Capítulo 1
-Un nuevo comienzo-
Han pasado 6 años desde que Zim se fue de la Tierra a la edad de 16 años irkens, dejando atrás toda prueba de su existencia en el planeta: su lugar de base, algunas armas oxidadas e inservibles, muchos recuerdos y a personas que decidió apartar en el escondite más escabroso de su mente. Antes de partir, investigó algunos planetas que no estuviesen habitados por individuos hostiles que pudiesen causarle molestias, la razón de esto, fue el descubrir la verdad que se ocultaba tras su supuesta misión invasora al planeta en cuestión.
Algunos meses antes de irse, decidió informar a sus Más Altos sobre su decisión, dándoles la excusa de que la Tierra en realidad era un planeta inútil con criaturas estúpidas y para nada desarrolladas; no les servirían ni para traerles los snacks que ellos tanto amaban comer. Púrpura y Rojo se miraron entre ellos luego de escuchar semejante monólogo por parte de Zim, para luego reírse sin control mientras los irkens tras de ellos les observaban con consternación.
Aun jadeando por el fuerte ataque de risa, los Más Altos confesaron a Zim la pequeña trampa que le habían tendido años atrás. Relataron el modo en que se sintieron ofendidos y avergonzados de ver llegar a Zim al evento que prepararon para revelar los detalles de Ruina Inevitable II, como fue que pensaron que mandándolo a un planeta inhóspito moriría abandonado o calcinado, dándole completo detalle de su desprecio hacia él. Zim era solo un error dentro de los parámetros y programas que poseían tanto la raza Irken como la Inmensa. El de tez verde, en un solo instante, sintió lo que era perder todo: la dignidad, el respeto, la lealtad, su raza, su propio planeta…
Los Más Altos cortaron la transmisión luego de confesar su artimaña, amenazando a Zim con el ultimátum de que si volvía a intentar siquiera la conquista de un planeta, ellos mismos se encargarían de encontrarle y hacerle morir como un verdadero "invasor". Dejándose llevar por esta amenaza y la rabia y decepción hacia sus ex -líderes, Zim abandonó la Tierra y viajó hasta un planeta llamado Alhome, el cual según el radar del invasor decía no tener criaturas hostiles y un clima y erosión más o menos habitables.
La casa que logró plantar en aquel planeta extraño era bastante grande y cómoda, lo suficiente como para mantener a un Irken fuera de toda queja. Dentro de ella solo habitaban él, su unidad SIR G.I.R., y un pequeño robot de nombre Mini-Alce. Los primeros días marcharon mal. Zim aún se sentía resentido sobre el reciente descubrimiento de su falsa misión y el no poder mover con facilidad los haces que le permitieran seguir investigando planetas para invadir sin dar señales sospechosas a los Más Altos. Por mucho tiempo Zim intentó pensar en que su código aun no era borrado de la memoria del Gran Cerebro y la Inmensa porque sus Altos aun lo consideraban útil o en algún momento se arrepentirían de haberlo exiliado, concentrándose solo en su aun sobrepuesta lealtad hacia el imperio; era frustrante pensar en que aún estaba dentro de esos parámetros solo para ser vigilado de cerca. Aun así, el de tez verde supo ocultar bien sus huellas, desviando la atención de los Altos por un tiempo que aún estaba vigente.
Pasaron los años y su resentimiento se había apaciguado hasta casi desaparecer, pero su lealtad aún seguía en pie. Si algo nunca le quitarían sus ex-líderes, eran sus ideales para ser un invasor. Sin embargo, a lo largo de todo ese tiempo investigando y rastreando planetas por la galaxia entera, había una cosa más que lograba ocupar la mente de Zim prolongadamente; allá en el planeta donde residió tanto tiempo, había alguien a quien jamás podría olvidar ni en mil eones. Era un ser humano excepcional, una hormiga dentro de un hormiguero plagado por residentes mediocres y sin cerebro que merecían cosas peores que una lenta y dolorosa muerte, un ser que a pesar de su soledad e incomprensión jamás se dio por vencido en su meta por descubrirlo ante una comunidad de científicos prestigiados. Aquella bestia con ropas negras y cabello extraño, tenía por nombre Dib Membrana.
Zim solía pensar en Dib de vez en cuando cada vez que encontraba un planeta con altas posibilidades de ser conquistado, le traía recuerdos que a veces prefería esconder debajo de una piedra. El humano, sin embargo, le hizo vivir muchas experiencias que marcaron su vida de muchas maneras, tanto negativa como positivamente; lo desconcertante era que habiendo sido némesis por tantos años, el de tez verde solo veía esas experiencias desde un punto de vista positivo. Esto lograba alterarlo al punto de querer que Dib apareciese solo para poder gritarle y reclamarle el ocupar su cabeza siempre que estaba ocupado.
Estos pensamientos y recuerdos se hicieron más frecuentes al paso del tiempo, nada podía alejarlos. El invasor comenzaba a sentirse atosigado por esta situación, todos aquellos recuerdos lo hacían sentir cosas inexplicables que hacían que su PAK le mandara pequeños choques eléctricos indicando que alguna falla estaba irrumpiendo en su cerebro y cuerpo. Creyendo que estaba `por volverse loco de atar, Zim decidió encargar al Planeta de los Envíos un mapa de localización Irken, usando un nombre y códigos falsos para hacerse pasar por cualquier otro integrante del imperio. Una vez que el paquete llegara, tendría mejores cosas que hacer que solo pensar en ese estúpido humano que lo hacía perder los estribos incluso sin estar ahí.
Días después, un pequeño dron con apariencia de cartero se presentó ante la residencia de Zim con un paquete del tamaño de un conejo macho terrestre. El sonido del timbre no se hizo esperar y G.I.R. salió como bala sin aviso para recibir la entrega, para después cerrar la puerta en las narices del dron con un gran estruendo. La pequeña unidad salió despedida por toda la casa hasta llegar al laboratorio en donde su amo estaba trabajando en nuevas armas de destrucción masiva y letal.
-¡Amo! ¡Amo! ¡Ha llegado su paquete!- confirmó el pequeño robot dando saltos sin control frente a Zim.
-¡Finalmente! ¡He estado días esperando por el! Y bien, ¿Qué esperas? Dámelo- contestó el invasor con una sonrisa de triunfo en el rostro.
-¿Darle qué?- preguntó G.I.R. con una cara de completa inocencia y confusión, a lo cual Zim respondió- El paquete, G.I.R.-
-¿Qué paquete?-
-¡El que traes en tus manos, por Irk!- dijo el de tez verde a punto de perder los estribos.
-Ah. Oh, sí. ¡Amo, ha llegado su paquete!- exclamo la unidad con una radiante sonrisa en su rostro metálico.
Zim palmeó su cara con gesto de fastidio al tiempo que extendía una mano para que el robot le diera su esperado e importante paquete.
-Como sea, dámelo de una vez- G.I.R. extendió sus brazos para colocar el paquete sobre las manos de su amo para luego salir corriendo como un psicótico fuera del laboratorio.
-Finalmente ha llegado. ¡Por fin podré hacerme con la ubicacio0n de cada planeta en el universo y así ver cual sufrirá la ira del gran y poderoso Zim!- gritó el alíen completamente orgulloso de la entrega que tenía entre sus brazos.- Y alguna vez visitar a Skoodge en Blorch, si es que aun esta con vida.
Zim colocó el paquete sobre su mesa de trabajo para abrirlo con cuidado. Una vez que la caja estuvo abierta, el invasor tomó el artefacto y lo puso sobre un atril que se encontraba frente a una pared que asemejaba un pizarrón para proyecciones, casi como ver películas al estilo antiguo. La pequeña máquina tenía un color grisáceo que relucía al más mínimo contacto con la luz, poseía cerca de cinco botones a lo largo de toda su parte inferior que brillaban con colores magenta y rojizo indicando que el aparato estaba encendido. Este tenía una forma diamantada y cabía perfectamente dentro de un bolsillo común en la ropa de cualquiera, a pesar de estar diseñado solo para entrar dentro del PAK de un Irken.
El de tez verde contempló la maquina durante unos momentos antes de apretar el botón más grande de la misma. Al hacerlo, un pequeño agujero se abrió en la parte superior de la máquina, dejando salir una especie de lente reducido que al hacer un pitido agudo desplegó una inmensa imagen en cuarta dimensión de cientos de miles de planetas pertenecientes a galaxias cercanas del planeta donde Zim residía actualmente, llenando por completo las cuatro paredes del recinto en donde estaban el aparato y el invasor.
-Esto será interesante…- dijo Zim sonriendo para sus adentros y mirando alrededor de la habitación como si estuviese viendo la octava maravilla de Irk.
Las horas pasaron mientras Zim se concentraba en escribir y trazar mapas para llegar más fácilmente a los planetas que quería conquistar, siempre teniendo en cuenta que debía desviar la atención de los radares de la Inmensa de su verdadera posición. El ocaso se acercaba cada vez más a Alhome, anunciando al invasor que ya era hora de tomar un descanso y entrar en modo fuera de línea. Zim suspiró presionando nuevamente el botón que antes hizo encender la máquina y que ahora la había apagado.
-¡G.I.R., ven acá!- ordenó Zim de manera estruendosa a su unidad SIR.
-¡Si, amo!- dijo la unidad una vez que su presencia invadió la estancia y sus ojos se tornaron de un color rojo de obediencia.
-Lleva el mapa a la bodega del laboratorio y guárdalo en un lugar seguro. Esta cosa es muy frágil y si se rompe no podré hacer valer la garantía…claro, en caso de que tenga una-
-Oh, ¿tenemos bodega, amo?- preguntó G.I.R. una vez que sus ojos recobraron su familiar color celeste brillante.
-Sí, G.I.R., tenemos bodega.- respondió el alíen con fingida paciencia mientras el robot lo veía con una expresión aún más confundida.- Y amo, ¿Qué es una bodega?-
-A ver si así entiendes. Llévalo al lugar en donde sueles juagar a la fiesta del té con Mini-Alce y ponlo en un lugar en donde se vea bonito ¿Captas?- dijo Zim rodando los ojos de manera casi dramática.
-Oh, ¡Si, mi amo!- gritó el robot tomando con entusiasmo cuidadoso el aparato que estaba sobre el atril. Más rápido de lo que Zim habría esperado, la unidad abandonó el laboratorio sin apenas dejar un rastro de humo con sus propulsores.
-Teniendo una SIR así, no habría sido necesario morir calcinado por culpa de algún planeta hostil…- pensó en voz alta el de tez verde mientras se dirigía a la habitación que había dispuesto para recargar su PAK y entrar en estado fuera de línea.
G.I.R. voló hasta llegar a la bodega del laboratorio con el paquete en brazos. El lugar estaba en calma y solo se oía el traqueteo de los pies metálicos del robot al impactar contra el piso. La unidad miró en todas direcciones con rapidez intentando estudiar el perímetro, de este modo sabría cuál era el lugar más indicado para colocar el paquete y que este no sufriera ninguna especie de daño.
-¿Dónde debería dejar esta cosa…?- no pasó un lapso de tiempo muy largo hasta que los ojos celestes de G.I.R. se toparan con un objeto que formaba parte de la pared del lugar. Esta tenía una forma circular de un color negro-plata, con muchos botones y códigos en idioma Irken que se encontraban justo a su lado. Sobre ella, fijada a la pared cual TV de plasma, se encontraba una pantalla aparentemente desactivada.
-¡Lo tengo! Lo dejaré encima de esta cosa y así se verá bonito.- exclamó el robot con una sonrisa traviesa en su rostro.- Aunque, presiento que se me olvida el nombre de esta cosa… ¿Cómo se llamaba? ¿Costilla, rosquilla, cosquilla…? ¡Bah! No lo recuerdo je…-
Despreocupadamente, la unidad dejó el objeto sobre la entrada de la escotilla y salió felizmente de la bodega, avisando a gritos a Mini-Alce que la hora del té comenzaría pronto. Una vez que la casa estuvo por completo a oscuras y la vajilla del té hubiese sido lavada, la tranquilidad de la bodega se vio perturbada por la indeseada visita de una criatura extraña y agresiva. La rata abrió sus oscuros y penetrantes ojos buscando algo con que alimentarse mientras andaba tranquilamente por el lugar. Su pelaje era de un color pardo y sucio, que aparentaba tener la consistencia de algo afilado, sus patas delanteras y traseras estaban provistas de unas enormes y puntiagudas garras capaces de desmembrar a alguien de solo un par de zarpazos.
Después de haberse comido con rapidez las pocas migajas que manchaban el suelo de la bodega, la rata divisó el panel al cual estaba unida la escotilla. Con movimientos pesados y lentos, la criatura posó su cansado y satisfecho cuerpo sobre los controles del panel, presionando sin querer el botón que dirigía y enviaba las coordenadas de expulsión a las compuertas de la escotilla. Con un sonoro pitido, las compuertas de la escotilla se abrieron dejando entrar el denso y frio aire espacial, haciendo que la rata despertara de su apresurado sueño y saliera corriendo despavorida hacia el agujero por el que entró a la bodega.
Mucho antes de que la rata siquiera pensase en correr, el mapa de localización salió volando por las compuertas abiertas de la escotilla, viajando a través de la nada espacial mientras continuas ráfagas estelares la transportaban hacia su ya programado destino.
Horas después, cuando el amanecer alcanzó los confines de Alhome, la unidad de recarga de energía del PAK de Zim se desconectó del mismo dando por finalizado el estado fuera de línea. El irken abrió sus brillantes y aun somnolientos ojos magenta rojizos y se levantó de su "cama" para comenzar con un nuevo día de planeación para invadir planetas lejanos.
-Debería considerar apagar los sensores de movimiento y sonido de G.I.R., no para de levantarse como un sonámbulo para abrirle la puerta a los repartidores de pizza.- El invasor bosteza con lentitud y se dirige al contenedor que almacena sus ropajes de diario.- Quizá sea tiempo de reprogramarlo para que olvide todo lo que vivimos allá…-
Pensando en esto, Zim se quita su típico traje de invasor para probar un estilo diferente que lo distinga de todos aquellos irkens que rechazaron su existencia; si bien aún conservaba sus ideales y su lealtad, no tenía por qué seguir ninguna regla de "etiqueta" que le impidiera variar su estilo. Descolocándose su PAK, el de tez verde toma lo que sería el equivalente a una playera en la Tierra de un tono magenta como el de su uniforme, un chaleco sencillo de color negro con bordes grises en el final de este, unas botas negras con incrustaciones metálicas que las hacían lucir más pesadas de lo que en realidad eran y finalmente un collar de extensión ajustable con un símbolo irken a modo de colguije; no dejó de lado sus típicos guantes ni las características mallas con las que siempre se vestía.
Zim bajó sin prisa a la bodega del laboratorio para continuar utilizando el mapa que había adquirido ayer, apenas podía aguantar la emoción de tener el artefacto entre sus garras y así poder soñar con miles de conquistas mientras tuviese sus ojos abiertos. Al llegar no logró ver rastro alguno del mapa en cuestión. Preocupado, comenzó a mover decenas de cajas y herramientas olvidadas tratando de dar con su paradero. Al parecer G.I.R. hizo un buen trabajo poniéndolo a salvo, pero no tenía por qué esconderlo.
Mientras buscaba entre las muchas cajas que ahora estaban desperdigadas por el piso, encontró unos colmillos de vampiro falsos que reconoció inmediatamente. Sin pensarlo, un recuerdo cristalino como agua rozó su mente y sus sentidos, haciéndole fruncir el ceño y tomar con curiosidad el disfraz incompleto.
Era una tradición extraña allá en la Tierra el vestirse de criaturas extrañas para salir a pedir montones de azucares y grasas compactadas en pequeñas cosas que los humanos llamaban dulces. Para Zim, aquellas larvas humanas lucían aterradoras y dominaban las calles cual bestias salvajes la Noche del Día de Brujas, pero para parecer un niño más normal, se veía en la necesidad de imitar las costumbres de ese día, no sin sentir algo de miedo y desagrado.
-¡Por Saturno, Zim! ¡Sal de una vez de mi casillero! ¡Me romperás los apuntes!- discutió el humano al ver que el alíen llevaba más de una hora ahí dentro.- ¿Cuántas veces debo decirte que no te harán nada un montón de niños disfrazados? Además, ¿Por qué tienes que esconderte en mi casillero?-
-¡Fácil para ti decirlo! ¡También eres una larva revoltosa que solo quiere molestar a Zim! Y me escon…digo, me protejo en tu casillero porque nadie con media masa cerebral se atrevería a meter mano en este lugar.- Zim comenzó a tensarse ante la queja del humano, él no sabía nada sobre esos monstruos que formaban parte de su especie ahí en la Tierra.
-Intentaré no tomar eso como una ofensa muy grave.- El humano abre la puerta de su casillero con cuidado de no exaltar más al irken.- Ahora, ¿quisieras salir de ahí? La noche está terminando y si sigues así no podré recoger ningún dulce.-
-¡No pienso salir, Dib-humano! ¡En cuanto salga esos zombis-come dulces me atraparán! Y si tanto quieres ir por esas masas amorfas que ustedes comen, por mi puedes irte.- Sin esperar respuesta de Dib, Zim cierra la puerta del casillero con un gran estruendo.
-Te comportas como un marica. No creí que le tendrías tanto miedo a un par de niñitos con disfraces.- Dib suspira con fingida resignación y ve de reojo la puerta de su casillero mientras camina con paso lento hacia la salida.
-¡Zim no le teme a nada ni es ningún marica!- Enfurecido, el invasor salió de su improvisado escondite para encarar al humano que ahora estaba de espaldas a él.
Dib voltea con ligereza su cuerpo y ve de soslayo al irken tras de sí. Con media sonrisa y un aire de diversión en el rostro, da media vuelta y contempla a Zim con sus cálidos ojos ambarinos.
-Bien, si eres tan valiente como dices, ven a pedir dulces conmigo.- El azabache pasa por alto el ceño fruncido de Zim al terminar de hablar.- Y antes de que digas lo que sé que dirás, te repetiré por última vez que son sólo niños con disfraz. No te harán ningún daño.-
-Pero… ¿Cómo sabes que estaré a salvo? ¿Siquiera debería importarte lo que le pase a Zim?- El invasor posa sus falsos ojos color azul sobre los ambarinos de Dib mientras este intenta buscar las palabras que necesita para que el irken se sienta más seguro.
-Por qué estarás conmigo ¿Sí? Prefiero mil veces tenerte vigilado a tener que seguir preocupándome de que un alíen está dentro de mi casillero.- Dib siente como un ligero calor inunda su cara, pero deja de darle importancia mientras aun ve con intensidad a ese invasor tan testarudo.
Con una expresión confundida, Zim intenta procesar las recién dichas palabras del humano. Era poco usual que Dib se ofreciese a ayudarle con cualquier cosa, fuera esta o no algo de gravedad. Siendo enemigos, el ayudarse era parecido a violar una ley que hubiese sido impuesta desde los inicios del mundo. Sin retirar su vista del humano frente de sí, el irken decide pasar por alto esta ley inquebrantable y acepta el ofrecimiento de Dib.
-Bien entonces, ¿qué estamos esperando? Apuesto a que puedo conseguir más de esas cosas grasientas que tú, Dib-cosa.- Zim mira al azabache con una expresión de orgullo y diversión oculta tras una sonrisa que aparentaba ser más que solo egocéntrica.
Pasando por alto el creciente ardor en sus mejillas, Dib toma la muñeca de Zim con una sonrisa retadora y lo saca a rastras de los recintos escolares para ingresar en las concurridas calles de aquella extraña ciudad. A pesar de la competición y luego la posterior pelea con el humano, el irken sonríe con cierta nostalgia al terminar de recordar una de las noches más entretenidas de su vida alienígena.
Dejando un poco de lado su creciente ansiedad por la ausencia repentina de su entrega, Zim decide acercarse un poco a lo que parece ser una pared cualquiera, mientras recita algunos comandos en su idioma natal. Como resultado, la pared da la impresión de deshacerse en medio de un millón de partículas dejando al descubierto una ventana oculta, que a través de su lucidez y brillo, deja contemplar un panorama espacial de lo más relajante y hermoso que ni el ojo humano más curioso ha tenido la oportunidad de descubrir.
Mientras mira el exterior, otro recuerdo asalta su mente sin darle tiempo a suprimirlo o hacerlo trizas en medio de sus planes de conquista. El irken observa el horizonte de Alhome mientras se deja consumir por su subconsciente de manera abrumadora.
La noche había llegado y el jardín a las afueras de la ciudad estaba en extraña calma. Esa noche la luna salió como de costumbre, pero las estrellas prefirieron mantenerse ocultas ante la vista de aquel humano que miraba el cielo como si de pronto este estuviese en llamas.
-No puedo creer que de verdad seas tan…idiota.- Dib dejó salir su frustración mediante un insulto meditado.
El irken que aún estaba arreglando los ajustes de su Voot, se voltea lleno de tensión en sus brazos y pecho, dejando caer estrepitosamente sus herramientas al piso de su nave.
-¿A qué se debe tu ofensa, Dib-bestia? ¿No era esto lo que siempre deseaste? ¡Ya se te ha hecho, larva humana! ¡Me largo de tu inútil planeta!- Zim bajó de su Voot exaltado como pocas veces había estado en su vida.- Ahora podrás seguir con tu existencia sin la presencia de Zim, ¿no es eso lo que ustedes criaturas inferiores llamarían "un peso menos en los hombros"?-
-Te equivocas, es decir, era lo que quería pero…ya no lo deseo más.- dice Dib mientras se acerca con lentitud al alíen que lo miraba echando humo.- Supongo que estos años en realidad no han sido tan malos…-
Zim entorna los ojos suavemente intentando interpretar el mensaje oculto que el humano quería dar con sus palabras, pero no tuvo ningún éxito en descifrarlo. Mientras el rostro del azabache se mantenía aparentemente inexpresivo, el pecho del invasor comenzó a sofocarlo con decisión, dándole retortijones extras en su squeddly-spooch.
-… ¿Qué acabas de decir?- dijo Zim casi en un susurro al sentir los penetrantes ojos ambarinos del humano nuevamente sobre él.
-Intento decir que a pesar de todo, quizá no quiera que te vayas…al menos, no permanentemente.- responde el azabache mientras se ajusta sus gafas.- Pero, si esta es tu decisión final, te apoyo.-
De su parte, era la primera vez que Dib lograba expresar sus emociones sin la necesidad de sentirse como un completo friki asocial. Desde la muerte de su madre, no había sido capaz de controlar las muchas emociones que se acumulaban en su interior, y debido a la constante ausencia de su padre y a la antipatía de su hermana menor Gaz, decidió que suprimir sus emociones era la idea más acertada para no dañar a nadie o parecer como un idiota. Sin embargo, desde la llegada del alíen, esa situación había dado un giro de 360 grados. Zim fue el único ser vivo que llegó a notar su existencia, y de igual modo, era el único que lograba sacarlo de sus casillas y al mismo tiempo hacerle estar siempre atento a su alrededor. Por eso, cuando decidió ir a hacerle una visita sorpresa y descubrió que su base había desaparecido, corrió como un desesperado por toda la ciudad hasta llegar al jardín que su radar indicaba tenía señales irken.
Con fingido pesar, Dib levantó una mano extendiéndola hacia el alíen con un aire de tristeza oculta.
-Zim, solo quiero decirte que fue un placer y toda una aterradora experiencia el haberte conocido. Ser tu némesis por tantos años fue divertido en cierto modo, jamás olvidaré que alguna vez pisaste la Tierra.- El irken miraba al humano con extrañeza ante sus suaves pero pesadas palabras, sin dejar de preguntarse qué clase de ritual humano era aquel monólogo.- Espero tengas suerte en lo que planees hacer.-
Zim miró a Dib con una expresión neutra y expectante. Todo lo que podía descifrar en aquel mensaje recién dado por el humano reflejaba el síntoma que las personas entendían como el perder a alguien, es decir, extrañar a alguien. Con algunas dudas aun rondando en su cabeza, el de tez verde estrecha la mano del de ojos color ámbar y le responde con un simple pero marcado "gracias".
El cielo miraba apaciblemente aquella extraña pero memorable escena que quizá jamás volvería a repetirse en muchos años terrestres. Un humano y un alíen que una vez fueron enemigos mortales, ahora se despedían cordialmente el uno del otro, como si la ausencia de uno fuese la destrucción del otro. Un calor como fuego recorrió el brazo de Dib hasta llegar a la muñeca que conformaba la mano que Zim aún estaba sosteniendo. Pocas veces tendría la oportunidad de sentir sensaciones tan extrañas como aquella, de modo que arriesgó su cuello y aventuró a sus brazos a realizar lo que podría ser su última acción.
-¿Qué…?- Zim se quedó estático al sentir los brazos del humano rodear sus hombros con suavidad innecesaria. Parecía que el humano tuviese miedo de abrazarlo. Pero era aún más terrorífico y extraño el hecho de que esa acción por parte del azabache no le causase náusea alguna. Quizá incomodidad, pero no la suficiente como para infundirle el valor de apartarlo.
-Solo…prométeme que no morirás tan pronto. El espacio es grande y…- tartamudeó Dib. No entendía ese nuevo estado de ansiedad que de repente lo estaba atacando, de modo que respiró con discreción para intentar calmarse.- Cuídate, ¿sí?-
-Zim sabe cuidarse, larva humana.- El de tez verde correspondió con timidez el abrazo del humano mientras pronunciaba esas palabras.- Tú…también cuídate, Dib.-
Una sensación de pérdida y tristeza afloraron en los ojos del humano al escuchar su nombre salir de los labios de Zim sin ningún apodo antes o después. Con fuerza, miró una vez más al cielo y después al Voot que se encontraba frente a él; sus brazos aún estaban aferrados al cuerpo del irken e igualmente los brazos de éste aprisionaban su espalda, arrugando su gabardina negra.
Con un seco movimiento, ambos rompieron la unión sin dejar de mirarse a los ojos con intensidad. La luna en el cielo, indiscreta ante el comportamiento de ambos seres, dejó que su luz se volviese más resplandeciente, dictando así el toque de queda que indicaba que todo había terminado y el viaje de Zim debía comenzar. Alíen y humano se miraron una vez más a través del gran cristal del crucero Voot, despidiéndose con un simple ademán de manos antes de que la nave de Zim fuese tragada por la abismal negrura del espacio exterior.
El tiempo prescrito para la duración del desbloqueo de la ventana había expirado, y esta estaba cubierta nuevamente por esa gruesa capa de partículas que conformaban la pared del recinto. El invasor aún mantenía su vista en el punto que hace tan solo unos momentos era el horizonte de Alhome, dejando que sus pensamientos invadiesen su cerebro sin compasión. Fue realmente difícil el aceptar que el humano ya no estaría ahí para detenerlo, pero logró manejarlo de la mejor manera posible: planeando conquistas planetarias.
En un instante, recordó la razón de su ida a la bodega del laboratorio y centró de nuevo la atención en encontrar su mapa. La bodega quedó reducida a un lugar desordenado y lleno de chatarra esparcida por todas partes luego de la búsqueda interminable de Zim. Viendo entonces que su mapa no aparecía, toda la paciencia del de tez verde quedó hecha trizas.
-¡G.I.R., ven acá en este instante!- ordenó Zim con una voz tan fuerte que hizo retumbar la estancia entera. Apenas terminadas de pronunciar estas palabras, la unidad SIR se hizo presente en la bodega.
-¿Ocurre algo, amo?-
-¿¡Dónde rayos dejaste el mapa que te dije que guardaras!?- exclamó el invasor con una vena completamente visible surcándole la frente.
-Ah, esa cosa. La dejé por allá.- El pequeño robot dirigió su brazo al lugar exacto en donde había estado el paquete apenas ayer en la noche. Zim se acercó con rapidez al lugar que G.I.R. estaba señalando y su enojo fue tal que incluso sus antenas se irguieron de manera amenazante.
-¿¡Lo dejaste sobre la escotilla de escape!? ¡¿Cómo se te ocurre?! ¡Seguramente ahora está en alguna parte del espacio o en alguna otra galaxia! ¿! Te das cuenta de lo qué has hecho!?- gritó Zim hecho una completa furia. La pequeña unidad solo temblaba y su labio robótico comenzó a temblar dando señales de que estaba reteniendo el llanto.
Al ver esto, el irken suspira y decide calmarse un poco. Con un quejido que aclaró su garganta irritada por los gritos, Zim miró al robot con más calma que antes.
-Bien, veo que has comprendido tu error. Es una gran fortuna para ti que esta escotilla cuente con un registro de lanzamiento y una memoria de comando.- Seguido de G.I.R., Zim se dirige de nuevo a la escotilla y teclea algunos códigos antes de dar su siguiente orden.- Computadora, revisa las coordenadas y la hora del último lanzamiento.-
-Último lanzamiento a las cero horas. Coordenadas 98, 76, 69.- La piel del invasor se erizó al escuchar lo dicho por la computadora central.
-Confirma el nombre del Planeta destino.-
-Confirmando…- El aparato emite un sonido prolongado pero de bajo volumen mientras relee los registros planetarios de su disco duro.- Confirmación realizada exitosamente. Planeta destino: Tierra.-
Una fuerte sensación de vértigo aturdió por completo los sentidos de Zim, dejándolo pasmado frente a la pantalla que acababa de confirmarle lo que más temía. Su mapa de localización ahora estaba camino a la Tierra o quizá ya habría arribado a su destino. Miles de recuerdos y pensamientos atosigaron su mente cual huracán. En cualquier otra situación, si aún formase parte crucial del imperio Irken, podría permitirse el costear otro mapa como aquel, pero dada su estabilidad económica y el riesgo que su seguridad corría al intentar ordenar otro mapa igual a ese, no podía hacer nada. La única solución aparente, era ir a la Tierra, y traer de vuelta su mapa.
Sabiendo el riesgo que su entrega corría en aquel planeta, Zim dio media vuelta para dirigirse al lugar que funcionaba como centro de energía de su ya desgastado crucero Voot. La unidad SIR, que iba detrás de su amo, contempló con extrañeza los toscos y apresurados movimientos del invasor al intentar encender el Voot.
-Amo, ¿acaso planea salir? ¿A dónde iremos?- preguntó G.I.R. con su cara ladeada por la inocencia.
-Lo descubrirás pronto…- respondió Zim casi para sí mismo una vez que se aseguró de que el Voot estaba en buenas condiciones para viajar por el espacio y traspasar la atmósfera de la Tierra.- Computadora, llena los tanques de combustible, ajusta una vez más los propulsores internos y externos y fija las coordenadas para el vuelo.-
-Enseguida.- Cables se desprendieron de las paredes contiguas al Voot que se pegaron a las partes inferiores de este, cumpliendo secamente con las demandas de Zim.- ¿Qué destino fijará, amo?-
Una imagen de cierto humano de ojos ambarinos cruzó la mente del invasor en ese mismo segundo, dejándolo con las palabras en la boca al no sentirse capaz de pronunciarlas como era debido. Una casi invisible sonrisa se dibujó en la expresión del irken para después convertirse en una mueca de fingido hastío.
-Destino, planeta Tierra.-
Continuará…
