CORAZON INTREPIDO

Esta es una adaptación, los personajes pertenecen a la Señora E. Meyer y la historia es de D. Palmer, espero que les guste tanto, como me gusta a mí.

PROLOGO

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Edward Cullen se sentía solo. Su último hermano soltero Jazper, se había casado hacia un año. Edward estaba solo con la asistenta, que iba dos veces por semana y amenazaba constantemente con jubilarse. Eso lo dejaría sin sus bizcochos, a no ser que fuera todos los días a desayunar a un restaurante y aquello era prácticamente imposible teniendo en cuenta su horario.

Se echó hacia atrás en la silla de su despacho, de aquel despacho que ya no compartía con nadie. Se alegraba por sus hermanos. Excepto Jazper, la mayoría de ellos tenían ya hijos. Laurent e Irina tenían dos niños. Emmet y Rosalie tenían uno. Garret y Kate un niño y una niña. Edward se dio cuenta de que hacía tiempo que no tenía una relación. Estaban a finales de septiembre. Los rodeos acababan de terminar y había tenido tanto trabajo en el rancho que no había tenido tiempo de salir ni una sola noche.

En ese momento, sonó el teléfono.

— ¿Por qué no te vienes a cenar? —le preguntó Jazper nada más descolgar.

— ¿Te parece normal invitar a tu hermano a cenar en tu luna de miel? —sonrió Edward.

—Nos casamos hace casi un año —apunto Jazper.

—Por eso, todavía estáis de luna de miel —rió Edward.

—El trabajo no lo es todo. Es mucho mejor el amor.

—Que te lo digan a ti, ¿verdad?

—Bueno, haz lo que quieras, pero la invitación está en pie. Ven cuando quieras, ¿de acuerdo?

—Gracias, lo tendré en cuenta.

—Bien.

Tras colgar, Edward se estiro. Junto con sus hermanos tenía cinco ranchos, pero era él quien se ocupaba de casi todo el trabajo físico con el ganado, como ponía de manifiesto su enorme cuerpo. A menudo se preguntaba si no trabajaba tanto para no pensar en otras cosas. De joven, las mujeres habían revoloteado a su alrededor y se había hecho de rogar para aceptar sus invitaciones, pero ahora, a los treinta y tantos, las aventuras de una noche no le satisfacían.

Había pensado pasar un fin de semana tranquilo en casa, pero Tania Denali, una amiga íntima de Isabella Swan, lo había convencido para que la acompañara a cenar a Houston y al ballet. A Edward no le hacía mucha gracia lo del ballet, pero Tania le había explicado que no podía ir sola porque tenía el coche en el taller. Era una mujer guapa y sofisticada, pero Edward no quería nada con ella porque no quería que le fuera contando nada de su vida privada a Isabella, que estaba patente e incómodamente enamorada de él.

Sabía que Tania jamás le habría pedido que saliera con ella Jacobsville, Texas, porque era un sitio pequeño e Isabella se enteraría enseguida. A Edward le habría gustado hacerlo para que Isabella se diera cuenta de que era un hombre libre, pero aquello no habría favorecido en absoluto su amistad con su padre, Charlie Swan.

Lo bueno que tenía salir con Tania era que se libraba de ir a cenar a casa de los Swan. Charlie era uno de sus mejores amigos, además de ser su socio, y le encantaba su compañía, pero había dos elementos en su casa que detestaba: su hermana, Marie, que era una cotilla pero que no vivía con ellos, y su hija Isabella, que tenía veintiún anos y era psicóloga. Había vuelto loco a Emmet analizando sus preferencias alimenticias y Edward solía buscar excusas para no ir a casa de Charlie si estaba ella.

No era fea. Tenía una cabellera castaña y larga y tenía buen cuerpo. Lo malo era que estaba enamorada de él y todo el mundo lo sabía. Edward no la tomaba en serio porque la conocía desde que tenía diez años y llevaba aparato dental. Era difícil olvidar esa imagen.

Además, no sabía cocinar. Su pollo calcinado era famoso en la ciudad, como sus bizcochos, que eran armas letales.

Al pensar en aquellos bizcochos, Edward descolgó el teléfono y llamó a Tania.

—Hola, Edward —lo saludo encantada.

— ¿A qué hora quieres que te recoja el sábado?

—No le dirás nada de esto a Isabella, ¿verdad?

—Sabes que procuro verla lo menos posible —contestó Edward impaciente.

—Por si las moscas —bromeo Tania preocupada—. Estaré lista a las seis.

— ¿Y si paso a las cinco y cenamos en Houston antes del ballet?

— ¡Perfecto! Me apetece mucho. Hasta luego.

—Hasta luego.

Edward colgó y marco el número de los Swan.

Por desgracia contesto Isabella.

—Hola, Isabella —le dijo con simpatía.

—Hola, Edward —saludó ella sin aire en los pulmones—. ¿Quieres hablar con papá?

—No, bueno, era solo para deciros que no voy a poder ir a cenar el sábado. Tengo una cita.

—Ya —dijo ella tras una pausa apenas perceptible.

—Perdón, pero ya había quedado hace tiempo —mintió Edward— y se me había olvidado cuando le dije que sí a tu padre. Dile que lo siento.

—Claro —contesto Isabella—. Pásatelo bien.

Estaba rara.

— ¿Pasa algo? —pregunto Edward dubitativo.

— ¡No, claro que no! Hasta luego, Edward.

Isabella Swan colgó el teléfono y cerró los ojos completamente decepcionada. Llevaba toda la semana planeando el menú, practicando aquel pollo tierno y suculento y la créme brûlée porque sabía que era el postre preferido de Edward. Le había costado, pero incluso sabia utilizar el aparatito para poner el caramelo por encima. Todo el trabajo tirado a la basura.

Estaba segura de que Edward no tenía una cita de antes. Se la había buscado para no ir a cenar con ellos.

Se sentó junto a la mesa del pasillo, con el delantal y la cara llenos de harina. Desde luego, era todo menos la cita perfecta. Llevaba un año intentando que Edward se fijara en ella. Había flirteado con el abiertamente en la boda de Jessica Stanley y Mike Newton hasta que lo había visto fruncir el ceño enfadado por haber agarrado al vuelo el ramo de novia. Se había muerto del corte ante su mirada reprobatoria. Meses después, había intentado encandilarlo con sus virtudes, pero no había servido de nada. No sabía cocinar y, según su mejor amiga, Tania, que le estaba ayudando a cazar a Edward, parecía un figurín. Tania la aconsejaba mucho y le decía todo lo que a Edward no le gustaba de ella para que Isabella lo fuera puliendo. Incluso estaba haciendo todo lo que podía para acostumbrarse a los caballos, al ganado, al polvo y al barro. Pero si no conseguía que Edward fuera a su casa para mostrarle sus nuevos conocimientos, ¿de qué le servía todo aquello?

— ¿Quién era? —preguntó Sue, la asistenta, desde lo alto de la escalera—. ¿Era el señor Charlie?

—No, era Edward. No puede venir el sábado a cenar. Tiene una cita.

—Oh —sonrió Sue con simpatía—. No te preocupes, habrá otras cenas cariño.

—Claro que si —sonrió Isabella levantándose—. Bueno, cocinaré para papá y para ti —añadió decepcionada.

—Edward no tiene obligación de venir el fin de semana porque tenga negocios con tu padre —le dijo con amabilidad—. Es un buen hombre, pero algo mayor para ti…

Isabella no contesto. Sonrió y volvió a la cocina.

Edward se duchó, se afeitó, se vistió y se subió al Mercedes Benz negro que acababa de comprar. Estaba listo para pasar una noche en la ciudad y, desde luego, no iba a echar nada de menos el pollo quemado de Isabella.

Sin embargo, la conciencia le remordía un poco. Tal vez fuera por todas las cosas que Tania le había dicho de Isabella. La semana anterior le había estado contando lo que había dicho de él. Iba a tener cuidado con lo que decía delante de Isabella porque no quería que se hiciera falsas ilusiones. No le interesaba lo mas mínimo. Era una cría.

Se miró en el espejo retrovisor. Su pelo era color bronce con mechones rubios, tenía la frente ancha, la nariz recta y una boca grande de dientes perfectos. Comparado con la mayoría de sus hermanos era atractivo. Además, no le hacía falta ser guapo porque tenía dinero de sobra.

Sabía que a Tania le parecía de lo más atractivo precisamente por su cuenta bancaria, pero era guapa y no le importaba sacarla por Houston y enseñarla, como los trofeos de pesca que llenaban su despacho. Un hombre tenía sus debilidades. Sin embargo, al pensar en la decepción de Isabella al decirle que no iba a ir a cenar y en cómo se sentiría si supiera que su mejor amiga la estaba traicionando, sintió una punzada de remordimientos que no le gustó nada.

Se puso el cinturón y encendió el motor. Mientras avanzaba por la carretera, se dijo que no tenía motivos para sentirse culpable. Estaba soltero y nunca había hecho lo mas mínimo para darle a entender a Isabella Swan que quería ser el hombre de su vida. Además, llevaba solo demasiado tiempo. Una velada cultural en Houston era lo que necesitaba para aliviar la soledad.