―Marco... aquí no...

―No importa, Jean. Todos están afuera.

Y aquel fue su primer error. Entrar a una habitación que no les correspondía, tironeandose la ropa hasta caer en la primera cama que encontraron quizá no fuera la mejor opción. Pero eran jóvenes, se sentían calientes y no podían evitarlo. El cuarto estaba oscuro y vacio, no necesitaban nada más para poder amarse.

Jean lo besó con pasión, una que no había sentido por nadie más. En este momento, no existía nadie más que Marco. Lo abrazó dulcemente, el otro correspondiendo con deseo.

―Marco... ―Suspiró su nombre entre jadeos, oyendo cómo él le besaba el pecho descubierto. La ropa había quedado en alguna parte del camino, pero ya no importaba. Fueron avanzando, tocando, rozando, todo era demasiado para ambos― ¡Marco~!

―Polo.

Los movimientos cesaron. ¿Qué mierda?

Marco intentó ver a su amante en la oscuridad. Si no lo veía ni a él, entonces... cualquiera podría haber estado allí. Jean sintió como el menor se tensaba, nervioso.

―¿Marco?

―¿Polo?

―¿Quién mierda está ahí?

―Si pasaran el tiempo entrenando en vez de estar haciendo estas cosas, ambos podrían entrar a la Policía Militar.

―¿Eren?

―...ya bastante tengo teniendo que oír a Reiner y Bertholdt por las noches...

―Eren.

―...y ahora resulta que no me pueden cambiar de habitación...

―EREN nos vamos.

―Gracias.

Ambos tantearon la salida, tratando de irse un poco a ciegas. Cerraron la puerta detrás de ellos, con la ropa en la mano. Se miraron, confundidos, avergonzados, nerviosos. Y más confundidos.

―¿Reiner y Bertholdt...? ―Fue lo primero que dijo el chico de pecas, observándolo con incredulidad.

―Marco...

―¿Qué?

―Polo.

―Jeeeaaaan.

Ambos rieron bajito, porque aun estaban nerviosos y atontados.

Pobre Eren.