. Llevar ese anillo no nos hace nada. Llevarlo no borra todo este año.
Sí, llevarlo sólo demuestra lo débil que es, que nunca lo superará, que lamenta aquel día, que odia ese instante, pero nadie lo sabe, ella es la primera que lo ve. No debería llevarlo, no debería llevar esa ancla en el cuello, pero no ve otra forma de retenerla. Lo sabe… no debería llevarlo y por eso la voz le tiembla al decir:
―Cállate.
Silencio. Uno pesado, que se alarga, que parece hurgar en las heridas y lamentablemente a ellas les sobran.
―¿Dónde está Henry?
―Con su tia.
Una carcajada seca e infeliz que resuena en el vacío comedor. Cuesta encajarla en un ambiente así, tan minimalista, tan desprovisto de todo.
―¿Cuánto hace que te drogas?
―Sólo los findes, cariño.
―Para ya… ―de todo.
Le gustaría decirle mil cosas por las que seguir pero no las encuentra. Sólo esa súplica que parece una orden. Y ella ríe, cansada, agotada, derrotada.
―¿Qué más da que beba? ¿O que me drogue? Cumplo en mi trabajo, sigo funcionando, sigo aquí. Me tomo cada noche tres o cuatro copas, me drogo los viernes y los sábados. Pero sigo aquí. ―Le encantaría decirle que no. Que si no es a su lado, junto a ellos, no es que siga muy aquí. No sabe cómo decirlo sin parecer egoísta y ella repite esas palabras que la destrozan―: Ya no somos nada ―lo sabe y lo lamenta pero también sabe que no es así―, no te metas en mi vida…
―¿Y qué hay de Henry?
No entiende de dónde viene ese ataque pero sí de dónde viene su respuesta.
―Vete a la mierda…
―Hace tiempo que no le ves. ―A los pocos días de aquel instante que ya no la ven y ella permitió que fuera así, demasiado cobarde, demasiado dolor, demasiado miedo. Pero debe acabar. Quiere que todo vuelva a ser como antes, por ello insiste―: Pregunta por ti.
Silencio y luego un frágil murmullo:
―Está mejor sin mí.
―Te quiere ―te quiero. Pero eso no lo dice, no puede alejarla.
―Ya no necesito que nadie me quiera.
Su voz quebrada y no puede evitar dibujar una sonrisa cansada al preguntar casi divertida pese a todo:
―¿A quién pretendes engañar?
Se miran a los ojos y duele, pero se mantienen la mirada, se dicen sin separar los labios las mil palabras que callan. Y finalmente el verde se aleja del marrón y súplica:
―Pásame la botella.
―Has tenido suficiente por hoy.
―Nunca es suficiente… ―y sus hombros tiemblan por el llanto, las lágrimas cubren sus mejillas.
Entiende perfectamente esa sensación. Por mucho que lo intente ella tampoco llena ese hueco, tampoco comprende porqué aquel día acabó todo. No comprende nada. Sólo entiende que ya no queda nada, que por mucho que luchen, que se esfuercen, ya nada será como antes. Lo sabe… Pero también sabe que no puede seguir así. Por ello, tras dar un largo trago a la botella, sin ser capaz de mirarla, susurra:
―¿Qué crees que diría si te viera así?
La escucha retener todo el aire en sus pulmones y de reojo la ve realizar ese gesto que tan loca la volvía, el de retirarse el cabello, como si así se fueran los miedos y las dudas, y luego nota sus ojos fijos en su perfil. La está mirando. Lo sabe. Pero no logra volverse, no logra enfrentarse a su mirada, no tiene las fuerzas y no comprende de dónde saca ella las suyas para susurrar resignada:
―Esa es la cosa, Regina, nunca lo sabremos ―si los corazones rotos, destrozados, machacados, pudieran hablar, lo harían tal cual lo ha hecho ella.
Y esa es la gran verdad. La verdad es que ahora son esto. Sombras. Dolor. Rabia. Ira. Miedo… No son nada… Le tiende el ron y ambas empiezan a luchar por encontrar una pequeña salvación en el fondo de las botellas que vacían esa noche que parece eterna.
Continuará...
PD: No sabéis lo que me ha costado subir este capítulo porque fanfiction parece odiarme... :( Espero que no haya ningún fallo porque he tenido que ir pegando párrafo a párrafo y guardando a cada rato... :D
