Aclaración: La historia es de mi autoría. Solo los personajes de Candy Candy pertenecen a Kyoko Mizuki.


Acá vengo con una nueva adaptación. Tuve que cambiar algunos apellidos para adaptarlos con la historia…

Espero que les guste!


Capítulo 1

La bella Candice Waitzman conducía su Corvette rojo descapotable por la carretera de vuelta a Lakewood, su pueblo natal. Había pasado las últimas dos semanas en Boston mientras asistía a un congreso de joyeros al cual había sido invitada.

Estaba tan ansiosa por llegar a su casa que no prestó atención a los límites de velocidad, y no le quedó más remedio que orillarse cuando una patrulla de policía le indico que lo hiciera. Resopló con fastidio cuando un oficial de cabello negro corto que llevaba puestas unas gafas Ray Ban aviador salió de la patrulla y se dirigió a ella. Afortunadamente, Candy sabía perfectamente cómo lidiar con ese tipo de problemas.

Cuando el oficial se apoyó sobre la puerta del vehículo, Candy se quitó sus gafas de sol y le dedicó una radiante sonrisa. Ningún hombre podía resistirse a esos ojos verdes felinos.

- ¿Ocurre algo oficial? – Le preguntó con inocencia. Sus rizos dorados ondeaban con el viento, lo cual hacía de ese episodio una escena de cine en vez de lo que realmente era.

- Usted iba a 260 kilómetros por hora – Le dijo el hombre con voz dura – Necesitaré su permiso de conducir.

- No tengo – Le responde ella.

- ¿Los papeles del vehículo?

- El auto es robado – Candy continuaba sonriendo, y el oficial no lo comprendía.

- ¿Me deja ver su guantera?

- No – Vuelve a responder Candy – Tengo una pistola.

- Abra su maletero – Le exigió, perdiendo los nervios.

- Es que llevo tres muertos.

El oficial estaba atónito por lo que acababa de escuchar y no sabía qué hacer, así que tomó su handie y llamó a su superior, quien solo tardó cinco minutos en llegar al lugar.

- Su permiso de conducir, por favor – Le pidió el hombre mayor.

Candy sonrió con amabilidad, tomó su bolso y le entregó su credencial y los papeles del auto al hombre.

- Tenga, son estos – El oficial tomó los documentos y los observó.

- ¿Me deja ver su guantera?

- Sí, mire – Candy se inclinó y abrió la guantera – Tengo las luces.

- ¿Puede abrir su maletero?

- Claro – Candy salió del vehículo y se dirigió a la parte trasera seguida por los dos oficiales. Abrió el maletero y les enseño lo que había dentro – Tengo los triángulos y todo lo obligatorio.

Candy volvió a cerrar el maletero y volvió a sonreír a los hombres.

- Pero si el oficial me ha dicho que no tenía documentación, que no tenía los papeles, que llevaba una pistola, y que llevaba tres muertos en el maletero – Le explicó el hombre mayor mirando acusadoramente al oficial que estaba al lado suyo.

- ¿Y también le habrá dicho que iba a 260 kilómetros por hora?

Candy rió angelicalmente mientras que el hombre mayor lanzaba una mirada furiosa sobre el pobre oficial cuyo único pecado había sido encontrarse con Candice Waitzman.

- Puede ir tranquila señorita – Le dijo el policía – Me aseguraré de que esto no vuelva a ocurrir.

Candy lo saludó con cordialidad y volvió a subir a su Corvette. No era la primera vez que recurría a esas estrategias para evitar una multa, aunque estaba segura que sus padres la castigarían si se enterasen de ello. No importaba que tuviera 24 años, Abraham y Rebecca habían puesto mucho esmero en la educación de sus dos hijos y no toleraban esa clase de mentirillas.

Continuó con su camino y en menos de una hora estaba otra vez en Lakewood. Siempre era bueno volver a casa. A decir verdad, Candy no toleraba estar demasiado tiempo alejada de allí. Será por ello que, mientras la mayoría de sus compañeros de colegio abandonaron el pueblo para asistir a la universidad, ella decidió estudiar en bellas artes en Lakewood y quedarse a trabajar en la joyería de sus padres.

"Joyas Waitzman" era la joyería más antigua prestigiosa de Lakewood, y había pertenecido a la familia de Candy por más de sesenta, siendo fundada por sus bisabuelos, quienes levantaron el negocio cuando llegaron a los Estados Unidos escapando de los Nazis.

Candy estaba orgullosa de sus raíces judías, aunque debía admitir que por momentos se tornaba difícil para ellos vivir en un pueblo con un destacado arraigo cristiano.

A pesar de que Lakewood contaba con una importante colectividad judía, los padres de Candy continuamente se quejaban de no tener una escuela para que ellos pudieran enviar a sus hijos.

Candy y su hermano, Zacharias, habían asistido a la escuela local donde habían convivido con los jóvenes del pueblo. Tenían buena relación con la mayoría de ellos aunque nunca faltaba aquel que discriminaba simplemente por ser "diferente". Pero más allá de todo eso, podría decirse que la infancia de Candy había sido feliz, no así su adolescencia.

Antes de que viejos recuerdos volvieran a atormentarla, Candy aparcó su Corvette frente a su casa, una bonita propiedad de dos plantas, que si bien no era tan lujosa como otras del pueblo, era el lugar donde Candy era feliz.

Apenas al bajar del auto y dirigirse al porche, Oskar salió a recibirla.

- Hey, pequeño ¿Cómo has estado? – Candy tomó al gato de angora blanco en sus brazos y besó su cabecita. Adoraba a esa pequeña bola de pelos - ¿Están papá y mamá en casa? – El gato ronroneó y ella entró en la casa.

- ¿Candy? ¿Eres tú? – Solo había dado unos pasos cuando su abuela apareció en la sala.

- Bobbeh – Candy dejó a Oskar en el piso y dio un fuerte abrazo a su abuela.

Esa mujer delgada era sin duda alguna la persona a quien Candy amaba más que a nadie en el mundo. Recordaba de pequeña cuando su abuela solía contarle historias acerca de su vida en Polonia, y Candy no podía evitar sentir una conexión especial con su abuela. A sus 84 años, Helena Waitzman continuaba siendo tan bella como en sus mejores años, y de toda la familia, solo Candy había heredado sus rizos rubios y los ojos verdes.

Helena había llegado a los Estados unidos 64 años atrás. Había perdido a toda su familia en el holocausto, y algo más que nunca había querido contar a nadie, pero no se podía negar que era una mujer de una gran fortaleza. A los 20 años había contraído matrimonio con Abner Waitzman y formado la familia que tenía ahora. El abuelo de Candy había fallecido diez años atrás a causa de un ataque cardiaco y Helena jamás pudo recuperar la pérdida de su compañero, por eso Candy siempre buscaba la manera de estar con ella y animarla.

- ¿Cómo te ha ido en la convención? – Le preguntó su abuela.

- Bien, supongo… pero ya tenía ganas de volver a casa – Miró a su alrededor - ¿Dónde están mamá y papá?

- Fueron a visitar a tú hermano – Le contestó Helena – Ya sabes que tu madre no ha podido superar el hecho de que Zacharias se haya ido de casa.

Candy rió sonoramente. Conocía perfectamente a su madre, y sabía lo sobreprotectora que era con sus hijos. No importaba que Zach tuviera 26 años y fuera un abogado de éxito, para Rebecca seguía siendo su pequeño. Había llegado casi al borde de un ataque de nervios cuando Zach le había dicho que se mudaría con su novia sin haberse casado antes, y ahora buscaba cualquier pretexto para ir a verlo y llevarle comida cacera.

- Bobbeh, iré a la joyería a ver cómo están las cosas. Volveré en un par de horas.

- Te prepararé knishes.

- Eres la mejor – Candy besó la mejilla de su abuela y salió nuevamente de la casa.

La joyería solo quedaba a dos cuadras de la casa de los Waitzman, así que Candy no tenía necesidad de conducir hasta allí. Era un negocio pequeño, y habían estado teniendo algunos problemas desde que "Royal Jewels" había abierto una sucursal en Lakewood. Sus precios eran mucho más baratos, y por ser una tener un nombre reconocido en todo el país, la gente pensaba que las joyas que allí vendían eran mejores que las de Waitzman, sin saber que el anillo que estaban comprando era idéntico al que llevaban puesto otras miles de personas. Por el contrario, cada joya de Waitzman era única e irrepetible. Helena se había encargado en un tiempo de sus diseños, pero ahora ese era el trabajo de Candy, quien había sido bien instruida por su abuela para hacerlo.

Candy llegó a la joyería donde la recibió Stella, la mujer que habían contratado hacía un par de meses para que se ocupara de atender la tienda desde que Rebecca había decidido tomarse un tiempo para sí misma. Candy no confiaba mucho en Stella, no es que le hubiera dado motivos para no hacerlo, pero había algo en ella que no le gustaba. Stella era una mujer de 40 años que se esforzaba por aparentar de 30. Era alta, delgada, con el cabello rubio platinado, siempre llevaba los ojos maquillados, los labios pintados con un color rojo intenso, y tenía más cirugías de las que cualquiera podría adivinar. Pero era la única persona que se había presentado para ocupar el puesto, y a los Waitzman no les quedó más remedio que contratarla a ella.

- Oh, buenas tardes Candy ¿Cómo te ha ido?

La saludó Stella en cuanto la vio cruzar la puerta, llevaba puesta una blusa que dejaba al descubierto gran parte de sus operados senos y una minifalda floreada que no dejaba mucho a la imaginación. Pero en quien Candy había reparado no era en ella, sino en el hombre que estaba mirando unas pulseras de oro y brillantes.

- Bien, gracias – Le contestó Candy sin quitar los ojos de aquel hombre - ¿Desea algo en especial, señor Grandchester? – El tono empleado indicaba que no estaba muy dispuesta a recibirlo en su tienda.

- Gracias – Le sonrió el hombre con falsedad – Pero Stella me ha estado atendiendo muy bien.

- Ya veo…

Candy no dijo nada más y se dirigió a la parte trasera para revisar los recibos de los últimos días. No entendía porque Richard Grandchester había ido a su tienda si no era una novedad para nadie en el pueblo que Candy no era precisamente una de sus personas favoritas. Pero tampoco había pasado desapercibido para ella la forma en la que Richard miraba el escote de Stella.

Habían pasado poco más de treinta minutos cuando Candy salió de la oficina, y para su sorpresa, Richard aún se encontraba allí.

- Creo que me llevaré esta – Dijo él mientras le señalaba a Stella una delicada pulsera de oro rosa con un dije de diamante en forma de corazón.

- Claro – Stella sacó con cuidado la pulsera y la colocó en una cajita de terciopelo azul.

Mientras Richard estaba pagando, no pudo hacer un comentario mordaz.

- Por cierto, Candy – Le dijo - ¿Ya sabías que mi hijo vuelve mañana a Lakewood? – Esa noticia en verdad había impactado a Candy, pero hiso todo lo posible para que no se le notara en el rostro, solo se quedó mirando los profundos ojos azules de Richard, iguales a los de su hijo – Sí… quiere tomarse un tiempo libre del teatro, ya sabes cómo son esas cosas – Candy continuó sin decir nada, no quería que su voz la delatase, pero Richard continuó hablando – Él y Susana intentarán reanudar su relación, y la verdad creo que eso es lo mejor. No es bueno para Davy tener a sus padres separados, y lo mejor para ellos es volver aquí, lejos de todos esos periodistas amarillistas – En ese momento Stella le entregó su tarjeta de crédito junto con la bolsa con lo que había comprado.

- Gracias por su compra, señor Grandchester – Le dijo Candy a modo de despedida.

Richard tomó la bolsita y salió de la tienda con una sonrisa en los labios. Candy no había dicho nada, pero él sabía que había logrado perturbarla.

Candy aún no había logrado olvidar a Terry. Él había sido su primer novio y su primera decepción. La había engañado de la manera más cruel y nunca había logrado superar esa humillación. Afortunadamente, Terry había tenido la decencia de marcharse de Lakewood junto con todo lo que le recordara lo sucedido.

ooo

Acababan de anunciar que el avión aterrizaría en los próximos minutos y los nervios de Terry iban en aumento. No era que no estuviera feliz por volver al lugar donde había crecido, se había ido de allí apenas al terminar la escuela, mudarse a Nueva York para estudiar arte dramático había sido una de las cosas que había planeado durante toda su vida, pero no había querido marcharse de esa forma, ni haber hecho lo que hiso. Temía volver a encontrarse con ella, darse cuenta de que sus sentimientos seguían intactos y comprender nuevamente que había cometido el peor error de su vida.

- No entiendo porque tenemos que volver a Lakewood – Una voz chillona lo sacó de sus pensamientos.

- Nadie te obligó a venir, Susana.

- Tú lo hiciste.

- Solo te dije que volvería a Lakewood y Davy vendría conmigo – Terry miró al pequeño niño de seis años que dormía en el asiento de al lado. Con una mano acarició su cabecita rubia y volvió a mirar a Susana – Te hubieras quedado en Nueva York si eso era lo que deseabas.

- Sabes que jamás podría abandonar a mi hijo – Le dijo ella con reproche, cruzándose de brazos y volviendo a mirar hacia el frente.

Terry sabía perfectamente que no era por eso por lo que Susana había aceptado volver con él a Lakewood. A ella nunca le había gustado perder, y allí en Lakewood se encontraba la única persona que había logrado ganarle una batalla años atrás, y no pretendía arriesgarse a perder algo que había logrado recuperar.

Susana era feliz en Nueva York. Hacía tres años que estaban separados, pero a pesar de eso, había decidido quedarse a vivir en la "gran manzana" en lugar de volver a su pueblo natal con su familia. Claro que en la mente de ella no podía comprender como alguien prefiriera vivir en un lugar como Lakewood cuando se tenía el dinero para establecerse donde ella quisiera. Terry había hecho una pequeña fortuna mientras trabajó como actor en Broadway, y gran parte de sus ingresos estaban destinados a la manutención de su hijo y su ex esposa.

Susana vivía en una gran mansión, demasiado barroca y ostentosa para una joven de 24 años que vivía con su hijo de 6 y unos cuantos sirvientes que había insistido en contratar. Pasaba la mayor parte de su tiempo de compras por la Quinta Avenida, cenando en los mejores restaurantes de la cuidad, y de vez en cuando iba al teatro. Terry solía reprocharle constantemente que dejara a su hijo bajo el cuidado de la niñera durante todo el tiempo, pero a ella simplemente no le importaba y continuaba con su vida normal.

Cuando Terry le informo que abandonaría el teatro y volvería a Lakewood, Susana había pataleado y gritado como una niña pequeña. No quería bajo ninguna circunstancia volver a aquel pueblo insignificante, pero tampoco iba a dejar que Terry volviera solo. No le habían importado los romances que él tuvo con actrices y modelos que solían rondarlo constantemente, pues sabía que ninguna significaba algo para Terry, pero allí en Lakewood estaba la única mujer que casi había logrado quitarle lo que le pertenecía, pero Susana había podido con ella, y ahora que estaban separados no pensaba dejarle el camino libre.

Finalmente, el avión aterrizó en el aeropuerto de Lakewood. Allí estaban esperándolos los padres de Terry.

- ¡Terry! Querido – Eleanor fue la primera que se acercó a ellos para darles un abrazo. La mamá de Terry estaba tan bella como siempre, era increíble cómo los años parecían no pasar para esa mujer rubia de ojos celestes – Nos hace muy felices que estén de vuelta en casa.

- A nosotros también, mamá – Le dijo Terry, ignorando quejido fastidioso de Susana.

- Debo admitir que nos sorprendió un poco cuando nos dijiste que volverías a Lakewood para quedarte – Continuó Eleanor mientras se dirigían al auto – Siempre ha sido tu sueño convertirte en actor ¿Por qué lo dejas ahora que has alcanzado la cima?

- No lo sé… - Hacia un par de meses que Terry se preguntaba lo mismo. El teatro ya no significaba para él lo que alguna vez fue, y ya no disfrutaba estando en las tablas – Pero quiero que Davy crezca en un ambiente como Lakewood. Nueva York no es lo mismo ¿Sabes? Tengo la sensación de que aquí será más feliz.

Y en verdad Terry quería convencerse con esa historia, pero existía otro motivo por el cual sentía tantas ansias por volver a Lakewood. Lo cierto es que en esos seis años nunca había sido capaz de olvidarla. Quería verla, pedirle disculpas por el daño que le había hecho. Quería estar con ella y formar una familia, pasar el resto de su vida a su lado. No estaba seguro que lo perdonase, e incluso Susana haría todo lo posible para mantenerlos separados, pero no quería morirse sin haberlo intentado al menos. Estaba allí por ella, y pensaba aprovechar esa oportunidad que tenía para ser feliz.

Continuará…


Bueno… este es el primer capítulo de esta historia.

Espero sus comentarios para saber si les gustaría que la continúe o no…

Besosssss!