Mabel sintió esas ágiles manos y no pudo evitar morderse el labio, otra noche, otra sección; era obvio que algo no estaba bien en su gemelo, pero ella no intervendría. ¿Por qué? se preguntarían algunos. Por obvias razones: Lo estaba disfrutando.
Culpable sí, pecadora tal vez, egoísta sin duda, era el privilegio que en esos momentos sentía, al tener al chico que se estaba convirtiendo en hombre.
Escucho un leve gruñido de excitación. Al instante de sentir el miembro de su hermano sobre su cadera, lo cual le indicaba que esta noche no se andaría por las ramas, percibió como retiraba su pijama muy lentamente, siendo ella la que inclinara levemente la cadera, mientras fingía, como en todos sus encuentros dormir profundamente.
Se mordió los labios otra vez, quizás sangrarían un poco, pero esa sensación era increíblemente indescriptible. Ya estaba completamente húmeda y Dipper aún no la había penetrado, aprecio unas manos delicadas abrir sus piernas y un leve envaine, siempre con el debido forcejeo para mantener las apariencias. Un segundo envaine la hizo morderse los labios sacando un poco de sangre en el proceso, era obvio que esta noche sería la más ruda. Podía sentir a su gemelo moverla para quedar sobre ella en lugar de costado, cosa que terminó por casi asfixiarla con las cobijas y almohadas, pero sobrevivió fingiendo acomodarse, lo que ocasiono que su mellizo se quedara completamente quieto unos minutos.
El envaine se reanudo pocos segundos después; podía sentir su pene palpitando, la excitación en el aire, ese sentimiento de que eran el uno para el otro. Pero tan rápido como empezó todo terminó. Con un leve gruñido pudo sentir la semilla de su hermano en su interior, y después el frío silencio de la soledad y la indiferencia.
Otro amanecer, otras dos pastillas anticonceptivas, otra vez una ducha. Se miró el labio, hinchado, seguramente su hermano lo notaría, pero no haría ninguna opinión.
Sintió el peso del pecado sobre sus hombros mientras salía del baño al instante de tirar la caja vacía de anticonceptivos, sonrió como una pequeña súcubo al salir de la habitación, quizás era hora de darle un pequeño susto de nueve meses a su hermano, y esta vez sería personal.
