¡Hola! ¿Cómo están? ¡Bienvenidos a mi fic!
Antes que nada quiero decir algo yo no soy de esas escritoras de fanfics que hacen esto, normalmente me voy directo al capítulo. Sin embargo, hay unas cuantas cosas que quiero aclarar:
Esta historia ya se ha publicado en mi perfil, pero con una gran diferencia: está en inglés. La trama es la misma y la autora igual. Ese es el punto número uno. El punto número dos. Este fanfic trata temas oscuros: la guerra, la sangre de los caídos, la cruda realidad de nuestro mundo y la ambición del hombre. Es un fic maduro que me costó trabajo decidir si publicarlo o no porque la mayoría de los FanFics de Frozen en español que tienen éxito son de romance. Pero ya me ven, aquí estoy, decidí intentarlo.
En fin, en verdad espero que les guste el primer capítulo, denle una oportunidad.
¡Saludos, y bienvenidos a mi Fic!
Sólo una palabra podría cambiar la dulce historia que Elsa había empezado a vivir desde ese día en el que había liberado sus poderes.
Sólo una palabra podría cambiar la felicidad y esperanza con la que se paseaban los habitantes de Arendelle.
Nunca antes, desde que la corona le había sido colocada en su cabello suave y blanco, algo la había atormentado tanto como el escuchar esa palabra que movía al mundo entero y hacía que una tormenta más peligrosa que cualquier magia en el mundo destruya a todos los humanos en la Tierra, e hiciera que pareciera una pesadilla de las más fuertes que había vivido. Estaba en el infierno.
"Guerra".
La palabra llegó a sus oídos, y un miedo más poderoso que la esperanza la invadió por completo; sus huesos se estremecieron y desde ese entonces, supo que haría lo que fuera por proteger a su hermana.
"Te diré mis pecados, y tú puedes afilar tu cuchillo".
Capítulo I
La noticia
Pasos resonaban en el pasillo como gotas de agua que caían en un día de lluvia. En la esencia del lugar se podía percibir claramente el nerviosismo y la preocupación que provenía de aquella mujer que llevaba esperando horas por saber el más mínimo detalle de lo que estaba sucediendo afuera, allá no tan lejos de su hogar, y que estaba segura que era una tormenta. Este momento sólo era la calma antes de que sucediera a lo que ella más había temido desde que había aceptado una carga tan pesada sobre su cabeza, con lo que cada noche tenía pesadillas. Y todo eso había empezado cuando un objeto tan simple como una corona se le había sido colocada en su brillante cabello, ahora desordenado en una trenza mal hecha por la falta de sueño y la desesperación que nunca antes la había consumido de tal manera como los sucesos de los que hoy ella tenía que hacerse cargo.
La luz de la luna entraba por una ventana en medio del largo pasillo, y curiosamente reflejaba aún más la intensidad con la que el ligero vestido que llevaba puesto titilara como diamantes de hielo; fríos, pero sin duda hermosos que contrastaban perfectamente con la piel blanca y suave de la mujer. Su prenda iba desde los hombros, de los cuales se desprendía una capa transparente adornada con delicados copos de nieve que inspiraban un aire de sofisticación y gracia alrededor de la princesa; un aire calmado totalmente distinto a lo que estaba sufriendo por dentro de su piel.
Sus zapatillas, eran de cristal, y a pesar de ello, en medio de la oscura noche se lucían fácilmente porque al igual que todo el conjunto, parecía hecho de magia, una magia poderosa que era capaz de acabar con millones de habitantes a la vez, pero de la misma y extraña manera había un resplandor de gentileza y bondad pura dentro de ella, y que si se trataba con cuidado, podía florecer, a pesar de toda la destrucción que podría también causar.
Un sonido le llegó a sus oídos proveniente del otro lado del pasillo, y su piel se congeló. Dejó de mover sus manos desesperadamente una sobre la otra y todo lo que pasaba por su cabeza se detuvo.
De la oscuridad que la rodeaba, unos metros más adelante, emergió una sombra que poco a poco se fue aclarando. La reina pensó por un segundo que se trataba de uno de los sirvientes del castillo, sin embargo sus ojos se centraron en el uniforme pesado que solamente los hombres que servían al ejército usaban.
El negro de sus pupilas se fue desvaneciendo, y la mayor parte la fue tomando el color azul celeste de sus ojos. Si venía alguien tan importante como un soldado, sólo podía significar una cosa. Lo que sucedía mucho más lejos de los mares que rodeaban a la isla de Arendelle no podía ser nada bueno.
El hombre caminó hacia ella, y la única luz que había en el pasillo del castillo lo iluminó por completo. Lo primero que notó Elsa fueron sus ojos: eran azules, iguales a los de ella a excepción del tono, los de él eran más oscuros. Sin embargo, quedó sorprendida por el brillo que éstos emitían, a pesar de que fueran de un azul apagado y triste. El hombre tenía el cabello negro y desordenado; su piel era clara, pero no llegaba a ser totalmente blanca, tenía un ligero toque de bronceado.
Al observarlo por completo, notó que este no era un hombre. Era tan sólo un muchacho, que no podía pasar de la edad de dieciocho según su perspectiva. Ese descubrimiento que no había reparado en lo absoluto, la dejó con la boca abierta. ¿Qué hacía él aquí? No podía enterarse de todos los acontecimientos que se estaban dando, era mucho para un niño de su edad. Y lo que la hizo sentirse peor, él no sólo estaba presenciando lo que sucedía, era parte de ello, era parte del ejército de Arendelle, portaba el uniforme azul con hombreras rojas característico del reino. ¿Cómo alguien podía haber mandado a aquél pobre chico a algo tan terrible como la guerra?
Suspiró, y una pequeña lágrima recorrió su mejilla. Volteó a ver a los ojos del muchacho por segunda vez, con esperanza de que le dijera que todo estaba en orden, pero ella sabía que era imposible.
El chico notó la preocupación en su mirada, no sabía si era muy obvio o se le daba leer bien a las personas, pero claramente la reina no estaba para nada bien, y estaba ansiosa por conocer las palabras que estaba a punto de decirle, que lo único que harían seria empeorar el ánimo de la reina.
—Llegó una carta. —fue lo único que salió de sus labios. No, no tenía el valor para decirle de quién era, ni de dónde provenía. Había caminado con seguridad, pero al ver los tristes ojos de la reina, su alma se desgarró por completo.
Elsa frunció el ceño.
—¿De quién?—preguntó.
El soldado la volteó a ver directamente a los ojos.
—Mejor véalo por usted misma—dijo, entregándole un sobre amarillento que había llevado todo este tiempo en las manos.
Elsa lo miró con cautela, desconcertada. Ya no tenían aliados, Westergard les había renunciado desde el incidente con la magia de la reina, y los otros dos que tenían estaban en una crisis en la que Arendelle no podía ayudar esta vez.
Tomó la carta y observó la parte de atrás. El papel era tipo pergamino, y en tinta azul estaba escrito lo que ella menos esperaba.
"Las Islas del Sur" lo leyó, lo releyó; lo volvió a leer, incapaz de creer que lo que sus ojos estaban viendo fuera cierto. Cuando se dio cuenta, sus manos estaban temblando y en los costados del sobre habían comenzado a aparecer pequeñas capas de hielo.
El muchacho pareció notar este último detalle.
—Tranquila, su Majestad. —le dijo, aunque supo que decir aquello era una tontería, pero no se le ocurrió otra cosa. Él no sabía lo que era vivir con poderes fuera de su control cuando tenía emociones fuertes. Aún así, quería ayudarla. Era su reina, después de todo, y no le gustaba verla de esa manera.
Elsa dirigió su mirada hacia donde él se encontraba, y sus ojos denotaron sorpresa y un poco de enojo mezclado con preocupación.
—Estoy bien.—declaró en un tono de voz que al joven no le gustó nada.
—No, no lo está. —se acercó un paso y la miró a los ojos, guardando toda la calma del mundo. —No puede seguir fingiendo de esa manera, mi reina.
— ¡Tú no sabes lo que... —se detuvo a media frase. Había empezado a congelar también parte de la alfombra aterciopelada que cubría al pasillo. Necesitaba calmarse. Suspiró. —Yo... Lo siento... Por hablarle de esa manera. Con su permiso.
Elsa caminó a paso rápido, alejándose del muchacho, desesperada por encontrar su cuarto. De cada paso que daba salía una bella capa de nieve mezclada con hielo que había hecho un patrón hasta su cuarto.
Abrió la puerta blanca, entró y la cerró. Todo de manera un poco violenta.
Recargó su cabeza en la puerta y se dejó caer al suelo congelado. Hacía mucho que no hacía eso: quedarse sentada y hundir su cabeza en sus rodillas, abrazándose a si misma. Para ser exactos, la tristeza que la llenó durante dieciocho años en los que le estaba prohibido ver a su hermana, no la había invadido hasta ahora. Se sentía tremendamente sola, con una responsabilidad que desearía nunca haber aceptado. Se hubiera quedado en su inmenso castillo de hielo que ella había hecho con sus propias manos, y ahí no perdería el control sobre sus poderes y todo sería bastante más tranquilo en las montañas.
Pero lamentablemente, ella era la hermana mayor. A ella le correspondía toda esa carga de la que los habitantes del reino dependían. Sin olvidar, claro está, a su familia. Si hacía un movimiento equivocado durante esas épocas, existía la más alta probabilidad que ya no los volviera a ver.
Sus ojos se humedecieron, y fue inevitable que las lágrimas salieran desesperadamente.
No quería llorar, no en un momento como ese, en el que una carta había llegado y tenía que leerla, tenía que cumplir con sus deberes de reina y dejar de ser... débil. Si a ella le fue asignada la tarea de tomar cuidado sobre el reino, tenía que hacerlo. Pero en este momento le resultaba imposible levantar la cara en alto.
Se quedó así, y poco a poco fue cerrando los ojos. El sueño le había ganado, y sin embargo, todavía sentía sus mejillas húmedas. Al menos, en sueños, no había gente llorando en las calles rogando por comida. Al menos, mientras dormía, no veía absolutamente nada; y su mente descansaba de la realidad por unas pocas y valiosas horas.
—¡Elsa, Elsa!— una voz femenina proveniente del otro lado de la puerta la despertó
.
Abrió los ojos lentamente. Pequeños golpes resonaban en el cuarto, claramente desesperados porque ella abriera la puerta.
Elsa se llevó las manos a los ojos para tallárselos, y fue entonces cuando lo vio. Ahí, entre sus dedos, estaba el sobre, más congelado de lo que ella esperaba. Soltó un grito ahogado, se había quedado dormida y no lo había leído. Podría haber sido algo importante para que se respondiera el día de hoy, y conociendo a las Islas del Sur, no podían ser buenas noticias, era simplemente imposible si tomaba en cuenta que el príncipe había intentado acabar con ella y obtener el dominio del reino.
—¡Elsa, abre la puerta! ¡Es urgente!—dijo Anna, con una clara emoción en su voz.
Leería la carta en cuanto su hermana la dejara en paz. Parecía ansiosa por contarle algo, y Elsa nunca la había escuchado tan feliz y emocionada.
Se paró y abrió la puerta. Tan pronto hizo esto, la pelirroja se le abalanzó con tal fuerza que casi la tira. La abrazó, y no paraba de gritar.
—Ah, Anna tranquila.—dijo Elsa esbozando una sonrisa y devolviendo el abrazo.—¿Qué es lo que te tiene tan alegre?
Su hermana no paraba de dar pequeños saltos, y Elsa estaba empezando a sentirse un poco incómoda, pero feliz de ver a su hermana de esa manera. Poco a poco, Anna se fue tranquilizando y la soltó.
Elsa pudo ver un brillo en sus ojos que nunca antes le había visto. Aquellos ojos agua, estaban llenos de una esperanza que a ella le faltaba; pero había algo más que no lograba identificar. ¿Deseo, talvez? No había visto a alguien tan lleno de alegría a su alrededor desde que los problemas en Arendelle habían comenzado, y sin embargo ahí estaba su hermana, casi llorando de alegría. Elsa sonrió.
—Vamos, cuenta. —dijo. La emoción se la había contagiado, y había olvidado todo lo que tenía que ver con lo que estaba sucediendo alrededor del mundo.
—Krsitoff... Kristoff...—empezó Anna. Respiró hondo.—Kristoff me ha pedido matrimonio.
Toda la felicidad que había durado unos segundos en el corazón de Elsa se derrumbó por completo, y el pánico la llenó de pies a cabeza.
—¿Qué?— preguntó. Su sonrisa se había borrado, y la había reemplazado un rostro de preocupación y angustia evidente.
La pelirroja frunció el ceño, y sus labios se desvanecieron hasta denotar confusión al observar la reacción de su hermana.
—Kristoff me pidió matrimonio.—repitió.—Y yo le dije que sí.
Las pupilas de Elsa se hicieron pequeñas, y sus ojos se abrieron como platos. Luchó por mantener la calma.
—No...—salió en un hilo de voz. Le rompería el corazón a Anna. Esta sería la segunda vez que le iba a negar estar con alguien a quien amaba. No, corrección, sería la primera vez que su hermana en verdad quería estar con alguien, y ese alguien le correspondía y la deseaba de igual manera que ella a él. Le negaría un matrimonio con su amor verdadero, y eso la destrozaría por dentro. Elsa la conocía muy bien a pesar de estar solamente tres años sin barreras entre ellas a causa de sus poderes, y sería lo máximo que ella podría soportar. El alma tan alegre que tenía, se le desvanecería por completo.
A Elsa le dolía, le dolía más que nada en el mundo negarle la oportunidad de su vida a Anna. No iba a soportar lo que estaba a punto de pasar. Pero tenía que hacerlo. Si aceptaba, iba a ser muy peligroso y la posibilidad de que el reino sufriera un ataque sería de más del noventa por ciento. Era para protegerla.
Elsa alzó la cabeza, miró a Anna a los ojos y firme, sin rastro de duda, le dijo:
—No puedo dejar que ese matrimonio sea llevado a cabo.
Anna abrió los labios, sorprendida, pero más que nada, decepcionada. Sus hermosos ojos, ahora estaban humedecidos y todo rastro de alegría que hace unos momentos inspiraba se había ido.
—¿Qué?—preguntó, incrédula.
—Lo que escuchaste. No va haber boda.—dijo Elsa. A pesar de la tristeza que la invadía por dentro al ver lágrimas recorrer las pecas y la suave piel bronceada de la pelirroja, no podía dejar que aquello sucediera.
Su alma se cayó al suelo cuando escuchó a Anna hablar con la voz más rota y desesperada que nunca.
—¡¿Ahora por qué?! ¡Ya nos llevábamos bien! No pienso volver a los antiguos tiempos, Elsa. ¡Quiero vivir mi vida, y tú siempre te interpones con alguna excusa! ¡No ha cambiado nada desde el accidente con tus poderes! ¿Cuándo será el día en el que me dejes ser yo? ¡Deja de creerte papá y mamá, porque no lo eres! ¡Y yo ya no soy una niña!
Dicho esto, salió por la puerta a paso rápido y decidido, con los puños apretados de la furia y tristeza que sentía.
¿Cómo se le había metido la idea a la cabeza a Kristoff de pedir matrimonio en una época como esta? Él sabía perfectamente por la crisis que Arendelle estaba pasando, no era ciego. Y Anna igual estaba consciente de lo que estaba sucediendo alrededor. ¿Cómo, en su sano juicio, habían considerado siquiera la idea de casarse? Tenía que hablar con Kristoff, seguramente el entendería la razón por la cual ella se había opuesto al matrimonio, y pedirle que calmara a su hermana y la hiciera entrar en razón. Lo que menso necesitaba ahora era una segunda separación con la pelirroja, ella era la única que iluminaba los fríos días por los que Elsa estaba viviendo, y el sólo pensamiento de perderla otra vez le calaba los huesos.
Alejó todo lo que la estaba atormentando en ese instante, y se concentró en la carta. Volvió a cerrar las puertas de su cuarto, y se sentó en la cama.
Abrió con delicadeza el sobre, sacó la carta que estaba adornada con un listón rojo fuego, y comenzó a leer en el papel pergamino.
Su Majestad,
Reina Elsa de Arendelle.
Le parecerá sumamente extraño recibir una carta del reino cuyo décimo tercer descendiente intentó despojarla de una manera no tan amigable tres años atrás.
No tiene idea de lo apenado que estoy. Hans ya ha recibido su castigo, y está en la prisión de nuestra isla. Sin embargo, a pesar de que ha cumplido su condena, estoy seguro de que no va a ser suficiente para usted. Por eso, le pido de la manera más sincera que me perdone. Si no le importa, he hecho un espacio el día Miércoles para una cena a la media noche aquí, en el Palacio Real de las Islas del Sur. Espero que no tenga objeciones, ni se oponga a esta petición, porque no encuentro otra forma de disculparme por las acciones de mi hermano. Temo decirle que ya todo está arreglado, y la estaré esperando. Si no viene, enviaré a unos soldados que vayan por usted. No querrá armar un revuelo en Arendelle como están los tiempos ahora, ¿o sí?
Sería PREFERIBLE que no le contara a nadie sobre esta carta, y que llegue al reino lo más cauteloso posible, sin que alguien, ni siquiera su hermana, se entere de su partida.
Usted es lista, sabe cómo se hacen las cosas. La estaré esperando.
Sin más que agregar,
Rey Edward de las Islas del Sur.
No, no era una tonta. Tal y como la carta lo decía, Elsa era inteligente. Le había quedado más que claro que aquello era una amenaza, y que si no iba, matarían a Anna sin piedad.
