-Mamí… ¿Qué le pasa a ese chico? ¿Es tonto? –Con el dedo siguió el recorrido del –supuesto- ser humano con uniforme de instituto, más de metro noventa y ¿pelo azul?, que avanzaba dando saltitos al estilo niña de la pradera. Al pequeño Mako-chan le recordó a una tostada gigante (de esas quemadas que hacía su padre y que había que raspar con el cuchillo si uno no quería morir intoxicado por ingesta de monóxido de carbono) dando botes siniestros. Ah, y con peluca.
-No seas maleducado hijo. Ese pobre chico solo tiene problemas…una enfermedad.
-¿Está malito mamí? ¿Y no tiene cura?
-No, cariño, no la tiene. Pero hay que tratarlo como cualquier persona normal, ¡Tiene las mismas oportunidades!
-Oh… -arrugó el ceño, apiadándose a sus siete años de la lastimera existencia de ese joven. Que injusta es la naturaleza. -¡Ánimo! ¡Tú puedeeees! –grito levantando el puñito en un arrebato de simpatía. La tostada chamuscadita le guiño el ojo y alzó el pulgar con una enorme sonrisa de anuncio de dentífrico.
Madre e hijo se dieron la mano, despidiendo con ojos acuosos a ese joven valiente que corría dando cabriolas hacía la puesta de sol. Qué Bob Esponja, patrón de los discapacitados mentales, le bendiga.
Mientras Aomine caminaba a grandes pasos -que tiraban más bien a saltos pequeños- más feliz que unas castañuelas, con las manos en los bolsillos y silbando, no paraba de pensar en lo simpática que era la familia de antes. ¡Mira que darle ánimos para que llegara a tiempo a la librería y se comprase su super-mega-hiper esperada revista mensual de Mai-chan! ¡Con un llavero de regalo!
¡Qué buena era la gente! ¡Qué buena la editorial altruista! ¡Qué buena estaba Mai-chan!
Ay, se sentía tan feliz que tenía la necesidad de compartir su alegría con ese maravilloso mundo y ese resplandeciente sol. Por eso, regaló su hermosa sonrisa a la afortunada gente que transitaba esa callecita un martes por la tarde de marzo. Y sin pedir nada a cambio. ¡Qué bueno era él también (y que bueno estaba)!
Claro, que la gente que lo veía pensaba que tenía cara de salido o que padecía el síndrome de Down, pero vamos, que nuestro querido Daiki era completamente ajeno a ello. Así que no problem.
Kise, cabrón.
Plantado en un rincón de su librería habitual, frente al escaparate, miro con odio las revistas que tenían por portada una foto de cuerpo entero de ese modeló con pelo de pollo. Ese pelo-pollo que se había atrevido a ocupar parcialmente la estantería destinada a la bendita Mai-chan y sus tetas de copa G. El sagrado espacio de Mai-chan había sido profanado.
¿Lo peor? Su lugar había sido contaminado por un ser hermafrodita. Sí hubiera sido una tía guapa lo habría perdonado. ¿Pero Kise? ¿Kise? Antes dejaba que Satsuki lo depilase.
Cuando viera a ese rubio esmirriado lo iba a hinchar a puñetazos. O jalones de pelo, que le jodían más.
Encima el cielo se había nublado.
Decidió ignorar a su antiguo compañero (no sin antes maldecirle) que se las había ingeniado para agriarle el día sin estar presente y encima arruinar el buen tiempo-la Peste Kise debía ser erradicada, pero ya. En su lugar, tomó una revista de las que sí valían la pena, con esa Venus terrenal en portada en una postura curiosamente similar a la de Kise.
Mmmm…
Con la otra mano, se adueñó de la revista del rubio. Las sujeto así, mirándolas durante dos largos minutos en silencio si ni siquiera pestañear.
Entonces se le ocurrió la peor idea jamás pensada.
Examinó derecha e izquierda y se asomó tras las estanterías para asegurarse de que no hubiera un solo alma a 50 metros a la redonda. Estiró el cuello para comprobar que tampoco le observaran desde el otro lado de la vidriera, en la calle. Volvió a otear a izquierda y derecha, por si acaso. Nadie.
Tragó ruidosamente, le temblaban las manos y sentía la garganta seca. Inspiró y expiró profundamente, para calmarse.
Lentamente, junto las dos revistas, doblando la de Kise a la altura del cuello del modelo –la de Mai-chan ni pensarlo, que estaba protegida en el seno de Dios e iría al infierno por semejante ofensa- y superpuso su cabecita chillona sobre el cuerpo de estatua griega de Mai-chan (como le encantaba ese biquini que cubría lo justo y necesario).
Con los ojos entornados se atrevió a echar un vistazo a la quimera que él mismo había creado.
Obviamente, el resultado fue un desas… Ostia.
Al final, acabó comprando las dos revistas y con motivos más que suficientes para moler a Kise a palos y que un juez lo absolviera:
1) Por su culpa, a partir de ahora tendría que gastar el doble de dinero al comprar no una, sino dos revistas (que no eran baratas, oye).
2) Tendría que dejar a la tonta de Satsuki que le depilase si se aburría de nuevo y Tetsu pasaba de ella (unos seis días a la semana, en ocasiones siete).
3) Tendría que rezar cada noche a los cielos para que perdonaran la osadía de cubrir la cara sagrada de Mai-chan con la foto recortada de la cabeza de Kise.
4) Lo peor de todo, le había obligado a violar sus principios y admitir que, tal vez y solo tal vez, después de todo, Kise no era tan feo.
Eso sí, Mai-chan estaba más sexy que nunca con esas pestañas largas y esa melenita dorada.
Maldito Kise, es todo su culpa. No le había dejado opción.
Si Dios se enfada con alguien, que lo hiciera con el modelo. Es su culpa por ser tan guapo…
...
O tener una cara tan afeminada.
