Advertencias: Esta historia y todo lo que contiene ( joyerío, moviliario, ropa hortera, escenarios pomposos y litros de fluidos indeterminados) ha salido de mi mente perturbada de tanto ver yaoi; eso si los personajes y toda su sensualidad son de Tadatoshi Fujimaki y su erótica ( aunque mal etiquetada como deportiva) obra "Kuroko no basket" ( o mas conocida como" No me puedo creer que todos esos macizos tengan el cuerpo para jugar al basket después de pasarse el día dale que te pego entrando o no en la "zona")

Espero que disfrutéis de su lectura.

La oscuridad eterna no tiene nada de emocionante cuando tienes que pasar en ella toda tu larga existencia. Murasakibara conoce muy bien esa sensación de aburrimiento que se repite sin cesar día tras día.

En su mundo tedioso solo hay una pequeña luz, una especie de sueño que de vez en cuando le asalta. Un sueño en el que un hermoso joven le ama… en toda la extensión de esa palabra… y con todas sus consecuencias.

Empieza un largo camino lleno de decisiones de vital importancia; vital solo para Akashi.

MuraAka …

La oscuridad...y un día.

By Shiga san

La amplia estancia de rocas grisáceas repleta en techos y paredes por simbología ritual, contempla la escena ante ella como un integrante mas de lo que allí acontece. Decenas de velas titilan sincronizadas, inundando el ambiente con su cálido resplandor anaranjado. En el centro de la misma, un confortable lecho habitado por dos seres, indefinidos y monstruosos, puesto que carecen de apariencia humana. Uno de ellos, el que está debajo, parece dormitar a pesar del movimiento frenético que ejerce el que danza seductoramente sobre él.

Sumido en su propia satisfacción, el ser dotado de mas vida, profiere un aterrador gruñido gutural, y baja sus manos al abdomen del que está tendido bajo él, desgarrando la carne y apartándola para introducir los dedos en el interior, sin dejar de oscilar sensualmente sobre el otro, que permanece inmóvil, con los ojos abiertos sin mirar, la boca abierta sin emitir sonido, el cuerpo caliente sin estar vivo…

Saca una de las manos del interior del otro cuerpo, llevándola a la boca y relamiendo los dedos, saboreando el líquido vital que ha extraído. Se acaricia los labios y el cuello, extendiendo un velo carmesí a su paso hasta el vientre, atrapando su propia excitación, lubricando el movimiento con la sangre que pinta su piel, sin dejar de disfrutar de la penetración que le ofrece el pobre incauto que sigue tendido.

Arquea la espalda levemente, la transformación está cercana y lo sabe… La blanca piel de sus omóplatos enrojece y se abulta, abriéndose y dejando salir un amasijo de huesos y piel enredada, cubierta por una grasilla de aspecto blancuzco. Sus ojos, se tornan brutales, con un destello dorado y sus incisivos crecen hasta asomar por su labio inferior.

Perfora la yugular de la presa con suma destreza y bebe con ansias el líquido que emana de la herida.

La sangre que está ingiriendo le abrasa la garganta a su paso, algo no va bien. No es como las presas a las que está acostumbrado. Sigue lamiendo sangre en la misma posición y se permite viajar hasta los labios del proveedor, manchando su largo cabello violáceo del rojo líquido. Sus alas por fin se estiran por completo, coincidiendo con el momento del orgasmo y se incorpora, agarrándose con ambas manos el cuello y dejando escapar un gemido prolongado en el tiempo que parece no terminar jamás. Baja la mirada al cuerpo que le ha provisto de alimento y desahogo y se lleva las dos manos a la boca, ahogando un grito que no le sale de la garganta, si no del alma.

El ser moribundo que yace bajo él le sonríe, cálida y amorosamente.

... susurró su nombre…

"Atsushi"

….

Akashi despierta súbitamente, empapado en sudor frío y con unas nauseas repentinas…

Jadea, suplicando por aire en sus pulmones. El sentido del tacto se torna frío en todos sus miembros y el mundo a su alrededor no es mas que una dolorosa oscuridad que permanece impasible ante su dolor.

Pasos apresurados, órdenes jadeantes, un golpe seco que le muestra a una de las doncellas a medio vestir, una lámpara de aceite en su mano, una expresión de temor en su rostro medio dormido.

Lo último que necesita es alguien toqueteándole en busca de alguna lesión, o tener que dar explicaciones de su estado.

Solo es una maldita pesadilla, nada mas.

Lo achaca al calor, al poco tiempo que tiene para descansar últimamente, a las escasas oportunidades que ha tenido para comer algo medianamente comestible y las ganas que tiene de que por fin vuelva su hermano de la ciudad.

De algún modo logra tranquilizar a la sirvienta y sacarla de su cuarto con rapidez.

Cuando por fin se encuentra solo, Akashi tarda un rato en volver a conciliar el sueño.

Ese sueño se repite constantemente y no entiende nada de lo que ve; nada salvo que conoce a ese monstruo alado y que de algún modo se siente seguro a su lado…

…..

El olor a sangre le rodea, sutil, casi dulzón.

Los cuerpos embriagados, desangrándose lentamente sin saberlo se amontonan a su alrededor. La música ni siquiera le importa, y eso que los intérpretes no han dejado de tocar su tonada una y otra vez. Para él cada noche es idéntica. Siente que ha perdido la emoción de cada acto y que su existencia se sucede entre una comida y la siguiente.

La caza perdió su encanto un par de siglos atrás, y ahora, con la facilidad con la que los humanos sucumben a las distintas sustancias, ni siquiera se molesta en acechar a nadie.

Murasakibara se aburre. No solo del sitio, la compañía y la banda sonora; le aburre su vida en toda la extensión de la palabra.

Sus hermanos, sus hijos, su familia le contemplan con cierta preocupación aunque ninguno es tan estúpido como acercarse a él en ese momento. El ambiente en tono óxido en cierto modo les tiene adormecidos y al mismo tiempo ansiosos por devorar tan suculentas y fáciles presas, tanto, que la melancolía existencial de Atsushi no está entre una de sus prioridades mas cercanas.

Himuro suspira mirándole.

Tarda unos segundos en apartar el hambre a un lugar recóndito de su mente y sortear los cuerpos calientes de la sala hasta ponerse a su lado.

No le toca, no le mira, ni siquiera le dirige la palabra durante unos minutos que a ambos se les hacen demasiado largos e innecesarios.

– Deberías alimentarte. – No necesita alzar la voz; sabe que Murasakibara le escucha perfectamente. – Pero procura no matar a nadie. La última vez madre se enfadó mucho y no cargaré con tus culpas.

–No tengo hambre. –Lo dice en serio, y eso sorprende mucho al moreno. –Quiero irme… no soporto estar aquí ni un segundo mas.

Himuro se limita a asentir y a seguir su salida con la mirada. Su vista se queda posada en la puerta mucho tiempo después de que su "padre" abandonara la comida y la diversión.

En un pensamiento totalmente egoísta resuelve que su marcha simplemente significa mucha mas comida para él… y la verdad, se muere, literalmente, de hambre.

Lo mas interesante de su condición es la posibilidad de recorrer enormes distancias en un parpadeo. El tiempo no parece ser un impedimento para hacer nada y siempre lo ha tomado de un modo totalmente natural.

Deja atrás las luces, los sonidos propios de la humanidad en una búsqueda incesante de silencio, paz, la nada mas absoluta.

Incluso en el lugar mas remoto del planeta los pequeños animales encuentran un modo de llenar el silencio que tanto anhela. Acaba acostumbrándose al incansable siseo de pequeñas patitas y mandíbulas en busca de alimento, sexo o un quehacer básico para su existencia y simplemente se tiende todo lo largo que es en la fina arena del desierto.

La noche alargada, pesada y fría lo cubre absolutamente todo a su alrededor. Las estrellas salpican de un modo impúdico el precioso negro del manto celeste, manchando de un modo grosero tan hermoso color.

Por un momento desearía poder sentir algo, lo que sea, pero algo que mueva su enorme cuerpo a parte de la sangre. El tedio parece haberlo llenado todo en su existencia y no sabe si le molesta o por el contrario le parece de lo mas apropiado.

Murasakibara se gira de costado sobre la arena. Las finas sedas de su ropa se ensucian, incluso los preciosos encajes bordados de los puños de su camisa acaban por enguarrinarse del tono parduzco del suelo. Nada queda a salvo de la suciedad y no le importa.

Cierra los ojos y se concentra en su alrededor.

Quedan un par de horas para el amanecer, y aunque es consciente de que eso no le mataría, al menos no inmediatamente, decide que es un buen momento para buscar un lugar un poco mas resguardado que en el que se encuentra.

Sus alas surgen, rasgando la tela de su camisa y chaleco. Adora el sonido que hacen al desplegarse y oscilar un instante antes de levantar el vuelo.

No se molesta en recordar ningún sitio rebuscado o alejado del toque de divinidad que tanto le repugna.

Tiene una especie de pálpito y selecciona una enorme mansión incrustada cerca de un rio. Los árboles a su alrededor le parecen perfectos y no siente mas que media docena de humanos durmiendo en su interior.

Simplemente perfecto.

Las ventanas ceden sin esfuerzo a su toque, y la aterida buhardilla de enseres inútiles y telarañas se le antoja el mas lujoso de los lechos para esa velada.

Asegura la ventana desde dentro y escoge un tenue rincón, curiosamente despejado y adecuado para su voluminoso cuerpo. Se acomoda, sonríe y cierra los ojos sin pretenderlo.

Ese amanecer le asalta en mitad de un vivido sueño… un anhelo recurrente que le persigue desde que puede recordar.

Una hermosa criatura de mirada desigual y cabello del color de la sangre… una hermosa criatura que sabe quien es y aún así no le teme.

Una lástima que no sea mas que un sueño…

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Muchas gracias por leer esta historia y espero que te agrade e intrigue a partes iguales.

Nos leemos en el siguiente

Besitos y mordiskitos

Shiga san