Un Alfred de 14 años corría junto su hermano gemelo, Matthew, con gorros de vaqueros hacia el bar donde la mayoría de vaqueros se juntaban. A ambos les encantaba escuchar las diversas historias de las personas que iban allí a tomar algo.

Era algo que juntos desde niños hacían, y los del bar ya estaban acostumbrados a aquellas jóvenes caras que se aparecían en la misma hora todos los días (no para tomar), solo para escuchar sus historias (algunas inventadas) con sonrisas en sus rostros.

Incluso el barman les había hecho algo especial, sabiendo que ambos llegarían les preparaba unos jugos de fruta para los chicos.

Los dos llegaron frente a la gran casa de madera jadeando y tratando de conseguir un poco de aire. Una vez listos se incorporaron y Alfred, con su mayor sonrisa, abrió ambas puertas y entro con su hermano Matthew.

—¡Buenos días, Sr Colton! —dijeron ambos chicos casi al unísono, recibiendo ambos los vasos llenos de jugo de naranja recién hechos.

—¡Buenos días Alfred, Buenos días Matthew! — Respondió con una gran sonrisa en su rostro, revolviendo el cabello de este último—. Otra vez por acá, ¿mh?

—Sip. No tenemos nada mejor que hacer en estos momentos la verdad, asi que venimos para escuchar un par de historias —dijo Alfred al terminar de tomar un poco de su jugo. — ¿Aun no llegan?

—Aun no. Pero deberían llegar en cualquier momento… —dijo observando el reloj que estaba cerca de allí y del centro del pueblo—. Seguramente en unos minutos más.

Al escuchar esto, ambos fueron a sentarse en una mesa vacía, decididos a esperar la llegada de aquellos vaqueros que tanto admiraban y aspiraban a ser como ellos en algún futuro. Portar armas y disparar a los chicos malos era una de las cosas que más hablaba Alfred.

Mientras ambos charlaban y bebían del jugo de naranja, escucharon a los cinco minutos sonidos de caballos galopando cerca de allí, observando por la ventana a las tan habladas personas estacionar sus caballos afuera y entrar al bar.

—Apura, Matthew —Dijo Alfred sujetando la mano de su gemelo, dirigiéndose a uno en especial.

Se sentaron en la barra, al lado de una persona mientras el barman les servía otro vaso de jugo que había pedido Matthew.

—Que tal, Chicos. —Saludo el hombre sentado al lado de los gemelos, tomando un vaso al parecer lleno de whiskey. — ¿Vienen por un poco más de historias? —Se veia que aquel hombre estaba acostumbrado a los rostros de los hermanos.

— ¡Sí! — Respondieron ambos otra vez, al unísono.

—Pues que bien, ¡porque acá les tengo una que les va a fascinar! — Respondió el señor tomando otro trago de whiskey y luego dar una risa, comenzando a contar su historia mientras observaba los rostros de ambos adolescentes que estaban llenos de admiración.

Ambos consanguíneos pasaron la mayoría de la tarde escuchando diversas historias, no solo de aquel hombre, también se habían unido unos otros cuantos a contar algo. Al momento en que Matthew se dio la vuelta para observar la hora en el reloj que había afuera, le dijo a Alfred que era hora de irse. Ambos se despidieron y comenzaron a caminar con dirección a casa.

Caminaron en silencio por las calles, Alfred de vez en cuando pateando una piedra en el camino o arrastrando sus pies por la arena.

Mientras caminaban Alfred no pudo evitar fijarse en una cueva no tan lejos de allí. Era bastante raro ver cuevas cerca de un pueblo en el desierto.

—Hey, Matthew —le habló haciendo que el chico se diera vuelta para mirarlo. — Mira, por allá hay una cueva. ¿Qué tal si la exploramos un poco?

— ¿Qué? ¿Estás loco? Alfred, si llegamos tarde a casa, mamá nos mataría. Ni siquiera tenemos algo en mano con que iluminarnos… — Dijo su hermano con tono preocupado, aunque debía admitir que sentía curiosidad.

—Oh vamos, Matt… Solo será un rato. ¡Podemos conseguir algo con que guiarnos y asi no perdernos! — Nombró zarandeando un poco el brazo de su hermano. Al observar el rostro de duda por parte de él, sabía que lo estaba consiguiendo de a poco.

Observo a su hermano y luego a la cueva, dando un suspiro. — Esta bien… Que sea corto… No quiero preocupar a mamá. — Dijo resignándose.

Alfred, con una gran sonrisa, agarro la mano de Matthew y ambos corrieron camino a la cueva. Al llegar a la cueva, se dieron cuenta que era más como un profundo agujero en medio del desierto.

—¡Vamos a explorar! — Se animó Alfred, enseguida agarrando una cuerda que llevaba en un cinturón, que usaba para practicar la escena de agarrar algo con una cuerda. —Yo primero, ¡tú vienes después de mí! — Dijo amarrándose la cuerda alrededor de la cintura.

—No lo sé Alfred… Es peligroso. — Dijo Matthew sentándose de rodillas, observando y tratando de calcular la profundidad de aquella cueva, ¿o debería llamarlo pozo?

Alfred rodó sus ojos exhausto. — Ok. Iré yo solo, puedes esperar aquí y sujetar la cuerda. — Dijo este, comprobando si la cuerda estaba bien amarrada a su cintura y tendiéndole el otro extremo a Matthew. — ¡Sujétala bien!

Bajó con cuidado, sujetándose con unas piedras mientras Matthew agarraba firmemente la cuerda, observando a su hermano bajar.

Comenzó a descender cada vez más. ¿Qué tan profundo era aquello? Agarro una piedra cerca de allí y la tiro, esperando escuchar cuanto más quedaba. A los segundos se escuchó el eco de la piedra rebotar contra el suelo, al parecer no le quedaba tanto para llegar.

Agarro firmemente su gorro de vaquero y, al rato, ya estaba tocando tierra firme. No había nada de luz. Como no tenía nada de que iluminarse, pensó que aquello era una pérdida de tiempo total y que Matthew tenía razón. No tenía nada con que ver y encima mamá los castigaría por llegar tarde a casa.

Estaba a punto de darle un tirón a la cuerda para indicarle a Matthew que lo subiera, cuando a lo lejos consiguió divisar un dejo de luz. ¿Había una salida o algo asi? Como la curiosidad lo mataba, desamarro la cuerda de alrededor suyo y camino libremente hacia la luz, esperando encontrar algo interesante.

Tras caminar un rato conforme la luz se hacía cada vez más fuerte, llego hasta la salida de aquella misteriosa cueva. Salió de allí y observo el nuevo paisaje que lo rodeaba, todo era tan extraño.

Tuvo el impulso de correr otra vez dentro de la cueva, amarrarse la cuerda y subir de nuevo e irse a casa. Pero, sentía la necesidad de quedarse ahí, aunque sea un rato más.

Estaba rodeado de unos árboles gigantescos, podría decirse que estaba en medio de un bosque. Observo fascinado los arbustos, las flores y toda la naturaleza que había allí, donde él y su hermano vivían, era la mayoría desierto. Había pocas plantas y algunas estaban secas, de vez en cuando, cuando viajaba junto a su hermano y su padre en caballo lograba divisar vistas asi de lindas pero no tanto como esta, era como estar dentro de aquellos cuentos de hadas que leía junto con Matthew cuando tenían ocho años.

Olvidándose por completo de la cueva, comenzó a caminar por aquel paisaje, buscando un camino el que seguir.