Booth no lo podía creer. Dos mujeres en su casa y de pronto, las dos se habían ido. Y, en fin, que se fuera Perotta no le afectaba mucho, aunque había sido un detalle por su parte acordarse de él y traerle algo de cena... pero que se fuera Temperance, ahora que le había arreglado la espalda, que parecía estar de nuevo alineada y ¡por fin! había dejado de doler...
Se le ocurrió una idea. Tomó su teléfono. Se sentó y ensayó un nuevo lamento, como los que habían salido incesantemente de su boca en los últimos días cada vez que se movía. Marcó la llamada para Brennan. Era el segundo número en su agenda, después de Parker.
La Dra. Brennan, enojada a su pesar, se había incorporado al tráfico. Era normal que Perotta se hubiera presentado, al fin y al cabo, pensó, son compañeros en el FBI. Los compañeros se preocupan unos de otros. Pero la enojaba. Toda ella, con sus ojos de cordero degollado, y sus maneras suaves... con esos ojitos que le ponía a Booth...
Su teléfono empezó a sonar, y activó el manos libres.
- Brennan, contestó
Del otro lado se oyó un lamento, un quejido.
- ¿Booth? ¿Qué pasa?
- Estoy peor... apenas puedo moverme... Booth dio un golpe en la mesa y cortó la comunicación.
A Brennan el corazón se le puso a cien... Se ha caído, pensó. Giró en el cruce sin importarle los pitidos y luces de los otros coches, y deshizo el camino andado desde la casa de Booth. Subió los escalones de dos en dos y entró en tromba, sabía que la puerta estaba abierta. Booth estaba en el suelo, sobre la alfombra, y ella prácticamente se tiró a su lado, moviéndole la cabeza con cuidado.
Él abrió los ojos con una sonrisa.
- ¡Vaya, sí que has sido rápida! La agarró la cara con las dos manos y la besó, aprovechando la sorpresa.
Brennan se echó atrás. Estaba indignada.
- Tú, gusano asqueroso... me has dado un susto de muerte. Eso no se hace Booth, creí que te habías caído, que estarías paralizado...
- Bueno, casi me dejas así la primera vez que me "alineaste" esta semana... Sólo quería que volvieras. Sólo quería que estés conmigo...
Lo dijo muy suavemente, levantándose. Se sentó en el sofá. Ella se sentó con él. De pronto le miró, y le puso una mano en la mejilla.
- Sólo tenías que pedírmelo, yo también quiero estar contigo. Se acercó a él y, lentamente, sus labios tocaron los de él en un beso cada vez más profundo y exigente. Cuando se separaron por falta de aire, ella le suspiró...
- Con tu espalda como está, poco podemos hacer.
- No te preocupes, encontraremos una forma. Ahora ya no me duele nada. Tienes ese efecto sobre mí...
Ella no le dejó seguir. Sus labios volvieron a unirse, como si no fueran a separase nunca...
