—Shokugeki no Sōma—

"Angels and Demons"

Summary: Lo odiaba con todas sus fuerzas, y no eran pocas. Lo odiaba por haberle hecho desear rebelarse, por haber hecho florecer estúpidos sentimientos dentro de sí y por haberla abandonado. (Donde Sōma es un demonio que tiene un pasado con la ángel Erina, o algo así). SoRina/SouEri Week 2018. Day #3: Angel/Demon.

Nota: Podía haber hecho una simple metáfora con el tema, pero no, me lo tomé muy literal, así que AU y por ende OOC. Y probablemente Two Shots :/

{Prompt/Tema #3: Angel-Demon/Ángel-Demonio}

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Pensó que aquello no podía ser peor, es decir, después de caer a toda velocidad desde el cielo, sentirse como un meteoro a punto de estrellarse en la tierra, mientras su piel se desgarraba y sus alas se incendiaban causándole un dolor indescriptible, sin contar el dolor de su caída en el polvoriento suelo, no pensarías que nada podía superarlo.

Pero sí, sí podía, ya que encima de estar en la peor de las condiciones jamás vistas, precisamente él de todos los seres era quien tenía que encontrarla.

—Vaya, vaya, vaya —lo escuchó decir con suavidad, su tan odiado tono cargado de burla y sorna—. ¿Qué tenemos aquí? —a través del polvo que aún no se disipaba pudo ver su figura ponerse en cuclillas al borde del pequeño cráter que había causado con su caída.

A pesar del dolor, se mantuvo en guardia, sujetándose el brazo derecho con el izquierdo, cubierto de sangre.

—¿Necesitas ayuda, angel¹? —Con un movimiento de su mano desvaneció todo el polvo y se vieron con claridad. Él extendía una mano en su dirección, los dorados ojos brillaban con algo semejante a la diversión.

—Jamás aceptaría la ayuda de una criatura asquerosa como tú —escupió con ira, sus ojos amatistas brillando con enojo y rechazo.

Él no pareció afectado en lo absoluto, sólo asintió de forma queda mientras sus labios formaban una fría sonrisa.

—Te recuerdo, preciosa, que no siempre fui lo que soy ahora —se encogió de hombros —pero si estás bien, no me meteré en tus asuntos —se enderezó y colocó la mano que había estirado hacia ella en uno de sus bolsillos —pero te recomiendo que regreses rápido. Aquí no sanas como allá —y señaló hacia el cielo con un gesto de la cabeza antes de darle la espalda —y no te ves muy bien —musitó, empezando a caminar.

Era muy presuntuoso de su parte querer ofrecerle ayuda, él, un demonio, a ella, un ángel. Más bien, estaba segura que aprovecharía la oportunidad de deshacerse de ella si aceptaba su ayuda.

Apretó los labios, consciente del dolor que recorría su cuerpo y de que las heridas no sanaban, sus alas estaban en extremo maltratadas y no podría regresar, al menos, no por ahora.

Trató de subir pero con sólo un brazo era imposible, y sus pies también estaban lastimados y temblorosos. Apretó los dientes, sintiendo un dolor punzante en su cabeza y su espalda.

—Oye, demonio —le llamó, casi sin fuerzas. De verdad tenía que haber perdido la cordura para hacer aquello—. ¡Sé que estás ahí, ven aquí! —exclamó, su garganta dolorida.

—¿Sí? —Canturreó él a sus espaldas, haciéndola dar un pequeño respingo que causó se quejara entre dientes por el dolor.

—Sácame de aquí —dijo ella, su voz algo baja pero sin dejar de ser demandante.

Ooho~ ¿Por qué debería? —Cuestionó, con evidente burla y desdén en su tono.

—Eres un simple demonio, siempre van a estar bajo nuestros pies —gruñó ella, dándose la vuelta con lentitud —es sólo natural que obedezcas a un superior.

—Eso sólo se aplica entre la misma especie —señaló, irónico, sin dejar de sonreír —podría dejarte morir aquí, no estaría haciendo nada malo, es decir, nada malo para mí especie, aunque para el viejo seguiría cometiendo un pecado tras otro, ¿no? —la comisura de sus labios se estiró hacia su izquierda, volviendo su sonrisa más peligrosa.

—Cuando me recupere voy a arrancar esa prepotente sonrisa de tu rostro —le amenazó ella con ojos ardientes, sabiendo que a pesar de su negativa verbal, él la ayudaría. Después de todo, nadie podía negarse a tener un ángel que le deba favores.

—Espero que lo hagas de la forma más pecaminosa —se pasó la lengua por el labio inferior con lentitud y vio que ella le miraba como si quisiera atravesarlo—. Mi ayuda no vendrá gratis, lo sabes —se encogió de hombros.

—¿Qué… quieres a cambio? —Gruñó ella, sintiendo su sangre hervir de enojo. Y su cuerpo gritar de dolor.

Él no respondió, por el contrario, se acercó a ella y se dobló para pasar una mano detrás de la espalda femenina y otra por debajo de sus rodillas, causando que ella se revolviera, incómoda.

—Sí te sigues moviendo, te vas a caer —murmuró él, enderezándose —y mi pago —la miró, sonriendo de forma descarada —te diré luego lo que quiero a cambio de ayudarte.

—No pienso darte mi alma —le hizo saber ella, su voz casi un murmullo por el dolor que sentía en su garganta.

Él rió, su risa haciendo eco en el cuerpo de ella debido a la cercanía.

—No te preocupes, ángel, discutiremos tú método de pago cuando estés más recuperada —y ella quiso decirle que dejara de usar aquel tono mundanamente coqueto consigo pero estaba tan cansada y dolorida que en cuanto el termino de decir aquello, quedó rendida en un profundo sueño.


Nota: ¹Sōma pronuncia «angel» en inglés.


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—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites —le había dicho él, días atrás, mientras le llevaba algo de comer a la habitación y tomaba asiento en la silla junto a la cama—. Tus heridas son más graves de lo que pensaba, así que tienes que guardar reposo.

Ella estaba cubierta de vendajes y sus alas aún mostraban agujeros y plumas chamuscadas.

—Qué amable de tu parte —bufó ella, irónica.

—Se hace lo que se puede —dijo, mientras le colocaba la bandeja en el regazo—. Aunque no lo creas, no está envenenado. Tadokoro es humana y una excelente cocinera, que rechaces su comida le ha roto el corazón —soltó él, con pesadez.

—¿Una humana? ¿Qué, la has engañado con tus mentiras para tenerla bajo tu dominio? —Espetó ella, con el ceño fruncido y labios apretados.

—Hmm, ¡quién sabe! —Respondió él, de forma animada—. Necesitas comer para recuperarte, así que hazlo. Tadokoro vendrá más tarde a cambiar tus vendajes —se puso de pie y la miró con intensidad antes de volverse —es bueno verte después de tanto tiempo, Erina —dijo a modo de despedida, antes de marcharse de allí, dejándola muda y con sentimientos encontrados.

Aquél había sido el último día que se habían visto o hablado. En su lugar, la gentil humana Tadokoro Megumi se encargaba de cuidar de ella junto con Yoshino Yuki, por lo que percibió, ninguna estaba bajo ningún hechizo y sabían sobre la verdadera naturaleza del hombre y suya propias.

Aunque Megumi era bastante tímida y estaba en plena sorpresa de ver un ángel de verdad —¡Es decir, sé que Sōma-kun era un ángel también, pero no tiene alas y eso…!— era un alma bondadosa y tenía en buena estima al imbécil del demonio que supo por ella misma era su jefe.

Por su parte, Yuki era una parlanchina, siempre tenía las preguntas más extrañas para Erina —¿tienen una escuela de ángeles o algo así en el cielo?— o —¿A qué saben las nubes, puedes dormir sobre ellas, son suaves?—, y así seguía, haciendo las preguntas más extrañas, aunque no le molestaba responderlas, y la presencia de ambas hacia menos tediosa su larga espera en recuperarse en casa de su enemigo.

A veces podía escuchar su voz, fuerte y masculina, colándose por la rendija de su puerta cuando saludaba a las otras dos mujeres, otras veces podía escuchar su risa, profunda y oscura, que causaba le dieran escalofríos.

No podía esperar para recuperarse y largarse de allí, había estado demasiado tiempo en la tierra, bajo la constante presencia de ese idiota, recordándole cosas que pensó olvidadas, cosas que ya no podría tener.

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Casi 3 semanas habían pasado desde que estaba allí, no exactamente cautiva pero tampoco podía salir a la calle en un estado tan lamentable, aunque no sanaba tan lento como un humano, tampoco lo hacía tan rápido como lo que era, un ser celestial.

Ya podía bañarse por su cuenta y caminar, aunque Megumi y Yuki insistían en seguir cambiando los vendajes por ella. Así que en cuanto se había sentido con más fuerza, había salido de su habitación y había explorado la casa donde se estaba quedando.

Para ser un desterrado, aquel demonio vivía bastante bien. Una sala extrañamente acogedora, un salón de té, habían 2 habitaciones de invitados en el primer piso, y 4 más en el segundo, una de las cuales ella ocupaba. Una enorme biblioteca, una oficina y una cocina que Megumi admitió usaban más por ellas mismas que por Sōma.

Suele comer en el club, y casi nunca viene a casa —le había dicho con cuidado la de cabellos azules. Ella conocía la historia detrás del ángel que cuidaba y el demonio que era su jefe a grandes rasgos, así que no quería provocar la ira en la bella mujer de ojos amatistas mencionando su nombre.

¡Es cierto! Pero la verdad es que desde que Erinacchi esta aquí, ha venido todos los días —había dicho Yuki, alegre—. Nunca lo habíamos visto tan seguido, a menos que fuésemos al club.

Y de algún modo, aquello le llevó sentimientos mezclados. Desde el enojo hasta la desazón. Ni siquiera como demonio podía olvidar sus costumbres de cuando fue un ángel y revolotear a su alrededor, sin que ella lo viera.

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—Agradecería que no fueses entrando a las habitaciones privadas de los demás sin permiso —dijo una voz cerca de su oído, provocando que diera un salto y soltará un chillido.

—¡Yo…! ¡Por todos los cielos, no hagas eso! —Se volvió ella llevando una mano hasta su oreja, mirándole furibunda y con mejillas encendidas. Quiso pegarle un puñetazo al ver la sonrisa petulante en su masculino rostro.

Ups, lo siento, no pensé que te asustarías tanto —se burló, sin una pizca de arrepentimiento.

—¡N… no me asuste! ¡Sólo me tomaste por sorpresa! —Le espetó, señalándole con su índice de forma acusadora.

—Claro~ —asintió él, dejando en evidencia que no le creía ni un poco—. Pero lo que dije es cierto, no vuelvas a entrar a mis habitaciones privadas —le dijo, sus dorados ojos brillando en una peligrosa advertencia, aunque sus labios seguían estirados en una sonrisa.

—¿O sino qué? —Replicó ella, con prepotencia—. ¿Acaso tienes miedo de que encuentre algo por aquí, como la puerta para devolverte al infierno? —siguió, su tono cargado de burla.

—Por aquí no la vas a encontrar —respondió él, riendo suavemente —está muy, muy lejos de aquí —canturreó, alzando una mano hasta tomar uno de los mechones del rubio cabello de ella entre sus dedos y acariciarlo con suavidad, sus ojos enfocados en el mismo —y sino dejas de entrar a todas las habitaciones, dejando tu aroma en todas partes, me encargaré de dejarte atada en mi cama para verte cuando me plazca —murmuró en voz baja, sus ojos dirigiéndose ahora hasta encontrar los de ella, abiertos en absoluta sorpresa.

—¡B-basta, demonio! —Le apartó la mano de un manotazo—. No tienes derecho alguno de tocarme, no con tus manos indignas —le espetó con frialdad mientras pasaba de él para dirigirse a su habitación con el corazón latiendo fuertemente en sus costados.

—Lo sé —fue lo que murmuró él con suavidad, luego de escuchar que ella cerraba su puerta de un portazo.

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Lo odiaba con todas sus fuerzas, y no eran pocas. Lo odiaba por haberle hecho desear rebelarse, por haber hecho florecer estúpidos sentimientos dentro de sí y por haberla abandonado.

Él encarnaba sus más profundos anhelos, y por lo tanto, los más odiados. ¿Una vida juntos en el pacífico paraíso? Sonaba como un plan excelente para ella, pero no para él.

Siempre había dicho que todo era monótono y aburrido, le gustaba mirar mucho hacia la tierra y encontrar alegría en observar a los humanos y sus ocurrencias. A pesar de haber sido un arcángel, había decidido abandonar el cielo para vivir en la tierra. Claro, no sin pagar el precio, sería un ángel caído, un demonio, sin derecho a regresar al cielo.

Nunca le dijo que se marcharía, aunque sí le había propuesto que bajasen juntos a la tierra y tratarán de vivir "como los humanos", pero ella se negó, alegando que no había más que impurezas en la tierra y que estaban bien allí, además, pronto ella sería promovida a querubín y hacer aquello implicaba perder esa oportunidad.

Además "somos seres perfectos, los humanos deberían aprender de nosotros, no al revés" había dicho ella en una ocasión. Ella en verdad no podía comprender del todo la fascinación de él por la creación de su Padre.

"Ellos tienen cosas que nosotros no, un amplio abanico de sentimientos. Nosotros sólo podemos mirar por la eternidad, mientras ellos viven sus vidas como si fuese el último día".

Recordaba haberle preguntado con espanto si acaso él deseaba morir y el vago "no" que le dio en respuesta.

Poco tiempo después, él se lanzó al vacío, sin plan alguno de usar sus alas y regresar, condenándose al Infierno y la tierra por el resto de su existencia en cuanto cortó sus alas.

Aún recordaba con exactitud el frío que la había recorrido, el espanto y cómo su corazón se había destrozado en cuanto lo vio ponerse de pie en la tierra y arrancarse sus preciosas alas. También recordaba la sonrisa victoriosa que dedicó hacia arriba, (consciente de que todos le miraban por encima de las nubes y más allá), luego de cortar sus alas, para luego caer desplomado al suelo por el agotamiento.

Jamás lo quiso admitir, pero ese desgraciado se había llevado con él más de sí de lo que jamás pensó. Se odiaba cuando se encontraba mirando hacia abajo, buscando su rojo cabello, o cuando anhelaba que sus manos, tocando ahora manos mortales y frágiles, tocaran las suyas en su lugar, duras como mármol y carentes de calor.

Y se detestaba más aún, porque a pesar de que habían pasado siglos y la naturaleza de ambos era ahora muy distinta, de algún modo él seguía tocando una fibra extrañamente sensible dentro de sí que seguía anhelándole.

Porque sí debía ser honesta consigo misma, en algún espacio recóndito de su corazón sabía que el motivo por el cual se había arrojado a la tierra, era con la esperanza de verle.

Su parte nada honesta seguiría engañándose, diciendo que sólo había bajado para una misión de observación y que algo en su aterrizaje salió muy mal.

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¿Qué la había llevado a tomar aquella decisión? No lo tenía del todo claro, pero supo que su petición era algo que había tomado a las otras dos mujeres con tanta sorpresa como a sí misma.

—Eh, Erinacchi, ¿estás completamente segura? Quiero decir es el club de tu enemigo —dijo Yuki, sus verdes ojos mirándola con atención y su tono cargado de preocupación.

—Eso es irrelevante ahora, he estado bajo su cuidado todo este tiempo, ya estoy viviendo en la boca del lobo —bufó ella, agitando su largo cabello rubio por encima de su hombro.

Hah —suspiro Megumi, derrotada, parecía que la terquedad era algo en los seres sobrenaturales—. Bien, le llevaremos, Erina-san, y por favor, haga algo con sus alas, es un club llevado por un demonio, pero sus asistentes son humanos.

Así que pocas horas más tarde se encontraban en "The DeN", uno de los clubes nocturnos más populares, según le habían dicho Megumi y Yuki, y la larga fila de espera para entrar era prueba de ello.

Erina miraba todo a su alrededor, curiosa. Los altos edificios, las luces de neón que brillaban intensamente, el bullicio de la multitud. Le resultaba irónico fijarse en los detalles de todo eso ahora, porque desde arriba todo parecía un borrón.

Megumi y Yuki saludaron al seguridad, que les devolvió el saludo de forma cálida y se quedó visiblemente atónito cuando le dijeron que Erina iba con ellas. Tosió, tratando de salir de su estupor mientras las dejaba pasar. Esa mujer era increíblemente bella.

Las dos mujeres guiaron a la rubia hasta el final del pasillo, a sus pies había un espacio circular, donde a la derecha había un bar, en el centro una pista de baile que estaba a rebosar, un piano de cola negro y a la izquierda, en la zona más apartada, habían mesas que daban un poco más de privacidad.

La música sonaba a todo volumen, causando vibraciones en el suelo pero a nadie parecía importarle. La gente se movía a su propio ritmo y los vasos de alcohol parecían estar en cada mano.

Yuki tomó a Erina de la mano, quien aún estaba un poco atónita por el entorno y bajaron las escaleras ubicadas a su derecha.

—¡Hola Shun! —Saludo la de ojos verdes con alegría al hombre detrás de la barra. Era alto y tenía el cabello castaño rojizo un tanto desordenado, cubriendo prácticamente sus ojos.

Él respondió con voz grave su saludo y dio una cabezadita en su dirección cuando Yuki los presentó. Erina se preguntó cómo podía verla si sus cabellos cubrían casi todo su rostro, incluidos sus ojos.

—¿Ryoko-san no ha llegado? —Preguntó Megumi, alzando la voz para hacerse oír entre la música a todo volumen.

—Fue a buscar más vasos —respondió Shun con sequedad —algunos se pasaron de copas y terminaron arrojándose las mismas —y chasqueó la lengua.

—Imaginó que tu jefe no se lo tomó muy bien —dijo Erina, alzando una ceja.

—No le gustó que el ambiente se viera afectado, si es lo que quiere decir, por lo demás, encuentra ese tipo de situaciones muy entretenidas, si me disculpan —y se acercó hasta el grupo que se había sentado un poco más alejado de donde estaban ellas para atenderles.

—Iré a ayudar a Ryoko-chan —les dijo Yuki, señalando la puerta detrás de la barra que rezaba "Sólo personal autorizado". Erina y Megumi asintieron, y la rubia rápidamente volvió la mirada hacia la pista con el entrecejo fruncido, sintiendo que le estaban mirando.

—¿Le gustaría tomar algo, Erina-san? —Le preguntó Megumi, no sabiendo qué otra cosa decir.

Erina asintió por inercia y Megumi se alegro de tener algo que hacer. Mientras pasaba detrás de la barra y buscaba lo que necesitaba para prepararle una bebida no muy fuerte, Erina sentía una opresión en su pecho y espalda, un sudor frío recorrer su espalda y sus cabellos erizarse, para cuando se dio cuenta de lo que sucedía, fue demasiado tarde.

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Sōma se recostó en el asiento semi-circular, apoyando ambos brazos al borde del espaldar mirando los cuerpos que se movían al son de la música, otros, más atrevidos, se encontraban en los rincones oscuros, tocándose más allá de lo permitido en público.

No los culpaba, conocía la ansiedad, también el deseo. Habían sido cosas que en una vida pasada y muy lejana había sentido de forma muy sutil, comparado a como se sentía en la actualidad, lo del pasado parecía una tontería.

Echó la cabeza hacia atrás y enfocó la vista en el techo y las luces tenues que se encendían y apagaban.

¿Acaso aquella era otra forma de castigarlo, enviarle lo único que había deseado y que ya jamás podría tener? Si era así, pensó, el viejo era demasiado sádico.

Aunque debía admitir que él también tenía su parte quizá no sádica, sino masoquista. En lugar de haber seguido con su vida como siempre aún estando ella en casa, el mero pensamiento de que estaba allí, en su espacio, era más que suficiente para que perdiera la cabeza y quisiera verla.

Pero no la veía, se conformaba con saber que ambos se encontraban en el mismo sitio, respirando el mismo aire y que si llegaba a ser lo suficientemente valiente, podía estirar su mano y tocarla.

Aunque de igual modo, aquello era un arma de doble filo. No la veía, pero la sentía, podía percibirla en las corrientes de aire, podía inhalar su olor impregnado por toda la casa, volviéndolo loco, provocando un enfermizo anhelo por ella. Si hubiese sido otra clase de demonio habría impuesto sus bajos deseos en ella pero parecía que aún quedaba algo de su pasado en sí, porque la mera idea de forzarla o que ella lo odiara —aún más— le revolvía sus inmortales entrañas.

Había procurado no volver a cruzarse con ella desde aquella noche que le advirtió. Sabía sólo había asomado su cabeza por su habitación y oficina, sin entrar realmente, pero aquello había sido suficiente para dejar el rastro de su esencia como si fuera algo físico.

Suspiró, antes de congelarse en medio del suspiro cuando todo su cuerpo se cargó de tensión, como si electricidad estuviera recorriendo su ser. Enderezó su cabeza y miró a diestra y siniestra, buscándola. La encontró en la entrada del club, acompañada de Megumi y Yuki, ¿qué diablos estaba haciendo allí? Se preguntó, apretando los dientes.

Allí estaba, mirando todo a su alrededor con honesta curiosidad, su largo cabello rubio atado en una cola alta y la camisa blanca que llevaba resaltando el rosado de sus labios y la intensidad de sus ojos. Desvió la mirada, sin notar que había encerrado una de sus manos en un apretado puño.

Entre la multitud la vio en la barra, dándole la espalda, ajena a sí. Soltó el aire despacio y relajó su mano, si quería acercarse y actuar como el despreocupado y burlón demonio de siempre, tenía que poner a raya todo lo que ella le provocaba.

Movió su cuello y sus huesos sonaron debido al movimiento, se puso de pie, dispuesto a acercarse hasta donde estaba ella, pero se frenó en secó cuando percibió aquél poder, aquella presencia…

—Sōma-kun —dijo aquella voz, su tono afable pero frío —tiempo sin vernos —el pelirrojo se volvió, encontrándose con un hombre de corto y desordenado cabello negro y fríos ojos grises.

—Asahi —respondió Sōma con sequedad—. ¿A qué debemos el honor de tu visita a este mundano lugar? No deberías estar aquí —añadió, con tono conspirativo —podrían pensar que estás buscando placeres de la carne —añadió, con fingido tono solemne.

—No soy tan bajo como tú, Sōma-kun —negó el de negros cabellos, chasqueando su lengua —no necesito satisfacer ningún tipo de deseo carnal —sonrió, y se encogió de hombros.

El pelirrojo asintió.

—Tienes toda la razón, Asahi-san —arrastro el honorífico—. Entonces, ¿viniste a visitar a un muy, muy antiguo camarada? Sería la primera vez en siglos —espetó, con una sonrisa engreída.

Asahi se puso de pie, su semblante inmutable aunque sus ojos parecían brillar con algo cercano al odio.

—Podría decirse —asintió de forma queda.

—Oye, esa es una mirada muy temible la que tienes ahí —señaló Sōma, burlón —el favorito no debería de mezclarse con los que son como yo. Te invitaré una copa y vuelve a casa —murmuró, sus ojos dorados cargados de frialdad.

—¿Favorito, dices? —Asahi colocó una mano en uno de los hombros de Sōma, apretando con fuerza—. No sé a qué te refieres, parece que las proezas de un ángel caído siguen siendo importantes aún hoy que no permiten nadie tomé tu antigua posición —bufó, entrecerrando los ojos —y Erina…

—¡Ah! Así que es eso —Sōma dio un golpecito en la palma de su mano izquierda con su puño derecho—. ¿Sigues enojado porque fui seleccionado arcángel antes que tú? —su sonrisa cargada de malicia se hizo más amplia —pensé que era algo sin importancia, ¿no fue lo que dijiste? —el agarre de Asahi se hizo más fuerte—. Y Erina me escogió por su cuenta… —añadió, poniendo su mano sobre la de Asahi.

—Parece que tu sombra es algo contra lo que tengo que luchar hasta que uno de los dos desaparezca completamente —masculló Asahi con ira.

—Si no pudiste ganarme allá arriba —apretó la mano de Asahi, apartándolo de su hombro —¿qué te hace pensar que me podrás ganar aquí abajo? —dijo, su voz cargada burla.

—Supe —los dos se miraron a los ojos, sus rostros cargados de tensión —que Erina se encuentra aquí —Sōma apretó la mandíbula e infló las aletas de la nariz al respirar fuertemente —y escuché algo muy gracioso allá arriba, ya sabes, siempre estoy escuchando cosas… —la sonrisa de Asahi se hizo presente, ahora más confiada.

—¿Ah, sí? —Soltó la mano de Asahi y chasqueó la lengua, alzando una ceja con expresión adusta.

Sip —asintió, alegre —dicen que nuestro Padre creó, incluso para nosotros, compañeros idóneos —los ojos de Sōma se entrecerraron con suspicacia —compañeros que son nuestra fortaleza y también nuestra mayor debilidad.

—Eso suena a algo que Padre haría —bufó Sōma —pero no creo que tenga nada que ver conmigo, Asahi.

—Oh no, no —los labios de Asahi se estiraron en una sonrisa escalofriante —tiene mucho que ver, verás, si mi teoría es correcta —ladeó su rostro hacia un lado —si Erina es tu persona idónea, estar cerca de ella te hace fuerte, pero también te hace muy, muy débil —alzó su mano derecha y chasqueó los dedos, ralentizando el tiempo a su alrededor.

—Jamás he escuchado tontería tal Asahi, será mejor que vuelvas a casa —bufó, dándose la vuelta pero Asahi lo detuvo, volviéndolo hacia sí —déjame en pa… —jadeó cuando sintió algo punzante atravesar su abdomen, rompiendo carne, órganos y tejido, hasta salir detrás de su espalda.

Asahi había materializado su espada en su mano derecha y había atravesado a Sōma de lado a lado. Colocó una sonrisa satisfecha cuando vio que la sangre empezaba a salir de la herida. La boca de Sōma estaba abierta en sorpresa, llevó una de sus manos hasta la empuñadura de la espada, cubriendo la mano de Asahi en el proceso.

—Verás, cuando estás a cierta distancia de esa persona —los grises ojos de Asahi brillaron con malicia —pierdes tu estatus de inmortal —ladeó la cabeza—. En el cielo nunca entrenamos para matarnos entre nosotros, pero ya que estás aquí y eres nuestro enemigo natural… —se encogió de hombros —con ella a tu lado, no eres más que un hombre humano —clavó aún más fuerte la espada, escuchando el grito ahogado que el pelirrojo emitió con su garganta.

—Eres… un maldito… A-Asahi —musitó Sōma entre jadeos, se sentía mareado y la garganta le sabía a metal.

—No, Sōma, ese eres tú —y sin dudar siquiera un minuto, sacó la espada de un solo tirón. La sangre que aún estaba en la espada salpicó en el piso.

Sōma se dobló de dolor mientras llevaba sus manos hasta la herida, tratando de evitar que la sangre saliera a borbotones. Mierda, ardía y dolía un montón, se sentía como si un animal salvaje lo estuviese devorando. Miró una de sus manos temblorosas debido a la pérdida de sangre, no era la primera vez que veía su sangre pero sí en tanta cantidad.

—Muere y déjame ocupar tu lugar en paz —dijo Asahi, doblándose para susurrar aquello en su oído —hasta nunca, Sōma —y dedicándole una mirada fría, pasó junto a él desapareciendo en medio de la pista de baile dejando tras de sí el sonido de un chasquido.

Sōma tosió y salió sangre, espesa y oscura. ¿Qué rayos estaba sucediendo? No se suponía que Asahi pudiera herirlo, al menos no así…, ¿acaso…?

—¡Sōma-kun!

—¡Sōma, Sōma…! —escuchó que lo llamaban, volvió el rostro a la derecha y vio a Megumi, mirándolo como si no creyera lo que veía, volvió la mirada a su izquierda y se encontró con el rostro pálido de Erina, cargado de horror y preocupación—. ¡¿Qué está pasando…?! —vio que él se apretaba el agujero en el abdomen y la sangre corriendo por las comisuras de su boca.

—Já —rió sin gracia, tratando de poner una sonrisa que se torció por el dolor —así que algo como esto era lo que hacía falta… para que dijeras… mi nombre…

—¡No es momento de decir estupideces! —Gritó ella, llevando sus manos hasta el abdomen de él, cubriendo sus manos con las suyas—. ¡No puedo curarte! —Miró tanto a Megumi como a Sōma en una mezcla de incredulidad y frustración, volvió a apretar sus manos junto a la herida pero nada pasó —¡no puedo curarte! —exclamó, sintiendo que un nudo de desesperación se formaba en su garganta.

—¡E-Erina-san…! —Megumi no sabía qué hacer, era la primera vez que algo así sucedía.

—Ta-Tadokoro —la llamó Sōma —trae a Ibusaki para que me ayude…

—¿Sōma-kun? —la confusión era evidente en el rostro de la mujer de azules cabellos.

—Y llev… llévate a Erina lejos —volvió a toser y gruñó cuando la los músculos apretaron la herida —no podré curarme si…

Megumi no espero a que terminará de hablar cuando ya se había marchado corriendo entre la multitud congelada a buscar a Ibusaki.

Erina lo miraba, sus ojos oscurecidos por la impotencia, notaba el sudor perlando la frente y sienes masculinas.

—Por qué… —murmuró ella, con la voz rota.

—Es… taré bien —Erina miró esos dorados ojos, empañados de acuciante dolor pero igual tratando de infundirle confianza —sólo ve… con Tadokoro…

En ese preciso momento Megumi llegó con Ibusaki y el hombre soltó una maldición al ver el estado de su jefe.

—Vamos, jefe —Shun pasó uno de los brazos de Sōma por encima de uno de sus hombros y lo ayudó a enderezarse poco a poco—. ¿Al hospital? —Preguntó, dudoso.

Sōma negó con su cabeza.

—La playa, lejos —miró a Megumi —la sangre… —ella asintió —el hechizo se mantiene porque ella está aquí, en cuanto salgan, el tiempo…

—Sí, sí, sí, lo sabemos —dijo Megumi con rapidez —me encargaré de todo, ustedes…

Shun lo llevó poco a poco hasta el fondo, donde había una salida de emergencia.

—Yo… avisaré cualquier eventualidad —murmuró Shun, notando que el peso de Sōma recaía completamente sobre sí, ya inconsciente.

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Erina miraba el gran reloj de la sala, ansiosa, angustiada.

Luego de que Ibusaki se había llevado a Sōma, Megumi había buscado lo necesario para limpiar la sangre del suelo aprisa. Le había sorprendido ver que el personal del club no fue afectado por la congelación del tiempo y más tarde Megumi le había explicado que Sōma se había encargado de hacer brazaletes que pudiesen repeler algunos poderes divinos para cada uno de ellos.

"Decía que nunca sabía cuándo vendría un enemigo a atacarlo y que era mejor prevenir que lamentar", había dicho ella.

También le explicó que Sōma les había dado conocimiento básico, tanto para luchar contra demonios, como contra ángeles.

Yuki, Ryoko y los demás se quedaron en el club, haciéndose cargo del mismo mientras Megumi había llevado a Erina a la casa de Sōma, procurando en el proceso preparar un té para ambas.

No fue sino hasta dos horas más tarde cuando Ibusaki había llamado diciendo que Sōma había recuperado el conocimiento y parecía estar recuperándose.

Después de darle aviso al resto, Megumi le dijo que iría a casa, pues su novio la esperaba y se encontraba preocupado. Incluso la invitó a quedarse con ellos, pero Erina se negó, aunque agradeció el gesto.

Y ahora se encontraba allí, sola en la enorme sala. Sin mayor novedad que la recibida 3 horas atrás. Había repasado la escena un millón de veces en su cabeza.

El brillante filo de la espada atravesando su espalda, la sangre, la forma en que el cuerpo de Sōma perdió fuerza, la fría sonrisa de Asahi. En cuanto Asahi se fue y corrió hasta donde Sōma se encontraba, lo único que podía pensar era que lo perdería de nuevo, y esta vez sería para siempre.

No fue hasta que Megumi habló que se percató ella estaba allí también, todos sus sentidos enfocados en el hombre que se estaba desangrando por una herida imposible.

Seguía preguntándose cómo era posible que Asahi hubiese podido herir a Sōma de forma tan grave, después de todo seguía siendo inmortal, y aunque le hubiese atravesado con la espada, no debió de sentir un gran dolor o sangrar, y menos aún no regenerarse de inmediato.

Se encontraba perdida en sus pensamientos, con sus pies recogidos, abrazando los mismos cuando escuchó la puerta de la casa.

—Pensé que estarías dormida —fue lo que dijo él, sonriendo débilmente mientras entraba completamente a la sala.

Ella lo miró de arriba a abajo, su rostro ya no estaba pálido y no tenía sangre en sus labios. La única prueba era el agujero de su camisa negra y la parte aún más oscura donde estaba su sangre seca.

Erina se puso de pie, acortando la distancia entre los dos, tocando de forma dubitativa el área que horas atrás había estado sangrando sin freno.

—¿Estás…?

—Sí, estoy recuperado —asintió él, con una sonrisa cargada de seguridad—. ¿Acaso la gran Erina estaba preocupada por este pobre diablo…? —Inquirió con burla y ella lo pateó.

—Esto… no… es… un… chiste —decía, golpeándolo en el pecho, sintiendo el nudo de las lágrimas en la garganta.

Sōma la dejó y respiró profundamente, aquella violenta preocupación era reconfortante.

—No debería pero me disculpó por haberte preocupado —murmuró él con suavidad.

Erina apretó los labios, sabiendo que era inútil negar lo evidente, sus ojos cargados de lágrimas, en enojo contra él y consigo misma por mostrarse así ante él.

—Te odio —dijo ella con los dientes apretados, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas en contra de su voluntad.

—Puedo vivir con eso —gruñó él, tomándole el rostro con ambas manos, buscando sus labios. Con sus pulgares limpiaba sus lágrimas mientras su boca hambrienta devoraba la de ella.

Erina se sorprendió, a pesar de todo el tiempo transcurrido, sus labios seguían siendo suaves contra los suyos y su boca cálida.

Emitió un gruñido frustrado y llevó sus brazos hasta rodear el cuello masculino, devolviendo el beso con el mismo ardor que él. Sus labios colisionaban entre sí, seguros de que se harían sangrar. Una de las manos de Erina se hundió en los cortos cabellos de la nuca pelirroja mientras una de las manos de Sōma se afianzaba en la cintura femenina.

Se separaron sólo lo suficiente para tomar aire y examinarse mutuamente, ambos jadeantes.

—Si vas a escapar, éste es el momento perfecto —dijo Sōma con voz ronca, sus ojos brillaban como el oro líquido.

Erina asintió, sabiendo que él tenía razón. Aquello era imposible. Nada bueno saldría de allí. Lo mejor sería aprovechar la oportunidad que le estaba brindando y retirarse.

—Pretenderé que me he dejado tentar por esta vez… —susurró ella contra los labios masculinos, antes de volver a besarlo.

Sōma gimió contra su boca, sintiendo que la cabeza le daba vueltas, ella le acariciaba el rostro con la punta de los dedos y sentía que se iba a morir.

—¿No… —beso su mejilla —vas a —mordió su labio inferior —arrepentirte —deslizó sus labios por su cuello —por la mañana? —decía él, sintiendo su sangre hervir ante las reacciones de ella.

—No —negó ella, acariciando la piel del cuello masculino —para mañana, nada de esto habrá pasado —Sōma asintió de forma queda mientras mordía su cuello.

Aquella noche no pensaría en ello ya que después de todo «cada día trae su propio afán».

Continuará—

El continuará es porque es un Two-Shots, no me maten por haberlo dejado así :/, son casi 6k palabras, no esperaba que esto fuera tan largo, ¡menos que tuviera que dividirlo en 2! T_T

Así que mañana les toca el Prompt del día de mañana más la segunda parte de éste escrito. Claro que sé que quedaron muchas cosas (Erina ni siquiera sabe por qué Sōma fue herido), así que en el siguiente ella sabrá y veremos qué pasa con estos dos.

Por eso es que no me gusta meterme a profundidad con ciertos temas xD. Y a quienes les gusta Asahi, mil perdones por ponerlo tan malo, y a quienes no, mil perdones por incluirlo.

No es un personaje que me guste, pero tampoco me desagrada (?), creo que da pie para ponerlo en muchas situaciones SoRina, jajaja.

Ehm, por favor, déjenme saber qué tal les ha parecido esta incursión de mi parte en lo sobrenatural y espero que, por encima de todo, hayan disfrutado la lectura.

¡Ja ne~!

Noviembre 28, 2018.