CAPÍTULO 1 – "The Power of Good-Bye"

El sol vespertino entraba por la ventana iluminando todo con un tono anaranjado. El ruido de la ciudad también se colaba por la misma abertura en forma de ruidos de persianas que bajaban, coches con ensordecedores cláxones y el bullicio de los viandantes. Era la hora de volver a casa.

Nick se encontraba reclinado en su silla con una pierna subida sobre la mesa mientras la otra tocaba el suelo. Con los brazos colocados detrás de su cabeza no podía dejar de mirar de forma vacía al ventilador de techo que giraba produciendo un hipnotizante zumbido.

Un par de golpes y un chirrido después un pequeño fénec entraba por la puerta de la oficina, esto hizo que Nick despertara de golpe de su ensoñación y se quedara sentado mirando a su colega.

- Oye, zorro, que ya es hora de que te vayas a casa. No te quedes hasta las tantas como siempre.

Nick se levantó con una pequeña sonrisa dibujada en su cara y acto seguido se terminó de golpe la bebida de su vaso.

- Tienes razón –Nick se apoyó sobre su mesa mientras miraba a su amigo–, no tardaré en irme.

- Aprovecha el fin de semana Wilde, yo lo voy a hacer… ¡espabila! –justo cuando parecía que se iba a marchar, el fénec señaló el vaso desde la puerta– Y deja de beber en horas de trabajo capullo, que luego solo dices tonterías.

- Oye que ya es hora de cerrar, ahora ya puedo tomar un trago. –el zorro volvió a sonreír– Que disfrute usted del fin de semana señor Finnick, ¡cuidado con los excesos!

- Sí mamá –dijo Finnick tras cerrar la puerta.

De nuevo la soledad. Nick se quedó inmóvil mirando el vaso, jugueteando con los hielos que cada vez eran más pequeños. El calor de Zootrópolis en verano no daba tregua a nada ni nadie.

Mientras se desabrochaba ligeramente su corbata, Nick decidió que no estaba de más ponerse un poco más de whisky para no desaprovechar esos hielos. Cogió la botella del pequeño mueble bar, se sirvió un poco y se quedó mirando por la ventana hacia el infinito. A lo lejos se podía vislumbrar el distrito de Plaza Sahara por lo que la vista no ayudaba a que sintiera más fresco en su cuerpo.

La semana que viene será mejor. El día siguiente siempre será mejor que el de hoy.

Bebió despacio mientras veía como el sol se iba despidiendo hasta el próximo día. De repente, golpes de nuevo en la puerta.

- Que sí, ¡pesado! Que ya me voy a casa, aún tengo que organizar algunos archivos que… –el zorro se dio la vuelta lentamente y no pudo seguir hablando. Esta vez no era su colega para recordarle que se fuera ya de una vez como otras tantas veces. No. Era ella.

- ¿Se puede? –la coneja preguntó con un tímido hilo de voz.

- Judy… –el zorro se quedó inmóvil mirándola. Ambos se quedaron mirando fijamente en silencio durante unos instantes que parecieron una eternidad.

- Cuánto tiempo, ¿eh? –la coneja esbozó una ínfima sonrisa mientras se rascaba el cuello con su mano izquierda.

- Si… sí. Mucho. –Nick todavía seguía en shock- ¿Cómo has…?

- Ah, bueno. Finnick. –el zorro se sorprendió.

- ¿Finnick?

- Si, de vez en cuando nos mandamos algún correo. Me ha ido contando así por encima lo que hacéis y eso. –Judy se sentó en la silla que estaba preparada para los clientes mientras miraba con cierta ternura a Nick– Pensé que él te lo habría dicho.

- Pues no, la verdad. No me dijo nada –el zorro se giró de nuevo hacía la ventana y volvió a dar un trago– Por cierto, enhorabuena.

- ¿Enhorabuena? –la coneja se quedó algo sorprendida.

- Si, ahora eres teniente, ¿no?

- Ah, eso. –Judy sonrío– Bueno, en verdad es solo un título. ¿Cómo te has enterado?

- No te menosprecies. Seguro que te lo has ganado. Y no ha sido muy difícil enterarme cuando hace un par de semanas salías en portada de todos los periódicos, mil sitios web y demás redes sociales. "La heroína que salvó a Zootrópolis, ahora teniente del ZPD". –Nick añadió esta última frase con un ligero cambio en su voz y también algo de sorna.

- Ya veo. –Judy se reclinó ligeramente en su silla.

El silencio volvió a reinar en la sala. Habían pasado 3 años desde que se vieron por última vez. A pesar de que antaño fueron confidentes y mejores amigos, eso ya era historia.

- En verdad… –Judy comenzó a hablar casi con dificultad y de forma algo dubitativa– Si hubieras continuado allí estoy segura de que tú también…

- Para –el zorro cortó de forma súbita a la coneja

- Pero si no…

- Si has venido a hablar de ese tema, te puedes ir por dónde has venido –Nick habló de forma sentenciadora mientras se giraba y miraba a los ojos a la que fuera su amiga en el pasado.

- Pero Nick, han pasado 3 años, aún tienes sitio allí… ¿Eres feliz aquí? ¿En este…?

- En este… ¿qué? –el zorro la cortó de nuevo y la miraba de forma penetrante esperando una respuesta.

- En este… nada. Perdona. –Judy se levantó de la silla y se quedó cerca de la puerta de entrada esquivando la mirada de Nick.

- O sea, tras 3 años sin verme tienes la brillante idea de venir a criticar lo que hago y el sitio donde lo hago –Nick dejó su vaso vacío sobre la mesa y se apoyó sobre la pared– Soy feliz aquí. Aquí ayudo a la gente de verdad.

- Allí también podrías haber ayudado de verdad. Podrías haber sido detective del ZPD…

- Bueno, ya es suficiente. Pensaba que tenías buena memoria. Pensaba que recordarías que te pedí que nunca habláramos del tema ni de la comisaría ni nada que tuviera relación. –casi de forma inconsciente y algo alterada Nick volvió a servirse un poco de whisky y lo bebió sin pensárselo ni un segundo. Judy le miraba con un semblante triste.

- Nick… tú antes no bebías. Sabes que no es bueno –Judy se acercó despacio y tocó el hombro izquierdo de Nick con su mano derecha - Vuelve, por favor.

Nick cerró los ojos y dio un fuerte golpe con el vaso en la mesa. Judy apartó inmediatamente su mano. Sin dirigirle la mirada, comenzó a despedirla.

- Muy grata tu visita, pero es hora de que te marches.

- Pero…

- ¡Adiós! –el zorro gritó sin mirarla y, tras unos instantes de incómodo silencio, Judy salió de la oficina sin dirigirle ni una sola palabra más. Nick sentía la rabia correr por sus venas. Ella lo sabía todo. Ella sabía lo que pasó y aun así había vuelto para intentar convencerle.

El zorro enjuagó brevemente el vaso en el baño, apagó el ordenador y el ventilador, cerró las ventanas y echó el cierre a la oficina. Tras ese ritual, comenzó a caminar en dirección hacia su casa. Mientras andaba seguía recordando y pensando en lo que había pasado minutos antes haciendo caso omiso de la gente que recorría las calles en ese instante. La calle ya estaba bastante oscura y las farolas se iban encendiendo de forma progresiva.

Hasta esa misma mañana, Nick creía que jamás iba a volver a ver a Judy en persona de nuevo. Sin embargo, al verla aquella tarde sintió una extraña mezcla entre alegría y tristeza que no sabía describir bien. Sentía que las formas que había utilizado con ella no habían sido apropiadas, pero no lo pudo evitar.

Su piso estaba relativamente cerca de la oficina. Era algo que había acordado con Finnick. Si iban a trabajar juntos él quería que su casa estuviera lo más cerca posible del negocio. Los apartamentos Torres no destacaban en nada pero eso le gustaba a Nick. Un edificio sin nada reseñable. Una casa sencilla, con un baño sencillo y una distribución sencilla. Eso sí, con aire acondicionado. Ese era el pequeño lujo que más le gustaba a Nick en los días calurosos. Otro punto a favor es que apenas tenía vecinos así que era un lugar tranquilo durante todo el año.

Subió en el ascensor hasta la tercera planta y se dirigió a la puerta de su apartamento, la número 32. Nada más entrar en casa lo primero que hizo fue quitarse toda la ropa, dejarla tirada en el suelo de su habitación y quedarse en ropa interior. Acto seguido se puso una camiseta algo vieja para ir por casa, cogió una cerveza bien fría de la nevera de la cocina y se acomodó en el sofá. Alargó la mano al mando a distancia del aire acondicionado y lo encendió. La pequeña pantalla del mando indicaba 25 grados centígrados. Al zorro no se le ocurría una forma mejor de comenzar el fin de semana.

¿Por qué has venido…? Ya tenía asumido que no nos veríamos de nuevo. Es muy injusto que te presentes así de repente…

A pesar de todo, todo indicaba que no iba a ser un fin de semana relajado pues no se podía quitar de la cabeza la visita de Judy. Para mejorar la situación, de repente sonó el timbre de la puerta. Parecía que el universo se había puesto en su contra para que no pudiera descansar tranquilo.

¿Quién demonios…? ¿Será Finnick? No creo, ese fijo que ya está de fiesta…

- Un segundo, ya voy. –Nick se levantó del sofá con presteza y abrió la puerta.

Allí pudo ver a un oso panda de avanzada edad. No era especialmente viejo pero se le veía curtido y desgastado. Mostraba un semblante muy triste y varios tics nerviosos en sus manos.

- Disculpe, ¿es usted el señor Nicholas Wilde? –La profunda voz del oso retumbó en el rellano

- Sí, soy yo. Pero llámeme Nick. ¿Qué quiere?

- Es detective privado, ¿no es cierto?

Tras oír eso, Nick sonrió levemente mientras iba entornando más la puerta para dejar el mensaje claro al panda.

- Si, así es. Pero ya estamos a última hora de viernes y hasta el lunes nada. Además, que esta es mi casa, lo siento pero… –antes de que pudiera cerrar más la puerta el panda hizo fuerza con su mano izquierda para que Nick no la pudiera cerrar.

- Por favor, se trata de mi hijo… Ha desaparecido.

A Nick se le hizo un pequeño nudo en el estómago, los casos de desapariciones eran los que más le tocaban la fibra sensible. En los vidriosos ojos del panda pudo ver su preocupación.

- Mire, imagino que debe ser muy duro pero de verdad, mi semana ha sido horrible, pase el lunes a primera hora por la oficina y allí veremos qué podemos hacer.

- No, usted no lo entiende. Es de vital importancia encontrarlo. –el panda miró fijamente a los ojos del zorro.

- ¿Ha oído usted hablar de… –el panda miró alrededor para cerciorarse de que no hubiera nadie más alrededor. El rellano estaba completamente vacío y en silencio. A pesar de ello, bajó el volumen de su voz y acercó su cara a la abertura de la puerta.

- ¿Ha oído usted hablar de la Ciudad del Corazón Roto?

Nick frunció su entrecejo y pasó en pocos segundos del asombro a la incredulidad. Se quedó en silencio, dejó de hacer presión sobre la puerta y se llevó su mano izquierda a la barbilla. Jamás pensó que nadie le hablaría de ese lugar. No sabía cómo o qué contestar a aquella pregunta.