Deberíais verle con corona

Jim Moriarty está sentado en su trono.

No es un trono, en realidad, es sólo un sillón Luis XV, pero tendrá que valer por el momento, hasta que pueda echar mano de un trono y de una corona de verdad. Y, ¡oh! Algún día está seguro de que lo hará.

Jim Moriarty está sentado en su trono y piensa en sueños de grandeza y en globos pinchados con una aguja. Y entonces piensa en Sherlock Holmes.

¿Quién es Sherlock Holmes?

Es un entrometido que últimamente ha estado estropeándole sus juegos preferidos, y por eso tiene que morir.

Es un individuo aburrido que tiene una página web aburrida que habla de cosas aburridas y tiene amigos aburridos, por eso tiene que morir.

Es un ser ordinario que está del lado de los ángeles, y por eso tiene que morir.

Pero no, Sherlock Holmes no es ordinario, y eso le hace interesante.

Si es interesante, de inmediato Jim Moriarty lo quiere como juguete. Tiene que ser suyo. Como sea. A cualquier precio.

Pero inicialmente Jim Moriarty quería matarle, y esto plantea un dilema.

—Mmmhhh… —murmura Jim Moriarty en la soledad de su trono.

Saca de su bolsillo su moneda de la suerte.

Con ella ha decidido el destino de mucha gente ordinaria.

La lanza al aire pensando que cara es su juguete y cruz es su muerte, y cae cara sobre su palma, reluciente, casi desafiante.

Jim Moriarty hace un puchero y se guarda de nuevo la moneda.

Ha salido vida, la moneda que decide el destino de la gente ordinaria ha dicho vida y "juguete".

Pero Sherlock Holmes no es una persona ordinaria y, por primera y única vez, Jim Moriarty decide hacer una excepción y desoye la decisión de su moneda de la suerte.

—Primero Sherlock será mío y después será muerte —sentencia, y un brillo maníaco se extiende por sus ojos y por sus dientes de depredador.