FINAL FANTASY VII

ETERNAL DREAMS

Prólogo

En la inmensidad del desierto se levantaba la polvareda seca. Un motor rugía provocando el único ruido oído a kilómetros de distancia. Era atronador y potente, sacado de las mismísimas entrañas de la tierra. La moto solo era visible a corta distancia debido a la arena levantada a su paso. No había nada más alrededor que piedras y tierra. Ni una planta. Nada. Era plena noche y la Luna brillaba con un fulgor potente, haciendo que las sombras se convirtieran en aterradores monstruos. El mundo era así en la mayoría de lugares. Así lo habían dejado unos pocos cuando decidieron enfrentarse. Y así tenían que vivir en aquellos tiempos. Era una visión deprimente. Cerca se alzaban unas cordilleras altísimas que se perdían entre las escasas nubes de la noche. Se acercaban cada vez más a los ojos del ávido conductor.

El piloto iba cubierto por telares gruesos que le protegían del helador frío nocturno del desierto y, a la vez, del peso del sol durante el día. Una gruesa y gran capucha le tapaba la cabeza agarrada a una serie de telas que cubrían el resto del rostro, para que no salieran volando con el aire. Llevaba gafas negras y grandes que se agarraban con una tira de cuero a la capucha, haciendo parecer que era un monstruo. En su espalda había un arma enorme, mucho más grande que las que habitualmente se veían en cualquier parte. Acababa en dos puntas y parecía tener un complejo sistema de agarre y servomotores. En el centro de ella había lo que parecía ser un cañón de fusil pesado. Era asimétrica, y cerca de la empuñadura, en uno de los lados, tenía lo que parecía ser una agarradera de arma de fuego. Debía medir algo más de dos metros y era lo que más llamaba la atención de aquél viajero.

El motor empezó a decelerar volviéndose casi un ronroneo cuando llegó al cartel que tenía delante. "Nibelheim" podía leerse en él. Tiempo atrás el mismo cartel había incluido información sobre la ciudad, pero con los años se había descolorido y podrido. El conductor retiró ligeramente la tela que le cubría la barbilla dejando ver una densa y larga barba rubia canosa y una serie de cicatrices en el resto de la cara. Apagó el motor y bajó del enorme vehículo de dos ruedas. Antaño había sido un prodigio de la tecnología de empresas que ya no existían, ahora llevaba a un viajero de un rincón a otro del mundo.

Sus pesadas botas dejaban marcas en el suelo mientras caminaba en dirección al asfalto oculto bajo la arena y el polvo. Su mente recordó cómo era aquél lugar en su juventud, tanto tiempo atrás. Verde, amarillo y tonos rojizos poblaban los pies de la cordillera en lo que había sido la ciudad de Nibelheim. Ahora era negra, oscura y llena de tristeza y cristales rotos. Estaba abandonada completamente. La madera que antes adornaba las ventanas y las puertas estaba podrida y era pasto de la carcoma, el metal del pozo central de la ciudad estaba ya oxidado y a punto de hundirse en la tierra para siempre. Aquella ciudad era como él mismo, algo vacío y solitario. Un resquicio vivo de un tiempo pasado. Aquella ciudad era lo que representaba el mundo que le quedaba por recorrer.

En ese momento centró la mirada en lo que una vez fue su casa frente al pozo. Estaba hundida completamente. Algo enorme había atravesado el techo años atrás y penetrado hasta el centro de los dormitorios. Muchas casas mostraban un aspecto similar, al igual que la antigua mansión

Shin-Ra. Apartó la mirada y continuó su paseo por la ciudad de la muerte lentamente. Sentía que le miraban fijamente, y cuándo solía sentir algo así, era porque realmente le miraban. Sus instintos estaban altamente potenciados, sus sentidos notaban cada pequeña brisa o ruido. Tantos años le había hecho ser perfecto en situaciones como aquella. Estaba en peligro, y su acechador no tardaría en atacarle por lo que debía prepararse de inmediato.

Pulsó un pequeño botón en el centro de su arnés y agarró el mango del arma de su espalda. Ésta se liberó de su anclaje ofreciendo resistencia. El viajero la alzó por encima de su cabeza en un movimiento sobrehumano y la dejó caer contra el suelo, haciendo temblar ligeramente la tierra y provocando un sonido sordo que se esparció por el pueblo. Esperó. Era su manera de notificar a su posible atacante que sabía que estaba ahí, y que si era inteligente, se largaría sin llegar a entablar combate. Pero sentía que seguían mirándole fijamente. Repitió la operación, alzo su arma en el aire y la dejó caer con el filo golpeando de nuevo el suelo. Tras unos segundos y cuando el eco desapareció, su acechador cometió un error grave.

De entre las ruinas de una de las casas saltó sobre él un ente híbrido que aparentaba ser un cruce entre una máquina y un humano con cuatro brazos. No tenía rostro y la ropa y lo que parecía ser piel estaba hecho jirones. Dónde debería haber estado la boca asomaban cables y pequeñas luces. El viajero reconoció rápidamente a la criatura y no pudo evitar sonreír para sí mismo en el momento en que lo esquivó. El atacante se golpeó contra el metal del pozo terminando de romperlo en varios pedazos. Se levantó realizando un sonido realmente desagradable de metal chirriando. No tenía tiempo para aquello, así que tras dar la voltereta que le permitió esquivar el primer golpe, el viajero alzó su arma y partió en dos pedazos metálicos a su agresor. Tras unos segundos, se hizo de nuevo el silencio. Se acercó y miró fijamente a la criatura. Tenía seis extremidades, cómo los insectos, y denotaba estar en muy mal estado. Era una máquina rastreadora, no estaba realmente diseñada para el combate. Sus manos eran garras terminadas en tres cuchillas afiladas y su aspecto había sido diseñado para dar más miedo del que se supone debía dar por sus prestaciones.

El viajero centró de nuevo la mirada en su verdadero objetivo allí. El monte Níbel. El risco más alto de toda la cordillera de rocas afiladas y dentadas. El lugar dónde empezó todo. Un lugar tenebroso y lleno del odio más grande del mundo. Allí, en mitad de una montaña, nació el peor enemigo de la humanidad y del planeta. Recordó su mirada fría y egocéntrica. Unos ojos felinos que parecían despreciar a la persona sobre la que se posaban. Recordó la mueca que hacían los labios pálidos al sonreír burlonamente. Apartó todo aquello de la cabeza, al fin y al cabo, ya estaba muerto. Llevaba muerto más de treinta años. Todo aquél tiempo se había mantenido en su memoria como un mero recuerdo y, con el tiempo, había comprendido que existían peligros aún más grandes.

El viento se intensificó por los caminos der la montaña, y la nieve ya empezaba a entreverse cada vez más. Había una pequeña ventisca, por lo que tuvo que volver a cubrir su rostro de nariz para abajo. Tardó horas en llegar a la cima, no tardaría en amanecer pero allí arriba daba igual. La temperatura seguía bajando conforme se acercaba al enorme reactor abandonado por Shin-Ra. Allí seguía. Cubierto casi en su totalidad por una capa de óxido y moho. Era exactamente cómo su memoria le decía que era. Una larga escalinata, rota por varias partes, comunicaba el suelo con el edificio. La puerta estaba casi cerrada y varios pedazos de roca cubrían la entrada, obligándole a casi arrastrarse para entrar.

No se veía nada. Las luces de emergencia hacía años que se habían apagado, dando paso a lo que cubría el mundo. La oscuridad. Sus ojos no se acostumbraban a tanta sombra, por lo que se vio obligado a encender la linterna que colgaba de su cinturón. El haz mostró los pocos secretos que se podían ver a dos metros. Una densa capa de polvo cubría los ordenadores y se quedaba en suspensión en el aire. Antaño, había habido ruido por doquier. Ya solo quedaba el silencio. La escalinata se elevaba frente a él, con numerosas cápsulas y ordenadores a ambos lados. El ambiente era tan denso y lleno de humedad, que impedía que el haz de luz rebelara lo que él sabía que había al final de los escalones. Tras comprobar que estaba realmente solo, puso su pie en uno de los escalones y subió comprobando la firmeza de éstos con cada paso. Tras unos metros, pudo leer de nuevo el cartel que tanto miedo le había infundido en sus pesadillas. "JENOVA", ponía en enormes letras. Su memoria volvió a activarse cómo si tuviera un interruptor. La puerta estaba destrozada y comunicaba a una sala enorme llena de cables y tuberías. Antaño había brillado con el resplandor verdoso del Mako, pero ya hacía años que había dejado de hacerlo. Miró hacia el pozo casi sin fin que se abría abajo y recordó ver caer en su interior a su antiguo némesis.

En ese momento, oyó el ruido de alguien entrando por el mismo sitio que él había entrado. No le sorprendió, al fin y al cabo, le estaba esperando. Se dio la vuelta y miró hacia la entrada a la sala de experimentación desde lo alto de la escalera. Los pasos se oían cada vez más fuerte y el eco que provocaban se extendía por todo el edificio. Tras unos segundos se detuvieron tras un haz de luz cegador y que imposibilitaba ver el rostro del visitante. El viajero bajó los escalones en dirección al recién llegado, y al ver su linterna, la apagó. Un enorme brazo de metal brillaba bajo el haz de luz de su linterna. Su piel era de color oscuro y llena de tatuajes. Era enorme, superaría los dos metros, y se alzaba poderoso delante del viajero. Sus ropas eran pesadas y una fuerte armadura de color verde militar le cubría el pecho y los muslos. Llevaba ropajes que cubrían parte de su rostro, al igual que él, pero estaban retirados para mostrar la cara del hombre. Una barba casi gris poblaba la cara y barbilla del visitante, y se podía entrever numerosas cicatrices y arrugas por el rostro. Era bastante más mayor que él. Ambos se miraron cuando estuvieron a unos metros. Sin decir nada, sin hacer nada. Simplemente mantuvieron la mirada fija el uno en el otro.

-¿Vienes solo?- Dijo el viajero retirándose del rostro las telas que le habían protegido del desierto y la nieve.

Se retiró las gafas y la capucha, dejando ver una larga melena recogida en una coleta rubia y con canas. La barba le hacía parecer aún más mayor y mostraba los signos del paso del tiempo sobre él. El visitante negó con la cabeza lentamente sin decir ni una sola palabra más. Se sentía un ambiente tenso entre ellos. El viajero sabía la razón de aquella frialdad, y era algo que llevaría toda su vida grabado a fuego. Entonces, lo vio. Tras su viejo amigo recién llegado, apareció la larga cabellera castaña de un viejo conocido para él. De su aprendiz. De su mejor amigo. Sabía lo que venían a buscar. Al fin y al cabo, él mismo les había hecho ir a aquél apartado lugar del mundo para darles respuestas a las grandes preguntas. Pero tenerlos tan cerca de nuevo le infundía respeto. El recién llegado mostró una sonrisa en sus labios al verle.

-No viene solo.- Dijo al situarse a su lado. Llevaba ropajes pesados al igual que los otros dos, pero la cara completamente descubierta. A su espalda colgaba una enorme espada que años atrás le había acompañado en sus viajes. Estaba oxidada y parecía que el sistema de separación ya no funcionaba.

-Habla.- Dijo el primero que llegó. -¿Qué querías contarnos?- Dijo con firmeza y sin desviar la mirada del viajero.

-Sé cómo acabar con esto.- Dijo el viajero mirando a ambos con la luz de la linterna baja. Era la primera vez en mucho tiempo que Cloud Strife hablaba con sus amigos.