Disclaimer: Stephenie Meyer es dueña y creadora de los personajes, la trama es mía lo que es obvio.


Puedes, debes y quieres

If we ever meet again, I won't let you go away

.

Si tuviera la posibilidad de devolver el tiempo y hacer las cosas correctamente lo haría sin pensarlo, pero… bueno, todo tiene que tener un «pero», así que estresándome no me ayudaba en nada, menos cuando intentaba relajarme en mi bañera rodeada de velas aromáticas y sintiendo el agua caliente en todas mis extremidades junto al ambiente que necesitaba para aflojar mis músculos agarrotados.

Dentro de una hora sería arrastrada por las que se hacen llamar mis amigas. Sería mi última noche como soltera antes de la boda.

Sí, mi boda tan comentada por todos se realizaría mañana en un gran festín.

Emocionante.

—Bella, date prisa si quieres comenzar con el pie derecho tus últimas horas.

Renée era la más entusiasmada con toda la parafernalia del evento y no la culpaba; era su única hija. Pero maldita sea, me exasperaba.

—Ya voy mamá, casi termino —exclamé levantándome ilesa de la tina—. Gracias por recordarme mi miserable vida —gruñí para mí.

Tomé la toalla y sequé mi cuerpo a la vez que desataba mi cabello de la liga que usé para que no se mojara otra vez. Soy mujer, multifacética es mi segundo nombre; junto con ponerme la ropa interior comencé a preparar mi rostro para maquillarme. Desde que conocí a una diabólica mujer esa tarea resultaba prácticamente sencilla en comparación a años anteriores. Épocas en donde era un pollito en su cascarón, la típica nerd de las que no quedaban mucho. Lo digo por el hecho que en estos tiempos los brackets y lentes no son lo horrible que eran, no, ahora hasta se convirtieron en moda.

Bajé la vista al percibir mi touch vibrar y encender la pantalla. La foto de una rubia me sacó una sonrisa. Lo cogí y contesté.

—¿Emmett te ha dado un descanso, Hale? —le pregunté bromeando.

—Oh, perra, cállate, la envidia te corroe —respondió con superioridad.

—Envidia por qué —dije divertida. Escuché una grave risa, que supuse era de Emmett—. Bájale a su ego, el consolador aún lo usas.

Bufó en respuesta.

—Bella, cuando digo «confidencial» —recalcó la última palabra— es confidencial, cariño. No hagas enojar a mi novio que no llego a tu fiesta —advirtió con inocencia—, y no nos quedan lugares que inaugurar así que sería aburrido repetir todo de nuevo.

Maldita presumida.

—Sí claro, haré que te creo —repliqué con sarcasmo— sólo para que me digas por qué llamabas.

Mientras escuchaba solté mi cabello para que se secara. No lo peinaría, lo dejaría suelto y natural. Qué más da, entusiasmo no tenía mucho.

—Quería saber si después de esta noche podíamos secuestrarte, ya sabes —comenzó a decir con voz ilusionada—, mejor arrepentirse ahora ¿no crees?

Suspiré por enésima vez desde que les anuncié mi compromiso. No había día en que no escuchara «¿estás segura?» en cualquier conversación, con cualquier persona… que me conociera realmente.

Un día. Un mísero día y yo con mis confusiones. Mal, simplemente mal momento para arrepentimientos.

—Rose, lamento informarte que no tienes el permiso para un posible secuestro —murmuré con fingida tristeza—. No queda más que asumir las consecuencias.

Oí un bufido y la voz de Emmett reemplazó la de su novia.

—Bella, sólo dime «sí» y en la pregunta: «hay alguien que se oponga» y blah, blah, blah, yo seré tu salvador —sugirió en tono jocoso.

De acuerdo, o me veía muy desesperada con el temita de esta boda o mis amigos sabían en la mierda que me estaba metiendo. Fácil: ambas eran las jodidas respuestas.

—Entonces felicidades, Swan, ya quedan menos horas para tu bien planeado purgatorio —congratuló Rosalie con sarcasmo y cierta sequedad.

—Puedes metértelas por donde te quepan, Hale —contesté en el mismo tono—. Pero gracias de todas formas.

—Si hicieras lo correcto quizás apoyaríamos —replicó.

Terminé mi sencilla obra de arte en mi rostro. La rapidez también es una de mis cualidades, pero bueno, el temita ya me estaba hartando la madre que llevo dentro y por supuesto no deseo pelearme con una de mis damas de honor. Así que cambié el tema. Siempre funcionaba.

—¿Pasas por mí o llego sola?

Oí un suspiro y casi puedo adivinar que meneaba la cabeza negativamente. Esto de tener amigas era difícil.

—Paso por ti con las demás —respondió en tono aburrido—. Apúrate que ya estoy saliendo.

Manía de estresarme. Será por eso que las quiero.

—Sí, sí, adiós.

Suspiré sonoramente. Ahora… qué me pongo. En mi cama había estirado un jeans oscuro ajustado, una blusa pegada al cuerpo de seda azul y un blazer negro. Iba a preguntarme mentalmente quién había sido, pero alguien entró a mi cuarto. Volteé a ver y era ella; una diabólica mujer.

—Creo que va bien con tu humor hoy, Bella —dijo con una amplia sonrisa—. ¿No te parece?

Le hice un gesto obsceno. Manerita de seguir alegrándome la noche viniendo a mi casa y escogiendo mi ropa sin siquiera preguntarme.

—Pensé que habías dejado tus dotes de estilista personal, Alice —comenté mientras me vestía.

Debo admitir que tenía buen gusto y le hubiese agradecido infinitamente su ayuda. Pero no hoy. No este maldito día.

—Sólo quería verte con ropa decente —se encogió de hombros—. Si fuera por ti justo hoy te vestirías como pordiosera dejando ver tus ansias de casarte.

—Créeme que lo haría si no estuvieras aquí.

Con todo lo que necesitaba y mi entusiasmo al máximo, bajamos para esperar a Rosalie mientras Renée tomaba un café en la cocina. Le dejé ver por mi cara que omitiera comentario a todo. Qué jodida parte no entendían. Necesitaba una copa. Una no, muchas copas. Hoy desaparecería del mundo.

Escuchamos los neumáticos chirriar y evidentemente sabíamos quién era. Subimos y se veían las ganas de emborracharse. Estaban todas felices. ¿Querían restregarme en la cara que sería mi última noche de soltera? Pues bien, lo consiguieron al momento en que entré al auto.

—¡Bellita! —exclamó Kate desde el asiento trasero—. Te daré un consejo práctico.

Rodé los ojos a la espera de que volviera a hablar.

—Huye con algún streaper que veas por ahí, enciérrate en un lugar obscuro y haz lo que siempre soñaste con él —aconsejó para mi sorpresa Ángela—. Es tu única oportunidad antes de tener moral.

—¿Qué les pasa mal nacidas? —pregunté divertida—. No haré eso. Ya asumí mi casta vida.

Se carcajearon todas. Y quién no. Mi futuro marido no había querido mantener relaciones hasta después del matrimonio, lo que encontré ridículo por cierto, y anticuado. No llegamos a hacer nada, ni siquiera algo normal para una pareja comprometida.

Su jodida familia era la culpable, por supuesto. Lo criaron como a un príncipe y me vine a dar cuenta de sus intenciones demasiado tarde. Aunque la tentación estaba a mi alcance, mi conciencia decía que esperara. Como si ahora tuviera esa oportunidad de nuevo. Ese hombre que me hirvió la sangre con sólo un toque no lo volví a ver nunca más. Una verdadera lástima ahora que sé mi destino.

—Puedes, debes y quieres —dijo Kate—. Que tire la primera piedra quien no lo hizo.

Pervertidas y ninfómanas. Eso es lo que eran. Vi a Rose reírse suavemente mientras conducía. Ella era perfectamente un ejemplo de lo que pensaba. Todo el día con Emmett haciendo sus… jueguitos. ni idea cómo podía caminar al día siguiente.

—Además, Bella, te tenemos unos regalos que harán que tus noches sean más divertidas —apuntó Irina contenta—. Espero que los hombres puedan corromper aunque sea a tu novio.

Asentí sin mucho convencimiento. Mis amigos jamás podrán lograrlo. Ni siquiera Jacob, que trabaja administrando un Club de Streapers podía hacer que Benjamín cayera en la tentación. Era un muñequito de porcelana, caballero, atento, divertido, refinado y todo lo que una mujer pudiera desear. Tenía todo menos lo que yo quería.

Llegamos al Club y Alice, quien había organizado todo, me hizo pasar de las primeras seguida por las demás chicas. La música y el ambiente de fiesta ya estaban. Fuimos casi al frente de la tarima del escenario. Estaba todo listo, unos tragos nos esperaban en cuanto nos sentamos y las mujeres que ya estaban ahí comenzaron a gritar cuando las luces bajaron la intensidad.

Señoritas, bienvenidas a su última noche de solteras que por supuesto, será inolvidable. Hoy festejaremos a tres hermosas mujeres que desgraciadamente se casarán mañana…

Le encontraba toda la razón a esa voz. Desgraciada. Ese iba a ser mi segundo nombre desde mañana.

—Bella, tienes que hacer lo que no vas a poder cuando ya estés casada, ¿de acuerdo? —pidió Renesmee que había llegado recién—. Como tu amiga más pequeña hazme caso. Nada mejor que la tentación.

La luz de ahora era tenue, dejándonos ver lo suficiente. En el centro del escenario apareció un hombre que se movía al compás de la música con una máscara brillante y sólo una pequeña y apretada tela cubriendo su parte interior.

El espectáculo comenzó.

—Creo que es hora de los obsequios —comentó Tanya luego de la quinta o sexta ronda de tragos.

—Toda la razón, yo empiezo por ser la bebé.

Renesmee sacó un paquete de una bolsa y me lo entregó con una pícara sonrisa. Lo tomé desconfiada y empecé a abrirla.

—Sé que eres una mujer autosuficiente.

Bueno, ya entendía su punto. Dentro de la caja había nada más y nada menos —y me lo esperé de ella— que un consolador con forma de algo realmente extraño. Tenía bastantes pliegues a lo largo y era por lo que leí: extra grande.

Lo dejé en el centro de la mesa parado.

—Sin tocar —advertí al ver sus intenciones.

—¿Tan grande? —preguntó Ángela con ojos curiosos.

—Bella, en mi opinión —comenzó a hablar Kate— deberías dármelo, puede hacerte daño después de tanto tiempo sin tener nada dentro.

—Opino igual que mi hermana.

—No les daré nada, para eso tienen novios —les recordé con una sonrisita—. Que no las satisfagan no es culpa de mi… consolador.

—Como si a ti te lo hicieran muy seguido —refunfuñó Kate.

La quedé mirando divertida. A mi tercer tequila ya nada me importaba de lo que dijeran. Seré libre por las horas que me resten antes de mi desgracia.

—Creo que si usas eso —apuntó al objeto que aún estaba en la mesa—. No necesitas —sacó otro regalo y me lo entregó— esto.

—Kamasutra. Pero sinceramente ¿crees que querrá su santo prometido siquiera leer la portada?

—Obviamente no, pero como soy una persona culta —dije abriéndolo en una página al azar—. Lo leeré sin importar lo que él diga. No quiero ser ignorante.

—Esa es la actitud —exclamó Rosalie—. Y con una prenda sexy puedes intentar aunque sea algo de movimiento en sus pantalones.

Su regalo era un babydolls de encaje azul. Diminuto. Algo completamente en contra de Benjamín. No sé, al parecer me estoy casando con alguien que odia todo lo que tenga que ver con el sexo. Si mi luna de miel no es lo mínimo que espero; me divorcio.

—¿Sabes Bella? —preguntó Alice extendiéndome un pequeño paquete—. Sé que estas cosas son como Satanás para el idiota de tu novio, así que úsalas tú con quien te plazca. Entendemos si te buscas un amante.

Eran cartas. Treinta cartas con diferentes posiciones que jamás iba a poder realizar con mi futuro marido. ¿Ya dije que repelía todo esto?

—Alice, no te haces una idea de cuántas veces pensé lo mismo —reconocí ganándome la mirada de todas—. Estoy en abstinencia desde que lo conocí, pensando torpemente que me quería dar espacio para, no sé, adaptarme o algo. Es frustrante no pasar más allá de los besos. Inocentes, besos.

Estaba jodida. No deseaba parecer desesperada, pero venga, soy mujer, con necesidades igual que cualquier persona. Y parecía que a él no le afectaba.

—¿Estás segura que es heterosexual?

Me hacía la misma pregunta.

—No sé, en estos momentos espero cualquier mierda de todo esto.

Las luces bajaron otra vez. Un foco alumbraba el centro del escenario y aparecieron tres hombres con antifaces, prácticamente desnudos al igual que el primero que vimos.

Madam's, disfruten de un momento caluroso en manos de nuestros… caballeros.

Tres para cada una de las festejadas. Bajaron en busca de nosotras, uno me tomó la mano y la besó con una sonrisa que me dejó suspirando. Subimos con ellos, con los gritos y aplausos de las demás que veían. Lo tenía en mi espalda con sus manos en mi cintura y ejerciendo presión en mi trasero con su cuerpo. Pasé una mano por mi cabello y estaba comenzando a sudar. Creo del calor. Sí, calor.

—¡Bella, Bella! —gritaban riendo.

Les guiñé un ojo sonriéndoles. El tipazo comenzó a bajar acariciando con sus manos de mi cintura hasta donde llegaban mis botas. Si hubiera sabido calzo tacones y vestido. Sus manos eran grandes y no quise seguir pensando qué podrían hacer cuando sentí que me quemaban al tocar piel de mi cintura. Subió lentamente y dejó un beso en mi espalda baja, en la piel desnuda que sobresalía al él mover con su boca mi blusa.

Sentía todo caliente; mi cuerpo, su cuerpo, sus manos. Por Dios, esas grandes y maestras manos podrían hacerme una y mil cosas en cuestión de segundos. La respiración en mi oído, su aliento tibio rozar mi cuello me recordaron instantáneamente a alguien. Una persona que hace meses deseaba volver a encontrármelo.

Me olvidé de los gritos que se escuchaban más y más distantes cuando suavemente y adrede, subió mi blusa para pasar sus manos y voltearme frente a él. Su antifaz era plateado y aún con la tenue luz sus verdes ojazos resaltaban hermosamente. Su dorso desnudo se pegó a mi pecho dejándome a cinco centímetros de sus labios, los que me dedicaban una sonrisa torcida tan característica de…

—¿Así que serás toda una señora mañana, Bella? —preguntó en un susurro con voz sensual y ronca.

Quedé prácticamente pasmada viendo como sonreía. Era él, lo supuse en cuanto me tocó y, obviamente esos ojos verde esmeralda nunca los podría olvidar. Me encendía con sólo verlo, con sólo saber que si me preguntaba otra vez «¿quieres romper las reglas, Bella?», no dudaría ni lo rechazaría por mucho que una boda me esperara mañana.

Él, ese hombre tan sensual, con una voz insinuante y mirada profunda, subió mi temperatura con un baile en menos de dos minutos. Fue mi tortura, perdición y fantasía.

No lo dejaría ir tan fácilmente. No de nuevo.

—Aún estoy soltera —susurré cerrando fuertemente mis ojos al sentir su mano rozar mi seno—. ¿Qué haces aquí?

Escuché su suave risa y lo observé. ¿Puede ser un médico graduado de Harvard tan jodidamente sexy? Él era simplemente un imán que me atraía sin pensarlo. Un maldito especialista en saber qué excita a una mujer con un solo toque.

Cálmate Bella, no te desesperes.

—Nada —contestó acercándose a mi oído—. Quiero disfrutar de mi última oportunidad para hacer esto.

Mordió mi lóbulo y me sentí explotar. Sus dientes mordisquearon y sus labios bajaron dejando suaves besos húmedos por mi escote. Mis manos fueron a sus bien formados brazos y reposaron sintiendo que no era la única que ardía ni sudaba. Tenía que hacer algo ya.

Sus deseos han sido escuchados señoritas, tendrán minutos de gloria con cada uno de nuestros caballeros… los dejo a su merced.

No quería procesar la idea de esa voz. No quería dejar de sentir sus caricias ni su calor. Necesitaba tenerlo pegado a mi cuerpo por unos minutos más. ¡Unos miserables minutos!

Se comenzó a alejar con su sonrisa perfecta guiñándome un ojo y no pude hacer más que bajar y esperar al próximo baile. Deseaba estar con él, sé que tengo novio y me caso mañana, pero Dios, sería tremendamente frustrada si no cometía una insensatez con ese hombre. Sencillamente no me lo perdonaría nunca.

—Bella, con ese baile hubiera tenido un orgasmo ahí mismo —exclamó Rosalie con una amplia sonrisa pícara—. Si no te calentaste se te están pegando las manías de tu noviecito.

Negué lentamente con la vista fija en el centro de la mesa donde aún permanecía el consolador parado. ¿Mi conciencia reprocharía mi actitud luego de hacer lo que deseaba febrilmente hacer? No es que me importara demasiado, pero sabía perfectamente que Benjamín no iba a superar las expectativas que tenía de mi hombre en estos momentos. Viviría frustrada por la eternidad si no tenía como última noche, la mejor —seguramente iba a hacer así— de mi vida.

—No deseo subir otra vez —dije viéndola seriamente—. Necesito ir al baño.

Caminé sin mirar atrás hasta donde estaban los baños. Al menos estaba desocupado. Mojé mis mejillas que ardían reclamando algo fresco y vi mi rostro un tanto descompuesto. Sabía muy en el fondo que sin importar las consecuencias, lo haría. Haría cualquier cosa que estuviera a mi alcance para saciar ese sentimiento extraño que alojaba en mi estómago y en mí bajo vientre. Algo que hace demasiado tiempo no sentía.

Tienes que pensar, Bella. Cómo te lo vas a llevar. Qué le vas a decir. Todo.

Como si fuera tan fácil llevarse a semejante hombre sin que alguien no lo vea.

Respiré profundamente antes de salir, arreglé mi ropa y abrí la puerta escuchando todo el murmullo de las mujeres y la música del lugar. Me dispuse a descaminar el recorrido y ni siquiera llegué a dar tres pasos cuando sentí que era cogida por el brazo hasta llegar a una puerta no muy lejos de allí. Algo en mi mente dijo que gritar sería estúpido, por lo que seguí mis instintos y dejé que él, sí, estaba cien por ciento segura que era él, me guiara hasta fuera del club por la salida de emergencia.

El aire fresco revolvió mi cabello y un escalofrío que no supe si era por las ansias, el viento u otra cosa, recorrió mi espalda. No llevaba antifaz, su cabello estaba sexymente despeinado y con ropa aún era malditamente sensual y cautivador. Me jaló pegándome a su pecho con su mirada directamente en mis ojos. Los veía oscurecerse, brillosos y con una profundidad que me dejó la boca seca.

Se inclinaba peligrosamente a mis labios y no estaba en mis planes detenerlo.

—¿Quieres hacer una locura —comenzó a preguntar sobre mis labios— sin remordimientos, Swan?

Dejé pasar que conociera mi nombre, pero que supiera mi apellido lo encontré extraño.

—¿Cómo sabes…? —me interrumpió dándome un pequeño roce de labios a lo que cerré los ojos.

—Si prefieres el anonimato por mí no hay problema.

Las ansias de besarlo se hicieron mucho más fuerte cuando de camino en su Volvo plateado ni siquiera me rozó. Movía nerviosamente mi pierna y de reojo veía como sonreía. No avisé, no llevaba conmigo mi celular y posiblemente ni preocupadas estén. Ellas aconsejaron sabiamente lo que en estos momentos estaba haciendo. Amigas: Gracias.

—¿Puedo saber tu nombre ahora? —volteé a mirarlo—. Esa noche no quisiste decirme.

Asintió y no supe a qué. Su perfil se me hacía vagamente familiar, como si lo conociera de un tiempo.

—Sería mejor nada de nombres —dijo él calmadamente—. Hasta que lo adivines.

Susurró la última frase y lo miré con curiosidad sin llamar ni perturbar su atención. ¿Que lo adivine? Qué se creía.

—Vaya forma de entablar conversación.

Rió divertido y siguió conduciendo por la carretera. Íbamos a unos departamentos con estilo puro, caros, hermosos y exclusivos.

Anda, Bella, no pensarías que te llevaría a un motel, ¿no?

No… pero a su hogar no creía. ¿Qué clase de hombre lleva a una mujer a su casa sin apenas conocerla?

Quizás leyó tus frustraciones sexuales y quiere ayudarte. Un hombre caritativo. Dale un punto por eso… y por sexy.

—No soy un psicópata, Bella —comentó al estacionarse fuera del edificio—. Aunque no me importaría secuestrarte, la verdad.

—Vaya, eso hace que me excite —dije con sarcasmo—. ¿Aquí vives?

—Sí.

Bajó primero para abrirme la puerta y darme su mano. Sentí otra vez ese calor y no sólo en mi mano. Qué piso sería, no se lo diría, pero le tengo cierto respeto a los ascensores.

—Por qué estás nerviosa, Swan —preguntó oprimiendo el maldito botón—. ¿Es por mi cercanía o porque eres claustrofóbica?

Lo miré sorprendida. Sabía mi nombre, mi apellido, quizás qué otras cosas más y además que tenía un trauma con los espacios demasiado cerrados. Quién era él para saber eso.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté resistiéndome a entrar en esa cosa—. Dime —exigí—. ¿Cómo lo sabes?


Por esas razones de la vida... borré esta historia sin darme cuenta que era la equivocada, en serio quiero darme un buen golpe por idiota. Estoy media frustrada y molesta, si entraste y ya leíste esta historia, siento la desilución, porque no hay nada nuevo, está igual a como la publiqué el año pasado.

Si eres nueva, espero que dejes tu review para ver qué te pareció.

Saludos y lean bien antes de borrar cualquier cosa, es frustrante equivocarse.