AMARGO PASADO Y DULCE FUTURO

I. PROLOGO

Santuario de Athena, Atenas, Grecia

Año del Nacimiento de Athena.

Templo del Patriarca

Aioros y Saga caminaron juntos, desde el templo de Piscis hasta el templo del Patriarca. Entraron a la sala del trono, hombro con hombro. Desde que habían entrado al Santuario, habían sido buenos amigos. Los dos jóvenes se arrodillaron frente al Patriarca Shion, quien se rumoraba que había sobrevivido la última guerra contra Hades, más de 200 años atrás.

-Saga de Géminis y Aioros de Sagitario, Excelencia- los anunció el guardia.

Saga se volvió hacia su amigo, y éste le sonrió de manera franca. Saga sonrió de vuelta. Los dos santos se volvieron hacia el Patriarca.

-Buenos días, Aioros, Saga- dijo Shion.

-Buenos días, Maestro- dijo Saga- ¿se puede saber porqué nos has llamado?-

Shion se puso de pie y, con un gesto, hizo que los dos jóvenes caballeros dorados se pusieran de pie también. El maestro se acercó a ellos.

-Hablaré sin rodeos- dijo Shion- como ustedes saben, Athena acaba de descender a la tierra. Y llegó el momento de designar a mi sucesor-

-¡Maestro!- exclamó Aioros- no estará pensando en morir pronto…-

-Por supuesto que no, mucho menos ahora que Athena ha descendido- dijo Shion con voz tranquila- pero como precaución, debo designar a mii sucesor-

Los dos santos dorados lo miraron, expectante.

-He decidido- dijo Shion con voz solemne- que Aioros de Sagitario será mi sucesor. El guiará al Santuario en caso de mi muerte. Ahora solo nos resta esperar a que la diosa descienda a la estatua-

Ante esta declaración, Aioros sonrió levemente, un poco orgulloso de sí mismo, y asintió. Saga, por su parte, asintió con un gesto resignado. Estaba un poco decepcionado, pero le daba gusto por su amigo. Saga sabía que no sería el sucesor del Patriarca, pero su mejor amigo lo sería y, para él, iba a ser un honor pelear bajo sus órdenes.

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Año del Nacimiento de Athena

Meses mas tarde

-No puedo creer lo que me estás contando, Saga- dijo Aioros, abriendo los ojos desmesuradamente y poniendo una mano en el hombro de su amigo. Saga se veía realmente abatido por lo que acababa de contarle a Aioros.

-Y después, cuando me iba y lo dejaba solo en Cabo Sunion, Kanon dijo que yo era malvado, y siempre lo sería- dijo Saga tristemente- no puedo evitar pensar en lo que dijo-

-Saga, no puedo imaginar lo horrible que debió ser…- dijo Aioros- si mi propio hermano hubiera hecho eso… no sé si hubiera tenido el valor de hacer lo que hiciste-

-¿No crees que soy malvado?- preguntó Saga, y Aioros sacudió la cabeza con firmeza.

-Por supuesto que no, Saga- le dijo el santo de Sagitario- el hecho que hayas hecho lo correcto, a pesar de que te causó un enorme dolor, es señal de que no eres malvado, sino todo lo contrario…-

Saga sonrió. Era bueno tener un amigo como Aioros. El santo de Sagitario le dio un amistoso codazo en las costillas.

-Hey, anímate- dijo Aioros. Saga sonrió.

-Gracias… amigo- dijo Saga, poniendo su mano en el hombro de Aioros.

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Año 5 del Nacimiento de Athena

Fundación Graude, Tokio, Japón

Mitsumasa Kido se encontraba en su estudio, pero no podía mantenerse sentado. Se había puesto de pie, dejando el escritorio y dando vueltas con inquietud. Ya habían pasado cinco años de su viaje a Grecia, y de la desafortunada muerte del caballero que se encontró en las ruinas, muy cerca del Santuario. Su único remordimiento fue el hecho de dejar al joven ahí. ¿Pudo haberlo salvado?

Desde su regreso a Japón, había comenzado inmediatamente a reclutar a todos los niños que pudiera para preparar el regreso de Athena al Santuario. Pronto los enviaría a entrenar y a conseguir sus armaduras.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por alguien que llamaba a la puerta.

-Señor, disculpe que lo moleste- dijo la voz masculina del otro lado de la puerta- pero sus socios acaban de llegar-

-Gracias, Tatsumi- dijo el señor Kido- hazlos pasar al estudio-

-¿Y los niños?- dijo Tatsumi- seguro no querrá que se mezclen con los huérfanos de la fundación-

Mitsumasa Kido frunció el entrecejo.

-Son niños, ya sean los huérfanos de la fundación, o los hijos de mis socios- dijo Kido en tono severo- pueden jugar juntos, no se fijarán-

-Pero señor- insistió Tatsumi- me temo que debo insistir en que reconsidere su decisión. A sus socios no les gustará que sus hijo se mezclen con los niños de la fundación-

Kido dejó escapar un suspiro de resignación. Sabía como eran sus socios, y reconoció que Tatsumi tenía razón.

-De acuerdo, lleva a los niños con Saori a su habitación de juegos- dijo Mitsumasa Kido- y prepara todo para la comida con los socios-

Tatsumi obedeció, dejándolo solo por unos minutos. Pero no pasó mucho tiempo cuando el señor Kido recibió a una pequeña visitante.

-¡Abuelo!- dijo la pequeña Saori, visiblemente molesta, pateando el suelo- ¿le dijiste a Tatsumi que llevara a esos niños a mi cuarto de juegos? ¿Porqué?-

Kido la miró con una sonrisa benévola.

-Porque ya es hora de que te relaciones con otros niños- dijo Mitsumasa Kido.

-Pero abuelo…- comenzó Saori.

-Pero nada, Saori- dijo su abuelo en tono que no admitía discusión- tengo asuntos importantes que atender, así que ve a jugar con ellos y sé una buena anfitriona. Ah, y deja de molestar a Lydia. La institutriz de los Castlehaven me dijo que Greta y tú la hicieron llorar la última vez. No quiero que se repita-

-No es mi culpa de que Lydia no sea una de nosotros, que sea una niña adoptada, abuelo- dijo Saori, cruzándose de brazos, claramente haciendo puchero- sabes que no merece estar con nosotros-

Mitsumasa Kido la miró. Oh, si tan solo Saori supiera de donde venía. Pero sabía que aún era demasiado pronto para decirle la verdad. Pensó que sería buena idea pedir al pequeño Julian, que para entonces tenía ya ocho años, que vigilara a los demás niños, para que no se metieran en problemas.

-Vete a jugar con tus invitados- le dijo Mitsumasa, después de una pausa de silencio- y no quiero escuchar más quejas, Saori-

Saori obedeció, enfurruñada. Ya ajustaría cuentas con esa llorona de Lydia más tarde, por haber ido a llorarle a su abuelo.

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Cuarto de juegos, Mansión Kido, Tokio, Japón

Saori y los otros niños fueron dejados por sus padres en el cuarto de juegos. La niña observó a los otros que estaban en su propio cuarto. Julian Solo y Henry Northumberland ya se habían apropiado de una de las pelotas, y jugaban con ella, lanzándola a ambos lados de la habitación. Greta Neuer, la niña más grande, de nueve años, pasaba rápidamente las hojas de una revista que Saori sabía no era apta para una niña de esa edad. Lydia Castlehaven se había sentado en una esquina de la habitación, sobre un cómodo cojín, y tenía en las manos un libro. Otros niños jugaban entre los juguetes de Saori.

-Hola, Saori- dijo Julián, dejando la pelota y a Henry, y acercándose a ella- gracias por invitarnos a jugar-

Saori puso los ojos en blanco, y no solo por la presencia de Julián. Obviamente odiaba que otros niños tomaran sus juguetes, pero sabía que con estos niños no podía ser cruel, a diferencia de los niños de la fundación. Pero sonrió. Eran sus juguetes, y ella decidiría a que iban a jugar.

-Ya que yo soy la anfitriona, yo decido que vamos a jugar- dijo Saori- y declaro que todos tienen que jugar…-

Julian y Henry se acercaron a Saori, interesados. Los otros niños también la rodeaban. Solo Lydia permaneció sentada donde se encontraba, entretenida con su libro, ignorando la llegada de Saori. Greta se levantó y se acercó a Lydia.

-¿No escuchaste a Saori, Lydia?- dijo Greta con una mirada astuta- tenemos que jugar a lo que ella quiera-

-No me apetece jugar en este momento- dijo Lydia sin voltear a verla.

-Déjala, Greta- dijo Saori- ni quien quiera jugar con una huérfana como ella. Quizá los niños de la fundación, pero nosotros no-

La aludida solo levantó los ojos de su libro, para dirigirle a Saori una mirada de desdén, ignorarla y regresar a su lectura. Saori también la ignoró, y se volvió hacia los demás para explicarles las reglas del juego. Pero Greta esbozó una sonrisa muy peculiar, y tomó a Lydia, que era mucho más pequeña que ella, por los cabellos y la hizo levantarse. El libro cayó al suelo y se cerró.

-Ay, ay, suéltame Greta- dijo Lydia, intentando hacer que la niña más grande la soltara- ¡no me jales el cabello!-

-Si Saori dijo que todos vamos a jugar, tienes que jugar tú también- dijo Greta.

Saori se sorprendió de la crueldad de Greta pero, como Lydia le caía mal, solamente atinó a reírse de ella, al igual que la mayoría de los niños. Henry iba a decir algo, pero fue Julian Solo quien se acercó a Greta e hizo que soltara los cabellos de la otra niña.

-Basta, Greta- dijo Julian, interponiéndose entre las dos niñas. Henry también se acercó a verificar que la niña estuviera bien- Lydia dijo que no quería jugar. Peor para ella, se va a aburrir. No es necesario hacer esto-

Greta se soltó de Julian, le lanzó una mirada de desdén, y se dirigió a Lydia, quien había recogido su libro y se había refugiado en una esquina de la habitación.

-Saori tiene razón, Lydia- dijo Greta, haciendo un gesto de desprecio- ni quien quiera jugar con una sucia huérfana como tú-

Y se apresuró a reunirse con Saori y los otros niños. Greta volvió a mirar a Lydia, y sonrió. Ya sabía como se vengaría de ella más tarde, y estaba segura que Saori le ayudaría.

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Año 10 del Nacimiento de Athena

Templo del Patriarca

Una joven mujer, proveniente de Rodorio, acababa de llegar al Santuario. La joven subía a paso lento, pero decidido, entre las ruinas. Estaba cubierta casi por completo por una capucha negra, de la cual solo sobresalían sus largos cabellos negros. Los guardias del Santuario la detuvieron justo en la entrada.

-Alto ahí, preciosa- dijo uno de los guardias, bloqueándole el paso- nadie puede entrar al Santuario de Athena sin la autorización del Patriarca-

La joven iba a decir algo pero Gigars, el mayordomo del gran Patriarca, los detuvo.

-¿Están tontos o qué les pasa?- dijo Gigars en voz alta, agitando su bastón en el aire- esta joven está aquí por órdenes expresas del Patriarca. ¡Cómo se atreven a detenerla!-

Los soldados se compusieron, y rápidamente presentaron sus disculpas.

-Rueguen por que el Patriarca les tenga compasión- dijo Gigars, y se volvió a la chica, haciendo una inclinación larga y exagerada- bienvenida. Por aquí, señorita…-

El mayordomo la condujo por los pasadizos de los Doce Templos, hasta llegar al templo del Patriarca. La joven mujer se encontraba cada vez mas nerviosa, pero Gigars no podía intuirlo. Finalmente llegaron a la sala del trono.

-Gran Maestro- dijo Gigars en voz alta hacia la sala aparentemente vacía- la señorita Casandra Tadros, como lo solicitó-

El cosmo del Patriarca se sintió en todo el templo.

-Muy bien, Gigars- dijo el Patriarca con voz profunda- eso será todo. Retírate inmediatamente-

Gigars obedeció, dejando sola a la joven quien, una vez que los pasos de Gigars desaparecieron, miró a su alrededor, y se quitó la capucha. Sus largos cabellos negros se vieron por fin libres de aquella capucha. Su piel, extremadamente blanca, brillaba con la luz de las antorchas, y sus profundos ojos grises parecían tener un brillo plateado con la luz proveniente del fuego.

-No sabía que te gustaba ser tan teátrico…Saga- dijo la joven, en un tono coqueto.

El joven caballero salió de entre los pilares. Traía puesta la túnica del Patriarca, así como el casco y la máscara. Una vez que estuvo cerca, se quitó la máscara y el casco, y sonrió al verla. Casandra sonrió al ver la sonrisa de Saga, sus cabellos azules y sus hermosos ojos. ¡Dioses! Era la mujer más bella del mundo, y era toda suya.

-No soy teátrico, Casy- dijo Saga, sonriendo seductivamente, sus ojos brillando de calma- pero debo mantener mi identidad en secreto, como bien lo sabes…-

La joven asintió, y quitó el casco y la máscara de manos de Saga, para ponerlos después sobre el trono de la enorme sala. Saga la observó mientras hacía esto, cruzado de brazos, con una gran sonrisa.

-¿Qué pretendes hacer, mujer?- preguntó Saga, sin dejar de sonreír con calma, siguiéndola con la mirada.

Como respuesta, Casandra dejó los objetos en el trono, y volvió a acercarse a Saga. Lo tomó de las manos con una sonrisa seductora, y después pasó sus brazos por el cuello del santo. Lo empujó contra la pared más cercana y lo besó. El joven caballero sintió la suavidad de sus labios, y el calor de su cuerpo.

-¿Qué crees, Saga?- le dijo al oído, una vez que se separaron- solo tenemos un par de horas al mes para estar juntos. Debemos aprovechar el tiempo, ¿no crees?-

-¿Casy?- dijo Saga, sonriendo y alzando sus cejas.

A manera de respuesta a lo que Saga había dicho, Casandra lo tomó de las manos de nuevo, y lo condujo hacia la habitación contigua. El santo no se resistió, y caminó tras ella hacia la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Horas más tarde

Saga abrió los ojos, tras las largas horas de sueño. Sonrió al ver dormir a su lado a esa hermosa mujer, Casandra. El joven estiró la mano, y le quitó el cabello de su rostro. Realmente era la mujer más bella de toda Grecia. Suspiró. También era la única que conocía, al menos en parte, su oscuro secreto. Sabía que él, el Patriarca, era realmente Saga, era el caballero de Géminis. No sabía que había asesinado al anterior Patriarca hacía diez años para usurpar su sitio. No sabía tampoco que había intentado asesinar a Athena, y que había mandado destruir a Aioros, el caballero que estaba destinado a ser el Patriarca, y que había salvado a Athena.

"Eso es cierto, Saga" dijo su voz maligna en su interior "ella sabe nuestra identidad. Esta chica es peligrosa… esto que haces es peligroso"

-Cállate- dijo Saga- ahora yo estoy a cargo. Y mientras yo viva, no la dañarás de ninguna manera-

"Eres un idiota, Saga", dijo su voz interior "solo te he dejado a cargo porque la chica me complacía. Pero esto ya es un peligro. Deshazte de ella, o lo haré yo"

-No voy a hacer eso…- dijo Saga.

"¿Quieres ver lo que le pasa cuando yo tome el control?", preguntó su voz interior, haciendo que el corazón de Saga diera un vuelco de pánico "sabes que le puedo hacer lo mismo que hice con el verdadero Patriarca, o con Aioros… es tu decisión"

Saga la miró, y suspiró. No podía dejar que ese ser maligno le hiciera daño. Sabía de lo que era capaz. Tenía que deshacerse de Casandra para poder salvar su vida. La vio dormir por ultima vez, y volvió a suspirar. La movió suavemente para despertarla. Ella se desperezó y bostezó.

-Buenos días, Saga- dijo ella con una enorme sonrisa.

-Casandra, tenemos que hablar- dijo Saga en tono serio.

Casandra notó el tono grave en su voz, y miró al joven, preocupada. No le había llamado "Casy", como siempre lo hacía.

-¿Qué sucede, Saga?- dijo ella.

-Tienes que irte inmediatamente… de este templo y del Santuario- dijo Saga, levantándose y volviéndose a vestir- no podemos volver a vernos nunca más. Es una orden…-

Casandra abrió los ojos desmesuradamente. Se levantó, cubriéndose solo con la sábana. Saga bajó la mirada y caminó nuevamente a la sala del trono en el templo del Patriarca.

-¿Qué estás diciendo, Saga?- dijo ella, saliendo de su sorpresa y caminando detrás de él, aún cubierta por la sábana- no puedes hacerme esto, yo te amo-

"Tienes que hacerlo, Saga", dijo la voz malvada "rómpele el corazón, o nunca se irá".

-Yo no te amo- dijo Saga en tono cortante, poniéndose el casco- solo te usé para divertirme. Ahora, si me disculpas, tengo muchas cosas que hacer. Tengo un Santuario que dirigir- se colocó la máscara- ¡Gigars!-

Mientras llegaba el mayordomo, Casandra miraba incrédula a Saga.

-Saga, por favor…- comenzó ella.

-Vístete- dijo Saga con voz grave, que no admitía discusión- Gigars no tarda en llegar-

Casandra lo miró, con sus mejillas enrojecidas de dolor y de coraje. Se metió al cuarto donde habían dormido, e hizo lo que Saga le había ordenado. Una vez que terminó de vestirse, se puso la capucha nuevamente, y salió. Gigars ya había llegado a la sala del trono, y estaba arrodillado delante de Saga.

-Tienes veinticuatro horas para salir de Rodorio, Casandra- dijo Saga, con una expresión de piedra- y si desobedeces, o de alguna manera intentas revelar los secretos que has aprendido aquí, enviaré a los caballeros dorados a Rodario y lo destruiré por completo, sin dejar vivo a un solo hombre, mujer o niño. ¿Entendiste?-

Casandra asintió, con una mirada desafiante, a pesar de tener sus ojos llenos de lágrimas.

-Gigars, no quiero a esta mujer en mi Santuario ni un minuto más- dijo Saga- escóltala inmediatamente hacia la salida-

El mayordomo asintió y, tomando a Casandra del brazo, la obligó a salir de la sala del trono. Una vez solo, Saga se quitó la máscara, respiró hondo y luchó para evitar que las lágrimas salieran de sus ojos.

-Adiós para siempre, Casy…- susurró Saga para sí mismo.

"Eres débil, Saga", dijo la voz malvada "por eso fue tan ridículamente fácil apoderarme de ti".

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Villa de Rodorio, Atenas, Grecia

Año 10 del nacimiento de Athena

El caballero de Piscis, fiel a su compromiso de cuidar y vigilar la villa de Rodorio, al igual que sus antecesores, se dirigió al pueblo, esta vez con una misión un poco más desagradable. Había sido instruido por el Patriarca que fuera a ver si no había actividad sospechosa en esa villa.

Cuando los habitantes de Rodorio vieron llegar al caballero, todos se retiraron silenciosamente de las calles y entraron a sus casas. Los pocos que se atrevieron a mirarlo, estaban llenos de miedo. Afrodita los miró, extrañado. Solo el alcalde del pueblo se acercó.

-Señor Afrodita- dijo el alcalde- ¿a qué debemos el honor?-

Afrodita dejó escapar una exclamación de escepticismo.

-Solo un asunto un poco desagradable- dijo Afrodita- el Patriarca me envió-

-Si se refiere al asunto de Casandra Tadros, ya ha sido desterrada- dijo el alcalde- como el Patriarca lo ordenó. Ella misma tomó sus cosas y se fue tan pronto como regresó de la audiencia. Desde entonces, no hemos vuelto a saber de ella-

Afrodita asintió, aliviado. No tendría que hacer la desagradable tarea que se le había después de todo.

-Gracias por eso- dijo Afrodita- la verdad no me habría gustado tener que destruir este hermoso pueblo…-

El alcalde iba a decir algo, pero lo pensó mejor. Afrodita podía adivinarlo. Sabía que, lo que se había callado, era una crítica al Patriarca del Santuario. Tampoco el santo de Piscis estaba muy de acuerdo ante la situación, pero no iba a discutir, su trabajo era obedecer.

-Muy bien- dijo Afrodita- entonces volveré al Santuario. Debo regresar al templo de Piscis-

Afrodita regresó al Santuario, aliviado de no haber tenido que destruir la hermosa villa.

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Callejón junto al hospital. Atenas, Grecia

Año 10 del nacimiento de Athena. Meses después

Esa tarde, la tormenta llevaba varias horas de haber comenzado. La chica pelirroja salió del hospital, completamente fatigada, despeinada y con manchas que parecían ser de sangre y otros líquidos corporales. Se quitó la bata que llevaba sobre su uniforme quirúrgico, y la dobló cuidadosamente para guardarla en su mochila. Llevaba casi 36 horas sin dormir, o peor, sin siquiera sentarse por más de cinco minutos. Aquellas guardias nocturnas eran completamente inhumanas. Pero ella no tenía opción: mientras no consiguiera una compañera para compartir la renta de su departamento, no podía darse el lujo de tener un horario normal.

-Así que tu eres la nueva, Sofía- dijo uno de los médicos, un chico rubio, con ojos castaños y una poblada barba, saliendo del hospital junto con ella- trabajas muy bien, chica-

-Grazie mile- dijo Sofía, esforzándose por sonreír, refugiándose bajo uno de los techos cercanos del hospital. Realmente estaba muy cansada.

-Me llamo Oskar, Oskar Laine- dijo el joven medico- yo vengo de Finlandia. Gusto en conocerte, Sofía. Buena tarde-

-Buona sera- dijo la chica pelirroja.

Sofía suspiró al verlo alejarse, abrió su paraguas para refugiarse de la lluvia y cruzó la calle, para esperar el autobús que la llevaría a su departamento. Realmente esperaba no quedarse dormida en el camino, y perder su parada, o peor… Sacudió la cabeza. No quería pensar en eso.

Bah, a pesar de lo pesada que era su vida ahora, no volvería a Italia ni por error. Sus padres la habían casi corrido de su casa, ya que tenía 25 años, y le habían advertido que no sería bienvenida nuevamente en su casa. Además, estaba su condición. Sofía hizo una mueca. Sus padres estaban hartos de ella, aunque no quisieran admitirlo. Lo cierto es que ella misma ya estaba cansada de ella, pero se había acostumbrado a que la acompañara.

Beep-beep

Sonó la alarma del aparato que estaba fijo en el pantalón de su uniforme. Hablando de su condición. Sofía sacó una manzana de su bolso y comenzó a comerla. Mejor se daba prisa en regresar a casa y comer algo decente, o iba a estar en problemas mas tarde.

Mientras esperaba el autobús, escuchó algo proveniente del callejón detrás de ella. Llanto. Alguien estaba llorando en ese callejón. ¿Algún familiar de un paciente, acaso? Curiosa y a la vez preocupada por la persona que estaba ahí, se adentró al callejón. Al fondo del mismo, protegiéndose de la lluvia con una caja de cartón, había una persona.

-¿Hola?- dijo la chica pelirroja, hablando al bulto que era la persona que estaba en el callejón- ¿estás bien?-

-Déjame…- escuchó una voz femenina, entre sollozos. Sofía se acercó más, preocupada.

-No me pidas eso- dijo Sofía, acercándose a ella y cubriéndola con su paraguas- ¿estás bien? Déjame ayudarte-

-No, no…- dijo la voz.

Sofía se acercó y se puso en cuclillas para verla mejor. Se trataba de una mujer joven, mas o menos de su edad. Tenía hermosos ojos grises, y largos cabellos negros. A diferencia de Sofía, quien tenía su cara redonda, la joven tenía su rostro alargado y hermoso. Tenía puesto el uniforme de una institución que conocía, que albergaba a jóvenes griegas que iban a Atenas a estudiar en intercambios. Y otra cosa le llamó la atención: la joven estaba embarazada, aunque parecía que faltaban un par de meses para dar a luz.

-¿Qué te pasó?- preguntó Sofía, preocupada al verla en ese estado- no es bueno que estés aquí en la lluvia, con tu condición…-

-Ellas me… me echaron- dijo la chica, llorando amargamente- yo estaba en… en la fundación Myrto. Cuando ellas… se dieron cuenta de que estaba embarazada, me echaron…-

Sofía frunció el entrecejo.

-No te preocupes- dijo Sofía- a mí ni siquiera me aceptaron, porque no soy griega y por mi…- se aclaró la garganta, y se inclinó para ayudarla a levantarse- ven, vayamos a casa, o vamos a morir las dos de una neumonía-

-¿De que hablas?- dijo la chica.

-De que están lloviendo perros y gatos- dijo Sofía, encogiéndose de hombros, como si fuera lo más natural del mundo- vamos a casa antes de que nos enfermemos las dos-

-Pero…- comenzó la chica, pero Sofía la arrastró hasta la calle, donde decidió tomar un taxi hacia su departamento. No le gustaba el aspecto de la chica: sus ropas y sus cabellos estaban totalmente empapados, y parecía que no había comido nada en todo el día.

Cuando llegaron al departamento, Sofía puso en sus manos una toalla y una pijama un poco holgada, y la acompañó a la puerta del cuarto de baño.

-Pasa, esta es el agua caliente- dijo Sofía, señalándole la regadera- mientras te bañas, te prepararé algo de comer. Quizá un poco de sopa caliente te sentaría bien-

-¿Porqué…?- comenzó a preguntar la chica, confundida de que una completa extraña le ofreciera tanta ayuda y simpatía.

-Porque la criatura necesita que comas para crecer bien- dijo Sofía, sonriendo, como si aquello fuera obvio- me llamo Sofía Lombardi. ¿Tú como te llamas?-

-Casandra- dijo la chica de cabellos negros- Casandra Tadros- sonrió levemente, un poco aliviada- gracias por todo, Sofía-

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CONTINUARÁ.

¡Hola a todos! Espero que les haya hecho interesante esta introducción. Como había dicho anteriormente, esta historia se tratará de Saga y Aioros, y es una secuela de "El Manuscrito Perdido".

Nos leemos pronto.

Abby L.