Sentado contemplaba a la nada, la vista fija en la ventana mirando el tráfico de la ciudad, su mano pasaba perezosamente sobre la espada.

Aquella fina y ágil espada.

Estresado y perturbado miro la habitación, tan vacía y simple como su alma, careciente de emoción u ornamento alguno que le hiciera más bella. Apoyo sus codos sobre sus piernas y tiro de su cabello.

Era un conquistador, poseedor de todo. Sus órdenes eran acatadas al momento y su autoridad jamás se disputaba, con el poder del mundo en sus manos; era capaz de moldear todo a su antojo.

¿Entonces por qué se sentía tan vacio?

Jonathan se puso de pie y se miro en el espejo con asco. Si es que es ese realmente tu nombre. Resonó una voz en su cabeza. No, no lo era, el jamás fue Jonathan, su envenenada alma se lo decía a diario. Día tras día realizaba que aquel intento de humano nunca llegaría.

Rugió con exasperación.

Se volteo hacia la espada postrada en sus aposentos, reluciente y emanante de un poder anhelante; bellamente ornamentada, con un crucifijo incrustado en el mango, sus delicados grabados alrededor de todo este, sin quitarle la importancia a las dos alas que sobresalían del mismo.

La leyenda contaba que cuando Jonathan cazador de sombras recibió los instrumentos mortales, el mismo Raziel creó la espada mortal de sus propias manos.

La única de su tipo, tan singular y bella como se esperaba que fuera. Destellante a la vista. Sobreviviente ante el tiempo, como si de un brujo se tratase, solo que infinitamente más magnifica.

Y era suya, solo suya, dispuesta a su merced y dócil a sus manos. Como lo sería algún día ella. Clarissa, si cerraba los ojos podía visimularla, sonriéndole a él cómo le sonreía al chico ángel.

La bilis subió por su garganta, y una risa amarga broto de sus labios involuntariamente… Pero se sentía tan real. La imagen de Clary se distorsiono hasta que la imagen de la reina Seelie se grabo en su mente como fuego.

Su puño viajo con rapidez al espejo que se encontraba frente a el haciéndolo añicos, miro su mano ensangrentada con vidrios enterrados, y se decepciono al seguir sin sentir nada.

Otra vez. Su espalda como un recordatorio, de que era incapaz de sentir algún tipo de dolor. Se dejo caer en el suelo frente a la cama y estirando su brazo, tomo con su mano buena la espada. Fascinado rozo el frio metal contra su mejilla saboreando su liso tacto.

Si el viviera estaría orgulloso de mi- pensó- mi padre estaría orgulloso de mi. Recostó la espada en sus rodillas y su pulida hoja le devolvió la imagen reflejo de sus ojos negros como pozos. Agacho su cabeza y poso su frente sobre la espada

- Tu...- le dijo a la espada en un susurro apenas audible - te mantendrás a mi lado como nadie lo ha hecho. Porque te lo ordeno… solo te pido que no me falles.