Azuzado nuevamente por el despecho, el templario abandonó a Malvoisin con un paso vivaz que al cabo de algunos segundos, sin embargo, fue trocándose en una caminata lenta y fatigada. Finalmente se detuvo por completo y se apoyó en la pared. Los ojos llenos de fuego dieron lugar a una mirada que parecía ausentarse huyendo a través de una pequeña ventana, desde donde alcanzaba a verse la entrada de la Preceptoría. La figura imponente y majestuosa que lo había enfrentado una vez más, volvía a llenar su espíritu y se alzaba como un muro que le impedía todo escape. La mente de Bois-Guilbert trabajaba ahora de una forma desordenada y frenética, pero con una notable concentración. Difícilmente hubiera podido escuchar a alguien que le hablase, ni tal vez notar su presencia.
Después de unos minutos se arrancó de golpe de esa situación y bajó rápidamente unas escaleras que conducían a un sector apartado de la planta baja. Luego de dar un rodeo entró en una habitación bastante amplia, pero en donde apenas había espacio para caminar. Estaba atestada de trozos de tablas, armas defectuosas, ropas rasgadas, sillas rotas, etcétera. Se trataba de un depósito de objetos descartados, algunos de ellos envueltos en bolsas de una tela burda que se destramaba fácilmente. Se amontonaban en dos grupos laterales que dejaban despejada, a modo de pasillo, una línea central que partía de la entrada y al fondo de la cual había una carreta de forma oblonga y tamaño algo menor de lo corriente, pero con bastante capacidad para cargar varias de aquellas bolsas.
El templario, inquieto, palpaba la carreta y consideraba desde todos los ángulos su forma y capacidad, cuando entró en la habitación un joven de buena complexión cuyos sencillos atavíos señalaban su carácter de sirviente raso. Sus modos espontáneos pero respetuosos le habían hecho ganar cierta familiaridad con el temible caballero. Era una de las almas más puras que habitaban el castillo. Muchos lo trataban con esa simpatía típica que se le demuestra a alguien a quien se considera poco cuerdo.
-¡Sir Brian! Disculpadme mi desarreglada apariencia, pero nunca hubiera imaginado veros aquí. Espero tengáis buen día. ¿En qué puedo serviros?
El templario demoró algo en responder. La falta de reacción que a veces mostraba en las últimas horas obedecía menos a su habitual autodominio que a una creciente tendencia a quedar absorto en sus ideas.
- Buen día, Hugh. ¿Hoy vendrá el viejo Roger?
- Así es, señor. Venía aquí a dejar todo dispuesto. Falta un buen rato aun, pero tengo otras ocupaciones y temo olvidarme y acabar haciéndolo todo apresuradamente, algo que detesto.
- Tienes bolsas de distintos tamaños, ¿no es así?
- Sí, señor, aquí guardo varias. No son muchas, pronto tendré que renovar la provisión.
Bois-Guilbert miraba y remiraba, meneaba la cabeza y volvía a mirar. El muchacho lo observaba en silencio.
- No hay suficientemente grandes, pero ya lo arreglaremos…
Finalmente se dirigió al joven que lo miraba cada vez más intrigado.
- ¿Estás enterado de todo lo que está ocurriendo con la judía Rebeca de York?
- Lo estoy, sir Brian, y creedme que lamento todo lo sucedido. Me parece una doncella muy bondadosa y totalmente incapaz de hacerle algún daño a nadie. Por mis labores he estado presente en parte de su proceso y bastaba escuchar una sola de sus respuestas para ponerse de su parte. Presentía que esta nueva situación que vivimos en Templestowe tendría alguna consecuencia terrible, pero no pensé que sería tan rápido. Ella lo enfrenta con mucha fortaleza, pero daría cualquier cosa por ayudarla.
Esta respuesta tan honesta, que no incluía ninguna alusión a la responsabilidad del templario, alentó a éste a encararlo más frontalmente.
- Muchacho, tal vez me has leído el pensamiento. ¿Realmente estás dispuesto a arriesgarte por ella?
El rostro de Hugh no mostró duda, más bien excitación.
- Desde luego, señor. ¿Qué tenéis en mente?
- No puedo confirmarte nada, no sé siquiera si podremos hacerlo porque necesitaré el apoyo de otra persona. Pero de todos modos cuento contigo…
- No lo dudéis.
El caballero lo abrazó y salió apresuradamente del cuarto.
