Una terminó y uno comienza.

El despertador no sonó esa mañana y Aine no se molestó al darse cuenta de que llegaría tarde a la escuela. Si su madre no hubiese entrado en su cuarto para ordenarle que se alistara para el colegio; ella hubiera vuelto a cerrar los ojos y taparse hasta las orejas para reconciliar el hermoso sueño interrumpido por el cantar de los pájaros que se posaban en su ventana. Permaneció en su cama, mirando el techo, escuchando los sonidos rutinarios de la casa, haciendo una lista mental de todo lo que debía hacer ese día y dando se fuerzas para pensar que lo ordinario y convencional le guardaba algo extraordinario e impresionante.

Justo cuando la madre iba a llamarla por segunda vez, Aine entraba en la cocina, con su cabello aun mojado por la ducha, con su cuerpo menudo escondido bajo una camisa negra uno o dos talles más grande que el suyo, con unos vaqueros desgastados y rotos en las rodillas. Ella sintió la mirada desaprobatoria de su madre, clavándosele en la nuca, pero la paso por alto, no tenía tiempo ni para desayunar. Su amigo y compañero de clase Bladimir estaba esperándola apoyado en la mesada, con su mochila al hombro, con su cabello rubio ordenadamente despeinado y con sus ojos verdes fijos en la puerta de la cocina esperándola; en cuanto la vio una sonrisa resplandeciente le transformó la cara. Normalmente él estaba serio y no demostraba sus emociones, solo lo hacía cuando no podía controlarse o cuando veía a su amiga – quien a su vez era, secretamente, su amor platónico, desde hacía ya dos años.-

Con solo una mirada los amigos se dirigieron a la puerta con la Señora Irene pisándoles los talones y revisándole la mochila a su hija para que esta no olvidase nada. A Aine no le molestaba que su madre hurgueteara en su mochila, ya que ella no le escondía nada, pero Irene parecía muy segura y confiada cuando argumentaba que algún día encontraría algo que los adolescentes rebeldes suelen llevar consigo. Aunque dudo realmente que tanto Aine como Irene realmente supieran que clase de artefactos serían los que un rebelde preferiría a su alcance. La Señora Irene siguió a los jóvenes por el patio delantero, devolviéndole la mochila a su hija se despidió de ella con un sonoro beso y un abrazo que duro más de lo normal y cuando se decidió por soltarla tomó la cara de su pequeña con ambas manos y con grandes lágrimas en los ojos le dijo:

-Es impresionante lo que has crecido en estos años. Te quiero mucho hija. Te extrañaré. Se buena, se feliz y pórtate bien. Adiós, hija.

- Adiós, mami. También te quiero, siempre te extrañare- le contestó secándole algunas lágrimas traviesas y queriendo volver a abrazarla, pero su madre se lo impedía.

Y con esas últimas palabras dejó ir a su hija, con un sabor amargo en su boca, con un dolor punzante en la boca de su estómago, con las lágrimas resbalando, ahora descontroladamente por sus mejillas, con sus finas manos temblando ante el recuerdo de una voz dramática recitando aquella catastrófica profecía. Esperando que el futuro de su hija sea mucho más hermoso de lo que ella podría soñar. Deseando que la carta que escondió, en su mochila, dentro de su libro favorito, sea leída en el momento justo y que su amigo este ahí para protegerla en el mayor momento de vulnerabilidad de Aine.

Si Irene no hubiese estado tan afectada por el suceso que se llevaría a cabo esa tarde se hubiera dado cuenta de que su hija había usado la palabra "extrañaré" como si supiera de ante mano, al igual que ella, que no la volvería a ver. Su hija había intentado de volverle el abrazo, sus ojos se habían empezado a enrojecer y su agarre se había hecho más fuerte aun, tanto que le había dejado una marca en el brazo a Irene, pero la idea de que su hija supiera lo que ella sabía era sumamente improbable. La profecía se le fue dada a conocer pocas semanas antes y durante el horario de clase de su hija y ella nunca hacía faltar a Aine, salvo por circunstancias de vida o muerte; y ese día no había sido la excepción.

A Vladimir le costó horrores hacer que su amiga se despegase de su madre, le pareció sumamente extraña y exagerada la despedida que habían tenido. Hasta donde él sabía ninguna de las dos se iría de viaje sin la otra, ni ninguna de las dos estaba enferma de cáncer terminal, ni nada por el estilo. Pero estos pensamientos no lo dejaban tranquilo, ya que ella no dejaba de llorar y tampoco le aclaraba la situación. No era novedad para él que Aine podía leer los pensamientos de la gente, seguramente había leído lo que su madre no se atrevió a decir, algo verdaderamente terrible. Nunca la había visto de esa manera, jamás había contemplado sus ojos grises cubiertos por lágrimas, jamás había visto su cabello castaño rodearle ese rostro angelical tan melancólicamente como en ese momento. Era en vano secarle las lágrimas de su rostro, correrle el pelo y levantarle el rostro para que estuvieran frente a frente ya que ella solo duraba unos segundos y volvía a llorar descontroladamente .Así que se rindió y se limitó a abrazarla esperanzado de que sus caricias la calmasen. Permanecieron de esta manera por una hora y media, hasta que por fin ella se secó las lágrimas y con una voz ausente dijo:

-Ella morirá el día de hoy y no podré hacer nada para salvarla.

Vladimir no daba crédito de lo que Aine decía, pero ella era incapaz de jugar con algo así y con todo lo que había llorado era creíble que lo que hubiera leído en la mente de la Señora Irene allá sido la muerte de esta. No supo que hacer, estaba totalmente soqueado, en blanco. Fue la voz de su amiga la que lo hizo volver a la realidad; quiso decirle que él la ayudaría a evitar la muerte de su madre pero ella fue más rápida y le contesto sabiamente:

- los hechos del futuro no deben alterarse, ya que cosas aún más horribles de las que pretendemos evitar podrían ocurrir.

Por un segundo ella se odio por decir aquello, luego odio al destino por arrebatarle lo único que le quedaba de lo que en un principio fue una pequeña familia feliz. Pero rápidamente pensó que a su madre no le gustaría ver a su hija sufrir, su madre le había pedido que fuese feliz, tenía que serlo, tenía que sonreír, por ella misma, por su madre y por Deva.

Vladimir que se había quedado contemplándola notó como lentamente elevaba su mano izquierda y rozaba cuidadosamente con la yema de los dedos la preciosa piedra azul que colgaba de su delicado cuello; solo lo hacía en situaciones de vida o muerte, por suerte muy pocas veces la vio hacer ese gesto, pero lo que más le llamó la atención fue que su anillo, el cual nunca se sacaba y siempre hacia girar cuando estaba nerviosa por algo, comenzaba a temblar y a achicarse, ella no parecía notarlo, parecía estar en esa especie de transe en el que caía cuando tocaba su collar. Para cuando ya casi el anillo estaba por desaparecer ella se dio cuenta y lo miro extrañada. Ninguno de los dos podía entender lo que aquello significaba. De un momento a otro el anillo dejo de temblar y segundos después desapareció en el mismo instante en que Aine se desmayó.

Cuando Aine logró despertarse se sentía extraña, como si llevara una pesada carga en su pecho, no sabía dónde estaba ni lo que había pasado, podía ver que estaba recostada en una cama no muy cómoda cerca de una ventana dándose cuenta de que ya era de noche. Intentó descubrir cuál era su ultimo recuerdo, pero para su mala suerte su mente la había transportado a la mañana en que se había despedido de su madre y sintió repentinamente una punzada de dolor en el lugar que ocupaba su corazón, unas lágrimas cayeron por su rostro sin permiso alguno y antes de que alguien pudiera verla quiso secárselas pero sus manos estaban imposibilitadas ya que su amigo las había entrelazado con las suyas; él estaba dormido con la cabeza apoyada en sus piernas, pero este hecho no impedía que ejerciera cierta fuerza protectora en la unión de sus manos. Se sintió contenida por unos minutos hasta que una enfermera entro ruidosamente haciendo que Vladimir se despertara.

La enfermera les informo que Aine solo se había desmayado por cansancio y por estrés y le recomendó hacer reposo, pero que no había necesidad de mantenerla bajo observación por un simple desmayo. Además gracias a la insistencia de su amigo, le habían hecho toda clase de estudios para determinar qué era lo que había sucedido, pero los análisis no habían demostrado nada fuera de lo ordinario. Una vez que el parte finalizo la leve sonrisa de la enfermera se perdió cuando esta les dijo que la madre de Aine había ingresado al hospital unos minutos antes que ella, pero que a pesar de que los médicos habían hecho todo lo posible por mantenerla con vida, les fue imposible. La Señora Irene tenía heridas muy graves y profundas fue muy poco común que no muriera en el momento del impacto.

Disculpe, dijo usted ¿"el momento del impacto"?

Si, ella tuvo un choque. Al parecer un auto se cruzó y ella no logro esquivarlo a tiempo…. Lo lamento mucho jovencita…

La enfermera siguió hablando pero solo Vladimir la escuchaba. Aine estaba totalmente en blanco y hubiera seguido asi si no fuese por que su amigo estaba allí con ella.

Les tomo dos horas volver a la casa de Aine, fueron caminando desde el hospital, ella necesitaba pensar y él no quería dejarla sola. Todo estaba en completo silencio. Vladimir cargaba con las mochilas de ambos y tomaba con fuerza la mano izquierda de su amiga, como si temiese que esta saliera corriendo de momento a otro. Poco antes de llegar al hogar de su Aine, él le propuso ir a la suya, y que ella pasará la noche allí alegando que se sentiría menos sola pero ella denegó rápidamente la propuesta, quería estar sola.

Para cuando llegaron vieron luces dentro de la casa y la sombra de lo que parecía ser un hombre, se asustaron, pero Aine soltó la mano de su amigo y comenzó a caminar hacia la casa. Vladimir la tomo por el brazo y tiro de ella y en susurros le dijo que era peligroso, que no la dejaría entrar allí sola, pero sus palabras fueron acalladas cuando la puerta principal se abrió y un hombre viejo, con cabello plateado y con una barba larga del mismo color, salió a recibirlos

-Las estaba esperando Aine.

Vladimir se interpuso entre ella y aquel hombre desconocido. Pero realmente no sabía cómo podría defenderla y por qué parecía que ese hombre la conocía, ni como había podido entrar en la casa. Miro a su amiga a los ojos esperando que ella le respondiera todas sus dudas, pero ella se limitó a decir algo que confundió aún más.

-Él es Albus Dumbledore…- pero fue interrumpida por el hombre ahora identificado como Albus.

-Si, ciertamente como Aine dice soy Albus Dumbledore. Su madre, Irene, es amiga mía desde hace unos años y hace unas semanas me llegó una carta explicándome los sucesos terribles que tuvieron lugar este día. En la carta ella me pidió que me llevara a sus hijas y las cuidara.

- Usted no puede llevársela,- le interrumpió maleducadamente Vladimir- no tiene autoridad sobre ella y además Aine es hija única, que clase de amigo es usted que desconoce que Irene solo tuvo una hija.

-Veras, muchacho, que yo soy el padre adoptivo de las jovencitas. – Fue lo único que dijo, no se molestó en explicarle por qué hablaba en plural. No era su obligación explicárselo.