Yu Yu Hakusho es propiedad de Yoshihiro Togashi y no gano un soberano quinto por escribir esto, nomás alimento mi morbo.

Las tres primeras palabras de este fic están dedicadas a Arisu XDDD, naaa te dedico todo el fic.

Paroles

by Janendra

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La limusina dobla en una esquina solitaria. Él viento de la tarde arrastra perezoso las hojas doradas. El semáforo marca rojo. Un grupo de chiquillos en uniforme azul cielo atraviesa la calle.

El chofer mira por el espejo retrovisor. Una camioneta blanca, un chiquillo vestido de azul que come donas. La mirada desciende y la figura de su pasajero queda en primer plano: La mano se adentra en el saco, los dedos largos se mueven sobre los botones del celular. Un saludo áspero, las formalidades de rigor. Su jefe es un hombre joven, alto y fuerte, cabello corto de un rojo intenso, irreal. Andará por los treinta, quizá uno o dos años más. El chofer tamborilea los dedos en el volante, a esa edad él trabajaba un taxi. Murmura una grosería. El jefe, que parece oír hasta con la punta del más delgado cabello, desliza los lentes sobre la nariz, los ojos verdes lo miran con una crueldad que asusta.

—Ese vocabulario —dice en voz baja, silente, y a pesar de que la voz es rica y profunda el chofer se estremece.

—Disculpe Minamino-san —murmura y sin darse cuenta se encoje en el asiento.

El chofer odia esa voz de témpano autoritaria y exigente. Desde el primer momento se sintió incómodo con ese hombre. Conducir para él lo tiene todo el día con el corazón en la garganta, siente que trae un bestia salvaje en el asiento trasero. Si no tuviera mujer y tres hijos dejaría ese trabajo.

—El semáforo —dice el jefe y el chofer se da cuenta que la luz cambió—. Procuré no distraerse.

El chofer asiente nervioso. Da vuelta en una esquina, el transito se vuelve lento, demasiados carros.

Minamino mira por la ventanilla, las hojas se desprenden de los árboles. Cierra los ojos. Sus oídos se llenan del diminuto sonido de las fibras que se trozan. El barco dorado navega en el aire hasta posarse en el suelo.

Revisa los documentos en su portafolio. Suspira, no puede concentrarse. Anoche soñó que Hiei yacía desnudo y tibio bajo su cuerpo. Hiei era delgado y pequeño, un precioso demonio que parecía un adolescente de trece años, ojos de un escarlata ardiente, cabello negro con un mechón blanco. No le gustan esos sueños, ¿para qué fantasear con los ausentes? En el sueño lo poseía. Hiei jadeaba en su oído, le decía a regañadientes, como si lo obligaran, que lo amaba. Minamino sonríe, Hiei era un arbusto con espinas que no bajaba la guardia, adoraba llevarlo al clímax, a ese punto donde no podía contenerse y gemía alto, desacompasado, las mejillas ardiendo, los ojos húmedos de puro placer, cuando sin quererlo se le soltaba la lengua y entre jadeos ahogados le confesaba aquellas cosas: te amo Kurama. Adoraba aún más echarle en cara sus palabras cuando permanecían tendidos en el futón e intentaba abrazarlo. Hiei le daba con la almohada en la cara dos de cada tres veces. Lo dijiste, susurraba malicioso, y Hiei le gritaba enfurecido: ¡claro que no zorro tonto!

Despertó a media madrugada con la nostalgia enraizada en el pecho y el deseo quemando su sexo. Debió masturbarse. Un hombre treintañero recurriendo a los placeres solitarios le parecía patético, la verdad es que no deseaba estar solo. El muchacho llegó en media hora, igual que las pizzas, encantador y sonriente. Un prostituto caro para un alto ejecutivo. El chico conocía bien su oficio y hasta le juró amor eterno con una curiosa sinceridad; lo odió.

Frunce el ceño acentuando una arruga en el entrecejo. No creía que Hiei le diera importancia a las palabras. Tuvieron un sin número de amargas peleas, Hiei se iba y regresaba, o él lo obligaba a volver. ¿Por qué sería diferente? Debió darse cuenta, si se hubiera quedado callado.

—No quise decirlo —murmura con un dejo de tristeza.

Una mentira más al saco, la misma falsedad que se cuenta cada día. Deseó herirlo y usó las palabras precisas, la intención correcta, y a pasado siete años arrepintiéndose. Años de culpa y soledad por un mal día que desquitó con Hiei. El celular vibra en su saco, mira el identificador, responde con una sonrisa que hace temblar a su chofer.

—Profesor Kiryu —repite para no olvidar el nombre—. ¡Siempre soy puntual! —se defiende con un tono alegre que sólo usa con sus amigos—. Sí hombre, no lo olvido. El peluche, sí. ¿Algo más?

Se pasa una mano por el cabello. Los ojos verdes chispean. El celular vuelve al saco, y a pesar de la sonrisa le duele el pecho. Ya no pensaré en ti, se dice. Su mente vuelve a aquel día, a los ojos de rubíes que lo miraron incrédulos. Cuando lo sintió herido quiso tragarse sus palabras una a una, decirle que era una broma, una payasada cualquiera, él lo amaba, era su vida entera. Le abrió la puerta y Hiei se fue sin decir nada, sin mirar atrás.

La limusina se mueve con una lentitud exasperante y están a sólo dos calles de la escuela. Imagina a Hiei en la banqueta, recorre palmo a palmo el cuerpo pequeño. Añora los ojos carmesí que resplandecían traviesos, la sonrisa cínica que amaba, se pregunta cómo será Hiei, aunque sea un demonio tuvo que cambiar en algo, han pasado siete años y no puede ser el mismo. La ilusión le mira triste y se desvanece. Minamino observa el vacío, sale del auto.

—Estaciónese por aquí —le dice al chofer.

Meses, días y años de buscarlo. Camina furioso. Recorrió cada rincón del Ningenkai, del Makai, y ni una pista, ningún rastro, nada. Hiei parecía una invención de su mente, el recuerdo fugaz de un sueño. Cada momento, cada segundo que pasa siente que se volverá loco.

Es la hora de salida y parece que los niños surgen de las mismas piedras. Tropieza con un chiquillo, le toma un segundo recomponer su rostro, atrás la angustia y el dolor. Una mujer y una niña se acercan a la carrera.

—Ah, gracias —jadea la mujer y apoya las manos sobre las rodillas.

Kurama asiente amable. El chiquillo, que no debe pasar de los cuatro años, lo mira con ojos enormes, atónitos.

—Lobo —dice el niño y Minamino sonríe, le acaricia la cabeza mientras pasa a su lado.

—¡Mamá le dijo lobo al señor! —acusa la niña.

La sonrisa de Minamino se acentúa, gira a medias y le muestra al chiquillo uno de sus colmillos. El niño abre la boca sorprendido.

—Ya es tiempo de que te olvide —suspira.

La reja se abre. Una atenta maestra le indica el camino a preescolar y maternal. El patio de la escuela es amplio, lleno de jardines y juegos para los niños. Es un buen lugar para crecer. Evoca sus propios años de escuela. Las chiquillas revoltosas detrás de él, los compañeros que recuerda con nostalgia, Hiei trepado en el árbol junto a su salón observando curioso las cosas que hacía.

La escuela tiene una excelente reputación y cubre desde maternal hasta universidad. Al principio no estuvo de acuerdo en cambiar a los niños, las clases estaban avanzadas y no sabía si el cambio les sentaría bien, además debían emplear más tiempo para llevarlos. Yuusuke los abrumó a él y a Kuwabara con un centenar de folletos hasta que accedieron a visitar las instalaciones. Preescolar y maternidad estaban separados del resto de la escuela y tenían patios independientes, la directora parecía estricta y justa, el personal docente era un encanto, había pocos niños por grupo. Por supuesto no se quedaron con las apariencias, preguntaron y los otros padres les aseguraron que las cosas del folleto eran ciertas y que el maestro de su grupo era una completa maravilla.

En preescolar lo hacen esperar en una sala decorada como un bosque de hojas doradas. Debido a su trabajo desde que cambiaron a los niños, hace dos semanas, no puso un pie en la escuela. Recordaba adornos de maripositas y flores, el cambio de temporada también se ve en la decoración. Niños bien abrigados adornan los cristales, las nubes soplan nieve sobre los árboles que se protegen con bufandas y cubre orejas. Ahora ya sabe de dónde sacó Hanako la idea de ponerle suéter a los árboles del jardín. Mira divertido el revistero en forma de oso y la cafetera conejo. Se siente tentado a tocar la ardilla que se equilibra sobre un plato de galletas, le pica la panza y la ardilla le tira un mordisco para huir despavorida con una galleta. Minamino se ríe y se gana una mirada curiosa de la profesora que entra. La mujer carga un bebé envuelto en una manta blanca y trae de la mano una niña de tres años. También el uniforme del personal cambió, ahora lucen batas azules con soñadores conejitos.

—¡Kuramaaa! —grita la niña y se le cuelga de las piernas—. ¡Tengo novio!

La nena no se parece en nada a él, tiene los ojos de un profundo miel, el cabello negro, rizado y largo hasta media espalda. Minamino frunce el ceño.

—Et mi maettro y et mi novio. Cárgame.

—¿Te portaste bien Hanako?

—Muy bien —dice la profesora.

Hanako asiente efusiva y lo abraza. Los ojitos miel exploran a conciencia el rostro del adulto.

—¿Etat trishte? —inquiere preocupada.

Minamino sonríe con suavidad. Hanako heredó la sensibilidad de su madre y eso lo enternece.

—Un poco. Ya se me pasa amor. ¿Estás lista para ir a casa? Yuusuke hizo pastel.

Deposita a Hanako en el suelo y la pequeña da vueltas alrededor de sus piernas. La maestra sonríe indulgente.

—Es una niña muy activa.

—Lo es —concede. Activa es un buen sinónimo para latosa—. Se parece a su padre. Kanbe tiene el carácter de su madre.

La maestra le tiende al bebé. Una bolita de piel muy blanca, ojos oscuros y cabello castaño que balbucea contento al reconocer el olor.

—Hola diablillo, ¿qué tal la vida en maternal?

Kanbe balbucea y ríe. Hanako se sube a la mesa y mordisquea las galletas.

—Así que ya volvió el profesor Kiryu —comenta mientras impide que Hanako rompa la cafetera. El famoso maestro se ausentó unos días antes de que inscribieran a Hanako así que todavía no lo conocen—. Creí que él entregaba a los niños.

—Está ocupado con unos padres. ¿Quiere hablar con él?

—No, mañana tenemos cita —responde más atento a Hanako que a la conversación. Yuusuke hizo que la secretaria le concertara una cita apenas volviera el maestro y esa mañana le llamaron para darle la hora.

—A Hanako le cayó muy bien —dice la maestra y lo ayuda a equilibrar la maleta de Kanbe y la mochila de Hanako—. Mañana haremos una actividad con fotografías de la familia —dice a manera de despedida—. El maestro Kiryu lo anotó en la libreta de tareas, pueden enviar todas las fotos que ella desee. Si quiere traer de su mami está bien.

—La extraña mucho —Minamino menea la cabeza—. La muerte es más difícil para los niños.

La mujer asiente. No dice nada, no hay palabras para consolar la muerte, ella lo sabe bien. Sus pensamientos la llevan hasta un recuerdo diáfano todavía doloroso: Un anciano que parece dormir en una tarde de sol y hojas verdes, ella se sienta a su lado, le toca la mano que encuentra fría. Ve los helechos que crecen junto a un árbol, la tarde es húmeda y las cigarras cantan. Los ojos se le llenan de lágrimas, siente que le tiran la bata y mira a la pequeña Hanako que le extiende los brazos.

—¿Tat trishte maeshtra? Te abrato.

La maestra se arrodilla para recibir el abrazo. Un dulce calor le llena el pecho. El recuerdo deja pasó a un mañana en la playa. Ataviado con un pantaloncillo morado su padre anciano le sonríe y la invita a meterse al mar, un recuerdo que la lleva a otro, muchos años atrás, cuando su padre era un hombre joven y ella un pequeña. Le sonríe a la niña y al señor Minamino.

—¿Lo llevo todo? —pregunta él en voz alta y repasa la lista que Yuusuke le dictara por teléfono—. Niños, tarea, maletas, peluche.

Mira a Hanako que ahora corre con los brazos extendidos como alas de avión y luego a la maestra.

—El peluche está en la maleta —dice ella.

—Entonces lo tenemos todo, me despido. Hanako di adiós a la maestra.

Hanako se despide con dos besos y un abrazo. No toma la mano que le extiende Minamino. Echa a correr rumbo al patio de preescolar.

—¡Hanako!

—¡Voy a detirle adiót a mi maeshtro! —grita la niña sin aminorar la carrera.

La maestra se ríe. Esa niña es un huracán incansable.

—Vaya usted, así conoce al profesor Kiryu.

Minamino sigue el olor de Hanako en el aire. No estaba tan errado el niño cuando decía que era un lobo, es en realidad un youko plateado: un zorro demonio escondido en un cuerpo de hombre.

—¡Maeshtroo! —grita Hanako con todas sus fuerzas.

El profesor Kiryu está a medio patio recogiendo pelotas. Minamino alcanza a Hanako y la levanta en brazos. El profesor se incorpora, se gira y su rostro palidece.

Minamino siente que se queda sin aire. Frente a él, vestido con una bata azul decorada con tiernos conejos de ojos brillantes, está Hiei. Se pasa la lengua por los labios que encuentra repentinamente secos. Recorre a Hiei de arriba a abajo. Si antes se veía de trece años ahora parece de dieciséis. Reconoce fascinado que ha estirado un poco, a duras penas le llega al hombro.

—¡Nooo veaaat a mi maeshtrooo! —gruñe Hanako y consigue soltarse de su agarre para correr a los brazos de Hiei—. ¡Et mi novio!

Hiei levanta a la niña. La mira a los ojos para no pensar en el hombre que tiene enfrente.

—Hiei —llama Minamino y se acerca un paso, mismo que el maestro retrocede.

—¡Lo atutat a mi novio! ¡Kurama malo!

—Kurama no me asusta —dice Hiei con una naturalidad que le parece por completo anormal. El Hiei que él conoce no soporta a los niños—. Tu hija es linda.

Kurama piensa que si la mandíbula se le desencajara del susto y la impresión estaría en el piso y no podría recogerla. Se acerca otro paso y ésta vez Hiei no retrocede, alza la mano para tocarlo, para comprobar que está ahí. Hiei esquiva su mirada, no alcanza a rozarle la mejilla cuando un intenso rojo cubre el rostro delicioso. Kurama siente deseos de reírse a carcajadas, eufórico y asustado, no puede creerlo, ¡es Hiei!

Los ojos de Kurama se humedecen, una, dos lágrimas escapan de sus ojos. Se limpia el rostro con la mano.

—No es mi hija —se maldice, de todas las cosas que ha soñado decirle se le escapa aquello—. Te busqué —dice para corregir el rumbo; otro niño aparece por el patio reclamando a Hiei y este le entrega a Hanako y se aleja.

—¡Ma-es-tro!

Kurama fulmina con la mirada al niño pelirrojo, debe tener seis o siete años y una vocecita que le taladra los tímpanos. El niño se abraza a la cadera de Hiei y frota la mejilla contra su estómago.

Hiei lo toma de la mano y lo esconde detrás de su cuerpo. El niño se asoma a medias y mira desconfiado al señor Minamino. A Hanako le parece muy divertido como el niño mueve la nariz olisqueando el aire y lo imita.

—Hanako ya tienes que ir a casa —dice Hiei y empuja al niño en dirección contraria a Kurama—. Si me disculpan.

—¡Adiót maeshtro! —grita Hanako contenta.

—¡Hiei tenemos que hablar!

El celular de Minamino vibra. Se distrae un segundo y cuando alza la mirada Hiei ya no está allí.

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—¡Era él! ¡Claro que era él, no me vas a decir a mí, A MÍ, que me confundí! ¡Si digo que era Hiei, era él!

Kurama camina de un lado a otro de la cocina. Tiene a Kanbe en brazos y el pequeño se ríe con cada brusco movimiento. Kurama jala aire y frustrado se sienta.

Los dos hombres sentados enfrente intercambian una mirada. Kuwabara da un largo sorbo a su taza de café. Yuusuke mira atento a Kanbe. Poco queda en ambos hombres de los adolescentes que fueron una vez. Kuwabara es un tipo enorme y fuerte al que los trajes sastre le sientan a la perfección. Al verlo nadie diría que fue un excéntrico pandillero. Se casó con Yukina, formó una familia y es un contador respetable. Los años también cambiaron a Yuusuke, menos alto que sus amigos conserva el cuerpo espigado y ágil de un muchacho, su rostro varonil e inquieto da cuenta de su edad. Es un hombre atractivo que no consigue estabilidad ni con las parejas ni en los trabajos. Su más reciente ocupación es entrenar a un equipo de football que tiene más esperanzas de obtener un Nóbel que de ganar un partido.

—Dámelo —dice Yuusuke y le quita el bebé—, no quiero que lo desnuques.

—¿Por qué no lo seguiste? —dice Kuwabara—, su rastro debió ser claro para ti.

Kurama gruñe y se recarga contra el respaldo.

—No olía a nada, era como si no estuviera allí —Kurama no sabe explicarse, se jala los cabellos—. Estaba allí, lo tenía enfrente. No recuerdo percibir su olor.

—O es tiempo de llevarte al psiquiátrico o Hiei se oculta con un buen truco —dice Yuusuke.

—¿Lo buscaste bien? —pregunta Kuwabara.

—¡Qué si lo busqué!

—¿Y qué hiciste con los niños?

—Se los dejé al chofer.

—¿Se los dejaste a un completo extraño? —el tono de Yuusuke es incredulidad absoluta.

Kurama bebe su café sin azúcar. Lo mira con seriedad.

—Me transformé en zorro, ¿qué podía hacer? Hombre no te pongas así, los cuidó bien —transformarse a voluntad en un zorro de pelo blanco con varias colas es parte de ser un youko.

Kuwabara se ríe, apoya una mano sobre el hombro de Yuusuke. Kurama recarga el rostro en la palma de su mano izquierda. La figura más cercana a una madre que Kanbe conoce es Yuusuke, Yukina murió cuando el bebé tenía tres días de nacido. Ambos le ofrecieron a Kuwabara su apoyo incondicional. Fue Yuusuke, que entonces trabajaba de malabarista en un circo, quien se mudó de casa y tomó el papel de madre sustituta. Ocho meses después Yuusuke es la persona favorita de Hanako y Kanbe.

—¿Los llevas al partido? —inquiere Kuwabara con un tonito familiar que hace sonreír a Kurama.

—Sólo a Hanako, Kanbe se quedará con su tío Kurama —responde Yuusuke con una sonrisa burlona.

—Cásate con él y formen una linda familia —le dice Kurama a Kuwabara, la reacción de Yuusuke es inmediata, se pone colorado y bufa molesto.

—Piérdanse —gruñe.

—Hanako —llama Kuwabara en voz alta—, ¿cómo se llama tu maestro?

Lo vocecita de la niña se escucha desde la estancia.

—¡Hiei y et mi novio!

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Aomori Kiryu, un hombre de treinta cinco años, alto, de espaldas amplias, cabello plateado, ojos aguamarina y sonrisa afable, se ríe. Le da a Hiei un reconfortante masaje en los hombros.

—Puedo hacer las maletas en cinco minutos —ofrece ronroneante.

—No, éste es mi territorio, que Kurama cambie a sus hijos de escuela.

Aomori termina el masaje con un apretón en los hombros, despeina a Hiei y vuelve a la tarea de preparar la cena.

—Entonces son sus hijos.

Hiei bufa.

—Dijo que no.

La insinuación queda en el aire. Aomori pone a escurrir un manojo enorme de verduras, revisa una cacerola en la estufa y entona una de las canciones que Hiei le enseña a sus alumnos:

—En un lindo lago cerca del jardín hay un lindo pato… —le canta al arroz y vuelve sobre Hiei—. ¿Qué piensas hacer?

—No lo sé.

Hiei se cruza de brazos. Mueve un pie sin descanso. Mira las baldosas blancas decoradas con racimos de uvas, las cacerolas colgadas en perfecto orden, los condimentos en tarritos de cristal, y sólo piensa en Kurama, en lo mucho que cambió. Cuando lo conoció Kurama tenía el cabello largo y su mirada no era tan fría. Hiei aprieta las manos, le parece sentir el agradable cosquilleo del pelo rojo, le gustaba meter sus manos en la cascada sedosa y tirar con fuerza para obtener la atención del youko. Hace tanto tiempo de eso. No se parece al Kurama que recuerda, el cuerpo humano envejeció; se veía bien. Al tenerlo enfrente supo cuánto lo extrañó. Hiei se levanta como si hubiera visto un fantasma y le arrebata a Aomori el dominio de la ensalada.

—Yo lo hago —gruñe y se dedica a revolver las verduras.

Aomori lo mira divertido. Ver intranquilo al serio demonio de fuego es un placer.

—¿Crees que te busque?

Hiei le dedica una mirada de profundo odio. Aomori le rodea la cadera con un brazo, le susurra la canción al oído y le suelta la estocada.

—¿Quieres que tu busque?

Las manos de Hiei se cierran sobre la fuente y la ensalada termina sobre la cabeza de Aomori.

—¡Uaaa por qué me haces esas preguntas! —ruge.

Aomori se quita un pedazo de col del parpado. Se pasa el trapo de la cocina por el cabello.

—Esta noche no hay verduras en la cena —dice.

En la sala se escucha el grito triunfal de un niño.

—Claro que habrá —dice Hiei y la exclamación en la sala es ahora de queja—, y no escuches las conversaciones de los adultos.

No estaba escuchando mamá, dice el niño. Hiei abre el refrigerador y saca un refractario lleno de brócoli hervido.

—Brócoli no —dice la vocecita en la sala.

Aomori termina de quitarse la ensalada del cabello. Ver a Hiei nervioso le fascina.

—Debe ser un tipo fantástico si es capaz de ponerte así con un simple hola —dice con falsa seriedad y Hiei gruñe en respuesta.

—¡Kurama ven a cenar!

Un niño pelirrojo entra arrastrando los pies, mira el brócoli en el centro de la mesa y hace un puchero. Es el mismo chiquillo que interrumpió la conversación que Kurama trataba de tener con Hiei. El pequeño tiene seis años, es un poco bajo para su edad, sus ojos son de un intenso color dorado, y cuando sonríe se le forman dos hoyuelos en las mejillas.

—Ven a lavarte las manos —llama Hiei.

—Brócoli no —dice el pequeño. Mira a Hiei con ojos esperanzados—. Comí verduras hace rato.

Hiei enarca las cejas y el pequeño Kurama suspira. Su mamá no cede cuando se trata de verduras. Extiende los brazos, Hiei le dobla las mangas del suéter y lo ayuda a lavarse las manos en el fregadero.

—Cántame —dice el pequeño con un puchero.

—Que bonitas juegan las gotitas de agua —canta Hiei—, saltan por mis manos, juegan con mis dedos, van rueda que rueda, caen todas a un tiempo.

Aomori se recarga en el refrigerador. A pesar del puchero el pequeño murmura sus partes favoritas de la canción. Aomori tiene ganas de meter lo necesario en una maleta y llevarse a Hiei y a su hijito lejos de ese youko ladino.

—Traviesas gotitas que quieren jugar —canta Kurama más fuerte que su mamá. Hiei le seca manos y lo encamina a la mesa.

—Hay helado de postre.

—¡Wiii! —festeja el niño.

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La cualidad más sobresaliente de Aomori es su forma relajada y divertida de sonreír. Los ojos se le iluminan, los labios se mueven con una naturalidad que da gusto y la sonrisa aparece como el final magnífico de una obra teatro, quien está a su lado siente las mariposas de la alegría revoleteando por su estómago, subiendo por el pecho y el cuello hasta posarse en el rostro. Incluso Hiei, después de varios años de vivir juntos, aprendió a dejar volar su felicidad con una sonrisa gruñona. Aquella mañana la sonrisa de Aomori no contagia a los tres hombres que lo esperan en el cubículo. Kuwabara y Yuusuke intercambian una mirada que dice: psiquiátrico. Kurama lo observa con ojos enormes, el rostro desencajado, la desazón quemándole la garganta.

—Pro… ¿profesor Kiryu? —pregunta con un hilo de voz.

—¿Sí? —dice Aomori intrigado por el recibimiento.

Kuwabara, menos enamorado que Kurama y más apurado por llegar al trabajo, toma el asunto en sus manos.

—Estamos aquí hablar de Hanako.

Aomori pone cara de circunstancia. El asunto lo toma por sorpresa.

—De primero, chiquita, cabello negro rizado, latosa, gritona —dice Yuusuke ofendido. ¿Cómo puede el maestro no recordar a su niña?

—Tiene buena coordinación —dijo Aomori sonriente—, y una energía inacabable. Es de las niñas que deberían traer apagador incluido.

Kuwabara se ríe, la mitad del tiempo no puede con Hanako. Sólo Yuusuke, que parece tener la misma clase de batería, es capaz de correr todo el día con ella y tener ganas de hacer pastel por la noche.

—Debería verla cuando es hora de dormir —dice Yuusuke animado.

Kuwabara mira a Yuusuke con una sonrisa, esa actitud cariñosa y protectora hacía sus hijos le encanta. Kurama sigue con la mandíbula por el piso.

—Pensé que hablaríamos de otras cosas aparte de su coordinación. Cómo se desenvuelve, se lleva bien con los otros niños, si pone atención en clase.

Aomori lo mira extrañado y luego se da cuenta. Esos hombres no están allí para hablar con él.

—Creo que aquí hay un error, ¿ustedes desean hablar con el profesor Kiryu de preescolar?

Kurama que al fin parece recuperar el habla y la respiración se levanta frenético y le toma las manos.

—¡Sí, con Hiei!

—Tranquilo señor Minamino —Aomori lo conmina para que se siente, la expresión en su rostro se vuelve perversa y divertida—. Kurama ¿cierto? Yo soy el profesor de educación física, Hiei es mi… "hermano".

El tono lujurioso e insinuante hace que Yuusuke se recargue bruscamente contra el respaldar de la silla. Kurama mira al maestro con los ojos entrecerrados, las pupilas se le vuelven doradas.

—Hiei no tiene hermanos —sisea.

La sonrisa de Aomori se extiende, tú lo has dicho dice su expresión.

—Él llega un poco tarde —continúa—, lleva a su hijo a la escuela y ya saben el lío que se arma en las mañanas.

—¿Hiei tiene un hijo? —pregunta Kuwabara incrédulo.

El rostro de Yuusuke es una oda a la sorpresa. Kurama tiene cara de asesinar al maestro.

—Un niño encantador, se parece a mí y está en la primaria —dice Aomori con soñadora ingenuidad—. Aclarado el asunto no creo que tarde mucho, con su permiso.

Yuusuke emplea la fuerza para detener a Kurama en la silla. El profesor Aomori se detiene en la puerta, sonríe y Kuwabara piensa que allí sucederá un profesidio.

—Un placer Kurama. Gracias por dejarlo escapar…

Hiei llega con el límite de sus diez minutos de tolerancia. Aunque la primaria está a unos pasos dejar a Kurama y volver a tiempo es un logro monumental. Checa la tarjeta y la secretaria le pasa un memorando que debe firmar. Recarga la pluma cuando un grito se escucha por el pasillo. ¡No en la escuela de mis hijos! Aomori sale de uno de los cubículos con una enorme sonrisa que lo hace desconfiar.

—¿Y eso?

—Tonterías hermanito, —Aomori lo despeina, le da un apretón cariñoso que Hiei recibe con un gruñido—. ¿Tan temprano y de malas?

Hiei firma el memorando sin prestarle atención. Aomori le tamborilea los dedos en el hombro.

—Kurama se abrió la rodilla, un distraído señor lo empujó, —Hiei pronuncia cada palabra con odio— y ni siquiera se disculpó.

—¿Lo encendiste en llamas?

—Para qué preguntas —dice con una sonrisa cínica—. Le dije a Kurama que eso le pasa a la gente maleducada.

—Por eso debe decir gracias y lo siento —dice Aomori categórico y comparte una sonrisa cómplice con Hiei—. Me daré una vuelta para verlo. Tienes padres esperando. Son de esos que te encanta recibir.

Hiei mira al techo con expresión de fastidio. Revisa su montón de libros, cuadernos y materiales de colores.

—No traje la agenda. Igual da.

Hiei camina por el pasillo poniéndose apresurado la bata de conejitos. Abre la puerta del cubículo.

—Buenos… —el saludo se queda a medias—, aggg el trío fantástico.

Las apariencias en el cubículo han variado. Kuwabara sigue en el mismo lugar, con el traje arrugado y el ceño fruncido, gracias a él vive el profesor Kiryu. Kurama dejó de lado su apariencia humana y se muestra como youko: cuerpo de hombre, enorme y amenazante, cabello plateado hasta media espalda, ojos dorados, orejas de zorro sobre la cabeza, cola plateada agitándose con enfado a su espalda, y colmillos afilados que en ese momento le muestra al estorbo que tiene pegado a las piernas. El estorbo en cuestión es Yuusuke. Cuando Hiei entra Kurama se detiene, los ojos de Yuusuke amenazan con rodar por el suelo y Kuwabara estalla en carcajadas.

—¡Enano te ves tan tierno!

—¡Cómo que tienes un hijo! —lo interpela Kurama—. ¿Te enredaste con ese demonio de cuarta y tuviste un hijo?

Hiei palidece. Un frío espasmo le recorre la columna, debe respirar profundo para recuperarse. Sostiene la dura mirada de Kurama y toma asiento.

—Eso no es de tu incumbencia —sisea—. ¿Quién es el padre de Hanako?

—Dame un minuto que me repongo.

Hiei cruza los brazos sobre el pecho. Kuwabara se ríe hasta las lágrimas. Yuusuke se incorpora y se sacude la ropa. Kurama se inclina sobre Hiei y le gruñe al oído.

—Cómo pudiste hacerme esto, —dice en voz baja, saturada de reproche—, llevo siete años buscándote, tienes idea de lo que pasé. No, claro que no, estabas muy ocupado acostándote con ese y cuidando de su hijito.

Hiei respira profundo, cuenta hasta diez. Mira a Kuwabara que terminó de reírse.

—Estoy preocupado por esa energía desbordante de Hanako —dice como si no tuviera un youko haciéndole reclamos al oído—. Le cuesta concentrarse en los trabajos y cuando no está "volando" se pelea con sus compañeros. ¿Era así antes de la muerte de su madre?

—Kurama déjalo en paz, habla de mi hija y me interesa —pide Kuwabara exasperado. A Kurama nada lo detiene.

—¡Un hijo! ¿Cómo pudiste? y no creas que ignorándome se resuelve el problema. Mataré a ese demonio.

Hiei encara a Kurama. Sus ojos carmesí demuestran que su tranquilidad es sólo apariencia.

—Él no es el padre de mi hijo.

—¡Ja, lo que me faltaba! así que estuviste bien entretenido mientras yo te buscaba.

—Aclarado el punto ¿podemos seguir con Hanako? —reclama Kuwabara.

Kurama azota la cola sobre su pierna y se recarga contra una de las paredes, la mirada fija en Hiei, una sonrisa burlona en sus labios. Yuusuke se sienta junto a Kuwabara.

—Antes del accidente era más tranquila. Después de eso —la voz de Kuwabara se entristece, baja la mirada, suspira—. Hanako estaba con su mami cuando…

Yuusuke rodea los hombros de Kuwabara, lo mira a los ojos brindándole un consuelo que las palabras no dan.

—Perder a alguien querido es un gran impacto para los niños —dice Hiei con voz cálida—, a veces necesitan ayuda para superarlo. La escuela tiene un psicólogo y me gustaría que los viera a ti y a Hanako.

—¿Quién es el padre? —insiste Kurama.

—Basta —sisea Yuusuke.

—¡Hablamos de mi hija! ¡¿Te importaría callarte un segundo?!

—¿No me lo dirás? —Kurama se ríe con desprecio—. ¡Que leal me resultaste! ¡¿Quién es el maldito padre?!

—¡Tú grandísimo idiota! —grita Hiei—. ¡Tú eres el padre!

El silencio se hace en el cubículo. De la impresión Kurama vuelve a su cuerpo humano. Acalorado y furioso Hiei reúne sus cosas.

—Pasa con la secretaria —le dice a Kuwabara—, te dará la cita para el psicólogo. Podemos vernos después y hablar al respecto, sin él —señala a Kurama y abandona el cubículo con un portazo.

—Que profesional es el enano —dice Yuusuke.

—¿Mío? —murmura Kurama.

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Los tres hombres se dirigen hacia la puerta cuando la directora los llama.

—Señores, es un placer verlos aquí de nuevo. Si tienen quince minutos para dedicarme, les contaré algunas cosas sobre el maestro Kiryu ahora que volvió.

Kurama accede encantado. Él es el dueño de la empresa y Kuwabara trabaja para él. No hay problema si llegan tarde.

—¿Quieren ver la clase del maestro Kiryu? Síganme por favor. Esta parte del recorrido les hizo falta cuando inscribieron a la niña.

La directora los conduce hasta el salón de Hiei que está tan adornado como el resto de la escuela. Hiei y su asistente forman un círculo con los niños.

Kuwabara observa fascinado a la pequeña y hermosa niña que baila con Hiei. Sonríe al ver al enano tomar las manos de Hanako e indicarle un movimiento. El corazón se le hace chiquito cuando Hanako canta y mueve las manos como las olas del mar.

—¡Ola, ola! —cantan a coro un montón de niños siguiendo a Hiei y a la asistenta que cantan, mueven los brazos y el cuerpo como el mar.

El flash de una cámara sorprende a Kuwabara.

—La traje por si acaso —murmura Yuusuke con las mejillas enrojecidas y guarda la cámara.

—Lo hacen todos los padres —se ríe la directora—. La suya es una niña preciosa.

—¡Hola, hola! —cantan los niños, se saludan entre ellos y a su maestro—. ¡La clase va a empezar!

La canción termina entre gritos y risas. Los niños se sientan en la alfombra alrededor de su maestro. Kurama observa a Hiei, acaricia el cristal de la ventana como si lo tocara a él. Hiei levanta el rostro, Kurama reconoce la tristeza de aquel día cuando se fue. Hiei vuelve a concentrarse en sus niños.

—¿Quién se bañó hoy?

Las manitas se alzan con rotundos gritos de ¡yo!

—¡Muy bien, que niños tan limpios! —sonríe Hiei.

Kurama ríe, es tan extraño verlo así.

—¿Y quién se peinó hoy?

—El profesor Kiryu es un encanto —dice la directora—. Nos consideramos afortunados por tenerlo en esta escuela. Tiene una maestría en pedagogía y estudia su doctorado en psicología infantil. Es uno de los mejores profesores de prescolar de la zona. Ha recibido múltiples reconocimientos por sus investigaciones sobre conducta infantil. Él inicia con primero y los acompaña hasta tercero. Así que será el maestro de su hija por tres años y con suerte también de su niño.

—Es todo un ningen —murmura Yuusuke.

Kuwabara piensa en cómo consiguió esas cosas un demonio que no sabía ni leer ni escribir. Kurama no puede quitarle los ojos de encima a Hiei. Lo que sea que sucede, no es normal.

—Los viernes, cuando los niños salen temprano, el profesor Kiryu está disponible para hablar con los padres de doce a dos. No es necesario sacar cita.