I

No puede haberse hecho tan tarde – le corrigió su esposa. Tal y como habían planeado todo, el tiempo debía haberse adelantado. Regulando hasta el más último detalle, el matrimonio Lupin había procurado que nada saliese mal. Sabían que era prácticamente imposible que a su hijo lo admitieran en Hogwarts, debido a su naturaleza. El anterior director simplemente les había dicho amablemente que no podía aceptarlo, por temor a posibles represalias y a las dificultades para que alguien con su "anormalidad" pudiese encajar en Hogwarts.

Sin embargo, el anciano Armando Dippet había por fin terminado su legado en Hogwarts, pasando sin pena ni gloria a los anales de la historia del colegio, siendo uno de sus profesores más queridos y ancianos, el que ocuparía a partir de esa fecha su puesto.

Así, Albus Dumbledore sorprendió a la familia Lupin enviándoles una lechuza en la cual les invitaba a una taza de té en su nuevo despacho de director. Quería darle una oportunidad a su hijo, única hasta tal punto que el nerviosismo en la familia sacaría de quicio al mismísimo santo Hobbes.

Vestido con sus mejores galas, el matrimonio Lupín se trasladó hasta Hogwarts mediante polvos Flu. Sólo habían pasado unos segundos desde que el reloj de la sala marcase las tres, hora de la tan ansiada cita.

Al llegar al despacho, Albus Dumbledore, quien había estado revisando algunos papeles en su escritorio, recibió cordialmente a la familia.

El ambiente no era igual en la casa de los Black. La madre de la familia era conocida en toda la comunidad mágica por su prestigio y su saber hacer, aunque era una persona que se comportaba de forma bastante diferente según fuese de puertas adentro o puertas afuera cuando hablase. La señora amable y querida en la comunidad era comparable a una dictadora en su casa. Amante de la sangre pura, la matriarca de los Black había exagerado su postura desde el fallecimiento de su marido tan sólo dos años atrás.

El trato que ella daba a sus hijos era claramente diferencial. A la mayoría los trataba como a dioses, pero a Andrómeda prácticamente no la dirigía ni la palabra, debido a que consideraba que una Slytherin no podía juntarse con sangre sucia como ella los llamaba. Al enterarse la madre que dos de sus mejores amigas eran nacidas de muggles, explotó, y debido al carácter especialmente retraído de Andrómeda, ésta se había callado, aunque pensaba para sus adentros que, el día en que su furia explotase, no sabía lo que podría pasar.

Poco sabía Andrómeda que ya no sería la única persona a la que su madre no pudiese hablar.

La casa de los Pettigrew, era como siempre, una locura. Andrew Pettigrew podría ser definido como un agresor en toda regla. Descargaba la ira de sus asuntos de trabajo en su esposa y su hijo de tan sólo once años. Llegaba tarde a casa, y levantaba a ambos de las camas para recriminarles que todo era únicamente su culpa, sin importar lo que realmente hubiera ocurrido a lo largo del día. Por ello, Peter era un chico tímido y que apenas se había relacionado con niños de su edad. El temor a que fuesen como su padre era demasiado fuerte como para solamente intentarlo. Pero pronto iría a Hogwarts y, tal vez, todo cambiaría.

James Potter tenía todo lo que un niño de 11 años quisiera tener. El ser un hijo único lo había convertido en un niño mimado. Sus padres eran bastante adinerados, y por ello James había recibido una exquisita refinación de niño mago bien. Quería ir a Hogwarts, aunque en el fondo sentía algo de miedo porque nunca había tenido que enfrentarse a vivir una vida lejos de sus padres. Era por ello que James procuraría "esconder" su reputación de niño en el colegio.

Lily Evans podría ser considerada una joven normal. Este año iba a empezar la enseñanza secundaria en el cercano colegio Meadletown. Ya había incluso comprado la ropa y los libros que iba a necesitar para el año. Sin embargo, el correo aéreo-animal le trajo noticias que jamás hubiese esperado. Su sorpresa por ser bruja pronto se transformó en interés por aprender todo acerca del nuevo mundo que se le abría.

Al salir del despacho de Dumbledore, la familia Lupin aún no salía de su asombro. Su hijo iría a Hogwarts, y además lo haría de una forma lo suficientemente segura para que sus transformaciones no interfiriesen en sus estudios ni en los de los demás. Por fin era alguien normal.