Disclaimer: los nombres y escenarios de Harry Potter no me pertenecen, son obra de J.K. Rowling. Intento tratarlos con el respeto que merecen, espero conseguirlo.
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Ardiente Ira
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Se queda mirando el hueco de las escaleras por las que ha desaparecido como una exhalación. Si hubiese allí una puerta, habría saltado hecha astillas. Por fortuna, tras escalar los peldaños a zancadas de a tres, el efecto del portazo ya no merece la pena, y la indefensa puerta de la habitación de los chicos se libra de un golpe inmerecido.
Todos los ojos se vuelven hacia él, pero él no tiene ojos para nadie. Sabe que hay un par que, aun estando a sus espaldas, eclipsan las miradas de todos los demás. En medio de una entrecortada inspiración, se da media vuelta para enfrentarse a la furia de melena enmarañada y superioridad irritante que está a punto, sin duda, de echarle un buen sermón. Como si tuviera humor para sermones.
En cambio, se encuentra una expresión de triste decepción y unos ojos huidizos. Después, le da la espalda y desaparece por el hueco del retrato. En la cabeza de Ron, este último gesto logra termina de desatar algo que los gritos de Harry ya habían despertado en su cabeza. Y ese algo empieza a correr por su mente como la lava de un volcán, formando ideas como teas ardientes.
Sale de escena el señor importante, el gran protagonista, el campeón de Hogwarts, ¡y ya nada más importa! —grita una voz incendiaria en su interior— ¡No es culpa mía que él siempre tenga que ser el héroe! Y si tienes algo que reprocharme, dímelo a la cara, pero...
¡No huyas!
Cuando echa a correr tras ella, sabe muy bien que debería detenerse, que si la alcanza no hará otra cosa que humillarla y hacerle llorar. Sabe que toda su frustración debería descargarla en el culpable de su enfado y no en la única persona a la que... Bien, debería dejarla marchar.
¡No! ¿Por qué corres siempre a consolarle a él y de mi te escondes? —continua hostigándole el viscoso monstruo dentro de su cabeza— ¿Por qué soy yo siempre el culpable? ¡Grítame, ódiame, golpéame si he sido un estúpido...!
—¡... pero no me dejes solo!
—¿Cómo dices?
Consigue enfocar los ojos entre un velo de húmedo escozor para ver el rostro asustado de Hermione, que le mira con preocupación. Al tomar conciencia de su propio cuerpo, nota apresada en su puño la manga de una túnica. Cuando ella trata de zafarse, Ron la sujeta por el hombro con la otra mano y le impide darse la vuelta, mientras sigue mirándola sin articular palabra.
—Ron, me haces daño —susurra ella con voz quebrada.
Por fin, la pequeña esquirla de algo indefinidamente confortable, relacionado con la presencia cercana de la muchacha, cede a la presión que aun ejerce la ira sobre los engranajes de su cerebro momentáneamente detenido. Su puño libera la presa y sus pies le alejan unos pasos mientras la precisa maquinaria activa su garganta:
—¡Déjame en paz! —media vuelta, analizando el terreno. Objetivo localizado, puerta abierta a cinco metros.
Desconecta el automático y corre a esconderse en la oscura habitación mientras la ira sigue fluyendo por todo su sistema. Al no encontrar via de escape, empieza a acumularse en sus puños cada vez más apretados. Se dirige a la pared más cercana y descarga un fuerte puñetazo, después otro, uno más. Busca una ventana, levanta el cristal y se apoya en el marco, dejando que la brisa enfríe sus mejillas.
Al fin libre, la ira brota desde sus manos alzadas y se desliza, todavía caliente, por sus brazos.
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