Disclaimer: La serie de Naruto le pertenece a Masashi Kishimoto. Esto es sin fines de lucro, sólo con afán de divertirse y fantasear.

Hola! Es el primer Ita/Dei que escribo.

Adoro esta pareja, ojala les guste el fic que será de dos capítulos.

Gracias por leer!


Confesión inconclusa

-¿Y Dei-Chan?-entró a la sala preguntando por él Kisame.

A su alrededor se apreciaba el desastre en el que había quedado transformado el lugar. Vasos y botellas quebradas en el piso; la mesa de madera volteada y varios charcos de sake desparramados por todos lados.

-Después de lo de anoche dudo que le queden ganas de…-Hidan interrumpió sus palabras ante la vista del amenazante Sharingan.

Itachi acababa de entrar al lugar elegante y gallardo como siempre, advirtiéndoles claramente a todos los presentes con sus ojos que si querían seguir viviendo, callaran para siempre lo ocurrido.


Una fresca brisa hizo ondular los rubios cabellos que se desprendían rebeldes de la alta coleta del joven Akatsuki, pero este no le presto la más mínima atención, demasiado concentrado en sus pensamientos.

Hubiera sido el cuadro perfecto de la calma, sino fuera por una segunda figura que se movía inquieta de un lado a otro.

-¡Sempai!, ¡Sempai!, ¡Sempai!-el enmascarado llevaba gritando alrededor de tres minutos dando saltitos delante del único artista que quedaba con vida en la organización-¡Sempai, Sempai!-volvió a gritar con todas sus fuerzas.

Los ojos azules se desviaron momentáneamente del pedazo de arcilla amorfa que sostenían sus manos, y lo miró parpadeando como si acabara de salir de un sueño.

-¿Hn?- balbuceo bajito, imperceptible, apenas una ondulación de sonido.

Por suerte, el verdadero líder y fundador de Akatsuki tenía un excelente oído, comprobando con verdadero placer el delicado estado del rubio.

Su plan había funcionado.

Sonriendo perversamente debajo de la mascara, se inclino hasta quedar a la altura del rubio, inhalando a su paso la suave fragancia que desprendía el muchacho.

-¿Se encuentra bien, Sempai?-cuestiono con su voz chillona-Tobi ha sido un buen chico- siguió hablando mientras acercaba su rostro íntimamente, como si estuvieran compartiendo un secreto-¿A Deidara Sempai le duele la cabeza por el sake de anoche?

El cuerpo del rubio tembló de emociones contenidas, y se cuestiono seriamente el momento bizarro en el que permitió que Tobi se tomara tantas libertades con él, como esa cercanía física lo daba a entender.

Debería de haberlo explotado a la primera provocación, pero ahora que más daba.

En un acto impropio de su explosiva y efervescente personalidad, el joven artista resoplo por lo bajo levantándose de un solo brinco desde los pies del frondoso árbol en el que instantes atrás reposaba.

Con un esfuerzo sobrehumano ignoro olímpicamente a Tobi, y previendo la acción de su Kohai, cortó sus acciones con una simple frase.

-Déjame en paz, Tobi. Quiero estar solo.

No espero ni acción, ni respuesta por parte de su compañero, sólo siguió caminando internándose cada vez más en la espesura del bosque que servía como protección natural a la guarida de Akatsuki.

Lo único que deseaba era desaparecer de la faz de la tierra.

Mientras sus pies avanzaban automáticamente, sus sentidos percibían como la luz del día se iba desvaneciendo hasta que la oscuridad le anuncio que la noche lo había encontrado. Sólo en ese momento, tal vez sintiéndose más a salvo, su orgullo le permitió salir del estado de entumecimiento en el que se había autoexiliado.

-Idi…ota…idiota….idiota…-comenzó a murmurar como poseído por los demonios subiendo cada vez más de intensidad su voz-…idiota… ¡idiota!... IDIOTA.

Y es que así se sentía. Un completo idiota que no sabía cuando mantener la boca cerrada, aunque en su débil defensa podía alegar que no era el único con ese problema en la psicótica organización en que militaba.

Kisame, Hidan, Tobi y Kakuzu bien podían hacerle la competencia en meteduras de pata y ganarle con creces.

¡Todo, todo, todo era culpa de ellos!

Si no hubieran llevado esas malditas botellas de sake a la guarida, nada hubiera sucedido. Aún podría seguir viviendo en la mentira que tan bien se había construido.

Si su Danna aún siguiera con vida que decepcionado estaría de él.

Frustrado y temblando con violencia, creó con extrema rapidez un ave de arcilla lanzándola hacía la oscuridad.

-¡Katsu! -gritó a todo pulmón, viendo la explosión y las imágenes de la noche pasada danzar ante él.

Tobi y Deidara acababan de regresar de una misión en la Aldea oculta entre la Niebla. Había sido un trabajo limpio y eficiente, e incluso Tobi se había portado relativamente bien, por lo tanto, el rubio se encontraba de un excelente humor, y si además, a eso se agregaba la compra de nueva arcilla, el resultado no era más que un joven artista irradiando una clase de felicidad que lo volvía perturbadoramente atractivo, hermoso.

El rubio artista de Akatsuki era precioso, bellísimo. Nadie con sangre en las venas podría negar nunca una realidad tan contundente, puede que berreara todo el día y fuera insoportablemente odioso cuando se encontraba de malas o con Itachi, lo que era lo mismo, pero sin duda, era una representación etérea de la belleza de carne y hueso. Por eso, más de uno lo contemplaba con irrefrenable deseo o extraño anhelo.

Pero ese día en particular, Deidara brillaba.

Y eso, sus compañeros lo notaron con creces y pensamientos pervertidos, invitándolo a un par de rondas de sake en la sala de la guarida al anochecer para liberar tensión, o al menos eso dijeron. Después de todo ninguno iba a negar que emborrachar al artista y perderse en su cuerpo, fuera una oportunidad para dejar pasar, aunque aquello probablemente fuera una sentencia de muerte segura.

Deidara sabía que tenía poca resistencia al alcohol, solamente creyó de manera bastante estúpida que un par de vasos no le sentarían tan mal, después de todo no podía negarse como una niñita con miedo a embriagarse. No se permitiría esa debilidad ante los otros.

Podía ser el más joven, pero no por eso un cobarde.

Y para variar, su orgullo fue su perdición.

Cuando Deidara iba en el séptimo vaso de sake, sus extremidades estaban inusualmente adormecidas y, ya no era solamente el piso el que se movía, supo que debía detenerse, pero una pregunta del hombre tiburón le devolvió la lucidez momentáneamente.

-¡Vamos, Hidan!-Kisame palmoteo la mesa más animado que de costumbre, salpicando parte del licor en la cubierta de madera -¡Dinos!…. ¿qué compañero te follarías?

Una carcajada retumbo por la sala evitando cualquier respuesta por parte del adorador a Jashin.

-A ninguno-se adelanto a hablar el tesorero de la organización-A él le gusta que se lo jodan-sonrió con malicia desafiando al otro a negarlo.

Deidara se atraganto con el sake ante tal información, escupiéndolo al aire y atrayendo la atención de los tres hombres hacía él.

Sin poder evitarlo, sus mejillas enrojecieron aún más de lo que la bebida le había provocado ya, otorgándole un aspecto bastante tentador. Y Kisame, viejo astuto, sabía ver una oportunidad cuando la tenía enfrente.

El artista podía mostrarse de muchas maneras, pero en el fondo era un muchacho bastante inocente, en especial, cuando de trataba de temas "adultos".

-Dei-chan…-le sonrió con sus afilados dientes, y una vocecilla insinuante- ¿Tú con quién follarías?

Los labios rosa del rubio artista se quedaron a medio abrir, entre que se ahogaba con su propio aire entre que respondía. Pero la cabeza de Tobi apareció de la nada salvándolo, o al menos, eso creyó, si hubiera sido un adivino lo hubiera asesinado de la manera más lenta y dolorosa posible apenas lo vio.

-¡Deidara Sempai no follaría con nadie porque Deidara Sempai es virgen y esta enamorado!

-¡¿Qué?

-¡¿Cómo?

-¡¿De quién?

Sus voces y sus ojos clavados en él lo marearon como si se trataran de tentáculos, y sin pensar en nada, firmo su sentencia de muerte con una palabra.

¡Él y su maldita impulsividad!

-Itachi-dijo el rubio sin más, mareado y ya con evidentes dificultades para enfocar la vista.

¿Qué más daba si se desinhibía por un momento? ¿Qué importaba? Sólo estaban ellos cinco.

-¿Itachi?-repitió Kisame-¿Itachi?- volvió a decir el hombre tiburón, pero esta vez sin mirar a sus compañeros

-Sí-afirmó Deidara cerrando los ojos en un acceso de valentía que debía ser causa del alto consumo de alcohol.

Todos se quedaron en un profundo silencio, incluso al artista le pareció oír las respiraciones contenidas de todos.

Eso le extraño y arrugo el entrecejo.

-¿Itachi?-esta vez fue la voz de Hidan quien cuestionó en un tono irreconocible.

El artista supo entonces que algo iba mal, muy mal.

Lo primero que registraron sus pupilas azules cuando las abrió fue la cara de completa tensión en el rostro de sus compañeros que miraban un punto ciego detrás de él. Trago saliva, preparándose para lo peor mientras se giraba.

Pupilas ardiendo en rojo le devolvieron la mirada desde el pétreo rostro del primogénito Uchiha, quien sin que lo notara antes, se encontraba sentado cómodamente en un sillón oculto entre la penumbra.

-¡Itachi-san!-escuchó decir a la voz de Tobi.

Oh, no.

Eso sólo podía significar que lo había escuchado todo.

Oh, no.

La tierra comenzó a abrirse a sus pies lentamente, pero ¿Cómo? No se suponía que el Uchiha se encontraba descansando en su habitación, encerrado en su perfección leyendo un libro o haciendo quizás que cosas.

Su estomago se contrajo violentamente, quería devolver todo lo consumido. Al parecer era experto en humillarse ante él, y más en darle razones para despreciarlo.

Que confesión más patética, y ahora él lo sabía.

Oh, no.

Debía huir. Desaparecer.

Se levanto con brusquedad volcando la silla que antes ocupaba en el proceso, y con la poca rapidez que le permitía su estado etílico se alejo de la sala tambaleándose para esconderse del mundo y su humillación, con suerte realmente se abriría la tierra tragándoselo con esos sentimientos y todo.

Por Dios, como se odiaba, y más cuando lo último que sintió fue la mirada penetrante de Itachi clavada a sus espaldas.

Sabía que si se quedaba un segundo más las burlas no tardarían en aparecer.

Ni siquiera espero a que amaneciera para escabullirse fuera, y no ver a nadie, salvo a Tobi que siempre parecía encontrarlo de manera misteriosa.

Se maldijo internamente y quiso ser arte como sus figuras.

Volar lejos.

Itachi Uchiha era todo lo que él no deseaba para su vida, y ciertamente, aunque no fuera persona de planes u organizaciones, tampoco lo hubiera considerado de ser así, pero el destino parecía divertirse a expensas de su vida. Y por Dios, como lo odiaba.

Sí, lo odiaba por hacerlo sentir más que su arte, por elevarlo e inspirarlo. Lo odiaba porque en el fondo por más que lo negara, lo amaba; y era de esa clase de amor doloroso, tormentoso, silencioso; de esos de las películas lloronas o de los libros existenciales, en dónde nunca se sabe bien como va a terminar el protagonista, si feliz junto a su amado o muerto en circunstancias trágicas; y él no era así. Era libre, despreocupado, espontaneo. Si amaba, lo decía; ahora, si amaba, lo callaba.

No podía confesarse ante Itachi, y si hubiera existido una forma de hacerlo, definitivamente no hubiera sido después de siete vasos de sake.

Chasqueó la lengua con desaprobación.

Deidara era feliz con sus explosiones, su juventud irreverente, sus ataques terroristas, su arcilla, su arte, su cosmos. Era feliz hasta que la línea hereditaria del Clan Uchiha lo atrapo en una organización que no quería, y termino por esclavizar su alma a un sentimiento que tampoco deseaba, pero estaba allí, y como buen artista debía hacer algo con ello. Su máxima creación. Su amor transformado en el odio autoproclamado hacía Itachi.

Y era una buena creación, se sentía orgulloso de ella, de decir cuanto lo odiaba a quien pasara por allí o quisiera escucharlo, aún cuando cada vez que volvía a su habitación algo dentro de su pecho lo exprimía hasta el punto de dejarlo sin fuerzas, boqueando por un vacío que no sabía que existía, hasta que lo conoció.

Pero era una bella obra de arte. Una verdad disfrazada de mentira que había sido destrozada.

Era una verdadera lástima porque adoraba con todas sus fuerzas su máxima obra de arte, porque Itachi representaba todo aquello que él no era, es más, Deidara no pensaba ni siquiera que el poseedor del Sharingan fuera guapo, la palabra le quedaba pequeña ya que era incapaz de describir la soberbia masculinidad y carnalidad que desprendía ese frío hombre, como un aura todopoderosa cubriéndolo desde sus ojos hasta su porte. Él era perfecto porque no sólo ocupaba el ambiente con su cariz aristocrático, sino que lo saturaba con su cuerpo siempre en completa tensión, como un perfecto depredador.

Quien hubiera imaginado que su boca sería sido su condena. Vaya manera de que el mundo, con Itachi incluido, se enterara de su amor secreto.

Ahora ya no tenía nada, y los deseos de volar aún más lejos lo atraparon con una sed desquiciada y enfermiza.

Sus labios dibujaron una sonrisa siniestra.

En un impulso, sus manos subieron hasta situarse a la altura de su pecho, buscando la boca sellada al lado de su corazón. Su última técnica, la más destructiva y hermosa a sus ojos. Si la activaba todo acabaría para él, se autoinmolaría en la muestra de arte más puro, supremo, liberándose de ese amor y de la mirada carmesí que no deseaba enfrentar.

Ese sería el fin.

Glorioso y explosivo.

-¿Qué haces, Deidara?-la profunda y ronca voz del poseedor del Sharingan, Itachi Uchiha, detuvo sus acciones, dejándolo quieto y fijo en su lugar.