Hola a todos! Después de mucho tiempo de leer historias me animé a publicar alguna de las cosas que tengo escritas. Esta historia en particular es sobre dos personajes de Criminal Minds que me gustan mucho: Emily y Hocth.
No se que tan larga vaya a ser porque, si bien tengo algunos capítulos avanzados aún no me decido cual va a ser el final, descuiden, no planeo nada trágico, la vida es demasiado linda como para agregarle tanto drama.
Quiero probar a ver si les gusta la historia para estar segura de continuarla. Y como es mi primer publicación acepto sugerencias o críticas constructivas para poder mejorar y que todo sea mas ameno para todos.
La verdad es que siempre fui algo reservada con las cosas que escribía y nunca dejé que nadie leyera nada así que esto me pone realmente nerviosa jaja
Los dejo de entretener pero antes, quiero dedicarle esta historia a alguien que me inspiró a animarme a dar este paso: Ana-List gracias chica! Me has motivado para hacer esto!
Ni la serie ni los personajes me pertenecen.
Disfruten!
Capítulo 1: Pasado
Su vida no había sido sencilla. Mientras todas las chicas de su edad soñaban con un príncipe azul en su cuento de hadas perfecto, ella soñaba con atrapar a los malos que les hacían la vida imposible a las princesas. Mientras las demás niñas leían cuentos con sus madres antes de dormir, ella veía a su nana arroparla y cubrir ese vacío que ocasionaba la ausencia de sus padres. Ella habría dado todo lo que tenía, toda su colección de muñecas de porcelana importadas, incluso ese juego de té de vajilla china que su abuela le había regalado para navidad, absolutamente todo, por un día entero con sus padres haciendo las cosas que cualquier familia haría. Pero no, ella sólo tenía a su nana y muchos empleados que se encargaban de la mansión mientras sus padres se encargaban de cuestiones políticas, "temas de adultos que ella nunca entendería" según su madre. Y es que a diferencia de otros padres que esperaban que sus hijos siguieran sus mismas profesiones, su mamá siempre le decía que ella no sería buena para la política, lo que fuere que eso significara porque, con cinco años, Emily no entendía lo que su madre quería decirle con esas simples palabras. Y no fue hasta entrada su adolescencia, cuando ella realmente comprendió lo que su odiosa progenitora le había recitado todo lo que llevaba de vida.
Otra consecuencia del trabajo de sus padres eran las mudanzas. Jamás lograba adaptarse ni hacer amigos, al principio lo intentaba porque ¿Que niño de cinco años no quiere tener muchos amigos con los que compartir los descansos del jardín? Pero con el tiempo dejó de intentarlo. A medida que crecía se olvidó de que una niña sólo debe preocuparse por los juegos que compartiría en cada descanso con los demás pequeños, se olvidó de que su mayor preocupación era no olvidar el saludo a la maestra cuando llegaba cada mañana a clases o recordar las letras y números que habían aprendido a lo largo de la semana. No, esas pequeñas cosas ya no le importaban porque ella ya no se sentía parte de algún lugar. Apenas tenía una casa, pero una casa así sin más no es un hogar. Un hogar no se trata solo una estructura edilicia con cosas materiales, sino de un lugar donde uno aprende a ser uno mismo, donde aprende la confianza hacia los demás, donde encuentra el apoyo para cada momento difícil, un lugar donde sentarse en el regazo de papá para ver una película o acurrucarse en los abrazos de mamá cuando el miedo hace acto de presencia son las cosas más importantes, un lugar donde se aprende lo que es el cariño y sobre todo, el amor más puro e inocente que alguna vez se pudiera encontrar.
Emily aprendió desde pequeña que su nana era lo más cercano a una persona de confianza que podría tener, porque Charlotte era su sustituta de madre, su mejor amiga y el regazo en el cual llorar cuando los niños se burlaban de ella en la escuela por no poder pronunciar adecuadamente las palabras o por ser "rara" por sus gustos por la lectura. Desde sus tempranos seis años Emily dejó de creer en Santa Claus, dejó de esperar ansiosamente las vacaciones de verano, porque el hecho de que sus padres estuvieran en casa significaban más peleas que momentos familiares, dejó de creer que las personas eran buenas y sobre todo, dejó de creer que la confianza era algo que merecía la pena desarrollar hacia cualquier otro.
Es así como pasó los primeros años de su vida tratando de no llamar la atención, de pasar desapercibida para que los niños no se metieran con ella, encerrándose en ella misma y creando muros porque, ¿Para qué creer en las personas, para que confiar en ellas si siempre se iban, si siempre la herían? Y como ella creía, ya había pasado demasiado tiempo esperando acciones de sus padres que jamás llegaron y que por supuesto, nunca lo harían. Los libros fueron su escape de la realidad, leía sin parar y cada vez levantaba más muros para evitar ser dañada. Era la primera en su clase, y eso sólo lograba que los demás niños la despreciaran y la ignoraran porque era una "nerd".
Cuando tenía catorce años y en la etapa más difícil de su vida, otra mudanza llegó, y esta vez a Roma. Otra decepción llegaba, otro difícil momento de una adaptación que jamás conseguría. Al final, ya había dejado de intentarlo, ella era diferente, no quería ser una damisela en apuros, ella quería patear traseros y de ser posible, tener su propia arma porque creía que eso le haría sentir más poder, le haría sentir que nadie podía atravesarse en su camino ni dictar lo que debería hacer, como su madre las llamaba, una "dama de sociedad", no, ella jamás sería lo que su madre quería, mucho menos sería alguien débil que pudiera ser pisoteado por personas crueles como todas las interesadas amistades que rodeaban a su familia.
Le bastaron un par de días en ese país para darse cuenta que no quería ser la sombra de sus padres, no quería ser sólo la hija de los embajadores Prentiss. Ella quería que la reconocieran por sus propios méritos y no por acomodo o nepotismo. Quería ser diferente así que decidió que era hora de que el mundo viera como se sentía ella por dentro. Al principio cambio el color de su cabello castaño por un negro azabache, le siguieron los delineadores negros, acompañados del labial en el mismo tono y como no, la ropa negra. Si, su look era algo gótico pero ella estaba cómoda y se sentía bien, además, moría por ver las expresiones de sus padres cuando la vieran, tal vez así la notarían al fin aunque fuera para regañarla o decirle la gran decepción que había resultado ser, porque sí, ella estaba segura de serlo, había oído una vez a sus progenitores hablando del hermoso niño que nunca pudieron tener por su culpa. Y escuchar eso con apenas ocho años no era cosa simple, había llorado por semanas enteras hasta que entendió que ella era lo que era y que debería esforzarse en estudiar y trabajar para poder irse de su casa lo más pronto posible.
Al principio con ese look todos la habían mirado raro, y no es que con el tiempo dejaran de hacerlo, pero al menos no se metían con ella, así que podía encerrarse en su propio mundo sin importarle nada ni nadie más. Sus padres eran otro tema, todavía recuerda el grito de su madre y la mirada asustada de su padre. Pero que más daba, ella no iba a cambiar para hacerlos felices cuando ellos no cambiaron nunca para hacerla feliz a ella.
Con el tiempo conoció a John Cooley y Matthew Benton, quienes se convirtieron en sus mejores amigos, los únicos que alguna vez tuvo. Todo parecía marchar bien, después de tanto tiempo siendo infeliz y no confiando en nadie, Emily les había abierto una pequeña parte de su corazón. Aunque poco tiempo le duró esa felicidad porque un año después los problemas volvían a llegar, y esta vez, era realmente serio. En ese momento sólo tenía quince años y temía por las consecuencias no sólo para ella, sino también para sus amigos. Si ahora le preguntaran si hubiera hecho lo mismo tal vez lo dudaría, pero de no haber sido así su vida se habría vuelto un total desastre, peor de lo que ya era. Posiblemente fuera un pensamiento egoísta pero, cuando la vida te hace crecer sola, teniendo que ser autosuficiente porque nadie más cuidaría de ti, entonces es cuando realmente empiezas a tomar decisiones como adulto. Ese había sido su secreto mejor guardado y esperaba que siguiera así por mucho tiempo. Ni siquiera quería oír a su madre si la gente se enteraba de lo que había hecho. Sabía que desheredarla sería lo mínimo que harían.
Desde ese momento su vida cambió, ella cambió. Dejó atrás su look gótico para convertirse en la persona que siempre quiso ser, esa que solo confiaba en sí misma y que no necesitaba de nadie más. Retomó sus estudios y obtuvo las mejores calificaciones. Además comenzó a buscar empleos durante los veranos para ya no tener que pedirles dinero a sus padres. Los libros volvieron a ser sus mejores amigos y cuando la escuela secundaria había terminado al fin, aplicó para universidades en Estados Unidos, el lugar donde siempre había querido vivir. Afortunadamente consiguió una beca y logró entrar en Yale. Ya ni siquiera dependería de que sus padres le pagaran la universidad. Con sus ahorros de toda la vida y una beca bajo el brazo, supo que había llegado el esperado momento de decirles adiós a sus padres y comenzar por su cuenta. Comenzar al fin esa vida que tanto había esperado.
