TODOS LOS DERECHOS DE LOS PERSONAJES LE PERTENECEN A SU CREADOR ALEXANDER ROBERT HIRSCH
HERMANDAD
Stanley
Dime, al menos cómo te llamas, Abel es mi nombre, dijo Caín.*
-Stan…ford Pines –lo había dicho, ahora no existía vuelta de hoja. Tal vez en ese momento no estaba consciente de todo lo que iba a perder, pero que más daba perder un poco más en mi vida si lo perdí de nuevo a él.
Después de ese primer tour, después de esa primera visita a la cabaña, la soledad peso aún más, por un momento las preguntas de los extraños, sus voces llenaron el lugar, mi mente dejo de pensar en mi hermano por un instante. Siempre fui un estúpido, lo dijo mi padre, lo dijo mi madre e incluso lo dijo él. Por qué no lo escuche, deje que mi dolor y mi rencor hablaran por mí en ese lugar, quería decirle lo mucho que me dolía el habernos separado y que a pesar de eso espere por muchos años esa llamada, esa carta, que me dijera que me necesitaba una vez más porque el estúpido orgullo me impedía a mi hacerlo. Cuando llego esa postal a mi puerta sonreí, como no lo había hecho en muchos años, vendí mis pocas pertenecías para poder viajar a su lado. Pero maldita sea, todo se había ido a la mierda en un santiamén, ahora todo era mil veces peor, carajo ni siquiera estaba seguro de que siguiera con vida, sin embargo no me rendiría, no lo haría aunque me costara la mía, si esa porquería a la que yo llamaba vida, lo haría por estar de nuevo juntos, el sentir el abrazo que esa vez el destino nos arrebató.
Poco a poco las cosas se fueron acomodando por llamarlo de alguna, todas las noches bajaba a intentar echar a andar el maldito portal pero todos mis intentos resultaban inútiles. Cada intento fallido dolía más que la herida de mi espalda, que cada pelea perdida, que cada promesa rota, pero lo acontecido esa noche sobre todo la culpa era lo que me obligaba a seguir.
Hacía muchos años que no tenía contacto con mi familia, sólo de manera esporádica una posta de Ford que simplemente decía "Espero que estés bien", muchas veces no las respondí, las rompía y decía odiarlo un poco más. Guardaba sus cosas, era demasiado doloroso verlas ahí, todas ellas eran un recordatorio de los que nos había separado, de lo que dejamos de compartir, de lo que nunca entendiera de él. Timbró el teléfono, en el casi de par de meses había estado ahí no sonó ni una vez lo descolgué.
-Ford, hijo me alegra encontrarte –la voz del otro lado era una que también lastimaba.
Hice un sonido de afirmación más no dije nada, era mi madre la que continuaba hablando.
-Ojala este año puedas venir a casa para Navidad, bueno tu padre no ha estado muy bien de salud en estos días realmente lo alegrarías si vieras –sonaba preocupada.
-Antes de que preguntes, no, no he sabido nada de Stanley. Shermie tiene tantas ganas de verlos a ambos – continuaba diciendo –bueno hijo te dejo, continua esforzándote.
Únicamente hice otro sonido sólo que ahora era de afirmación, después simplemente colgué.
Ahora mi mente era un desastre, me daba cuenta de todas las cosas que había perdido, de las personas a las que lastime, del tiempo perdido. Él desapareció, para los del pueblo yo era él, pero no podría engañar a mi familia, en algún instante comenzarían las preguntas, realmente creerían lo que paso, la única respuesta que llego a mi mente es que si ya había tomado su lugar, su vida dentro de ese lugar que más daba perder definitivamente la mía.
Repare su viejo auto, lo puse a mi nombre, lo llene con mis pertenecías, con las cosas que dijeran que yo laguna vez estuve ahí, conduje hasta las afueras de Oregón en los límites con Nevada, una de esas carreteras desoladas me ayudaba, adiós freno de mano, adiós Stanley Pines.
Trabajaba en la cabaña cuando una vez más sonó el teléfono, lo descolgué sabía que tarde o temprano recibiría esa llamada.
-Ford –decía con la voz entrecortada, uno cuantos sollozos más y lo dijo – Stanley murió.
-No respondí nada –creo que ella interpreto mi silencio como la reacción a la noticia.
-Su funeral será pasado mañana, por favor ven –decía llorando.
-No puedo madre –fue todo lo que dije y colgué.
Desde esos días nadie volvió a llamarme Stanley, ese era un pobre diablo de New Jersey que había muerto como vivió en los límites de lo legal pero tampoco era Stanford, ese había sido un desgraciado sabiondo que dejo a su familia, y a quien lo amaba por perseguir sus estúpidos misterios, yo era Stan, simplemente Stan el Señor Misterio.
Pasaron varios años, la Cabaña Asesina se volvía popular entre las personas del pueblo, un nombre algo siniestro pero extrañamente acorde con lo que en ella había pasado. Ahora era incluso alguien reconocido dentro del pueblo y admirado por unos cuantos, no podía dejar de sentir cierta alegría irónica porque de esta manera fue como ambos fuimos de alguna manera reconocidos por los demás.
Seguía cada noche en mi intento de traerlo de nuevo, a cuenta gotas descifraba un poco de esa infernal máquina, pero sin los otros dos diarios no podía seguir avanzado, busque entre sus cosas pero no existían pistas de donde los había ocultado, "maldito paranoico" lo insulte una ve más. Lo único que encontré fue un nombre entre los registros Fiddleford Hadron McGucket, incluso su dirección también se encontraba en Gravity Falls, al parecer este tipo colaboró con él. Me arriesgue a que mi fachada fuera descubierta pero si había trabajado con el nerd podía ayudarme, no imagine encontrarme con la visión de la locura reflejada en sus ojos, grito al verme, sabía que me confundía con Ford.
-Espera –dije tratando de calmarlo lo sujete por los hombros.
Miro fijamente mis manos, toco mis dedos y lleno de terror grito. -¡¿Demonio quién eres tú?!
De la casa salió una mujer con un niño pequeño, que se aferraba a sus piernas preguntando qué era lo que le ocurría a su padre. Me miro profundamente, llena de odio y rencor, sin esperarlo me abofeteo.
-¡Lárguese de aquí! ¡Jamás se vuela a acercar a nosotros! –dijo dándome otra bofetada.
No puede decir nada, además no valía la pena insistir se notaba a leguas que la cordura había abandonada a ese desgraciado a hace bastante tiempo. Regrese a la Cabaña, me serví una copa y un vez más pensé en mi hermano, por mucho tiempo lo tuve en un pedestal de lo que nunca seria yo, en lo inalcanzable, después de todo él era el hijo predilecto, quien nos sacaría de la miseria. Sin embargo esa visita, esos golpes recibidos en su nombre de dejaron ver ese otro lado de Ford, él también tenía defectos, él también se equivocaba, él también había lastimado a los que lo rodeaban, él también era un hijo de puta a su manera.
Sólo me quedaba seguir trabajando, sin descansar, sin detenerse, sin pensar, con la determinación de traerlo de vuelta porque a pesar de que fuera un gran bastardo yo también lo era. Incluso en eso nos parecíamos, habíamos dejado a nuestra familia, defraudado a las personas que nos habían ayudado, herido a las que nos habían amado, por el simple afán de demostrar algo, ahora con los años ese "algo" parecía carecer de total significado.
La labor de traerlo de vuelta se había tornado larga, de ese día ya habían trascurrido cinco años y yo aún no tenía ni idea de cómo arrancar esa jodida cosa. Más de una vez pensé en abandonar el proyecto, ¿realmente valía la pena consumir mi vida por un maldito malagradecido? La respuesta siempre resultaba sencilla, claro que sí, era mi hermano, mi mejor amigo, además aunque me costara admitirlo lo extrañaba tanto, dolía verme al espejo y ahí encontrar dentro de mi rostro su estúpida cara de nerd. Todo había sido mi culpa, y la culpa es un gran motor para hacer las cosas.
Una vez más sonaba el teléfono, con los años creo que para mi familia se perdió el recuerdo de la voz de Stanford y la diferencia entre la Stanley, ahora sólo conocían la de Stan.
-Ford tu padre murió – mi madre decía extrañamente tranquila desde el otro lado del teléfono.
-Lo siento madre –respondí secamente.
-¿Vendrás verdad? –pregunto ahora con la entrecortada.
-No, estoy ocupado. Pero enviare unas flores –conteste.
-Perdóname –decía llorando.
-No tengo nada que perdonarte Madre – lo dije porque era verdad, cada acción tanto mía como las de él eran nuestra responsabilidad.
-Si hijo, perdóname al final nuestra familia se rompió. No puede volver a ver tu hermano tampoco tu padre, él incluso no te vio a ti. Temo que tampoco te volveré a ver. Perdóname por no haber sido una buena madre –carajo sí que dolieron sus palabras.
-Está bien madre iré – dije para tranquilizarla. Pero aquello se convirtió en una promesa rota, una de las tantas de había hecho, una más de las que haría después.
El día que fue el funeral de mi padre saque mis viejos guantes de box, y decidí entrenar un poco, claro en aquel instante me pareció buena idea que mi oponente fuera la pared. No deje de golpearla hasta que el dolor me doblo, hasta que la sangre incluso se alcanzara a trasminar por los guantes, más de una vez utilice ese método para no perder mi cordura, para no desistir, para no ponerle final a todo incluso a mí.
Limpiaba mis puños en el baño, una vez más me mire al espejo, en efecto ya no existía Stanley pero tampoco estaba Stanford, deseaba que este extraño peregrinar terminara lo más pronto posible. Ahora incluso existían más cosas las cuales nunca podría reparar, más heridas que se negaban a cicatrizar, cada vez más fragmentada mi existencia, solo existían los pedazos de los hermanos Pines que conformaban a este que se hacía llamar Stan.
Un par de años se sumaron a la cuenta, intentos frustrados, roces con lo legal, sobre todo la inevitable soledad, eso era mi vida, una vida que no dejaba de girar alrededor de ese otro, si de ese otro el cual ahora parecía más bien un invento de mi imaginación su existencia que algo real.
Jamás imagine que me tomaría más de treinta el reencontrarme con él una vez más.
CONTINUARA…
Notas del autor:
Breve y dramática únicamente serán 4 capítulos, este fic tiene la intención de mostrar los sentimientos así como los pensamientos de Stanley y Stanford Pines con respecto a su separación.
*Fragmento del libro "Caín" de José Saramago, bueno no puede dejar de pensar que la historia de Caín y Abel se parecía a la de los Stan's quien la conozca se dará cuenta muy bien a que me refiero. Les recomiendo su lectura, no es una lección de catecismo es una adaptación literaria de un hecho conocido magistralmente logrado por uno de los ateos más reconocidos del siglo.
GRACIAS POR LEER Y ESPERO SUS COMENTARIOS.
