Comedia
Rip está debajo del sol, con su sombrilla rosa chillón dando vueltas contra la bóveda celeste, demasiado clara para el gusto de los vampiros. Se ríe como ríen sólo las mujeres demonios, con esa soltura propia de la maldad que se reviste de una inocencia tan profunda en otro tiempo, que ahora incluso siendo piel falsa, despierta la ternura de una niña en plenos juegos a mediodía. Dibuja una rayuela y sus cabellos se desmelenan, como petróleo, derramándose con cada movimiento la gracia de una gacela. De alguna forma, un tinte de lujuria asevera en sus pupilas esa felicidad, subyugada a la de un ninfo pre adolescente.
Está detenida en el tiempo, como la perfecta fotografía de la edad más incoherente, mejillas de pómulos altos salpicadas de pecas terracota. No tiene ninguna preocupación mientras danza con los dioses nórdicos, gitanos, griegos o romanos. Tampoco cuando consulta, a penas medio giro sobre su hombro y un leve rasguño en ese humor infantil, observando con intensidad, las manecillas de un reloj de juguete, que marca horas vacías donde el tiempo no avanza, al menos para sus hijos.
Luego el juego menos importante se reanuda o se cambia por el predilecto del momento inexistente. Ellos la suspenden, asilada con los ojos, como única protagonista, envueltos en un embrujo negro, rojo o amarillo... Por la forma en que su cabello impregna y absorbe su figura en el baile abstracto, por la sangre que pulula en las venas muertas de un cuerpo blanco y escultural devolviendo el tono rosado mortecino a sus andares; o por la forma en que el amarillo cae a su alrededor como ácido, repulsivo, peligroso, a los pies de Artemisa contemporánea templada en las aguas del presente, sin abandonar su indiferencia alegre mientras salta y juega a dejar caer la sombrilla o a guiñar ojos-piedras de mar lavadas en sangre. Nunca se deja tocar por el sol, ni por sus hijos, pero sonríe desde el otro extremo, como una metáfora de superioridad.
Rip Van Winkle. No entienden por qué, pero no necesitan saber el nombre verdadero de su Amo. Ni tampoco las razones de abandonarlos todo el día, mientras desean dormir, para recitar una obra en plena cubierta. Desde que aterrizó y conquistó a mordidas a la tripulación, no han vuelto a ver delfines. Su sonrisa es la de un tiburón. El tiempo que llevan oyendo su danza, se hace infinito. La sangre de los caídos se seca debajo del sol.
Ella lleva el fusible al hombro, como a un niño recién nacido. Lo arrulla y besa, dando vueltas en su danza. ¿Cómo puede un ser tan escasamente delgado y de ojos tan horriblemente afilados, resultar hermoso? La saliva se forma en las bocas de los neo-no-muertos. El sol es un reflector ante el cual, ella se despliega, encantada.
No parece notar que la descubren como a un Dios. La vampira completa que desafía el miedo de los nuevos. Sus ojos reflejan el mar y sus brazos se extienden al cielo.
