¿Cuántas veces me hiciste esto?

¿Cuántas veces lograste hacer que llorara por ti?

¿Cuántas malditas veces, Alexander Lightwood?

Desde la primera vez que nos vimos, cuando llegaste acompañando a la mocosa con la mente hechizada, sabía que eras diferente, ¿en qué sentido? Ni idea, pero la fuerza que rodeaba tu aura esa vez hizo que una pizca de mi mente se enfocara solo en ti.

Tu solo tenías ojos para ese rubio teñido, al principio me era normal, porque todavía no significabas nada para mí.

Pero ahora…

Ahora solo estas ahí, frente a mí, vestido de blanco, y yo, aquí mismo, vestido de negro.

Tú, rodeado de rosas, yo, con una sola en la solapa.

A lo lejos veo a tu hermana, llorando sobre el hombro del vampiro diurno, que solo tiene una extraña mueca en los labios.

Tu madre también llora, y tu padre te mira con una mezcla de amor, orgullo y remordimiento

Clary y el rubio oxigenado están unos asientos al lado de tu hermana, la pelirroja intenta calmar a Izzie, y tu... ¿cómo era? Ah, eso, tu parabatai nos mira con una cara estúpida, deberías verlo.

Pero no puedes.

No puedes.

Te juro que, si esas marcas que portas orgulloso no se marcaran tan negras sobre tu piel, te creería dormido.

Dormido como cuando viviste conmigo.

Esa época Dorada –más que la época Dorada real- cuando despertabas a mi lado, con tu cabello azabache revuelto y tus ojos azules aún cubiertos por la cortina del sueño.

Esos ojos azules tan puros, una pureza que yo nunca iba a poseer.

Sobre esos ojos que me dan vida, colocan extraños círculos de metal y todos los presentes se alejan un poco de ti, yo no lo hago, ¿por qué habría de hacerlo?

El hombre frente a nosotros pronuncia extrañas palabras, no las entiendo. Solo puedo ver tu rostro angelical.

El hombre termina de hablar y empiezo a sentir calor proveniente de tu posición, una chica a la que no conozco me toma del codo y me jala, me aparta de ti, ¿por qué? Siempre que sentía calor proveniente de ti me acercaba más, no me alejaba.

Por fin lo acepto, acepto completamente la razón por la que estoy aquí. Antes solo lo sabía, ahora o acepto.

Te fuiste, me dejaste…

Estas muerto.

Caigo de rodillas, manchándome el pantalón de verde, tomo hebras de hierva entre mis dedos y grito, asustando a todos los presentes, grito y lloro, te fuiste, me dejaste en este mundo infinito, ahora sin razón para seguir.

Todo lo que hice por ti,

Todo, solo lo hice por ti.

Tu hermana se me acerca, diciéndome algo sobre que no debo llamar la atención.

Es una imbécil, como si un brujo en el funeral de un Nefilim no llamara por sí solo la atención.

Todos aquí son unos imbéciles, todos los de aquí.

Pero tú no, aunque te hayas dejado morir…

Algo me punza el corazón.

¿No te gusta que les diga imbéciles?

Pero no les puedo decir de otra manera

El apelativo que los define mejor solo te pertenece a ti

Solo a ti.

Estúpido Nefilim